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El crecimiento económico experimentado durante los últimos años por diversos países latinoamericanos ha servido a los gurús del capital para hablar de un supuesto milagro económico. Lo cierto es que el crecimiento ha beneficiado casi exclusivamente a las multinacionales imperialistas, la élite capitalista local y a sectores muy limitados de las capas medias; para el resto de la población el tan pregonado milagro, una vez más, se ha quedado en nada.
El abismo creciente entre el lujo del que disfruta un puñado de parásitos y la miseria en que vive sumida la inmensa mayoría de la población está provocando un aumento del malestar social que ha comenzado a expresarse ya en importantes luchas obreras, campesinas y estudiantiles, huelgas generales, el inicio de divisiones en el seno de la clase dominante y el resurgir de una contestación por la izquierda en diferentes organizaciones obreras y populares del continente.
Como en la conocida canción revolucionaria cubana, “se acabó la diversión…”. La lucha de clases ha vuelto a llamar a la puerta y ese espejismo de estabilidad política y beneficios al alza, que los burgueses latinoamericanos soñaban eterno, comienza a romperse en pedazos.

El país clave de América Latina, Brasil, con más de 165 millones de habitantes de los 480 del continente y una economía que representa el 37% del PIB total de la zona, ha vivido una fuga masiva de capitales y se ha visto obligado a devaluar su moneda, el real, un 50%. Esto ha destapado la caja de los truenos. Las exportaciones de Argentina, la otra gran economía sudamericana (15% del PIB latinoamericano), y de los demás países de la zona dependen en gran medida de Brasil y están empezando a caer estrepitosamente, con graves consecuencias para sus economías. En enero de 1999, la fabricación argentina de vehículos representaba la mitad que el año anterior y de los 23.000 obreros del sector 11.000 veían suspendida su actividad. La producción textil ha caído un 30%.
El paquete de 45.000 millones de dólares otorgado a última hora por el FMI ha aplazado unos meses la recesión brasileña pero no podrá evitarla. Chile y Argentina arrojan ya datos de crecimiento negativos y están entrando en recesión.

 

Una crisis anunciada

 

Tras la erupción de la crisis asiática y los primeros temblores latinoamericanos, los últimos meses han visto una cierta estabilización temporal en la economía mundial impulsada por el  crecimiento estadounidense, pero los economistas burgueses más serios siguen hondamente preocupados: ninguno de los graves problemas que arrastra el sistema y que sembraron el pánico hace unos meses, ha sido atajado.
La verdadera causa de la recesión en Asia y Latinoamérica es la crisis de sobreproducción que padece el capitalismo a nivel mundial. Mientras la capacidad para producir bienes y servicios (impulsada por los deslumbrantes avances tecnológicos de las últimas décadas) es ilimitada, la capacidad de consumo de los trabajadores se ve constantemente reducida por los beneficios capitalistas. El boom de los últimos años se ha basado en todos los países, entre otros factores, en un incremento brutal en los ritmos y la duración de la jornada de trabajo; la precarización laboral y los descensos salariales; así como en la sustitución masiva de mano de obra por las nuevas tecnologías. De este modo lograron reducir los costes de producción y aumentaron  su tasa de beneficios, reanimando por un período la inversión.
Pero esto, en lugar de paliarlas, exacerba a medio plazo las contradicciones del sistema. Los descensos salariales y despidos repercuten inevitablemente en el poder adquisitivo y recortan los mercados. Más inversión y tecnología significa, en última instancia, que para reproducir y ampliar el capital invertido los capitalistas necesitan ahora extraer más plusvalía de los obreros y vender un mayor volumen de productos, a fin de realizar sus beneficios, del que los mercados pueden absorber. Cada capitalista individual y cada burguesía nacional, intenta afrontar esta crisis de sobrecapacidad productiva compitiendo por aumentar su cuota de mercado en detrimento de los demás y rebajando costes de producción mediante nuevas reducciones de empleo, recortes salariales, más flexibilidad laboral… El resultado, no hace falta decirlo, es dar nuevas alas a la crisis.
A esto hay que añadir el carácter de la financiación del crecimiento en los llamados países emergentes. Con el objetivo de captar capitales externos, los tipos de interés de la deuda pública se dispararon al igual que el endeudamiento de las empresas privadas con la banca internacional. Cuando la crisis se manifestó con toda su fuerza en una drástica reducción de las exportaciones, esto repercutió en numerosos sectores productivos contrayendo la actividad y generando, por el contrario, una montaña de deudas que lastran la inversión y empujan a despidos masivos.  
El año pasado el comercio mundial se redujo un 2%. Bajo la superficie aparentemente idílica del boom, las tensiones comerciales entre los tres grandes bloques comerciales liderados por USA, Alemania y Japón, así como en el interior de cada uno de ellos, están aumentando. La caída de las exportaciones y el descenso de la tasa de beneficios en los tigres asiáticos, resultado precisamente de la sobreproducción existente y la creciente lucha por los mercados, encendió las luces de alarma, desatando una cadena de devaluaciones y ahuyentando a los inversores hacia mercados financieros más seguros. En una economía tan globalizada, la crisis no ha tardado en trasladarse a Latinoamérica, cuyas economías dependen sobremanera de las exportaciones y están siendo golpeadas por la recesión y devaluaciones asiáticas. Asia y Latinoamérica son las primeras víctimas de una crisis de la economía mundial que se viene gestando desde hace tiempo.

 

Las recetas del FMI (o cómo destrozar una economía)

 

El papel adjudicado a los países del antiguo mundo colonial en la división internacional del trabajo, impuesta por el imperialismo, sigue siendo el de proveedores de mano de obra y materias primas baratas. Bajo la máscara de la tan manida globalización se esconde una explotación descarnada de los mercados del mundo colonial por parte de las multinacionales imperialistas. Su objetivo no es otro que encontrar nuevos campos de inversión donde colocar su excedente de capital y restaurar su tasa de beneficios mediante  la explotación salvaje de las masas. A través del FMI, el Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio (OMC), los imperialistas dictan durísimos planes de ajuste que los respectivos gobiernos y burguesías nacionales  deben acatar sin rechistar, so pena de acabar marginados en el reparto de créditos y ayudas de estos organismos y privados de la todopoderosa “confianza de los inversores”.
Los precarios salarios y condiciones laborales resultantes han atraido a numerosas multinacionales, que trasladaron partes de la producción a muchos de estos países buscando abaratar costes y maximizar beneficios. La caída en los precios del petróleo y otras materias primas  (exportaciones tradicionales de las que siguen dependiendo en su práctica totalidad las economías latinoamericanas), forzada por el imperialismo, ha sido otro de los factores que ha ayudado a prolongar el boom económico mundial, engordando espectacularmente los beneficios de las multinacionales mientras miles de campesinos y pequeños productores de los países atrasados son abocados a la ruina y la pauperización.
Se ha intensificado así el intercambio desigual de productos elaborados con más valor añadido (y mayor precio) procedentes de Europa, USA y Japón, a cambio de materias primas (con menos valor incorporado) salidas de la región, uno de los mecanismos imperialistas que sangra a las economías latinoamericanas desde hace décadas. Hace algunos años, se calculaba que 50.000 millones de dólares eran expoliados anualmente a los países atrasados por las potencias imperialistas mediante este procedimiento. Hoy, a buen seguro, esta suma será bastante mayor.
La privatización masiva de em-presas estatales ofrece otro jugoso campo de inversiones para las burguesías latinoamericanas e imperialistas. Las empresas rentables son malvendidas y las deficitarias liquidadas. Esta venta masiva genera ingresos extras que han permitido en muchos casos reducir un déficit público e inflación tradicionalmente por las nubes. Sin embargo, a la larga privatizar significa dilapidar los ingresos anuales que proporcionaban las empresas públicas rentables y destruir tejido industrial y puestos de trabajo, más precarización laboral y peores salarios en las empresas privatizadas.
Muchos gobiernos incluso han sustituido los sistemas públicos de pensiones por fondos privados controlados por la gran banca privada internacional: otra fuente de beneficios para estos parásitos y otra pesadilla para los trabajadores. Por si fuera poco, el FMI está obligando a estos países a abrir totalmente sus mercados a la competencia de las potencias imperialistas, eliminando cualquier protección a la producción nacional; ello arrasa sectores enteros de la industria y agricultura locales y favorece la penetración extranjera y la concentración del capital cada vez en menos manos.
Los únicos beneficiados por estas políticas, junto naturalmente a las multinacionales imperialistas, son los sectores más poderosos de las burguesías latinoamericanas, cuyos beneficios dependen cada vez más del mantenimiento de estrechos vínculos políticos y económicos (intercambios comerciales, inversiones conjuntas…) con esas mismas multinacionales. Para las economías latinoamericanas ha supuesto una importante afluencia de capitales que ha permitido crecimientos anuales del PIB entorno al 6 y 7% (incluso más) durante algún tiempo. Pero ningún problema de fondo ha sido resuelto. La deuda externa latinoamericana (700.000 millones de dólares) equivale al valor total de las exportaciones de  la región durante dos años y sigue ahogando a estas economías en el atraso y el subdesarrollo.
Con las excepciones de Colombia, Chile , Uruguay y Costa Rica, el ingreso per cápita de los demás países latinoamericanos era en 1994 igual o inferior al de 1980 e incluso los escasos sectores de las capas medias que vieron crecer sus ingresos durante el boom, o los trabajadores que encontraron empleo, sufren ahora los dramáticos efectos de la recesión.

 

La imposible cuadratura del círculo de la burguesía

 

El ajuste aplicado, además de repercusiones políticas y sociales, significa que, cuando la economía cambia de un ciclo ascendente a uno recesivo, las sociedades latinoamericanas se hallan más desprotegidas para enfrentarse a la crisis y su grado de dependencia con respecto al imperialismo ha aumentado.
A medida que se privatiza, la principal fuente de ingresos de los últimos años irá secándose. Las empresas estatales, que antes servían de colchón para amortiguar la recesión (manteniendo el empleo o tirando de otros sectores) se hallan ahora desmanteladas. Los bajos salarios reducen tanto el mercado nacional que lo único que puede salvar a muchas empresas es exportar, pero la sobreproducción existente en todo el mundo bloquea cada vez más esa escapatoria.
Los capitales llegados del extranjero huyen tan rápido como han venido. Los terremotos financieros que provocan estos movimientos de capital, buscando acomodo en este o aquel mercado financiero del planeta según ofrezca más o menos beneficios a corto plazo, acaban actuando sobre la economía productiva y pueden activar en cualquier momento la crisis que ya se viene incubando hace tiempo en el seno de ésta. En las recientes crisis asiática y brasileña lo hemos visto.
Para colmo, en el período anterior, muchos gobiernos latinoamericanos precisamente con el objetivo de atraer a los capitalistas ofreciéndoles garantías de estabilidad establecieron cambios fijos con el dólar. Ahora, con la devaluación de las monedas asiáticas y brasileña, la competitividad de sus productos se ve aún más mermada. Algunos capitalistas argentinos ya han pedido la devaluación. Otros ven con temor esta medida y exigen avanzar más en una integración económica continental, bajo clara supremacía estadounidense, que sustituya las distintas divisas nacionales por el dólar.
Hagan lo que hagan significará nuevos retrocesos para los trabajadores. Una devaluación precipitaría la huida de capitales intentando eludir la pérdida de rentabilidad que sufrirían las inversiones en monedas latinoamericanas tras caer el de valor de las mismas frente al dólar. El intento de mantener esos capitales ofreciendo tipos de interés mas altos agravaría la recesión, al encarecer los créditos al consumo y a la inversión en el interior sin frenar tampoco necesariamente la fuga de capitales hacia el exterior (como ocurrió en Brasil).
Por otra parte, la inflación podría volver a dispararse provocando una hecatombe de subidas de precios, aumento de la deuda externa y otros efectos negativos. La devaluación en un país sería seguida probablemente por los demás, intentando cada uno hacer más competitivas sus exportaciones a costa de los vecinos, con lo que ninguno conseguiría resolver de un modo mínimamente duradero y efectivo sus problemas y toda la zona podría acabar hundiéndose en una espiral de tensiones inflacionarias y guerras comerciales.

 

El debate sobre la ‘dolarización’

 

Por otra parte, el intento de avanzar más en la integración regional mediante una vinculación aún más estrecha al dólar o la adopción de éste como moneda sería una huida hacia adelante de consecuencias imprevisibles, máxime en un contexto de recesión. En realidad esa es la política que les ha llevado a dónde están. Se basa en la tradicional idea burguesa de que “dando confianza y estabilidad a los inversores”, éstos invertirán. Pero la realidad, tozuda, contradice una y otra vez esa aseveración. Empujados por la sobreproducción mundial y la caída en los beneficios, los capitalistas  reducirán  la inversión y la producción. Por otra parte, “estabilidad” y “confianza de los inversores” no son sinónimos de progreso económico y mejores condiciones de vida, antes al contrario.
El diario El País, en un extra sobre Latinoamérica (14-7-1994) resumía así estos últimos años de “estabilidad” y “confianza” que ofrecía la convertibilidad de las monedas latinoamericanas al dólar (conseguida, no lo olvidemos, a golpe de ajustes sociales traumáticos):  “Los flujos de capital llegan, el ajuste se consolidó pero o bien el crecimiento no llega (…) o bien llega con una desiguladad creciente e intolerable(…): una de las condiciones del ajuste la liberalización comercial se transforma en un escollo aparente para la etapa que sigue: el crecimiento (…). La región se está desindustrializando, cientos de miles de latinoamericanos, si no es que millones, están perdiendo su empleo”.
Las débiles, comparativamente, economías latinoamericanas no pueden competir en un mercado abierto con gigantes como USA, Europa, Japón o incluso con otros países más industrializados. Atadas definitivamente al dólar, sin posibilidad de recurrir a políticas de devaluación, perdida cualquier autonomía económica (los responsables de la Reserva Federal USA ya se han encargado de dejar claro que  estas serían las reglas del juego de la dolarización), sólo podrían afrontar una recesión reduciendo aún más los costes de producción e intensificando el ajuste: la pesadilla de privatizaciones, cierres de empresas, recortes salariales, precariedad laboral, bajos  precios de las materias primas, continuaría.
La dolarización, convertiría definitivamente a América Latina en la finca privada (o, peor aún, un solar) en manos de Washington. En un determinado momento, la amenaza de una deflación, caída de los precios en un contexto de profunda depresión económica, que algunos economistas burgueses ya han descrito como el peor escenario posible, podría tomar cuerpo.
Varios economistas y burgueses latinoamericanos, conscientes de estos riesgos y deslumbrados por el nacimiento del  euro, proponen como camino intermedio una Unión Monetaria Americana (UMA) a lo Maastricht. Su objetivo es hacer converger sus economías (empezando por Mercosur y otras potencias regionales) y forjar una moneda común más estable y fuerte para, entonces sí, buscar la aproximación al dólar en mejores condiciones. Con economías muy diferentes y caracterizadas por su debilidad, esto supone aplicar un ajuste social aún más brutal que los aplicados en Europa o en la propia región en los últimos años.
Pero incluso la unión monetaria europea, con economías bastante más fuertes, muchos más años andados y los vientos favorables del boom soplando en las velas, está preñada de incógnitas y peligros (como ha vuelto a poner de manifiesto la debilidad del euro frente al dólar) sin que pueda descartarse un retroceso e incluso el estallido de todo el proceso (el mismísimo George Soros alertaba en su reciente libro de esta posibilidad). Una tentativa de unificar las economías latinoamericanas, bajo el capitalismo, sólo puede acabar en un aborto monstruoso.
En cualquiera de los casos, el intento capitalista de cargar el peso de la crisis de su sistema sobre las masas obreras y campesinas alimentará un enfrentamiento cada vez mayor entre las clases.

 

Ecuador insurgente

 

Un ejemplo de la creciente combatividad popular y de la ausencia una alternativa política que haga cuajar toda esa energía revolucionaria potencial en un programa y organización capaces de conducir a la clase obrera al poder es el reciente estallido social ecuatoriano.
El levantamiento popular que derribó en 1997 al loco Bucaram (un excéntrico burgués que tras llegar al poder con promesas populistas aplicó brutales recortes sociales) ha vuelto a repetirse muy poco tiempo después contra políticas similares del conservador Jamil Mahuad. Siguiendo órdenes de sus amos del FMI, este burgués ha intentado acelerar las privatizaciones y subir un 50% el IVA y un 160% los combustibles y otros productos básicos.
La huelga general de 48 horas en marzo de 1999 (la tercera en siete meses), convocada por el Frente Patriótico, integrado por diferentes sindicatos, movimientos campesinos e indígenas y partidos de izquierdas, demostró que los jóvenes, trabajadores y campesinos ecuatorianos están dispuestos a todo. El gobierno, en un primer momento, respondió decretando el estado de emergencia y sacando el ejército a la calle. Hubo decenas de heridos y se hablaba  de un posible golpe, pero los sectores decisivos de la burguesía y los militares vieron que, con los obreros y campesinos masivamente en la calle, esta medida podía resultar prematura y radicalizar aún más a las masas. La huelga general se había convertido, de hecho, en indefinida y el Parlamento amenazó con destituir al Presidente. El plan del gobierno fue retirado temporalmente.
Resulta imprescindible sacar lecciones de éste levantamiento y del anterior movimiento de masas que derribó a Bucaram. No se puede apoyar a ningún candidato burgués porque traicionará cualquier expectativa depositada en él, como ocurrió con Fabián Alarcón (hoy procesado por corrupción), rival burgués de Bucaram que llegó a un compromiso con los dirigentes de la movilización popular del 96 que luego no se ha concretado en mejoras reales para el pueblo.
Las organizaciones de izquierdas deben encabezar decididamente la lucha por llegar al poder con un programa que una al rechazo de las privatizaciones y recortes sociales la nacionalización de los principales sectores económicos (banca, monopolios, latifundios) para planificar la economía en lineas socialistas lo único que permitiría una lucha efectiva contra la pobreza a la que está condenada condenada la población. Un programa  así tendría que vincularse a la negativa al pago de una deuda externa cuyos únicos responsables son los capitalistas ecuatorianos y el imperialismo.
Éste es el único camino. El corrupto capitalismo ecuatoriano es incapaz de hacer avanzar las fuerzas productivas. La burguesía nacional y su gobierno, respaldados por el FMI, volverá a intentar asplastar una y otra vez la lucha de los trabajadores. Pero la combatividad de la clase obrera, de la juventud, de los indígenas, lejos de retroceder se fortalece. El pasado 12 de julio Ecuador fue nuevamente paralizado por otra huelga general convocada por el Frente Patriótico, los sindicatos de transporte, los maestros y la Confederación de Nacionalidades Indigenas. No puede ser de otra manera cuando la inflación supera el 50%, la moneda nacional, el sucre, se ha devaluado un 100% y la pobreza extrema según la ONU alcanza al 60% de la población.
Si la clase obrera ecuatoriana no aprovecha su oportunidad los capitalistas antes o después, buscarán el momento adecuado para aplastar la resistencia del pueblo bajo la bota militar.

 

La clase obrera resurge  

 

Los acontecimientos de Ecuador o Venezuela, resultado de que estos países han entrado antes en recesión y fruto de su debilidad están padeciendo además muy claramente sus efectos, no son excepcionales. Fenómenos parecidos se irán produciendo en otros países a medida que la crisis y su inevitable corolario de ataques y opresión se manifiesten.
El brutal ajuste de los años 80 y 90 solamente fue posible en el contexto generado por las derrotas revolucionarias de los años 70 saldadas, en la mayoría de casos, con el establecimiento de dictaduras que sepultaron bajo ríos de sangre el intento de las masas de cambiar la sociedad. El descarrilamiento de diferentes movimientos populares de masas desarrollados en los años 80 favoreció ese proceso. La lucha contra la dictadura de Pinochet en Chile terminó con el jarro de agua fría de la aceptación por parte de las direcciones de las organizaciones obreras de la Concertación, pacto con partidos burgueses que implicaba la renuncia a una política de independencia de clase y a la lucha por un programa socialista en aras de la estabilización de la “democracia”. En Argentina o Uruguay vimos procesos parecidos.
En Bolivia los mineros marcharon sobre La Paz y protagonizaron varias huelgas generales, pero las vacilaciones y la falta de una política socialista de los dirigentes de la Central Obrera Boliviana (COB) les impidieron tomar el poder y la mayoría de las minas acabaron desmanteladas. En varios países, los gobiernos democráticos o populistas que habían prometido reformas importantes y cosechado apoyos masivos (la victoria del  APRA en 1985 en Perú podría ser un ejemplo) acabaron en la mayor de las decepciones, aplicando sin contemplaciones las políticas de ajuste que exigían el imperialismo y la oligarquía.
El amargo desenlace de estos procesos, unido al estancamiento de la lucha guerrillera en muchos países, en un contexto marcado por la caída del estalinismo y la contrarrevolución capitalista en el este de Europa, así como por la derrota sandinista en Nicaragua, desmoralizaron y desorientaron por todo un período a las bases de las organizaciones obreras y populares del continente. Esto se vio agravado por la ausencia de fuertes corrientes marxistas que pudiesen ofrecer una explicación de lo que estaba pasando y un programa y métodos de lucha alternativos. Todo un sector de dirigentes se independizo de la presión de las bases y aceptó la lógica perversa de que el capitalismo era el único sistema posible.
Así las cosas, la respuesta a los ataques capitalistas se ha visto obstaculizada por la desorientación sembrada por muchos dirigentes de la izquierda, cuando no por su colaboración activa en los mismos y, gobiernos de derechas o incluso regímenes dictatoriales (como el de Fujimori, por volver el ejemplo peruano), han podido mantenerse durante varios años, beneficiándose del crecimiento eco-nómico que, con todas las contradicciones comentadas, permitió aplazar los peores efectos del ajuste.
Esta situación ha empezado a cambiar. En los tres colosos de la zona (Brasil, Argentina y México), tras unos años de aparente estabilización y hegemonía de la derecha, crecen los síntomas de un giro social a la izquierda.

 

Argentina: De las victorias de Menem a la huelga general

 

La elección de Menem en 1989 reflejaba un voto de castigo a las políticas de ajuste de los gobiernos de la Unión Cívica Radical (UCR) liderados por Alfonsín y la ilusión en que el Partido Justicialista (peronista) aplicaría políticas más justas socialmente. Como en otros casos, la burguesía utilizó a los dirigentes de un movimiento populista con una importante base social (gracias al control de la principal central sindical, la CGT) para aplicar un ajuste sin paliativos. Las empresas estatales de teléfonos, petróleos, aerolíneas, gas, agua y electricidad, que sumaban 131.269 trabajadores, una vez privatizadas no alcanzan a 52.888. Los servicios se han encarecido (las llamadas telefónicas han pasado de 1,99 centavos en 1987 a 5,4 diez años despues) y las condiciones laborales han empeorado mucho (un obrero de pozo de la petrolera estatal YPF cobraba antes 1.600 dólares al mes con jornadas de trabajo de 8 horas y hoy recibe 750 pesos, viéndose obligado a trabajar 12 horas).
La escisión de la CGT, con el surgimiento de la nueva central Congreso de Trabajadores Argentinos (CTA), que lideró las protestas de empleados públicos y maestros, y del Movimiento de Trabajadores Argen-tinos, eran el resultado de la creciente oposición al ajuste. Del mismo modo, grupos de izquierda del peronismo rompieron con la línea derechista de Menem y junto a otros sectores  integraron  el FREPASO (Frente del País Solidario).
Si estos sectores tuviesen un programa revolucionario y una actuación decidida buscando la unificación y coordinación de las distintas luchas contra el frente reaccionario gobierno-capital-FMI, la clase obrera argentina podría arrinconar a estos contra las cuerdas. La victoria conseguida por los estudiantes argentinos tras varias semanas de lucha contra los recortes educativos del gobierno ponen en evidencia tanto la debilidad de este como el enorme descontento social existente en la sociedad argentina.
La falta de alternativas y vacilaciones de los dirigentes políticos y sindicales de la izquierda combinado al crecimiento económico mundial, han sido los factores determinantes que han permitido a Menem, mantenerse en el poder diez años. Los dirigentes del CTA, aunque han convocado varias huelgas generales y movilizaciones junto al MTA, carecen de una alternativa que rompa con el capitalismo y siguen aceptando la lógica del mercado. Ligan la lucha por mayores salarios al incremento de la productividad ( lo que podría conducir a aceptar medidas antiobreras) o aceptan que la reducción de jornada para repartir el trabajo vaya acompañada de reducción salarial.
La victoria de la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación (coalición entre FREPASO y UCR) en diferentes convocatorias electorales es otra expresión del cambio social que se está gestando. El descontento con la crisis y sus efectos sociales facilita la victoria de la Alianza en las próximas elecciones presidenciales y ya ha provocado divisiones en el  peronismo oficial entre Duhalde y Menem, con el primero intentando recuperar un lenguaje populista más cercano al peronismo clásico. Por otra parte, la moderación creciente de los dirigentes aliancistas, lejos de ilusionar a los jóvenes y trabajadores, crea cada vez más dudas y podría empujar a sectores a la abstención.
Tanto si, como parece más probable, vence la Alianza, como si finalmente el justicialismo consiguiera recuperarse, el gobierno entrante, aceptando las reglas del mercado para afrontar la crisis, se verá sometido a enormes presiones de clase. La burguesía y el FMI exigiendo más ataques para afrontar la recesión y las masas que no pueden soportar más. Si los sectores políticos y sindicales más a la izquierda  tuviesen un programa y táctica revolucionarios su apoyo crecería rápidamente.

 

México y Brasil

 

A pesar de la reelección del Presi-dente Cardoso, la burguesía brasileña está enormemente preocupada por los efectos políticos y sociales de la crisis. Tuvieron que poner toda la carne en el asador para ganar las elecciones (campaña brutal de los medios de comunicación contra el candidato de la izquierda, Lula; apoyo activo del imperialismo a Cardoso durante las elecciones con el anuncio de nuevos créditos, etc.). Finalmente Cardoso conseguía un 53,6 % y Lula el 31,7 %, una diferencia superior de lo que anunciaban las encuestas. Posible-mente si las elecciones se hubiesen celebrado más tarde (la crisis económica empezaba tan sólo a mostrar sus efectos) el Partido de los Trabajadores (PT) habría crecido más.
De hecho, en la segunda vuelta la coalición gubernamental perdía el control de varios estados  y los votos del PT aumentaban. Es significativo lo ocurrido en el Estado de Río Grande do Sul, dónde el PT está dirigido por su ala izquierda y presenta una imagen más radical. Su victoria en las elecciones al gobierno del estado ha sido inapelable.
El PT, surgido al calor de las radicalizadas luchas de los metalúrgicos de Sao Paulo durante los años 70, se basa  totalmente en la CUT, los sindicatos brasileños. Aunque en los últimos años la mayoría de sus dirigentes se han derechizado, abandonando cada vez más las consignas y reivindicaciones de clase que caracterizaron durante años al partido como uno de los principales puntos de referencia de la izquierda latinoamericana; los burgueses saben que la llegada al poder de un partido basado en la clase obrera organizada, con las tradiciones revolucionarias del PT y en un contexto de recesión profunda, sería una pesadilla para ellos. La victoria electoral de Allende en Chile en 1970 (aunque evidentemente hay importantes diferencias con la situación actual), que animó enormemente la lucha revolucionaria, sigue siendo un precedente a tener muy en cuenta.
La ocupación masiva de tierras y las marchas y manifestaciones de campesinos, parados y pobres urbanos organizadas por el Movimiento de los Sin Tierra (MST), o el ímpetu con el que está resurgiendo el movimiento huelguístico entre los trabajadores, anuncian lo que espera a la burguesía brasileña cuando intente cargar todo el peso de la crisis sobre los obreros y campesinos. La entrada en escena de la poderosa clase obrera brasileña, sacudiéndose la inercia de derrotas anteriores y la desmovilización fomentada por muchos dirigentes de  la CUT y el PT, cambiará bruscamente el panorama. Brasil es el país más industrializado de Latinoamérica y el movimiento obrero, hoy mas que nunca, tiene la llave de un cambio en la situación.
Otro tanto ocurre en México. Las impresionantes movilizaciones estudiantiles de los últimos meses están poniendo de manifiesto el enorme material explosivo que se está acumulando en la sociedad y que sólo precisa una chispa para estallar. El férreo control del PRI durante 70 años a través del caciquismo, la compra de votos y el amordazamiento burocrático de los sindicatos se está erosionando muy rápidamente. El 1º de Mayo de 1999 medio millón de trabajadores se manifestaban convocados por los sindicatos independientes y las corrientes democráticas que luchan contra la burocracia sindical. Como reflejo del cambio en la situación la Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM), controlada por los charros, burócratas sindicales ligados al gobierno priísta, ha sufrido la escisión de la Unión Nacional de Trabajadores (UNT), que agrupa a más de dos millones de trabajadores y presenta un programa más combativo.
El crecimiento electoral del Par-tido de la Revolución Democrática (PRD), con victorias en  México DF y varios estados, expresa políticamente esa misma aspiración de cambio. El PRI, ante la amenaza de perder el poder, está recorrido por profundas divisiones entre la facción más afín al imperialismo (los tecnócratas) y el llamado sector duro o dinosaurios, algunos de cuyos dirigentes han empezado a utilizar un lenguaje nacionalista y populista, criticando al gobierno Zedillo y al FMI.
En estos momentos, muchos dirigentes del PRD están defendiendo una alianza con el PAN (partido burgués de derechas) para derrotar al PRI  con el argumento de que es la única posibilidad de ganar. Pero, pese a esta apariencia de unanimidad, las divisiones internas que ya han provocado serias tensiones en la dirección del partido van a intensificarse a medida que la proximidad del poder y la presión de la burguesía para que renuncien a cualquier propuesta transformadora crezcan.
El problema de fondo es que en el PRD se expresan los sectores decisivos de la clase obrera y la juventud frente a una  dirección  en la que conviven líneas políticas que reflejan, con mayor o menor claridad, opciones ideológicas y presiones de clase diferentes, incluído un sector que transmite las presiones de la burguesía para evitar que el partido se convierta en un referente revolucionario para los trabajadores y campesinos mexicanos. La alianza con los burgueses del PAN  es un caramelo envenenado que los sectores más a la izquierda del partido deben rechazar tajantemente. El PRD sería utilizado como cobertura de izquierdas para aplicar las recetas capitalistas de siempre.

 

Adiós a la estabilidad ‘democrática’

 

En los próximos años, los capitalistas latinoamericanos, enfrentados a una intensificación de la lucha de clases, no dudarán en recurrir a todas las medidas a su alcance para salvar el orden político y social del que emanan sus privilegios.
Durante el período anterior, el imperialismo USA y sectores de las burguesías nacionales se apoyaron en el crecimiento económico y, sobre todo, en la derechización de los dirigentes obreros, para crear la ilusión de estabilidad democrática, promoviendo la sustitución de las otrora omnipresentes dictaduras militares y presidencialistas, cuyo coste económico y social era excesivo (falta de control sobre los diferentes caudillos, riesgo de que cualquier movimiento popular de lucha por las libertades se radicalizase rápidamente transformándose en revolución) por regímenes formalmente democráticos.
Pero un régimen de democracia burguesa exige un mínimo desarrollo económico que permita ofrecer ciertas concesiones a las masas y garantizar a los dirigentes sindicales y políticos reformistas una base para sus políticas de paz social. En sociedades arrasadas por el paro, en las que la crisis se va a cebar con especial virulencia, el margen para estas políticas es cada vez menor.
Las divisiones en el seno de la burguesía están creciendo, anunciando el período turbulento que se avecina. Un detonante de la crisis brasileña fue el enfrentamiento entre el Presidente Cardoso y el gobernador del estado de Minas Gerais, Itamar Franco, anterior presidente del go-bierno (Cardoso fue su ministro de Hacienda). Franco aplazó unilateralmente el pago de la deuda de su estado, aduciendo que tenía que hacer frente a las necesidades de su población, y denunció a Cardoso por plegarse a las exigencias del FMI y olvidarse del pueblo.
En Paraguay vemos como disputas entre facciones burguesas por cuotas de poder y divergencias estratégicas, en un contexto de crisis económica y descontento popular, han desencadenado una movilización de masas que ha hecho temblar a las burguesías vecinas ante el riesgo de guerra civil. La burguesía brasileña tenía preparado a su ejército en la frontera y Cardoso y Clinton “convencieron”  al sector del gubernamental Partido Colorado encabezado por el Presidente Cubas y el general golpista Oviedo, de emprender la retirada para, según el corresponsal de El País,(31-3-99) “evitar un baño de sangre”.
El factor decisivo que ha impedido por el momento un golpe militar ha sido la movilización heroica de jóvenes y trabajadores en Asunción, que tras décadas de dictadura del fascista Stroessner (de 1954 a 1989), dejaron muy claro a los militares que preferían arriesgarse a morir en la calle bajo las balas de los francotiradores a permitir una nueva dictadura. La formación, de hecho, de un Gobierno de unidad nacional en el que participan desde el ala stroessnista del Partido Colorado hasta, por primera vez en 45 años, partidos de oposición da una idea de hasta que punto los conflictos no han hecho más que comenzar y van a ir creciendo en el próximo periodo.  
A menudo en la historia, los primeros indicios de que una época de revolución y contrarrevolución ha comenzado son las divisiones por arriba. Sectores de la burguesía sienten temblar la tierra bajo sus pies y se ponen nerviosos, unos buscan la solución hacia un lado y otros hacia el contrario. En ello se combinan ambiciones personales, carreras políticas, incluso cuentas personales pendientes…
Por supuesto,  estas divisiones no reflejan intereses fundamentalmente diferentes sino sólo el miedo a una explosión social por abajo y las diferencias sobre cómo evitarla o como colocarse a la cabeza de la misma de modo que no cuestione lo fundamental: la existencia del capitalismo. Para los luchadores obreros, campesinos y estudiantiles es vital comprender el sentido de estas divisiones para evitar caer en errores que algunas organizaciones de izquierdas cometieron en el pasado: fomentando ilusiones entre las masas hacia algunos de estos dirigentes burgueses, identificándolos como la burguesía progresista, que luego pagaron muy caro: con golpes de Estado, dictaduras y  represión.  
Si algo podemos descartar tajantemente es que el período de aparente estabilidad democrática de los últimos tiempos pueda prolongarse de forma duradera. La clase obrera tendrá numerosas oportunidades de ponerse al frente de todos los explotados y transformar la sociedad, pero allí dónde no sea capaz de encontrar el camino de la victoria nuevas dictaduras bonapartistas burguesas intentarán establecerse sobre su sangre y sufrimiento.
En determinadas situaciones, como está ocurriendo en Venezuela, surgirán nuevos movimientos y regímenes populistas burgueses y pequeñoburgueses como los desarrollados en el pasado en diversos países del continente. El nacimiento y evolución de estos movimientos está estrechamente relacionado con las condiciones de dependencia económica y debilidad de la burguesía en el mundo colonial.

 

El populismo y sus limitaciones

 

Trotsky explicaba así en su artículo La administración obrera en la industria nacionalizada las raíces del populismo burgués que entonces comenzaba a extenderse por varios países del continente: “En los países industrialmente atrasados, el capital extranjero juega un rol decisivo. De aquí la debilidad relativa de la burguesía nacional respecto del proletariado nacional. Esto da origen a condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el doméstico, entre la débil burguesía nacional y el proletariado relativamente poderoso. Esto confiere al  gobierno un carácter bonapartista sui generis, un carácter distintivo. Se eleva, por así decir, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar ya convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y aherrojando al proletariado con las cadenas de una dictadura policial o bien maniobrando con el proletariado y hasta llegando a hacerle concesiones, obteniendo así la posibilidad de cierta independencia respecto de los capitalistas extranjeros” (Sobre la liberación nacional, pág. 61, Ed. Pluma).
Los movimientos populistas son por su propia naturaleza de clase extremadamente contradictorios, oscilando a derecha e izquierda bajo la presión de las masas por un lado y la del imperialismo y los sectores decisivos de la burguesía nacional por otro. En las últimas décadas, caracterizadas por una estabilización temporal bajo control del imperialismo, la debilidad y dependencia del imperialismo de las burguesías nacionales se ha incrementado y los movimientos y regímenes populistas han brillado por su ausencia (incluso hemos visto a sectores que  en su día encabezaron estas propuestas participar en primera línea en las privatizaciones, ajustes, etc). Sin embargo, en sociedades en crisis, en las que la clase dominante ha evidenciado repetidamente su incapacidad para desarrollar las fuerzas productivas, enfrentarse seriamente a la expoliación imperialista y donde la clase obrera ha mostrado su potencial revolucionario pero, por falta de dirección, no ha conseguido transformar la sociedad, ciertos sectores minoritarios burgueses y sobre todo de la pequeña burguesía (intelectuales, técnicos y ciertos sectores del ejército o la burocracia estatal), pueden ver amenazada la unidad y existencia misma de la nación y, con ello, su propia posición. En un momento dado a través del control del poder estatal estas clases pueden pretender elevarse sobre las clases y conciliar a éstas, exorcizando el demonio de la revolución socialista con la bandera de una revolución “popular” en defensa de los intereses de “toda la nación” y la promesa de medidas que saquen a “la patria” de la postración en que se encuentra.
Dada la inestabilidad social,  incluso descomposición de la que suelen surgir, el carácter de estos regímenes no está determinado de antemano, influyendo en su evolución política y características concretas múltiples factores que actúan entre sí y se condicionan dialécticamente. Los elementos decisivos son la profundidad del deterioro económico y la correlación de fuerzas entre las clases a nivel nacional e internacional. La actuación subjetiva del imperialismo y los distintos sectores de las burguesías nacionales, así como de las organizaciones obreras, pueden condicionar igualmente de forma importante su desarrollo. Por último, el origen social (burgués o pequeñoburgués), los antecedentes ideológicos y hasta las características individuales de los dirigentes populistas pueden acabar, en determinadas circunstancias, teniendo cierta influencia.
Algunos regímenes populistas en el pasado, sin llegar a romper con el capitalismo, tomaron  medidas proteccionistas y de intervención estatal en la economía que ocasionaron choques con la oligarquía nacional y el imperialismo (a veces incluso enfrentamientos abiertos), haciendo ciertas concesiones económicas y sociales a las masas bajo la presión popular, pero sin conseguir en ningún caso resolver sus problemas y acabar con el atraso y la miseria. Los procesos revolucionarios bajo Arbenz en Guatemala en los años 50, con el peruano Velasco Alvarado en los 60 o durante la revolución de 1952, así como posteriormente en la etapa del general Torres en Bolivia, son algunos ejemplos. En la gran mayoría de casos, no obstante, la retórica populista inicial y ciertas concesiones sociales dejaron paso a regímenes de bonapartismo burgués fuertemente autoritarios y represivos contra los trabajadores.
Independientemente de sus intenciones, el populismo nacionalista precisamente a causa de su origen de clase burgués o pequeñoburgués ha mostrado repetidamente su impotencia para llevar hasta el final una lucha antiimperialista seria  y sacar a estas sociedades del atraso. Antes o después, el movimiento ha sido traicionado por sus propios líderes o ha caído, víctima de su propia parálisis, indefinición y contradicciones, aplastado por los núcleos decisivos del capital nacional y por las potencias imperialistas.

 

El chavismo

 

La victoria de Hugo Chávez en Venezuela ante la oposición de los sectores decisivos de la burguesía, los medios de comunicación y el imperialismo, con un programa que prometía más inversión pública, protección para la industria nacional, lucha contra la corrupción y la sustitución del actual Parlamento (con mayoría de los desprestigiados partidos tradicionales) por una Asamblea Constituyente que redacte una nueva constitución, es otro ejemplo de los  vientos de inestabilidad que soplan en América Latina y los cambios bruscos y repentinos que sacudirán la zona en los próximos años.
Unos meses antes la burguesía venezolana parecía tener todo bajo control y podía reírse de que las encuestas situasen como favorita para llegar a la presidencia, con el 52% de intención de voto, a una ex miss Universo. En pocas semanas, el enorme movimiento de apoyo a Chávez les cambió la cara. La victoria apabullante de este antiguo militar golpista apoyado por la izquierda provocó la histeria de los capitalistas. El Polo Patriótico que encabezaba Chávez, un heterogéneo frente de fuerzas políticas y sociales en el que participan desde el Movimiento V República, creado por él mismo y otros militares que le acompañaron en su intentona golpista del 92, hasta el Partido Comunista o el MAS (Movimiento al Socialismo) cosechó un 56% de apoyo.
De momento, Chávez ha intentado tranquilizar a los inversores manteniendo a los ministros económicos del anterior gobierno y anunciando recortes en los gastos del Estado y otras medidas similares con el objetivo de reducir la deuda externa y atraer inversiones. Reflejando las presiones de clase a las que está sometido por abajo y por arriba, pide sacrificios y paciencia para sacar adelante a la nación y promete vender, para dar ejemplo, el Palacio Presidencial y trasladarse a una vivienda menos lujosa; al tiempo, aplica las medidas de su programa que menos repercusiones directas tienen sobre los beneficios capitalistas, como la convocatoria de la Constituyente o la creación de organismos anticorrupción.
Pero la crítica situación económica venezolana choca frontalmente con el objetivo proclamado por el dirigente populista: una economía de mercado con justicia social. El comandante va a tener que elegir: o intentar cumplir su programa electoral enfrentándose a los capitalistas y las multinacionales USA, lo que le obligaría a ir más lejos (animando así a los sectores más radicalizados de su base social, que pedirían más y en los que tendría que apoyarse frente a la derecha); o retroceder y aplicar nuevas medidas antisociales de ajuste, presionado por la clase dominante que tras fracasar en impedir su victoria, busca ahora domesticarlo.
Las primeras medidas adoptadas parecerían apuntar en esta dirección pero sigue habiendo otras evoluciones posibles. Las  esperanzas generadas por el ex teniente coronel son enormes y le otorgan un crédito importante entre las masas y cierto margen de maniobra, pero éste no es infinito y  todo podría cambiar bruscamente. La evolución de Chávez y el movimiento que le apoya va a depender de la interrelación entre esas diferentes presiones de clase a que está sometido, y no sólo a nivel nacional: el desarrollo de los procesos sociales en el resto de América y del mundo también influirá decisivamente.
Chávez ha pedido poderes especiales e intenta controlar el ejército (muchos de cuyos mandos le eran hostiles antes de su victoria) y el resto del aparato estatal, designando a sus camaradas de armas para puestos clave. En un determinado momento podría intentar elevarse de forma bonapartista por encima de las clases, intentando aparecer como el representante de los “intereses nacionales” y el salvador del caos. En el contexto anterior a la caída del estalinismo seguramente esto ya le hubiese empujado a nacionalizar sectores decisivos de la economía e incluso a instaurar un régimen bonapartista proletario de economía planificada, tomando como ejemplo Cuba o la URSS. En el contexto actual, esta evolución es mucho más difícil e improbable.
Que los burgueses y el imperialismo puedan absorberlo totalmente y conseguir que aplique  las medidas draconianas que necesitan tampoco parece la opción más factible. Su pasado, sus vínculos con el movimiento popular, las presiones que recibe de abajo, no lo hacen fiable para ellos. Probablemente, durante algún tiempo, Chávez intentará oscilar entre las clases y contentar a todos; algo que en la situación del capitalismo venezolano será imposible y conducirá a una inestabilidad y polarización social cada vez mayores que le obligarán a ir definiéndose claramente.

 

La clase obrera frente al populismo

 

En Venezuela llueve sobre mojado y los jóvenes y trabajadores responderán a nuevas medidas en su contra, vengan de donde vengan. La victoria en los años 80 de Carlos Andrés Pérez (hoy desprestigiado por sus políticas antiobreras y su corrupción) con un programa socialdemócrata que despertó ilusiones en sectores amplios de la población, culminó en el caracazo de 1989, una explosión social violentamente reprimida. Mas recientemente, hemos visto al pueblo venezolano  intentar modificar varias veces su situación a través del voto a opciones de izquierda y, sobre todo, con impresionantes luchas de masas. La más reciente la huelga general convocada por la Confederación de Trabajadores Venezolanos (CTV) el 6 de agosto de 1998.
El giro a la derecha de los ministros ex guerrilleros del MAS en el gobierno Caldera, que tras prometer medidas de gasto público e intervención estatal apoyaron las privatizaciones, ya provocó una fuerte oposición interna concretada en el mandato de su Congreso nacional para apoyar a Chávez. El debate sobre las privatizaciones también fracturó en dos al grupo parlamentario del movimiento Causa R. Estas divisiones son un pálido anuncio de lo que veremos  próximamente. Antes o después, el Polo Patriótico se romperá en líneas de clase.
No es en absoluto descartable que en un determinado momento, fundamentalmente en un contexto de crisis económica aguda y ascenso de la movilización de las masas a nivel nacional e internacional (y en particular en otros países latinoamericanos), el propio Chávez o sectores que hoy le apoyan puedan verse empujados a ponerse al frente y girar bruscamente a la izquierda y esto sería un peldaño más hacia un enfrentamiento decisivo entre las clases.
Si las ilusiones en Chávez se ven defraudadas y los partidos de izquierda no saben ofrecer una alternativa que entusiasme a los trabajadores, la burguesía probablemente apoyándose en la cúpula militar  intentará en cuanto pueda, por las buenas o por las malas, poner al timón a alguien de total confianza. La experiencia del gobierno reformista del escritor Rómulo Gallegos a finales de los años 40, tan admirado por Chávez, es ilustrativa. La oligarquía esperó su momento y, cuando vio que el apoyo social disminuía, dio el hachazo e implantó una brutal dictadura.
Una cosa está clara: un período duradero de estabilidad democrática o  pacto nacional está descartado y Venezuela va a ser el escenario de choques durísimos entre las clases . Los trabajadores tendrán nuevas oportunidades para cambiar la sociedad y la burguesía intentará evitarlo con todos los medios a su alcance.
En el periodo de revolución y contrarrevolución que se abre, y debido a la falta de una política marxista por parte de las organizaciones obreras de masas, existen condiciones en todo el continente para el desarrollo de nuevos movimientospoulistas con un discurso nacionalista y radical que puede conectar con el sentimiento antiimperialista y revolucionario de la población.
Los revolucionarios deben participar en la lucha de masas contra el imperialismo pero hacerlo sin abandonar en ningún momento una política de independencia de clase, oponiendo a las vacilaciones y bandazos interclasistas de los líderes populistas un programa inequívoco de lucha por el socialismo y unidad de los trabajadores para extender la revolución a toda Latinoamérica y a nivel mundial (y muy especialmente a los países avanzados, claves para la transición a una sociedad genuinamente socialista).

 

‘Las venas abiertas de América Latina’

 

Con este expresivo título resumió el periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano el proceso de expoliación imperialista que desangró a las economías latinoamericanas y las ha condenado a un atraso y miseria de siglos.
El saqueo por parte de las metrópolis frenó el desarrollo de las áreas coloniales ya que el excedente producido en el interior de ellas no se transformaba en capital, sino que fluía al exterior. El resultado fue una estructura socioeconómica caracterizada por un bajo desarrollo de las fuerzas productivas. A medida que el capitalismo se extendía mundialmente y penetraba en América Latina tuvo lugar un desarrollo desigual y combinado que entrelazaba las relaciones de producción capitalistas más avanzadas con relaciones feudales o semifeudales y fundía los intereses de las nacientes burguesías latinoamericanas con los de los terratenientes y el imperialismo.
“En 1870 empiezan a aparecer los primeros bancos, todos ellos extranjeros (…).Los grandes socios de los capitalistas internacionales fueron los dueños de esclavos: los terratenientes, la burocracia clerical o estatal (…). El capital internacional lejos de basarse en combatir las relaciones semifeudales, las sostiene. Esto por un lado  lleva a un proceso  de industrialización en zonas  muy específicas de las costas, que no inciden de manera global al conjunto de los países. Además profundiza la explotación ya que se combinan formas ancestrales de explotación como la esclavitud y la servidumbre con los métodos más modernos de la sociedad capitalista. Políticamente sólo es viable para el sostenimiento de este estado de cosas un tipo  de estado que fusione estos intereses conservadores e imperialistas, un estado oligárquico, dictatorial con los pueblos pero dócil ante los socios extranjeros” (A. Márquez, ‘El atraso de América Latina’, Militante número 66, periódico de la corriente marxista del PRD mexicano).
Esta fusión de intereses entre los capitalistas autóctonos y los imperialistas explica la incapacidad de las burguesías latinoamericanas a lo largo de todo este siglo para desarrollar las fuerzas productivas rompiendo con el atraso y la expoliación así como el hecho de que, pese a todas las proclamas democráticas, haya tenido que recurrir una y otra vez a la represión y las dictaduras para mantener su dominación.
El crecimiento industrial por sustitución de importaciones, una de las ideas clave defendidas  por sectores nacionalistas burgueses y reformistas durante los años 50 y 60, ejemplifica las limitaciones que lastran cualquier propuesta económica que no lleve aparejado un cambio revolucionario en el modo de producción. Consistía en estimular a través de la intervención estatal la producción por parte de la industria nacional de bienes de consumo hasta entonces importados, intentando fomentar la industria y mercado internos y desarrollar un capitalismo nacional.
Como explica el historiador uruguayo Nelson Martínez Díaz, “El fenómeno (…) demuestra la frustración de las llamadas burguesías nacionales o  por lo menos, lo efímero de su supuesto papel liberador en el marco industrial. La empresa nacional  (…) no logró impedir que, en los períodos de expansión local, muchos empresarios recurrieran al apoyo del capital extranjero (…). El resultado fue la penetración de la empresa multinacional en una economía ya preparada para la oferta industrial o tecnológica y la posición del empresario nacional quedó reducida a un papel secundario” (Las multinacionales en Latinoa-mérica, Cuadernos de Historia 16).
El capitalismo es un sistema mundial en el que todas las economías están relacionadas entre sí y dependen unas de otras pero esa dependencia significa que las burguesías más fuertes dictan su ley a las más débiles. Los beneficios de las burguesías nacionales dependen cada vez más del mantenimiento y estabilidad de un sistema capitalista global en el que están plenamente integradas como actores secundarios por lo que obviamente no tienen ningún interés en encabezar una lucha  en la que nada tienen que ganar y sí mucho que perder.

 

La burguesía progresista que jamás existió

 

En un determinado momento, intentando responder a la agudización de la crisis económica, podremos ver en algunos países, seguramente de la mano de gobiernos reformistas o populistas, un giro hacia una mayor intervención estatal en la economía y algo más de protección a la industria nacional. Ello supondría inicialmente un avance con respecto a la locura actual de abrir los mercados al saqueo imperialista y obedecer sumisamente sus dictados pero, manteniéndose dentro del marco capitalista,  tendría efectos efímeros degenerando nuevamente en un aumento de la deuda externa y la inflación y en el colapso económico.
Cualquier gobierno que intente aplicar reformas significativas dentro del capitalismo se verá cercado inmediatamente por presiones de clase  insoportables. Por un lado el control de la economía por las burguesías nacionales y, sobre todo, el imperialismo; por otro las demandas  revolucionarias del proletariado a la cabeza del ejército de los oprimidos. Con multinacionales cuyo capital supera las reservas de divisas de varios países juntos, estos regímenes se verían rápidamente desestabilizados por huelgas de inversiones, fugas de capitales y otros fenómenos parecidos. En una situación de deterioro económico y movilización popular masiva, las clases obreras latinoamericanas no limitarán sus reivindicaciones al horizonte fijado por sus dirigentes reformistas o por los líderes populistas de la pequeña burguesía; plantearán reivindicaciones de clase (derechos políticos y sociales, salarios, condiciones laborales…) que, como ya ocurriera durante la revolución boliviana o bajo el gobierno peronista de 1972-73, culminarán en un enfrentamiento decisivo entre las clases.
En momentos de auge capitalista y desarrollo de las fuerzas productivas, algunos regímenes populistas burgueses pudieron estabilizarse algún tiempo y hacer ciertas concesiones sociales, forjándose incluso ayudados por los errores y ausencia de alternativas revolucionarias de las organizaciones de clase, una base social entre sectores del proletariado y las masas urbanas subempleadas, especialmente entre los sectores más nuevos que, sin experiencia política ni tradiciones, llegaban del campo. En la actualidad el capitalismo vive un período de crisis orgánica, de decadencia de las fuerzas productivas y tasas de paro sin precedentes, que reduce el margen para situaciones parecidas.
Dentro de este período general descendente siguen produciéndose ciclos de boom y recesión, pero uno de los síntomas de que el sistema está en crisis es que en cada boom los efectos sobre los niveles de vida de la población mundial son menores y en cada recesión la destrucción de puestos de trabajo y fuerzas productivas más profundas. “Las estadísticas de todos los organismos multilaterales confirman que, en los últimos 25 años, (…) independientemente de variaciones cíclicas o puntuales, y con excepción del Este asiático, India y China, la tendencia económica mundial fue de declive constante de las tasas de inversión, crecimiento y empleo” (José Luis Fiori, profesor titular de economía de la Universidad Federal de Río de Janeiro, artículo para Folha).
Los obreros del continente, en general, tienen hoy más experiencia que en el pasado y esta confrontación (incluso después de la precarización de los últimos años) será aún más dura. Cuando las burguesías latinoamericanas incluídos los sectores nacionalistas sientan el aliento de la revolución en la nuca no dudarán en buscar las faldas de sus amos imperialistas para esconderse, colaborando en cualquier medida contrarrevolucionaria que prometa perpetuar sus rentas y privilegios.  
Los objetivos de la revolución democrática (reforma agraria que proporcione tierra y trabajo a los campesinos, democratización real de la sociedad, lucha contra toda opresión étnica, nacional o cultural sobre los pueblos indígenas, desarrollo económico que combata la expoliación imperialista y construya una economía avanzada) sólo son realizables uniéndolos a medidas socialistas que nacionalicen las principales palancas económicas (la banca, la tierra y los monopolios imperialistas) La única clase que por su papel colectivo en la producción, su homogeneidad y organización puede hacer realidad este programa es la clase obrera al frente de los campesinos y los pobres de las ciudades.
    
Insurrección campesina y lucha de guerrillas

 

En el período reciente hemos visto un retroceso general de la lucha guerrillera. Pero esto también puede cambiar muy rápidamente. La lucha de guerrillas hunde sus raíces directamente en la opresión, miseria y discriminación a que son condenados los campesinos y comunidades indígenas por el capitalismo.
En los años 50 y 60, activistas revolucionarios estudiantiles, intelectuales e incluso algunos luchadores obreros, hartos de no ver una lucha revolucionaria seria por parte de los dirigentes comunistas y socialistas, paralizados por las políticas de alianza con las supuestas burguesías progresistas, decidieron tomar las armas y dirigirse a las zonas rurales intentando estimular la insurrección campesina a través de su enfrentamiento directo con el Estado.
En algunos casos (Cuba, Nicara-gua) la guerrilla se encontró con condiciones favorables excepcionales que permitieron su victoria: descomposición y crisis extrema del capitalismo que minaba cualquier base social a la burguesía y la dividía, descontento generalizado de las capas medias, insurrección campesina y en los casos cubano y nicaragüense luchas obreras muy radicales que, aúnque sin dirección, debilitaban al estado burgués y allanaban el camino a los guerrilleros. Pero en la inmensa mayoría de los casos la lucha de guerrillas se estancó durante décadas. Los ejércitos regulares burgueses, apoyados con todo tipo de medios por el imperialismo USA, no conseguían acabar con los revolucionarios ya que las miserables condiciones sociales renovaban su apoyo; pero los guerrilleros veían también cada vez más lejana la posibilidad de una victoria militar que les diese el poder.
Como explicaban Marx y Engels, la insurrección campesina y la lucha de guerrillas en países con un considerable porcentaje de población rural pueden ser vitales para conquistar un cambio revolucionario de sociedad. Pero esta lucha sólo puede culminar en un régimen de democracia obrera que conduzca al socialismo si coincide con el movimiento revolucionario de la clase obrera en las ciudades y se halla dirigida por éste. Un grupo guerrillero, por muy abnegado y combativo que sea, no puede sustituir la lucha de las masas, su proceso de aprendizaje y toma de conciencia a través de victorias y derrotas, luchas por pequeñas mejores inmediatas, creación de sindicatos, comités de huelga…
Los trabajadores no pueden participar en la lucha guerrillera en la selva o las montañas más que abandonando su posición de clase. Muchos jóvenes y obreros radicalizados, en lugar de luchar con constancia por arrancar a las masas obreras de manos de los dirigentes reformistas oponiendo un programa revolucionario en los sindicatos, las asambleas, las huelgas y manifestaciones de masas, buscaban un atajo hacia la revolución, lo que les aislaba del grueso de la clase obrera. Por otra parte los trabajadores limitados a simpatizantes pasivos o piezas auxiliares de la lucha de los guerrilleros, seguía bajo la influencia de líderes reformistas que la condenaban a nuevas derrotas.
La industrialización de la gran mayoría de países latinoamericanos durante la segunda mitad de siglo y la emigración hacia las ciudades tienden a limitar las posibilidades del guerrillerismo, cuyo  terreno más favorable es el de las pequeñas comunidades rurales, la selva y las montañas. Por otra parte, el imperialismo ha aplicado una estrategia que combina la represión más brutal con medidas de beneficencia de cara a algunos sectores campesinos que, aunque no solucionan nada, persiguen quebrar el apoyo a la guerrilla, apoyándose tanto en los prejuicios de las capas campesinas  más atrasadas como en el propio cansancio sembrado por años de guerra civil.

 

Guerrilleros en la encrucijada

 

El estancamiento de la lucha durante años, incluso décadas, permitió que el hastío penetrase en sectores de la propia guerrilla. Una capa de dirigentes comenzó a reflejar este hecho, pero no para sacar conclusiones revolucionarias, corregir errores, buscar en las ideas marxistas la única táctica capaz de combinar exitosamente la insurrección en el campo con el trabajo revolucionario paciente y sistemático en el movimiento obrero de las ciudades.  La caída del estalinismo favoreció el giro hacia la aceptación del capitalismo y la adopción de un programa reformista. Sectores importantes de las burguesías latinoamericanas, animados por el imperialismo, ofrecieron a algunos grupos guerrilleros la posibilidad de legalizarse como partidos y, en algún caso, de integrar incluso a parte de la guerrilla en el aparato estatal. Hemos visto hechos de esta naturaleza en los acuerdos de paz en El Salvador, Guatemala, con el M-19 colombiano o en Nicaragua tras la derrota de la revolución sandinista.
Esto, como es natural después de años de guerra civil, de muertes y penalidades, despertó inicialmente ilusión y esperanza entre amplios sectores de la guerrilla y de los trabajadores y campesinos. Pero, una vez más, el parasitismo de las burguesías latinoamericanas y las multinacionales está echando por tierra cualquier esperanza que pudiesen albergar los trabajadores. La reforma agraria sigue siendo inaceptable para los latifundistas. Pero también para los burgueses “demócratas”, cuyas inversiones e intereses siguen estrechamente vinculados a los de aquellos, aúnque  de cara a la galería critiquen sus excesos ultraderechistas. La democracia es una ficción y la miseria y la explotación siguen tan extendidas como en la más negra noche de las dictaduras.
A pesar de la timidez y moderación con que están formulados, los informes de la URNG sobre el cumplimiento de los Acuerdos de  Paz en Guatemala no pueden por menos que constatar que dichos Acuerdos no están suponiendo mejoras reales para los más humildes. Las políticas económicas y sociales que se están aplicando “hacen caso omiso  o contravienen abiertamente  los compromisos contenidos y firmados en los Acuerdos de Paz” (Informe acerca del cumplimiento de los Acuerdos de Paz, período mayo-agosto 97, 2ª edición, pág. 37 URNG).
Actualmente asistimos a un nuevo proceso de negociación en Colombia y se habla de una  reapertura del diálogo EZLN-gobierno en Chiapas. En ambos casos, los factores que empujan hacia un acuerdo son los mismos que ya hemos analizado en los casos citados, pero las dificultades también son las mismas o mayores.

 

¿Paz en Colombia?
 
Tras agotadoras décadas de lucha , y ausente una alternativa revolucionaria que acabe con el actual impasse, no es descartable que gobierno y guerrilla (o al menos un sector de ella ) suscriban algún tipo de acuerdo parecido a los alcanzados en otras zonas del continente. Pero, bajo el capitalismo débil y atrasado de estos países, no puede haber ninguna solución a los problemas de los campesinos y trabajadores, ni siquiera garantías políticas y económicas de reinserción para los guerrilleros.
Como analizaba Antonio Caba-llero, articulista de la publicación colombiana Semana: "No es que no quieran hacer la paz(…) la harían  si sólo les costase unos taxis para los reinsertados y una Constituyente más (…) pero si significa renunciar a seguir haciendo del país su exclusivo botín político y económico, entonces, a eso no están dispuestos" (Citado en El País, 11/2/99). Este es el factor fundamental que determinará a fin de cuentas los procesos en todo el continente. Aunque a corto plazo alcanzasen algún acuerdo o decidiesen seguir manteniendo vivas las negociaciones para evitar una ruptura, la tendencia en Colombia y en el resto de Latinoamérica será a una mayor inestabilidad y polarización social lo que implica, tarde o temprano, un resurgimiento guerrillero.
Pero incluso antes de que ese rebrote guerrillero tenga lugar hay importantes diferencias entre el proceso de negociación colombiano y otros anteriores. La primera, que las FARC tienen una posición incomparablemente más fuerte que otros grupos en el momento de abandonar las armas: dominan gran parte del país e incluso han amenazado varias veces el control de la capital. Esa es la razón de que EEUU esté intentando implicar a los países vecinos (Bolivia, Perú…) en una intervención imperialista encubierta de cerco a la guerrilla. Según como evolucionen las cosas en estos países vecinos en los próximos años ( en especial si se radicalizase el chavismo en Venezuela) la guerrilla colombiana podría verse incluso más reforzada.
Por contra, el Estado burgués colombiano está en una situación de debilidad y descomposición muy acusada que la crisis económica  está profundizando, aumentando las divisiones en el seno de la burguesía. La creciente oposición de la cúpula militar al proceso de negociación representa una espada de Damocles no sólo sobre la propia negociación sino sobre la estabilidad de la democracia burguesa en Colombia. La existencia de los paramilitares fascistas es otro escollo importante en el camino hacia el acuerdo. Financiados y organizados por el imperialismo USA y  la burguesía y vinculados a la oligarquía latifundista, los jefes paramilitares tienen intereses propios (ligados al narcotráfico y a la prolongación de la guerra civil) que los enfrenta al  "proceso de paz" y los empuja a exigir su parte en el pastel de la negociación.
A todo ello se une que las FARC ya vivieron durante los años 80 (tras un cese de actividad temporal y el abandono definitivo de las armas por el M-19) la brutal guerra sucia que masacró a manos del ejército y los fascistas a miles de militantes de ambos grupos guerrilleros y de organizaciones políticas legales como la Unión Patriótica (frente impulsado por las propias FARC). Muchos dirigentes guerrilleros podrían poner en una balanza lo que tienen actualmente y lo que pueden ofrecerles el imperialismo y la burguesía en este contexto (así como la experiencia de otros "procesos de paz") y concluir que dejar las armas es demasiado arriesgado.
Una ruptura de las negociaciones provocaría una agudización del conflicto que podría acabar en guerra abierta. En esa situación sería posible que las FARC pudiesen llegar al poder aunque, desgraciadamente, el principal obstáculo a que esto ocurra es su falta de una política marxista consecuente, que limita su programa al marco del capitalismo y a la formación de un gobierno pluripartidista “auténticamente democrático” renunciando incluso a acometer en las zonas que controlan las medidas de colectivización y revolución agraria que cimentaron las victorias de otras guerrillas.
Con todo, el imperialismo USA ve este riesgo de triunfo guerrillero y por eso, al tiempo que ha apoyado -sin demasiada convicción- las negociaciones, está interviniendo cada vez más directamente en la zona (con dinero, armas, "asesores", presiones a los gobiernos vecinos para que se impliquen…) bajo el disfraz de la "cooperación en la lucha antidroga". Si la guerra se radicaliza, intervendrán aún más directamente. Ya ha habido filtraciones sobre planes para el envío de tropas y posibles ataques aéreos. Lo más probable es que, debido a los efectos radicalizadores que tendría en toda Latinoamérica, y al menos mientras puedan elegir, intenten basarse en el ejército colombiano con apoyo "logístico" de otros gobiernos "amigos" y del propio imperialismo, pero la dinámica de la guerra los puede empujar a un callejón sin salida  y poner en jaque su control de todo el continente.

El volcán centroamericano

La transformación de grupos guerrilleros como la URNG guatemalteca o el FMLN salvadoreño en partidos políticos de masas ha tenido el efecto positivo de convertirlos en organizaciones que encuadran no sólo campesinos sino también a capas decisivas del movimiento estudiantil y de la clase obrera. En Nicaragua el Frente Sandinista dirige el principal sindicato, la Federación Nacional de Trabajadores (FNT), la federación estudiantil y el movimiento campesino. Desgraciadamente, la otra cara es que el grueso de dirigentes ha adoptado un programa reformista circunscrito en el mejor de los casos a la consolidación de la democracia, el aumento del gasto público y el desarrollo de un capitalismo nacional. En algún caso, aceptan incluso veladamente las privatizaciones y otras medidas similares.
Este giro a la derecha ha sido la causa principal de la derrota sandinista en las últimas elecciones o de la reciente debacle del FMLN en las elecciones salvadoreñas. La imagen moderada cultivada por Daniel Ortega o Facundo Guardado, sus guiños a los empresarios y la Iglesia, no aportaron ningún voto y desconcertaron y enfriaron a la base social obrera y campesina del sandinismo y del Frente Farabundo Martí. Pero esta situación no puede prolongarse mucho ya que choca con la realidad cotidiana que viven los jóvenes y trabajadores de cuyo apoyo se nutren estas organizaciones.
Como reacción a la orientación derechista, tanto en el sandinismo como en el FMLN o la URNG está desarrollándose un descontento por la izquierda que empieza a tomar forma en corrientes de oposición. El malestar social en todos estos países es enorme y se ha expresado ya en duras luchas estudiantiles y obreras, como las convocadas recientemente en Nicaragua, huelgas generales o en el apoyo electoral que llevó al FMLN a la alcaldía de San Salvador. Sólo la desorientación que siembran los dirigentes impide, por el momento, que se transforme en un movimiento revolucionario triunfante.
La enorme pobreza generada por la incapacidad del capitalismo en estos países, agravada aún mas por las secuelas del huracán Mitch, puede provocar como alertaba el gobierno dominicano una explosión social en cualquier momento. En esta república las multinacionales fruteras, tras la pérdida de la cosecha de este año, anunciaron el cierre inmediato de sus factorías y la eliminación de miles de puestos de trabajo; el resultado ha sido la convocatoria de una huelga general duramente reprimida. En USA varios políticos burgueses ya han exigido la repatriación de miles de inmigrantes centroamericanos llegados huyendo del Mitch y su estela de destrucción, algo que, de ejecutarse,  significaría una bomba de relojería para las débiles economías de la zona.
Si el movimiento de masas de la clase obrera al frente de las capas populares oprimidas no transforma la sociedad, veremos en estos y otros países del continente  más pronto que tarde  un resurgir de la lucha de guerrillas. Los campesinos, y especialmente los indígenas, sometidos a una miseria atroz, no pueden seguir esperando y el grito de rabia de la guerra campesina no tardará en volver hacerse escuchar.

 

¿Nuevos regímenes de bonapartismo proletario?

 

En la situación de crisis extrema que hemos comentado, y sobre todo cuando la descomposición del capitalismo sea especialmente evidente, no se puede descartar que nuevos grupos guerrilleros que surjan (o incluso algunos de los que hoy parecen debilitados) llegasen al poder, aunque los obstáculos en contra son incluso superiores al pasado. Podría ocurrir también que determinados gobiernos reformistas o populistas, bajo la presión de la lucha de clases, puedan verse empujados mucho más allá de sus intenciones iniciales. En el pasado, guerrilleros de procedencia ideológica democrático-revolucionaria en Cuba o militares e intelectuales nacionalistas de sociedades asiáticas y africanas especialmente atrasadas y casi en descomposición (como Afganistán, Siria, Etiopía, Birmania…) evolucionaron hacia la adopción de un discurso socialista e, incluso, hasta el establecimiento de economías nacionalizadas y planificadas.
La existencia del referente mundial representado por los países estalinistas fue un factor  determinante en esta evolución, pero no el único. Junto a ello tuvieron una incidencia decisiva la presión revolucionaria desde abajo de las masas y otros factores internos y externos ya comentados anteriormente: especialmente la incapacidad del capitalismo para desarrollar las fuerzas productivas y, vinculado a ello, el giro hacia la estatalización de la economía (crecimiento del sector público, gastos sociales, mayor intervencionismo) producido en todo el mundo entre finales de los años 40 y la crisis mundial del 73-74. La incapacidad de la economía de mercado para desarrollar estas sociedades y la evidencia de que incluso los países capitalistas más avanzados debían recurrir a elementos de intervención y planificación estatal mostraron el camino a estos regímenes revolucionarios. Los avances cosechados, frente a la ley de la jungla impuesta por las multinacionales, animaron a profundizar en las nacionalizaciones y romper definitivamente con el capitalismo.
Por eso, sin ser lo más probable a corto plazo, sigue habiendo posibilidades para el surgimiento de regímenes de economía planificada a partir del triunfo de movimientos guerrilleros e incluso de sectores nacional-populistas radicalizados. Esta posibilidad, indudablemente, se vería muy beneficiada por un giro hacia la economía planificada en la URSS, aunque no sólo en ese caso. Un giro hacia una mayor intervención estatal en un contexto de crisis económica y social aguda también podría favorecerlo.
Lo que está claro es que estos regímenes de economía planificada que no han surgido de la participación consciente y masiva de los trabajadores en la toma del poder, aunque suponen un paso adelante enorme que los marxistas apoyamos sin reservas contra cualquier ataque capitalista e imperialista, no pueden sustituir nunca a la revolución socialista dirigida por la clase obrera al frente de los campesinos y  pobres urbanos. En todos los casos en que se han dado, al no existir consejos o comités (soviets) de trabajadores, campesinos y soldados -elegibles y revocables democráticamente, surgidos de un movimiento revolucionario de las masas-, la dirección estatal de la economía se ha organizado burocráticamente por parte del aparato militar guerrillero o los oficiales revolucionarios, en colaboración con técnicos e intelectuales.  Este tipo de régimenes no son ni serán nunca auténticas democracias obreras.
En el pasado el resultado fue el establecimiento de Estados Obreros pero deformados burocráticamente a imagen de la URSS. Estos regímenes de bonapartismo proletario, por su propia naturaleza, acaban entrando inevitablemente en crisis ya que una sociedad genuinamente socialista sólo se puede construir con la extensión mundial de la revolución (especialmente a los países con economías más avanzadas) y mediante el control y la planificación democrática de la economía, que exige la participación de las masas en la toma de las decisiones. Cualquier intento de hacerlo de otro modo acaba conduciendo, antes o después, al colapso económico y el desencanto social.

 

Una alternativa marxista para Latinoamérica

 

En toda Latinoamérica, la contradicción entre el impulso de lucha que emerge de las fábricas y barrios y las vacilaciones de las direcciones políticas y sindicales del movimiento obrero no puede prolongarse indefinidamente. El rasgo más importante de la situación es que el péndulo ha empezado a desplazarse hacia la izquierda y el proletariado, a pesar de la enorme precarización de los últimos años, está recuperando la iniciativa. Un ejemplo: como resultado del ajuste, el 61,2 % de los obreros argentinos o está desocupado (20,1% de la población activa) o trabaja en la economía sumergida (22, 1%) o se encuentra subempleado. Esta desestructuración  tiene el efecto a corto plazo de atomizar y desorganizra a la clase pero no puede evitar su lucha masiva. Tras un tiempo, la niebla inicial de confusión y frustración se disipa y el brutal ajuste aplicado empuja inevitablemente a los trabajadores a movilizaciones masivas y muy radicales. En ultima instancia lo que da conciencia revolucionaria a los trabajadores de sus tareas son sus condiciones materiales de existencia.
Las luchas de Cutral-Có en Ar-gentina, son un buen ejemplo de cómo parados, pobres urbanos y jóvenes están siendo empujados a abandonar la postración a que condena el paro y echarse a la calle en las puebladas (auténticas intifadas a nivel de barrio, pueblo o comarca). Con pasos adelante y atrás, esta tendencia va a ir creciendo en el futuro.  Si en 1996 el grito de rabia de Cutral-Có era una excepción que anunciaba tiempos futuros, al año siguiente cuando volvieron a ocupar las calles ya no estaban sólos: otros muchos pueblos, otros jornaleros, parados, trabajadores y estudiantes tomaban las calles. Los estudiantes universitarios se movilizaban por la educación pública, los maestros protagonizaban una lucha ejemplar y otros sectores comenzaban a seguir su ejemplo. En los dos o tres últimos años hemos visto huelgas generales y durísimas luchas sectoriales en Argentina, Ecuador, Venezuela, Uru-guay, Perú, México, Brasil, Colom-bia, Nicaragua…
Los jóvenes, trabajadores y campesinos no pueden soportar indefinidamente la miseria y opresión y se han puesto en marcha. En muchos casos no tienen todavía claro lo que quieren: por qué programa luchar, qué táctica seguir; pero sí tienen muy claro lo que no quieren. Esto es natural, máxime viniendo de un período marcado por la falta de alternativas y la desorientación. Las masas sólo aprenden a través de la experiencia. Precisamente la tarea de las organizaciones debe ser la de, partiendo de esa experiencia, ofrecer alternativas que eleven el nivel de conciencia y conduzcan al movimiento obrero a la victoria.
Este proceso desembocará antes o después en la cristalización de una vanguardia (formada por los sectores de jóvenes, trabajadores y campesinos más combativos y conscientes) que irá viendo que junto a la lucha en la calle es necesaria una batalla ideológica por dotar a las organizaciones sindicales y políticas del continente de un programa socialista.
La oposición al giro de Ortega hacia los empresarios en el último congreso sandinista encabezada por varios dirigentes históricos es un síntoma de que algo se mueve. Estos sectores están lejos de haber sacado todas las conclusiones de las derrotas sandinistas y de luchar por un programa socialista pero reflejan la búsqueda de propuestas programáticas más a la izquierda. En Uruguay, la última convención del Frente Amplio (coalición de 22 organizaciones de izquierdas que amenaza la hegemonía política de los dos partidos burgueses), según informaba el periódico Resu-men Latinoamericano, ha visto un crecimiento importante del ala izquierdista: la llamada Corriente de Izquierdas tuvo 5.000 votos y los Tupamaros y otros sectores también subieron.
Sin embargo, los sectores más a la izquierda de las diferentes organizaciones obreras y populares del continente sólo podrán hacer frente con éxito a las presiones burguesas y a la derechización de los dirigentes reformistas con análisis y alternativas genuinamente marxistas.
Como defienden los marxistas mexicanos del PRD, agrupados en torno al periódico Militante, es imprescindible dotarse de una política de independencia de clase (rechazando cualquier pacto o ilusión en sectores de la burguesía) y un programa socialista que una la lucha por las reivindicaciones democráticas, como la reforma agraria, con medidas socialistas que nacionalicen las principales palancas económicas (la tierra, los bancos, las principales industrias y los monopolios multinacionales) poniéndolas bajo el control democrático de los trabajadores y los sectores oprimidos de la socieadad. Este es el único programa que puede ilusionar y unir en la lucha a obreros y campesinos y mejorar sus vidas acabando con la barbarie capitalista y el dominio imperialista.
El surgimiento de movimientos campesinos de masas que combinan métodos tradicionales del movimiento obrero como las asambleas o las manifestaciones masivas con la ocupación de tierras o la desobediencia civil, y en los que predomina una orientación izquierdista y transformadora (el principal ejemplo es el MST brasileño pero podemos encontrar movimientos parecidos en Ecuador,  Paraguay o México), además de otro síntoma de la nueva etapa que se ha abierto en la lucha de clases, es una confirmación de que esto es posible. La existencia de un movimiento campesino dirigido por la izquierda e influido por los métodos clásicos del proletariado representa  una ventaja cualitativa, respecto a otros momentos históricos, para la clase obrera en su lucha contra la burguesía y el imperialismo y facilita la tarea de atraer a los campesinos a la pelea por un cambio revolucionario de sociedad.   
Pero el factor decisivo para el éxito de la revolución latinoamericana sigue siendo la poderosa clase obrera y su dirección. La revolución sólo triunfará si existe una organización revolucionaria, forjada durante años en las ideas, métodos y táctica marxistas a través del debate y la intervención en la lucha de clases, que gane a la mayoría del movimiento obrero. Una organización arraigada firmemente en los partidos y sindicatos de clase y, que  con la bandera de Marx, Engels, Lenin y Trotsky, agrupe por encima de cualquier división nacional, racial o cultural a los jóvenes, trabajadores y campesinos que luchan por la transformación socialista de la sociedad en América Latina y en todo el mundo.

En América Latina, a más de una década de aplicación de las tristemente célebres políticas de ajuste estructural, se constata en la experiencia diaria, que aquéllas sólo profundizaron las malas condiciones de vida y de trabajo de las mayorías explotadas. En Bolivia, uno de los países más pobres del mundo, el desempleo y el subempleo aumentaron notoriamente; el salario real cayó de forma continúa y un ejército de hombres y mujeres desocupados llegaron a las ciudades, de las minas y del campo, para dilatar los barrios pobres2. Las calles  inundadas de niños trabajadores y de niños destruidos por la clefa, el crecimiento visible de la mendicidad en todas las edades, son sólo algunas de las manifestaciones de la barbarie del capitalismo que en su búsqueda incesante de acumulación destruye la fuerza productiva más importante, la fuerza de trabajo.

Una parte de la historia, que explica la situación que viven los explotados en  Bolivia, país minero desde épocas remotas, se halla en los derroteros por los que  transcurrió la reestructuración del sector minero desde 1985. Reestructuración  sustentada ideológica y políticamente por la burguesía minera mediana. Este pedazo de la historia social y económica de Bolivia llama a los latinoamericanos a reflexionar sobre  similares procesos que, cobijados en el limbo ideológico de la “globalización”, acaecieron en distintas latitudes de nuestro territorio. Reparar en las consecuencias sociales, políticas y económicas de estos hechos y en la necesidad imperiosa de transformar el estado de cosas existente, es la intención de este ensayo, que aunque meditado en un gabinete de investigación, se basa en testimonios de obreros y habitantes de poblaciones mineras.

 

Los ajustes a la crisis de la minería estatal en Bolivia

 

A fines de los años setenta y principios de los ochenta, la producción minera en Bolivia transitaba el período terminal de la minería estatal.  Durante más de tres décadas, el proceso de acumulación de capitales se había sustentado en la producción de este subsector3. Un conjunto de determinaciones económicas, políticas y sociales4 condujeron a la minería estatal a la imposibilidad de una acumulación ampliada de sus inversiones productivas5. Y si bien sangró recursos para fortalecer a la burguesía agroindustrial en el oriente boliviano y a la burguesía minera mediana, no se logró consolidar una clase dominante capaz de industrializar el país y de cumplir sus tareas históricas.      
Las tendencias del capitalismo central profundizaron la crisis de reproducción que enfrentó la minería estatal. Una caída sostenida de la demanda de estaño, debido a la sustitución de materiales tradicionales por otros, caracteriza el período6. La crisis del fordismo y la implementación de nuevas tecnologías, planteó la necesidad de utilizar materiales que redujeran la dependencia de la producción capitalista de materias primas tradicionales.
Sin posibilidades de industrializar el país, con el principal sector generador de divisas en crisis y una hiperinflación que refleja el grado de deterioro del modelo de acumulación capitalista sustentado en la minería estatal, la burguesía buscó  una salida al atolladero por la vía neoliberal, en consecuente asentimiento de las políticas propugnadas por el capital en el ámbito mundial.
La legitimación de los lineamientos de política económica y social neoliberales, se asentaron en un discurso abiertamente antiestatista. La excesiva intervención del Estado habría generado distorsiones en el funcionamiento del mercado, deformando las expectativas de los diferentes agentes económicos. La presencia estatal redujo el campo de acción de las fuerzas económicas privadas (Ramos 1987). En consecuencia, el proceso de privatización y “Capitalización” de la economía se convertía en la panacea que enmendaría errores y curaría todos los males, generando empleo y desarrollo, además de disminuir las desigualdades sociales y los altos índices de pobreza, característicos en estas latitudes. Más parece que no fue la panacea sino el ave agorera que anunció el inicio de un proceso de recrudecimiento de las contradicciones del capitalismo, soga corrediza  en la garganta de los explotados.  
A consecuencia de la aplicación de las medidas de contenido neoliberal, un contingente impresionante de fuerza de trabajo fue echada  del sector minero estatal a mediados de la década de los ochenta. Ex mineros deambularon por las ciudades con carpas de plástico como vivienda y míseras indemnizaciones  como esperanza de sobrevivencia, mientras se lograba conseguir trabajo nuevo. Irónicamente, el gobierno, entonces en manos de los mineros medianos, los llamó “relocalizados”. Constituyeron el saldo histórico que dejó el capital minero nacional en la búsqueda de revertir la crisis7.
Esta fuerza de trabajo encontró refugio en actividades no capitalistas de producción de bienes y /o servicios en las ciudades, otra parte se refugió en el subsector minero cooperativo y la minoría fue contratada por el sector minero mediano8, en la medida que se acomodaba a las novedosas reglas del juego.   
El crecimiento del desempleo y del  subempleo, luego de la aplicación de las políticas de ajuste, aumentó la sobrepoblación relativa, telón de fondo en el que se establecen las condiciones de compra venta de la fuerza de trabajo, favoreciendo el despotismo del capital.
De suerte que, a través de medidas violentas, legitimadas9, el capital ajustó la cantidad de fuerza de trabajo requerida a sus necesidades de valorización. La reducción de fuerza de trabajo vino aparejada a innovaciones tecnológicas, reproduciendo la tendencia secular del capital a incrementar relativamente más el capital constante en desmedro del  variable10. Las consecuencias de estos cambios se ilustran con las modificaciones del proceso productivo en dos  empresas capitalistas del subsector minero mediano, tal vez las más importantes  en este período histórico: “Inti Raymi” y Mina “Bolivar”11.

Concentración de capital minero e incremento de su composición orgánica

A unos 15 kilómetros de Oruro, siguiendo un dilatado camino que cruza transparentes parajes altiplánicos, se encuentra “Inti Raymi”, una de las minas de oro más importantes en Bolivia. De propiedad transnacional, con 85% de participación  canadiense en sus acciones  y un  tratamiento de  l9.000 a 20.000 toneladas de material al día, constituye una empresa minera mediana tipo.
Cerca al yacimiento y al ingenio, se alzan las ruinas de lo que fue “Chuquimia”, pueblo abandonado por sus habitantes, debido a la contaminación que produjo la explotación de la mina. Actualmente, sus  pobladores se han trasladado a un campamento del mismo nombre, construido con fondos propios y en parte otorgados por los dueños de “Inti Raymi”.     
Esta mina en funcionamiento desde los años setenta, originariamente de   propiedad nacional refleja la acelerada transformación que tuvo el sector minero en Bolivia para adaptarse a las condiciones establecidas a partir de mediados de los ochenta12.
El ajuste cuantitativo y cualitativo de fuerza de trabajo en la empresa, vino aparejado a una concentración masiva de medios de producción, en busca de incrementar la productividad del trabajo13. Se cambió la tecnología en el proceso de lixiviación del oro, de lixiviación en pilas a lixiviación en tanques de agitación que aminoró significativamente el tiempo de tratamiento y recuperación del oro, reduciéndolo de días a horas. Con el fin de alargar la vida útil de la mina, el capital transnacional financió una planta piloto para experimentar en bioxidación14, se logró óptimo resultado de recuperación del oro ya no sólo en óxidos (material a cielo abierto) sino también en sulfuros (material bajo tierra).
Mina “Bolivar” ubicada en un paraje desolado del altiplano, cercano a la ciudad de Oruro, rodeada por un caserío de pequeñas viviendas que cobijan a las familias obreras, cuenta con importantes reservas polimetálicas de plomo, plata y zinc. Su  explotación se privatizó a principios de los noventa, mediante un contrato de joint venture entre el Estado boliviano y los accionistas de COMSUR15. A partir de entonces, la empresa se dio a la tarea de poner en marcha importantes innovaciones tecnológicas, tanto en la fase de explotación y extracción del mineral como en la de beneficio.
El sistema de Level Stoping16 para la extracción de material mineralógico, redujo los costos laborales al elevar la productividad y disminuir la dependencia del capital respecto del trabajo, el método implementado permite el movimiento de grandes volúmenes de material en menos tiempo. El proceso de concentración de plomo y zinc, en la planta de mina “Bolivar”  se  automatizó  en un 90%, mejorando el porcentaje de recuperación de concentrados  y elevando la productividad del trabajo.
A medida que se producía la privatización de las condiciones y de los medios de producción de propiedad de la minería estatal (vía joint venture, alquileres, etc.)17, en cumplimiento a las disposiciones de la política neoliberal en marcha, se llevó adelante una concentración de capitales en el subsector minero mediano con  implementación de  tecnología de punta.

 

Ajustes a la explotación de la fuerza de trabajo del proletariado minero

 

La  formación de un importante contingente de fuerza de trabajo superflua, debido a los cambios tecnológicos, generó dos procesos contradictorios y complementarios dentro de la minería capitalista: alargó e intensificó la jornada laboral, debido a que la lógica en el uso de la fuerza de trabajo mostró dos tendencias: reducir la fuerza de trabajo empleada y hacer más productiva a la contratada.  
La explotación de la fuerza de trabajo con métodos arcaicos que recuerdan los  albores del capitalismo, se fue aplicando sin contemplación, con el amparo en las políticas de libre contratación y en el desbande del combativo proletariado minero18. Desbande producido, entre otras cosas, por la desintegración de la minería estatal.
El salario a destajo es uno de los métodos aplicados para extender e intensificar la jornada laboral. Los testimonios obreros denuncian el pago de este tipo de salario, reconocido según avance de rajadura en mina. Generalmente, el salario a destajo se combina con un salario por tiempo, bajo. Así se obliga al obrero a realizar sobrehoras para cubrir cierta medida de rajadura con el fin de aumentar su nivel salarial19. El resultado es la extensión e intensificación de la jornada laboral a 12 y hasta 14 horas de trabajo.
La intensificación del trabajo eleva su productividad al reducir el tiempo necesario dentro de la jornada laboral y en consecuencia, ampliar el tiempo de trabajo excedente, tiempo en el que se genera plusvalía. No es casual que la creciente centralización de capitales en el subsector minero mediano, vaya aparejada a la intensificación de la jornada laboral con reducción de personal; de esta  forma, el obrero produce el equivalente al valor de su salario en menos tiempo que antes, de modo que se da un incremento en la duración del trabajo excedente. Por otra parte, el alargamiento de la jornada laboral extiende de manera absoluta el tiempo dedicado a la producción de plusvalía, ambas tendencias enclavadas en la lógica de producción del capital minero, intensifican la explotación de la fuerza de trabajo extrayendo plusvalía absoluta y relativa20.
La subcontratación de fuerza de trabajo, a través de un intermediario que oficia de contratista, es otro de los métodos ejercidos para ampliar el tiempo de trabajo dedicado a la valorización del capital. Dicho método resulta ser uno de los más aplicados por la minería mediana para reducir los obreros de planta y la inversión en capital variable. Los subcontratados son obreros temporales sin seguridad alguna en el trabajo ni reconocimiento a beneficios sociales, es fuerza de trabajo intermitente, que el capital toma y deshecha cuando requiere, de aquí se deduce que es fuerza de trabajo dispuesta a reproducirse en condiciones de sobreexplotación21. Los testimonios obreros hablan de la proliferación de esta forma de utilización de fuerza de trabajo en esas latitudes de soledad y olvido que constituyen los campamentos mineros.
Los contratos eventuales que no lleguen a los 90 días, para que la parte patronal no esté obligada a reconocer antigüedad ni indemnizaciones, se cuentan entre las  formas de utilización de fuerza de trabajo en la minería mediana. Con este tipo de contrato se produce despido y recontratación intermitente cada 88 días, los obreros ni siquiera tienen duodécimas para cobrar aguinaldo a fin de año.
Las condiciones del mercado laboral perfiladas por la política económica neoliberal y los cambios tecnológicos, consiguieron además, ajustar los grilletes con los que el trabajador está atado a las necesidades de acumulación del capital  minero. Una disciplina férrea, cuyos métodos son hasta anecdóticos, como la aplicación de alcoholímetros22 a la entrada de la mina, ilustran claramente que  a la hora de controlar el tiempo y la calidad del trabajo, el capital no mide ni escatima recursos. La tendencia a recortar el tiempo dedicado al “pijcheo” de coca, antes de iniciar una jornada de trabajo23, práctica ancestral de la cultura andina, se cuenta también entre las formas de ajustar el tiempo dedicado a actividades que no se ligan directamente al proceso productivo. La falta de oportunidades de trabajo y el subempleo creciente, explican el temor de los obreros a la pérdida del puesto de trabajo y la sumisión a disposiciones   patronales que lindan en el despotismo.      
Pero la “hambruna” de plustrabajo no se detiene, el capital minero retribuye la   fuerza de trabajo por debajo de su valor. Si en el valor de reproducción de aquélla  no sólo cuenta el salario directo, sino también otros componentes como beneficios sociales, bonos, primas, servicios de salud y de educación, éstos fueron reduciéndose paulatinamente en el lapso de mediados de los ochenta a esta parte. Los años posteriores a la revolución de abril de 195224 hasta 1985, se caracterizan por el reconocimiento de bonos de sobreproducción, primas semestrales y anuales, pulpería subvencionada. En salud se prestaban servicios médicos en las distintas especialidades, la invalidez por accidente de trabajo se reconocía con 30% de discapacidad; las mujeres trabajadoras tenían derecho a períodos post y prenatales; las escuelas estatales eran dotadas de material escolar y desayuno para los niños, etc.
Con el recorte de estos beneficios25, el capital logra ahorrar sustancialmente en costos laborales, a la vez que al valorizarse a costa de una parte del tiempo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo, destruye una de las fuerzas productivas más valiosas. Tanto el obrero como su familia se reproducen en condiciones de sobreexplotación: menos alimento, menos salud y menos educación. Esta es una manifestación del carácter reaccionario del capitalismo en la actualidad, su incapacidad para reproducirse en condiciones medias de explotación de la fuerza de trabajo y su necesidad inmanente de apropiarse de una parte del tiempo de trabajo necesario dedicado a la reproducción de aquélla.

 

La desnacionalización en el proceso de concentración de capitales  en la minería boliviana

 

La creciente concentración de capitales, mediante la aplicación de tecnologías de punta al proceso productivo, en el marco establecido por el neoliberalismo, mostró sus particularidades. Las nuevas inversiones fueron protagonizadas por el sector privado; para que éste se involucre en la carrera tecnológica, el Estado como administrador de los intereses de la clase dominante,  fue creando  condiciones favorables. Al margen de  las generadas para  la explotación de la fuerza de trabajo, desde el plano superestructural, un nuevo Código de Minería se puso en vigencia, con la finalidad de dar más apertura a la participación del capital  privado sea este nacional y/o extranjero26; la liberalización en la comercialización y tenencia del oro, incentivo a la empresa privada, que hasta 1995 destinó el 40% de sus inversiones a la exploración del metal precioso. La realización del objetivo de privatización de las condiciones y medios de producción en el sector, cambió cualitativamente las relaciones sociales de propiedad, en 1993 el 86% de las inversiones provenían del sector privado y sólo el 14% constituía inversión estatal.
La burguesía minera nacional, la más importante en Bolivia, por el carácter minero exportador del país, así incluso minúscula en sus posibilidades de respuesta a los requerimientos que las condiciones históricas exigían, para enfrentar la crisis y sanear los procesos de acumulación de forma independiente. Recurrió a la desnacionalización de las acciones mediante un cúmulo de formas de sociedad con capitales transnacionales27. La pretensión de desarrollar una burguesía nacional fuerte quedaba en el olvido, la ley del desarrollo desigual del capitalismo a nivel mundial se imponía y demostraba que, para los países atrasados, el cumplimiento de las tareas democrático - burguesas, y en esta medida, el desarrollo económico y la mejora de las condiciones de vida miserables en que se reproducen hombres y mujeres, no pasaba ya por los senderos del capitalismo, éste, “remozado” en su versión neoliberal, mostraba su mueca amarga. Mueca que ni siquiera los discursos edulcorados de “economía social de mercado”, “alivio de la pobreza” y otros por el estilo lograron camuflar.
De manera evidente el sector minero salió de la crisis de acumulación en que se encontraba, para esto tuvo además que dar un viraje estratégico de diversificación  en relación a las materias primas explotadas. El estaño, el “metal del diablo”, como se le llama en el país, dejó de ser demandado por el mercado internacional, las nuevas tecnologías requerían otro tipo de materiales. Se inició un corto pero significativo periodo de auge del oro y repuntó la explotación de plomo, plata y zinc.  
En esta tarea llevó la batuta el sector minero mediano transnacionalizado que cubre la mayor proporción de volúmenes y valores de producción28 desde fines de los años ochenta a los noventa. La inflexión que cambia la tendencia hacia la recuperación del sector se produce entre 1987 y 1988, a tres años de aplicación de las medidas de ajuste estructural. El sector había enfrentado tasas de crecimiento negativas entre 1982 y 1987. En 1987 aparece la primera tasa positiva de crecimiento que constituye el indicador elocuente de que la tendencia negativa se revierte y, hasta 1996 el sector crece; de una tasa de crecimiento de -25.90 en 1986, se pasa a una tasa de crecimiento de 32.96% en 1988.
Cabe recalcar que el crecimiento se concentra en el sector capitalista, que de minería mediana, pasa a constituirse en gran minería. De participar apenas en el 20% de las exportaciones de minerales en 1980, en 1988 el sector minero privado pasa a participar en 45%. Para 1996 el proceso de privatización se cristaliza definitivamente, sólo la minería mediana compone el 56% del valor de las exportaciones y junto a la minería cooperativizada y chica llegan al 80% de las mismas, en diez años la situación se ha revertido (Muller y Asociados 1988, 1996).
Pese a que las exportaciones tendieron a diversificarse, entre mediados de los ochenta y los noventa29, es notorio que el sector minero sigue siendo uno de los rubros de exportación más importantes y, a pesar de las peroratas de industrialización del país por medio de la liberalización de la economía, los rubros evidentemente significativos en la inserción de Bolivia al conjunto de la economía mundial, son todos de carácter primario (minerales, hidrocarburos y productos agrícolas), productos que componen en 1997 el 85% de las exportaciones nacionales (UDAPE 1998).

 

Los ajustes esenciales en el proceso de concentración del capital minero

 

El discurso ideológico de la burguesía, atribuyó el repunte del sector minero a la mayor eficiencia de la gestión privada y en esta medida a las “bondades” del proceso de privatización y penetración del capital extranjero que apadrinaba el neoliberalismo. En el plano fenoménico, tendríamos que darles la razón; pero la verdad no se construye sólo con la apariencia sino también con el aspecto  esencial de hechos.
Desde el atribulado marxismo, la verdad, como realidad concreta, es unidad de forma y esencia (Kosic). El repunte del sector minero en Bolivia y la recuperación de su proceso de acumulación, aspecto fenoménico, desde sus determinaciones esenciales, tiene entre sus contenidos los siguientes.
La crisis de reproducción del proceso productivo minero en su esencia es crisis de las determinaciones que influyen en su proceso de creación de valor y de valorización. El cambio en las relaciones sociales de propiedad sobre los medios  y condiciones de producción abre el espacio al capital privado, que en el marco histórico existente, constituye el protagonista del ajuste a las determinaciones esenciales del proceso de trabajo, proceso de creación de valor y de valorización30.
La primera determinación del proceso productivo que se ajusta es la fuerza de trabajo, la contradicción entre el valor de uso de la misma y su valor de cambio, se manifiesta como expulsión de gran cantidad de fuerza de trabajo, su valor de uso se vuelve superfluo para la valorización del capital minero, de ahí que no puede transformarse en valor de cambio y debe buscar otros mecanismos de inserción para reproducirse como fuerza de trabajo.  
El segundo ajuste es el de los medios de producción utilizados en el proceso productivo. Se busca elevar la composición orgánica del capital, con una fuerte concentración de inversión en tecnología de punta, para aumentar la productividad del valor de uso de la fuerza de trabajo, hacer que el valor dé cabida a mayor cantidad de valores de uso en un mismo lapso dentro de la jornada laboral.  Mediante la manipulación de estas dos determinaciones se disminuye el costo en capital variable y la posibilidad siempre latente de enfrentar serios conflictos sociales con los trabajadores.
La reversión de la crisis a través de la concentración de capital constante y ajuste al capital variable, amplía las subsunción del valor de uso de la fuerza de trabajo  a las necesidades de valorización del capital minero, en la medida en que aumenta el ejército industrial de reserva, manifestación fenoménica de la contradicción esencial entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. El capital abarata el valor de cambio de la fuerza de trabajo, incluso la retribuye por debajo de su valor de reproducción promedio, a la vez que intensifica su uso, con estos métodos alarga el tiempo de trabajo excedente y reduce el tiempo de trabajo necesario; es decir, aumenta el tiempo dedicado a la producción de más valor, de plusvalía. La existencia de gran cantidad de fuerza de trabajo desempleada y subempleada se convierte en palanca de valorización y acumulación del capital.
El proceso de concentración y acumulación de capitales no sólo se viabiliza a través del cambio en las relaciones sociales de propiedad sobre los medios y las condiciones de producción, sino que se efectiviza mediante la penetración creciente de capital externo. La contradicción entre el proceso de concentración y centralización de capitales y las fronteras de los estados nacionales; es decir, entre el desarrollo de las fuerzas productivas (tendiente a la expansión de la concentración y acumulación capitalista) y las relaciones sociales de producción (propiedad privada sobre los medios de producción), se resuelve desde el plano superestructural con la legitimación de mecanismos legales que faciliten la penetración del capital externo. Así la contradicción entre la necesidad de dotar al proceso de producción capitalista de valores de uso (medios de producción), aptos para su valorización y la insuficiencia de valor acumulado en el país, la minería mediana la resuelve con la aplicación de los contratos de riesgo compartido (joint venture) o con la venta de acciones.
Estos ajustes en las determinaciones esenciales del proceso de generación de plusvalía, son los que nos permiten explicar la recuperación del sector minero. Desnacionalización, privatización, concentración de capital constante, sobrexplotación del capital variable junto a su disminución relativa constituyen no sólo mecanismos de recuperación del sector, sino también los linderos por los que se verifica el desangre de los recursos naturales y sobre todo el tributo de plusvalía generada por el sobretrabajo de los obreros bolivianos a los procesos de valorización y acumulación del capital transnacional.
No hay duda que todo enfoque de política económica y social para revertir las crisis crónicas del capitalismo, tienen su contenido de clase, en el caso del sector minero de Bolivia, el contenido de clase burgués de los métodos aplicados para la recuperación de la crisis del sector, significó que la privatización y desnacionalización de las condiciones de producción generen mayor desempleo, sobreexplotación de la fuerza de trabajo de los obreros y serios daños ecológicos en las regiones mineras, allá cerca a “Inti Raymi” una dirigente campesina decía: “Aquí ya no crece ni el pasto y cuando nuestros animales comen estas yerbas se hinchan y mueren, de la mina sale el veneno que arruina el suelo y los pastos, de qué vamos a vivir…” (Testimonio de una dirigente campesina, 1998).  
Es una certeza histórica que, de seguirse imponiendo la perspectiva de clase de la burguesía en la solución de los problemas que enfrentan los que están del otro lado del camino, pronto no habrá de qué vivir. Salvar a la humanidad y a la naturaleza de la barbarie, significa y exige la construcción de una sociedad sin clases. Discursos y medidas de toda gama, vertidos y aplicadas por la clase dominante, no son más que cantos de sirena y malabarismos en el vendaval de la desocupación y el hambre que acorrala a la mayor parte de los “ciudadanos del mundo”.

 

Cochabamba, 15 de marzo de 1999

Los hechos reseñados por la historia como la Guerra de los Esclavos o la Guerra de los Gladiadores sucedieron entre los años 73 y 71 antes de Cristo.

 

“Toda la historia de la sociedad humana, hasta el día, es una historia de lucha de clases.
Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes.
En los tiempos históricos nos encontramos a la sociedad dividida casi por doquier en una serie de estamentos, dentro de cada uno de los cuales reina, a su vez, una nueva jerarquía social de grados y posiciones. En la Roma antigua son los patricios, los équites, los plebeyos, los esclavos....”
El Manifiesto Comunista, K. Marx y F. Engels

 

La edición en castellano del libro de Arthur Koestler (Budapest 1905 - Londres 1983) nos acerca al conocimiento de la rebelión de los gladiadores y esclavos huidos de sus amos, que formando un pavoroso ejército encabezado por Espartaco, hicieron temblar a la legión imperial romana, sirviendo de inspiración al movimiento marxista internacional, como demuestra la formación de la “liga espartaquista” en los años de la oposición marxista de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, en el partido socialdemócrata alemán.
El mosaico de la república romana nos es presentado en el prólogo a través de los pensamiento del primer escriba del Tribunal del Mercado, Quinto Apronius. Sale a la calle y a la vista de un grupo de trabajadores, esclavos municipales, piensa:
“Los tiempos se vuelven cada vez más amenazadores. Apenas han pasado cinco años desde la muerte de Sila y el mundo ya está descarriado. Sila, ése sí que era un hombre, sabía  cómo mantener el orden, cómo someter al populacho con su puño de hierro. Le había precedido un siglo entero de inestabilidad revolucionaria: los Graco con sus demenciales planes de reforma, las espantosas rebeliones de esclavos en Sicilia, la amenaza de la multitud desenfrenada cuando Mario y Cinna armaron a los esclavos de Roma y los empujaron a luchar contra el gobierno de la facción aristócrata. Se tambalearon los cimientos de la civilización mundial: los esclavos, esa gentuza hedionda y brutal, amenazaban con tomar el poder y convertirse en los señores del mañana. Pero entonces llegó Sila, el salvador, y decapitó a los revolucionarios más importantes y obligó a los cabecillas de la facción popular a exiliarse en España. Abolió la distribución gratuita de cereales y otorgó al pueblo una nueva y severa constitución que debería haber durado miles de años, hasta el final de los tiempos. Pero por desgracia los piojos invadieron al gran Sila y lo devoraron.
Sólo han pasado cinco años, y sin embargo ¡qué lejanos parecen aquellos días felices! otra vez el mundo está amenazado y conmocionado, otra vez hay cereal gratis para holgazanes y gandules, mientras tribunales populares y demagogos pronuncian una vez más sus espeluznantes arengas. Privada de un líder, la nobleza transige, vacila, y el populacho vuelve a alzar la cabeza”.

 

La rebelión

 

La necesidad obligó a la rebelión  del inmenso rebaño de fatigados esclavos que habían sido tratados más despiadadamente que las bestias de carga, reclutados de las más diversas tribus, rebajados y degradados por el constante abuso, por tener que trabajar en cuadrillas encadenados bajo el látigo, obligados a combatir hombre contra hombre y contra bestias en la arena, llenos de rabia, de deseo de venganza, y desamparados, siempre listos para la insurrección violenta.
El ejército de esclavos marchó sobre la adorada, bendita región de Campania; tan antiguo como sus colinas era el conflicto sobre su control por ser el granero de las legiones, el más preciado tesoro nacional.
Desde los tiempos de Tiberio Graco (130 a.JC.), los patriotas habían intentado liberar al país del dominio de los grandes terratenientes y repartirlo entre la gente sin tierras, pero fueron ahogados, golpeados o apedreados hasta morir y los usureros y especuladores regresaron. La aristocracia chupaba la sangre a los granjeros y pequeños arrendatarios, los expulsaba, les compraba las tierras, les arrebataba toda posibilidad de progreso. Así, los campesinos fueron reemplazados por los grandes terratenientes y los trabajadores libres por los esclavos, cuyo número crecía con cada guerra. No había alternativa. Pandillas de granjeros expulsados atestaban los caminos, se dedicaban al robo, se escondían en las montañas.
El rumor se extendió a lo largo y ancho del territorio de Campania: cuando el sol estaba alto y el demonio del mediodía acechaba los campos e inspiraba pesadillas a los capataces dormidos, granjeros y esclavos se sentaban a hablar de los bandidos. No eran bandidos vulgares, sino gladiadores. Campania nunca había visto nada igual. Y los rumores, que cruzaban las tierras con mayor rapidez que el mensajero más veloz del Senado, mencionaban la victoria de la horda de esclavos sobre las legiones romanas. Cuanto mayor era la distancia del lugar de los hechos, más imaginativas y gozosas se volvían las anécdotas, y así como un remolino en el agua ignora la forma de la piedra que lo creó, la leyenda había olvidado al improvisado ejército del calvo pretor, incapaz de enfrentarse a un grupo de bandidos harapientos y roñosos gladiadores; el rumor sólo contaba que Roma había sido vencida y que los vencedores eran esclavos, pero aún decía más, hablaba del adversario, un héroe alto vestido con una piel que acogía a pobres y oprimidos en su vengativa horda.
Las páginas que describen la rebelión de los esclavos y su marcha a través de las regiones, atrayendo como un imán a todos los oprimidos, inspiran a todos los luchadores.

 

El Estado del Sol

 

“Necesitamos una ciudad, -dijo Espartaco- pero no sólo una ciudad, sino muchas, una fraternidad de ciudad de esclavos, en las que no habrá esclavos.
-¿Por qué los fuertes deben servir a los débiles? ¿Por qué los duros deben servir a los blandos, por qué la mayoría debe servir a unos pocos? Custodiamos su ganado y sacamos al ternero sangrante de las entrañas de su madre, aunque no se trate de nuestro rebaño. Construimos estanques donde nunca podremos bañarnos. Nosotros somos la mayoría y estamos obligados a servir a unos pocos. Explicadme porqué.
Somos la mayoría -dijo Espar-taco- y si les hemos servido es porque estábamos ciegos y no buscábamos razones, pero ahora que empezamos a hacernos preguntas, han dejado de tener poder sobre nosotros. Os lo aseguro, en cuanto nosotros comencemos a buscar razones, ellos estarán acabados y se pudrirán como el cuerpo de un hombre a quien han arrancado los brazos y las piernas.
Os lo repito, necesitamos esas ciudades amuralladas, cuyos muros nos protejan... no tenemos máquinas de sitio y las murallas no caen por sí solas. Sin embargo, acamparemos frente a ellas y a través de todas sus puertas o rendijas, enviaremos mensajes a los siervos del interior, repitiendo nuestro mensaje una y otra vez hasta que llegue a sus oídos: ‘Los gladiadores  quieren preguntaros por qué los fuertes deben servir a los débiles, por qué la mayoría debe servir a unos pocos’. Estas palabras caerán sobre ellos como una lluvia de piedras de las más poderosas catapultas, los siervos de la ciudad las oirán y alzarán sus voces para unir su fuerza a la nuestra. Entonces ya no habrá murallas”.

 

¿Podían vencer los esclavos?

 

La República romana parecía transpirar riquezas por todos sus poros y, sin embargo, estaba condenada a la destrucción. Ahora bien, ¿podría el ejército de esclavos y oprimidos derribarla?
A. Koestler nos recuerda lo que Marx señaló sobre el encarecimiento de la producción basada en la esclavitud:
“Aquí, para emplear la feliz expresión de los antiguos, el obrero sólo se distingue del animal y de los instrumentos muertos, en que el primero es un instrumentum vocale, mientras que el segundo es un instrumentum semivocale y el tercero un instrumentum mutum. Por su parte, el obrero hace sentir al animal y a la herramienta que no es un igual suyo, sino un hombre. Se complace en la diferencia que le separa de ellos a fuerza de maltratarlos y destruirlos pasionalmente. Por eso en este régimen de producción impera el principio económico de no emplear más que herramientas toscas, pesadas, pero difíciles de destruir por razón de su misma tosquedad. Así se explica que, al estallar la guerra de secesión americana, se encontraron en los Estados de esclavos, barridos por el Golfo de México, arados de viejo tipo chino, que hozaban la tierra como los cerdos o los topos, pero sin ahondar en ella ni volverla”.
Debido al elemento bárbaro que constituía la mayoría de ellos, eran incapaces de derribar el poderoso sistema del Estado y de establecer uno nuevo, aunque entre ellos, algunos espíritus individuales hubieran perseguido esa ambición (Espartaco dijo: “unos llevan una ira enorme y justa en sus corazones, los otros sólo tienen los estómagos llenos de mezquina voracidad”). La única clase de liberación que ellos podían alcanzar no podía ser derribando la sociedad existente, sino escapando de ella, introduciéndose en las clases criminales, en el bandolerismo, cuyos números continuamente crecían, o traspasando las fronteras para unirse a los enemigos del imperio.
Y paralelamente a todos éstos había también multitudes de miles de ciudadanos libres y de esclavos libertados, numerosos restos de campesinos empobrecidos, arrendatarios arruinados y expulsados, miserables artesanos urbanos y, finalmente, el lumpenproletariat de las grandes ciudades, con la energía y la propia confianza del ciudadano libre que sin embargo había llegado a ser económicamente superfluo en la sociedad, sin hogar, sin un sentido de seguridad, dependiendo absolutamente de las migajas que los grandes señores les arrojaban movidos por la generosidad, por el terror o por el deseo de paz.
Así se anidó un odio violento de clase de parte del pobre hacia el rico, pero este odio de clase era completamente diferente al del moderno proletario. Toda la sociedad del presente está basada en el trabajo del proletariado. No tiene éste nada más que dejar de trabajar para que la sociedad caiga hecha pedazos.
La oposición entre el capitalista y el proletariado tienen lugar hoy en la factoría, en el taller; la cuestión es: ¿quién controlará el producto del trabajo, el propietario de la fuerza de trabajo o el propietario de los medios de producción? La lucha envuelve a toda la sociedad; es una lucha para establecer un modo superior de producción, en lugar del existente.
El antiguo proletariado, empobrecido, deseaba una parte en los disfrutes del rico, una diferente distribución de los beneficios, no de los medios de producción, un saqueo del rico, no una alteración en el modo de producción.
Todavía menos podían los campesinos y los artesanos pensar en tratar de instalar un modo superior de producción. Estaban tan estrechamente relacionados con el lumpenproletariat y las aspiraciones de este último les eran tan halagadoras, que ellos tampoco tenían otro deseo o ambición que los de estos proletarios empobrecidos: una vida sin trabajo, a expensas del rico, un comunismo por medio del saqueo al opulento.
La sociedad romana, al final de la República y durante el Imperio, presenta, inmensas oposiciones sociales, muchos odios de clase y muchas luchas de clase, insurrecciones y guerras civiles, un deseo ilimitado de una vida diferente y mejor, así como la abolición del orden social existente. Pero no muestra que se haga ningún esfuerzo en el sentido de introducir un nuevo y más elevado modo de producción.
Los requisitos previos, morales e intelectuales, para semejante movimiento, no se hallaban presentes; ninguna clase poseía el conocimiento, la energía, el conocimiento del trabajo, requeridos para ejercer presión efectiva en la dirección de un nuevo modo de producción, faltando también los requisitos previos materiales, sin los cuales aun la idea de tal cosa no podía surgir.

El programa revolucionario de los gladiadores

A. Koestler nos inquieta con el problema básico de la ética revolucionaria, en las páginas dedicadas a la “ciudad del sol”: la ley de los desvíos para justificar “el socialismo en un sólo país”... ¡Con qué claridad nos muestra los caminos hacia el precipicio de la Ley de los desvíos que tiene perversas reglas propias, en el momento histórico del ascenso del estalinismo! En la entrada de la ciudad del sol, se alzaban las cruces de aquellos que no obedecían la ley: pero si tenemos que elegir un pasaje para ver la renuncia a extender la revolución, nos quedamos con la alianza y firma del tratado entre los de la ciudad del sol y la ciudad de Turio: “Los soldados de Espartaco no se acercarían a la ciudad. Además Espartaco dejaría de instigar a la rebelión a los esclavos de Turio en cuanto esta alianza se hiciera efectiva.”
Espartaco estableció, en la ciudad del Sol, los principios básicos del comunismo primitivo: ningún hombre acosará u oprimirá a su vecino, nadie estará al servicio de nadie pues todos servirán a la comunidad, cada uno realizará el trabajo apropiado a su fuerza y capacidad.
“Sabemos -exclama Plinio en su Historia Natural- que Espartaco prohibía a todos en su campamento poseer oro o plata. ¡Cómo nos sobrepasan en grandeza de espíritu nuestros esclavos huidos! El orador Mesala escribe que el triunviro Antonio había hecho uso de vasijas de oro para sus más bajas necesidades personales ... Antonio, que así degradó el oro, haciéndolo la cosa más baja de la naturaleza, habría merecido el ser declarado un proscrito. Pero sólo un Espartaco hubiera podido proscribirlo”.
Espartaco quería una ciudad amurallada, regida por sus propias leyes, y sus ciudadanos no se verían afectados por la ley y el orden del mundo exterior. Sin embargo, desde el momento mismo de su fundación, la ciudad se vio atada al sistema imperante por miles de hilos, atrapada en su red de forma invisible pero inexorable.
Y así en vista de que los siervos de Italia no se rebelaban y de que los aliados de Espartaco no habían llegado a tierras italianas, los habitantes de la ciudad de los esclavos se quedaron solos frente a un mundo hostil.
Y así detenidos en el reino de la necesidad, aquellos que habían decidido vivir como humanos fueron obligados a convertirse en lobos, y por ello a luchar como fieras en un combate bárbaro frente a una república condenada al fracaso pero poderosa frente a ellos.
Y aquí nos detenemos en el momento en que Craso (el banquero) explica al joven Catón, la política económica de Roma con una sarcástica terminología marxista.
Craso dice: “La República se ahoga en el vicio y la intemperancia. Y sabes cual es la causa de este libertinaje?
- El alejamiento de la humanidad de las virtudes naturales, respondió el joven. Perdona -dijo Craso- pero la causa de la depravación moral es la depreciación del arrendamiento del suelo y el descenso de las exportaciones. Yo te explicaré la relación entre una cosa y otra.
Si observas el balance general de las cuentas del Estado romano, descubrirás que en el mundo comercial estamos representados sólo por dos artículos de exportación: a) vino y b) aceite. Sin embargo, importamos productos de todo el mundo, desde cereales a mano de obra, o sea esclavos, y todos los artículos de lujo que saturan el mercado. ¿Cómo crees que paga Roma este exceso de importación?
- Supongo que con dinero, o sea con plata, dijo Catón. Te equivocas, respondió Craso. En Italia no hay minas de plata. El gran truco del Estado romano es recibir productos de sus colonias sin pagar por ellos. Eso significa, por ejemplo, que todo lo que nuestros desgraciados súbditos asiáticos exportan a Roma se acredita a sus cuentas de impuestos. En otras palabras, lo recibimos todo a cambio de nada, y por extraño que parezca, ésa es la causa de nuestra decadencia, pues a los burgueses romanos ya no les conviene fabricar objetos, los granjeros no pueden ofrecer precios tan bajos como los del trigo importado y los artesanos no pueden competir con la mano de obra barata de los esclavos. Por esa razón, la mitad de la población libre de Italia está desempleada y hay dos veces más esclavos que burgueses. Roma se ha convertido en un estado parásito, “el vampiro del mundo”, como el trabajo ya no tienta a nadie en Italia, tampoco desarrollamos nuestros medios productivos.
El equipamiento agrícola de los bárbaros galos es técnicamente superior al nuestro, y en casi todas nuestras provincias la industria ha evolucionado mucho más que aquí. Lo único que somos capaces de crear son máquinas de guerra o de juegos. Si por cualquier razón se paraliza el suministro de trigo del exterior, sobrevendría una época de hambre y rebeliones, como ocurrió hace dos años. Sin embargo, con el sistema actual de importación, nos ahogamos en trigo, y una buena cosecha se convierte en una maldición para el agricultor, que tiene que vender su campo y marcharse a la capital a recibir por caridad el cereal que ya no puede producir con su trabajo. ¿No te parece una situación descabellada?”.
En el epílogo, A. Koestler nos muestra los pensamientos del primer escriba del Tribunal, que en la oscuridad de su habitación, oye unos pasos rítmicos y apagados en la calle; son los esclavos de la construcción que vuelven de trabajar, le parece ver sus caras lúgubres, desdichadas, los grillos en sus muñecas, y entre ellos, imagina ver al hombre de la piel con una mirada altiva, furiosa, y una espada en la mano, aunque sabe que el esclavo tracio lleva muerto más de un año; inspirará nuevas luchas porque, la vida es breve, y si vivimos, vivimos para marchar sobre la cabeza de los reyes.

“Los Balcanes, polvorín de Europa, se ha dicho a menudo; pero ¿no es la misma Europa quien ha colocado una gran parte de los explosivos?”

René Ristelhueber

“Los pueblos balcánicos podrían decir, como lo hacían en la antigüedad nuestros siervos: ‘Que Dios nos libre, más que de todas las tristezas, de las iras y del cariño de los señores’. La intervención de las ‘potencias’ de Europa, tanto la hostil como la supuestamente amistosa, significa únicamente para los campesinos y obreros balcánicos nuevos impedimentos y trabas de todo género al libre desarrollo, que vienen a sumarse a las condiciones generales de la explotación capitalista”.

Lenin

 

Históricamente, la península balcánica ha sido la zona enferma de Europa. La intrincada mezcla de pueblos, etnias, religiones y tradiciones en un mismo espacio, y las feroces luchas que han desatado entre sí, han facilitado a los grandes medios de comunicación de Europa Occidental (controlados por la clase dominante) la creación de un tópico: los Balcanes son una zona ingobernable, sus pueblos tienden al enfrentamiento sectario, al veneno chovinista, y sólo los países avanzados del capitalismo, como Estados Unidos y los de la Unión Europea, pueden imponer la convivencia. Tópico muy útil para justificar la intervención imperialista en Bosnia-Herzegovina y, especialmente, el criminal bombardeo de Yugoslavia y la ocupación militar de Kosovo.
Esos mismos medios burgueses tienen bastante que esconder. Esconden el carácter progresista de la lucha de liberación de estos pueblos frente a la dominación turca, en el siglo XIX. Esconden también que fueron las potencias (el Imperio Otomano, Alemania, Austria-Hungría, Rusia, y también las muy civilizadas y burguesas Francia y Gran Bretaña) quienes potenciaron, exactamente igual que ahora, y en connivencia con la casta monárquica, clerical y militar (y con la burguesía de la zona), el enfrentamiento entre los diferentes pueblos, siendo los responsables de las tensiones entre serbios y croatas, búlgaros y griegos, o griegos y albaneses. Esconden, por último, que también en sociedades hasta hace pocas décadas escasamente industrializadas existe la lucha de clases, y que la opresión nacional sólo se pudo resolver (aunque limitada y temporalmente) fuera del marco del capitalismo, especialmente con la Federación yugoslava encabezada por Tito. La resistencia popular búlgara a los nazis, la liberación revolucionaria de Yugoslavia en 1945 y la lucha guerrillera dirigida por los comunistas griegos contra los fascistas, primero, y los británicos y estadounidenses, después, estuvieron mil veces más cerca de solucionar los problemas nacionales y materiales de toda la zona (a través de una Federación Socialista Balcánica) que las toneladas de declaraciones, acuerdos y compromisos producidos por los imperialistas, hablando del “derecho de autodeterminación” y de la “convivencia pacífica”, hojas de parra que esconden sus auténticos intereses.

 

El dominio turco

 

Han sido muchas las invasiones y colonizaciones del territorio balcánico. La extraordinaria civilización helénica fue fruto de la superposición de diferentes pueblos. Pero fue tras el período helenístico de Alejandro Magno y el romano, y durante el progresivo debilitamiento del Imperio Bizantino, cuando la península recibió sucesivas oleadas de pueblos bárbaros, como tártaros y, especialmente, eslavos, que llegaron hasta Grecia. Los eslavos colonizaron casi todos los Balcanes en el siglo VII. Sólo en Albania y Grecia3 perduraron de forma significativa las poblaciones anteriores al dominio romano; los albaneses son en su mayor parte descendientes de los ilirios. En cuanto a Bulgaria, la mayoría de la población procede de la colonización tártara, si bien sus antepasados se eslavizaron, aceptando el idioma y la cultura extrañas. Los países más homogéneamente eslavos, en esta zona, son los que componían Yugoslavia (salvo Macedonia).
Los constantes enfrentamientos entre las numerosas monarquías balcánicas, en la Edad Media, terminaron en la conquista turca. Los otomanos, tras adueñarse de Bizancio en 1453, se apoderaron de casi todos los Balcanes. La excepción es Eslovenia (que en 1814 cayó en manos de Austria). En cuanto a Croacia, siglo y medio después fue anexionada por los Habsburgo (la dinastía de Austria, y posteriormente de Austria-Hungría).
Esta circunstancia creó una separación entre los croatas y los eslovenos, por un lado, y los serbios y montenegrinos, por otro, hasta entonces unidos por un mismo origen y una misma cultura. Los primeros estuvieron bajo la influencia de la cultura germánica y húngara (los croatas, durante tres siglos), y mayoritariamente se pasaron al catolicismo, mientras los segundos, ante la opresión turca, se aferraban a la religión ortodoxa (herencia de la influencia bizantina sobre los eslavos del sur).
Los cuatro siglos de imposición turca han sido un pesado fardo sobre los Balcanes. La bota otomana mantuvo a los Balcanes en una situación de atraso en las ciudades y de postración en el campo, imponiendo hasta el final la servidumbre a los campesinos, en beneficio, fundamentalmente, de los beys  (gobernadores) y los sepahi (los terratenientes). Los tributos que les debían pagar a los beys eran más onerosos cuanto más entraba en crisis el Imperio.
La táctica de dividir a los pueblos sometidos, creando tensiones y ha-ciendo cómplices a una parte de ellos para dominarles mejor, fue inteligentemente utilizada por los señores otomanos. ¡Ni siquiera en esto son originales los imperialistas actuales de Estados Unidos o Alemania! Por una parte, consiguieron la islamización de prácticamente todos los señores feudales, y de una parte de la población eslava, de Bosnia-Herzegovina y de Novi Bazar (situado entre Serbia y Montenegro), que fueron privilegiados con respecto a los eslavos cristianos. Por otra, permitieron a los albaneses, que se islamizaron mayoritariamente, colonizar el norte de Kosovo, hasta entonces de predominio serbio, así como realizar frecuentes razzias contra localidades eslavas, especialmente de Macedonia. Por último, impusieron a todos los “no creyentes” (no musulmanes) la autoridad única del patriarcado griego, fomentando a través de la Iglesia Ortodoxa Helénica la helenización de territorios como Bulgaria.

 

El despertar nacional

 

La Revolución Francesa, la gran revolución burguesa, despertó la sed de libertad de los pueblos europeos. La libertad frente al monarca, a los señores feudales y a la tiranía en general. La revolución burguesa crea y fomenta el sentimiento nacional, que frente a los particularismos feudales y al concepto de Estado como propiedad de un monarca es tremendamente progresista. La influencia de la Revolución se extendió, a través de los intelectuales, entre todos los pueblos europeos oprimidos. Los campesinos balcánicos, sometidos al dominio extranjero durante cuatrocientos años, entraron en la escena de la historia con un objetivo nacional y social: la liberación del yugo turco y de sus sepahi. Fueron ellos, en todos los países de la zona, los protagonistas de esta lucha dura y larga, de cuyos frutos se apropiaron inmediatamente los burgueses.
A pesar de la liberación, se mantendrán en gran parte las relaciones semifeudales en el campo; en Bulgaria y Serbia, donde predomina la pequeña propiedad agraria, se daría un proceso acelerado de concentración. En Serbia se mantendrá el zadruga, equivalente al mir ruso: comuna rural compartida por varias familias unidas en parentesco, y donde la tierra permanece indivisible.
Grecia fue el primer país que vio reconocida su independencia, en 1830, después de una feroz lucha de diez años, aunque su territorio sólo correspondía a un tercio de la Grecia actual. La lucha por la independencia griega es muy indicativa del papel de las potencias europeas en los Balcanes. Rusia, Gran Bretaña, Francia, todos se declaraban fieles amigos del pueblo griego en rebeldía. La autocracia zarista se presentaba como la tradicional aliada de los pueblos de religión ortodoxa, mientras que las civilizadas Francia y Gran Bretaña se hacían eco de los argumentos de los liberales y se aprestaban a defender al pueblo heredero de la gran civilización helénica, oprimido por un imperio medieval y bárbaro. Pero toda esta retórica no podía ocultar los hechos. En 1825 se celebró una conferencia de las potencias europeas en S. Petersburgo, donde Gran Bretaña defendió que el Imperio Turco concediera autonomía a Grecia, rechazando así la independencia por la que morían los campesinos griegos. A la monarquía y a la burguesía británicas les interesaba mantener el status quo en la zona; preferían que los Balcanes los controlara un imperio en decadencia como el turco, que no podía hacer sombra a sus intereses, a que la influencia de Rusia se expandiera por el Este europeo y llegara al Mediterráneo. Por otra parte, con la autonomía griega se frustrarían las maniobras francesas, que intentaban favorecer la candidatura del duque de Nemours a rey de Grecia para atraer el país a sus intereses.
El plan británico fue rechazado, obviamente, por Francia y Rusia. El zar Alejandro I pretendía que Grecia se convirtiera formalmente en un protectorado ruso, y, con la excusa de defenderla de las amenazas turcas, poner un pie cerca del mar de Mármara, que estratégicamente comunica el mar Negro con el Mediterráneo.
Las diferencias entre las tres potencias europeas, y la resistencia de los patriotas griegos, que una vez alzados con tanto ímpetu no iban a aceptar menos que una independencia real de los otomanos, trastocaron estos planes. Una vez se hizo inevitable la independencia, tropas francesas, británicas y rusas intervinieron en la zona en 1827, para que la influencia de sus monarquías no menguaran con respecto a las otras en la nación que surgía. Tras la proclamación de la independencia, ninguna de las tres se quedó atrás en todo tipo de intrigas palaciegas e incluso de intervenciones militares.
El ejemplo de Grecia vale para cualquier otro país de la zona. Los burgueses utilizaron siempre (y utilizan) los sanos sentimientos nacionales de las masas para imponer sus intereses de clase. La defensa de “la libertad de los pueblos”, en sus manos, no es más que la coartada para sustituir una opresión por otra. Territorios, zonas de influencia, mercados, materias primas... y aumentar su autoridad en el mundo. Esto es lo que buscan las potencias imperialistas, antaño y ahora. Los pueblos que para escapar de la opresión de una potencia han buscado la protección de otra pronto han podido comprobarlo.
Históricamente, las tres grandes potencias interesadas en los Balcanes han sido Austria, Rusia y el Imperio Otomano. Hasta la construcción del canal de Suez, la península era el puente natural entre Europa Occidental y Central y Asia; las rutas comerciales pasaban, bien por Tracia (región dividida actualmente entre Turquía y Grecia), bien por el Mediterráneo Oriental. Al zarismo le interesaba el control de los estrechos del Bósforo y de Dardanelos, con el que se podía enseñorear de todo el mar Negro y llegar hasta el Mediterráneo. En cuanto a austríacos y húngaros, la península balcánica (de la que ya dominaba el noroeste) era su zona de expansión natural. Los dos Estados balcánicos surgidos en 1878 (Serbia y Bulgaria) oscilaron entre la influencia rusa y la austro-húngara, si bien Austria-Hungría casi siempre vio como una amenaza la existencia de un Estado eslavo independiente en los Balcanes, como Serbia, que podía ser un atractivo para los croatas y eslovenos, sometidos a los Habsburgo.
Para 1912, año de comienzo de la Primera Guerra Balcánica, las posesiones turcas en Europa se limitaban, fundamentalmente, a Albania, Macedonia, Tracia y la región griega del Epiro.

 

El socialismo balcánico

 

Los cuatro nuevos Estados balcánicos (Grecia, Serbia, Bulgaria y Montenegro) se configuran como monarquías constitucionales, si bien se suceden las luchas y los golpes de Estado entre la burguesía más conservadora, más vinculada a la nueva aristocracia (de origen campesino o burgués, como las propias dinastías serbias), y la más liberal. Mientras tanto, y especialmente en la última década del XIX, el movimiento obrero va adquiriendo fuerza, sobre todo en Bulgaria, al compás de una industrialización acelerada. En 1893 se contabilizan 250.000 trabajadores búlgaros (el 8% de la población).
El primer país balcánico con un partido obrero es Bulgaria: el Partido Obrero Social Demócrata Búlgaro (POSDB) se crea en 1894. Un año después se forma el croata, mientras el serbio no se funda hasta 1903. Ese año registró la división de los socialdemócratas búlgaros, similar a la de los rusos (entre bolcheviques y mencheviques). Los socialistas anchos, minoritarios, teorizan sobre la “causa común” con la burguesía, mientras los socialistas estrechos explican cómo las diferentes burguesías balcánicas, atrasadas y reaccionarias, no juegan ningún papel progresista, que son incapaces de llevar a cabo las tareas democrático-nacionales, y que sólo los campesinos y trabajadores pueden llevarlas a cabo. Es precisamente por eso que la mayoría de los socialistas balcánicos recogen la bandera de las tareas democráticas y nacionales y la unen a la roja bandera de las reivindicaciones obreras; la única forma de desarrollar las fuerzas productivas es mediante una república federal balcánica, que rompa con terratenientes y monarcas, se libere de las presiones imperialistas, realice la reforma agraria y fortalezca al movimiento obrero. Con este programa pretenden ganarse el apoyo de las masas campesinas y de las diferentes minorías nacionales y demostrarles el carácter reaccionario de la burguesía.
La composición mayoritariamente campesina  permite un movimiento agrario fuerte en toda la zona. En 1899, al calor de movilizaciones campesinas, se crea la Unión Agraria Popular Búlgara (UAPB), equivalente a los socialistas revolucionarios rusos.

 

La Primera Guerra Balcánica

 

A principios de siglo tres Estados (Grecia, Serbia y Bulgaria) intentan jugar el papel de potencia regional, aprovechándose de la debilidad turca y buscando padrinos en las grandes potencias europeas. El principal foco de fricción es Macedonia, de la que hablaremos más adelante.
A pesar del conflicto latente, las cuatro monarquías balcánicas (las tres citadas más la montenegrina) son capaces de formar una Liga Balcánica para acabar definitivamente con el dominio turco en Europa. Esto llevó a la Primera Guerra Balcánica (octubre de 1912-junio de 1913).
Esta guerra tenía un contenido progresista, porque la liberación de los territorios ocupados por los otomanos sería también una liberación social. ¿Cuál era la postura de Lenin?: “Los terratenientes de Macedonia [principal región ocupada] (...) son turcos y mahometanos; los campesinos, eslavos y cristianos (...) las victorias de los serbios y los búlgaros significan socavar la dominación del feudalismo en Macedonia, significan crear una clase más o menos libre de campesinos con tierra, significan asegurar todo el desarrollo social de los países balcánicos, frenado por el absolutismo y por las relaciones de servidumbre”4. En sus artículos sobre la situación en los Balcanes, Lenin siempre destacaba el reaccionario papel del zarismo y de la burguesía rusa; un protectorado ruso en la península sería –decía– “la protección del gallinero por la zorra”; bien lo sabían los pueblos polaco y ucraniano, que  eran oprimidos por la bota zarista, malamente pintarrajeada con los colores de la “fraternidad eslava”.
Esta vez la acción y unión de los países balcánicos tenía cierto peligro para las grandes potencias. Gran Bretaña, como sabemos, era aliada del Imperio Turco. En cuanto a austro-húngaros y rusos, “en el fondo, los dos rivales tradicionales eran partidarios de mantener la paz: Rusia no tenía ningún deseo de ver entrar triunfante en Constantinopla al zar de Bulgaria o al rey de Grecia, y los austro-húngaros pensaban que, si se erigían en defensores de la nacionalidad olvidada, Albania, podían conseguir una victoria diplomática e impedir que Serbia se estableciese en las costas del Adriático”5. Rusia, supuesta valedora de los países ortodoxos, necesitaba evitar, para mantener e incrementar su control sobre la zona, que ningún Estado se hiciera excesivamente poderoso; mucho menos podía permitir una unión de todos los países balcánicos, una Federación Balcánica.
Las potencias europeas se reunieron en diciembre de 1912 con los países en guerra, para intentar parar un conflicto que veían peligroso e imponer sus intereses. Sin embargo, no lo consiguieron y la guerra duró cinco meses más, hasta conseguir arrinconar al Imperio turco a una parte de la Tracia, la actual Turquía europea. Albania, que al calor de la guerra se había rebelado contra los otomanos, surgió como país apoyada por Austria-Hungría e Italia.
Esta guerra puso sobre la mesa la posibilidad de una Federación Bal-cánica, que habría supuesto un enorme paso adelante para el desarrollo del capitalismo en la zona y para la solución de los problemas nacionales. Sin embargo, esta salida estaba prácticamente descartada, en el marco de una feroz crisis del capitalismo internacional, que llevaba a cada potencia imperialista a defender con uñas y dientes sus mercados y zonas de influencia y a luchar por arrebatar los ajenos (y que, un año después, desembocaría en la I Guerra Mun-dial). El derecho al desarrollo nacional y a la independencia nacional no existe en la etapa imperialista del capitalismo, salvo para los países capitalistas avanzados.
Por otra parte, el protagonismo en la guerra de las reaccionarias castas monárquicas y de la burguesía constituía un peligro, el de que se impusiera la lucha por los intereses chovinistas de cada monarquía frente a la lucha social. Tal y como explicaba Lenin, “los obreros conscientes de los países balcánicos fueron los primeros que lanzaron la consigna de solución democrática consecuente del problema nacional en los Balcanes. Esa consigna es: República Federativa Balcánica. La debilidad de las clases democráticas en los actuales Estados balcánicos (el proletariado es poco numeroso, los campesinos están oprimidos y fraccionados y son analfabetos) ha conducido a que la alianza, imprescindible económica y políticamente, se haya convertido en una alianza de las monarquías balcánicas”6, y “la liberación completa respecto de los terratenientes y del absolutismo tendría como resultado inevitable la liberación nacional y la plena libertad de autodeterminación de los pueblos. Por el contrario, si pervive el yugo de los terratenientes y de las monarquías balcánicas sobre los pueblos, seguirá existiendo, también inexcusablemente, en mayor o menor grado, la opresión nacional”7. Como efectivamente ocurrió.
Y no sólo eso. Las ambiciones de las clases reaccionarias en Macedo-nia motivaron la Segunda Guerra Balcánica (de junio a julio de 1913), que desde luego no tuvo nada de progresista. Sólo un mes después de firmar la paz con los turcos las tropas serbias y griegas (junto a las rumanas) se enfrentaron a las búlgaras, con las que acababan de compartir trincheras.


El polvorín macedonio

 

Si los Balcanes es el polvorín de Europa, Macedonia es el polvorín de los Balcanes. Esta región es mucho más amplia que el actual país con ese nombre. Es la enorme franja que va desde casi toda la frontera oriental de Albania hasta el mar Egeo, limitando al Este con Tracia y al sur con la Tesalia griega. Su composición étnica era (y es) compleja, no sólo porque hubiera casi “de todo” (búlgaros –que eran mayoría–, griegos, eslavos, rumanos, turcos, judíos, albaneses), sino también porque, en el campo, el contacto entre estos pueblos era prácticamente inexistente: vivían de espaldas en aldeas vecinas, cada una con su lengua y su cultura.
Grecia, Serbia, Bulgaria, e incluso Albania, ambicionan Macedonia, o parte de ella. Esto lleva a las tres primeras, las potencias de la zona, a una cruel lucha, primero en el terreno cultural (una carrera por la creación de escuelas para enseñar cada lengua y de templos de cada una de las tres Iglesias ortodoxas, desde finales del XIX), y luego directamente terrorista (especialmente, de 1904 a 1908). Los comitayis (miembros de bandas), sirviendo los intereses de alguno de los tres reinos, presionan a los campesinos a declararse de una determinada nacionalidad y religión, quemando aldeas y asesinando u obligando a huir a miles de macedonios. Esto es una pequeña muestra de que la “limpieza étnica” no es un invento de ahora, sino un método utilizado desde siempre por los imperialistas y (como en este caso) por sus aprendices.
En 1893 se crea la VMRO (Orga-nización Revolucionaria Interior Ma-cedonia). En un principio, la VMRO “defendía la autonomía de Macedonia con respecto al Imperio Turco, y a la vez un programa social dirigido a los campesinos: reducción de impuestos, reforma agraria, abolición de la usura. Desconfiaban del expansionismo búlgaro y ruso, buscando el apoyo de los políticos británicos y franceses. En sus filas había socialistas y anarquistas”8. La VMRO, donde participaban los socialistas macedonios, organizó un levantamiento en 1903, proclamándose la república (presidida por un socialista), pero fue derrotado tres meses después. A raíz de ello, la Organización se dividió; el sector más derechista se impuso y se convirtió en el brazo armado del chovinismo búlgaro en Macedonia, reprimiendo salvajemente, sobre todo, a la población griega.
Los beneficiarios fundamentales de las dos guerras balcánicas fueron las dinastías y los burgueses de Serbia (que en un año había doblado su extensión) y Grecia (que se queda con la mayor parte de Macedonia y recupera Corfú, Creta y otras islas). La enemistad entre Austria-Hungría y Serbia se fortalece, pues el poderoso Estado eslavo pone sus miras en Bosnia, Croacia y el sur de Hungría (poblada en parte por serbios), territorios todos del imperio de los Habsburgo.

La I Guerra Mundial

Las guerras balcánicas, y en especial la Segunda, fueron un anticipo localizado de lo que vendría poco después: la encarnizada lucha por el dominio mundial, que ensangrentó gran parte del globo de 1914 a 1918. Dos imperios en decadencia, Austria-Hungría y Rusia, se debatían entre la revolución (recordemos la rusa de 1905) y el desmembramiento; ambas, espoleadas por sus rapaces burguesías, necesitaban conquistas territoriales y prestigio militar para enmascarar su crisis. Detrás de ellos se encontraban los auténticos contendientes: los capitalistas de Francia, Gran Bretaña y Alemania, dispuestos a masacrar a la clase obrera (incluyendo la de sus propios países) para lograr el trozo más grande de la tarta del mercado mundial.
La actitud traidora de los dirigentes de la II Internacional, que, violando los principios marxistas, apoyan a sus diferentes burguesías, contrasta con la actitud internacionalista de la mayoría de los socialistas balcánicos, que denuncian la guerra imperialista, y a la burguesía de sus propios países como primer enemigo. El auténtico espíritu comunista, desconocido por los burócratas estalinistas yugoslavos que sin casi transición se reconvirtieron en feroces nacionalistas serbios, croatas o eslovenos (los Milosevic, Tudjman y Kucan), quedó reflejado en el valiente acto de los diputados socialistas serbios, de votar en contra del Gobierno cuando pedía el apoyo de todos los partidos para detener la agresión austro-húngara.
La actitud internacionalista de los socialistas balcánicos se concreta en 1915 con la creación de la Federación Socialdemócrata Balcánica, que une a los partidos de Rumanía, Grecia, Bulgaria y Serbia, y que tendría continuidad a principios de los años 20 con la Federación Comunista Balcánica, “el primer paso práctico y decisivo dado en pro de la unificación de los pueblos balcánicos”.
Como es bien sabido, fue precisamente la rivalidad, en la zona balcánica, de Austria-Hungría y Serbia, el motivo inmediato de la guerra, y el “accidente que reflejó la necesidad” el asesinato del príncipe heredero austríaco, por parte de un joven bosnio vinculado a la “Mano Negra” (sociedad secreta serbia de carácter chovinista y militarista).
Todos los países balcánicos participan en la “I Gran Matanza” imperialista. Grecia, Albania, Montenegro y Serbia, junto a Francia, Gran Bretaña y Rusia. Bulgaria, en el bando de Alemania, Austria-Hungría y Turquía.
La guerra fue una tragedia para todos los pueblos. Según John Reed9, el periodista comunista americano (que fue corresponsal en la zona), sólo en la primavera de 1916 murieron de tifus 300.000 serbios, el 9% de la población. La dramática experiencia de muerte, destrucción, epidemias y hambre, es lo que lleva a las masas de toda Europa a cuestionarse lo que, durante décadas enteras, no se les ha ocurrido cuestionar. ¿Quiénes les han llevado a esta situación? ¿Cómo acabar con ella? El choque de la realidad con la conciencia, espoleándola, y el ejemplo de la Revolución bolchevique, dieron alas a los partidos comunistas recién formados, y abrieron la puerta a una etapa de convulsiones sociales y políticas.

 

Época de revoluciones

 

La Revolución de Octubre marcó el camino a las masas. “En el frente de Dobruya, la confraternización entre los soldados rusos, alemanes y búlgaros se convirtió en una manifestación constante (...). En el frente de Salónica (...), entre los soldados búlgaros se originó un potente movimiento por el cese inmediato de la guerra (...), fueron divulgadas octavillas de contenido revolucionario y se crearon comités y células clandestinas de soldados. A pesar de los arrestos en masa y hasta de fusilamientos de miles de soldados, el movimiento ganaba cada vez mayor terreno y encontró su suprema y elocuente expresión en las sublevaciones de soldados de 1918 en Dobro-pole y ante las mismas puertas de Sofía”10. Ante la presión de las masas, el zar búlgaro Fernando tuvo que liberar al dirigente campesino Stambulisky, encarcelado por su oposición a la guerra, y abdicar en su hijo Boris.  
La correlación de fuerzas en Bulgaria, tan desfavorable a la casta monárquica y a la burguesía, les obligó a permitir la dictadura verde de Stambulisky, de la UAPB. Éste, con apoyo de masas entre los pequeños propietarios, tomó medidas favorables a ellos, entrando en enfrentamientos con la burguesía, aunque a la vez reprimió al movimiento obrero.
Al calor de la situación, los partidos socialistas de la zona rompen en su mayoría con la II Internacional y se transforman en partidos comunistas, logrando rápidos progresos. El Partido Comunista Búlgaro (PCB) alcanza el 24% de los votos en las elecciones de 1920; el Partido Comunista Yugos-lavo, creado en 1920, se presenta  ese mismo año a las elecciones para cubrir la Asamblea Constituyente y obtiene casi un 15% de los diputados, además de ser la primera fuerza en Belgrado (antes de acabar el año el PCY es ilegalizado y pasa a la clandestinidad). Ese año es de acción huelguística y campesina en Yugosla-via, destacando la huelga general del transporte y la de los mineros eslovenos, que duró más de medio año, y a la que se sumaron los mineros bosnios; en 1921 fueron militarizados los ferrocarriles y las minas.
La inestabilidad social se mantiene en los Balcanes hasta 1925. En 1924 una insurrección campesina en Albania derroca a Ahmed Zogú, representante de los señores feudales, y coloca en el Gobierno, con un programa de reformas sociales, al obispo ortodoxo Fan Noli. La indecisión de éste en llevarlo a cabo permitiría a Zogú volver al poder ese mismo año. En cuanto a Grecia, una de las causas fundamentales del golpe de Estado del general Pangalos, en 1925, fue el crecimiento del apoyo de los comunistas.

 

La creación de Yugoslavia

 

La idea de una federación yugoslava (es decir, de los eslavos del sur) es muy antigua. Fue el ideal de los sectores más avanzados, de los liberales en la primera mitad del XIX. Ellos pensaban (con razón) que era la precondición para romper el lastre feudal, crear un sentimiento nacional unitario y desarrollar las fuerzas productivas. Esta idea se fue convirtiendo en un objetivo para las masas de croatas, eslovenos y serbios sometidos a los Habsburgo, especialmente desde que Serbia conquistó su independencia. El Movimiento Ilirio de los Eslovenos, Croatas y Serbios fue mayoría en el parlamento de Zagreb entre 1906 y 1918.
Uno de los principales resultados de la I Guerra Mundial fue la creación del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos (Yugoslavia a partir de 1929), bajo la dinastía serbia de los Karageorgevic. Su territorio era similar a la de la Yugoslavia de Tito, salvo por la península de Istria, que permaneció en poder de Italia. Este nuevo país fue la consecuencia del desmembramiento del Imperio Austro-Húngaro, tras su derrota. Pero su aparición no fue artificial, sino que conectaba con los deseos de las masas. En julio de 1917 el Comité Yugoslavo (grupo de emigrados burgueses de Croacia y Eslovenia), con el patrocinio de Estados Unidos y Gran Bretaña (interesada en crear un Estado fuerte que frenara a Austria por el sur), y Serbia, llegan al acuerdo de defender al final de la guerra una Yugoslavia monárquica; al acuerdo se unen Montenegro (que acaba de destronar a su rey) y representantes bosnios y herzegovinos. En septiembre de 1918, una Junta Nacional dirigida por el esloveno monseñor Korosec toma el poder en Zagreb y proclama la unión de eslovenos, croatas y serbios.
En diciembre de 1918 nace el nuevo Estado, que desde el principio es incapaz de aunar –como no podía ser de otra forma– los intereses de los diferentes pueblos y clases sociales. Ni la homogeneidad eslava (las minorías nacionales no eslavas, como las de albaneses y húngaros, tenían poco peso en el conjunto del reino), ni la experiencia común de la opresión nacional sufrida durante siglos, podían ser una garantía de solución al problema nacional. Sólo un aumento significativo del nivel de vida, basado en el desarrollo de las fuerzas productivas, unido a un respeto exquisito de los derechos de todas las nacionalidades, podía lograrla. Pero esto no lo podía conseguir una clase social en crisis en todo el mundo, como era la burguesía, y menos en una zona atrasada, donde ni siquiera era capaz de eliminar la reliquia feudal de las testas coronadas. Aunque se toman algunas medidas para favorecer el capitalismo (se reparten los latifundios, en beneficio fundamentalmente de la burguesía agraria11), Yugoslavia es un país atrasado, donde el 80% de la población son campesinos y el analfabetismo alcanza el 50%.
En breve tiempo la monarquía y la burguesía serbias demostrarán a las masas su incapacidad para solucionar las contradicciones nacionales y sociales. En 1921 se aprueba una Constitución centralista, a medida del chovinismo serbio. Las burguesías de las diferentes nacionalidades estimulan los enfrentamientos nacionalistas, de forma muy parecida a lo que ocurre tras la desintegración de la Yugoslavia titista; la principal contradicción se da entre los serbios, nacionalidad dominante, y los croatas, la minoría más importante.

 

Tendencia al bonapartismo

 

Las etapas de crisis aguda del capitalismo dan poco margen a las democracias burguesas. Las someten a tensiones insoportables, en dos direcciones: la de la revolución y la de la contrarrevolución. Estas tensiones se multiplican en el caso de los países atrasados; las potencias imperialistas en crisis les aplastan, como si fueran ciempiés en una estampida de búfalos heridos. Si la revolución no triunfa en estos países, la tendencia es a la aparición de regímenes bonapartistas burgueses, donde hombres fuertes imponen las decisiones, en beneficio de las clases reaccionarias, y apoyándose para ello en la represión policíaco-militar y en un cierto equilibrismo entre diferentes clases sociales. El período de entreguerras en Europa reúne todas estas características. Uno tras otro, todos los Estados balcánicos caen en el bonapartismo, bajo la influencia de la Italia fascista o de la Alemania nazi. El primero es Albania, donde Ahmed Zogú, en 1925, se hace nombrar rey, convirtiendo el nuevo reino en un satélite de Italia. En Yugoslavia, el rey Alejandro I impone su dictadura en 1929. En Grecia, tras un período de inestabilidad y crecimiento del apoyo a los comunistas, el general Ioannis Metaxas disuelve el Parlamento (1936).
En Bulgaria, en junio de 1923, los partidos burgueses, utilizando al Ejército y a los exiliados macedonios de la VMRO, dan un golpe de Estado y desplazan a la Unión Agraria, imponiendo un régimen de terror sobre trabajadores y campesinos. La dirección comunista comete un grave error, analizado por la Internacional Co-munista: mientras muchos militantes luchan codo a codo con los campesinos de la Unión contra el golpe, los dirigentes se mantienen pasivos, considerando que lo que se da es un enfrentamiento entre dos sectores de la clase dominante. Por otra parte, la represión salvaje de los agrarios y la negativa experiencia del Gobierno anterior lleva a la UAPB a un proceso de radicalización que culmina en un frente único con el PCB. La experiencia de la dictadura verde demuestra que: “1. Los campesinos, por más organizados que estén, no están en condiciones de conservar por sí solos [sin contar con la clase obrera] y durante largo tiempo el poder estatal (...). 2. Con una política de medias tintas que conserva las bases del régimen burgués jamás puede eliminarse a la burguesía del poder”12. En septiembre las provocaciones del Gobierno convierten la huelga general convocada por comunistas y agrarios en una insurrección; la lucha en las calles se mantiene durante dos semanas. En noviembre se celebran elecciones, y a pesar del terror blanco y de la clandestinidad del PCB, la candidatura de frente único obtiene 300.000 votos, el 30%.
Económicamente, los Balcanes están dominados por Alemania, que compra sus materias primas y productos agrícolas (trigo, maíz, tabaco) y vende, en un intercambio desigual, las manufacturas que necesita (maquinaria agrícola, productos químicos). En 1938 Bulgaria vendió el 75% de sus exportaciones a Alemania.

 

La II Guerra Mundial

 

La crisis capitalista, redoblada a partir de 1929, y el fracaso en extender la Revolución Rusa a toda Europa y China, abrieron las puertas al horror de la guerra. Esta vez la carnicería se adueñó de casi todo el planeta, multiplicando la sangre derramada y la barbarie de 1914-18. Era imposible que una zona estratégica como los Balcanes se pudiera mantener al margen del enfrentamiento imperialista entre Alemania e Italia, por un lado, y Francia y Gran Bretaña, por otro. En 1939 las tropas de Mussolini invaden Albania en un paseo militar, y un año después descienden a Grecia para ocuparla, sufriendo ahí la primera derrota militar del Eje. Los nazis son obligados, por la debilidad de sus aliados fascistas, a invadir el país helénico, en 1941. Bulgaria se convierte en aliada del Eje (a cambio del permiso nazi para apoderarse de Tracia y Macedonia); la situación en Yugos-lavia es diferente.
En los últimos años la dictadura del príncipe Pablo, regente yugoslavo tras el asesinato de Alejandro I, había tenido una política de acercamiento hacia la Italia fascista. El 27 de marzo de 1940, inmediatamente después de que el príncipe Pablo se adhiriera al Pacto Tripartito entre Alemania, Italia y Japón, el general serbio Bora Mirkovic, partidario de romper con el Eje, toma el poder, en un ambiente de grandes manifestaciones antifascistas en Serbia y Croacia. Diez días después comienza la agresión nazi, con el bombardeo masivo de Belgrado. El Ejército yugoslavo sólo resistió ocho días; su carácter se ve reflejado en su negativa a decretar la movilización general por temor a armar a los trabajadores y campesinos.
Las tropas alemanas, italianas, búlgaras y húngaras, ocupantes de Yugoslavia, desmembraron el país y utilizaron en su beneficio el odio entre los diferentes pueblos, acumulado durante veinte años. Italia se apropió del sur de Eslovenia, la costa dálmata y Kosovo. El norte esloveno fue para Alemania, la Voivodina para Hungría y la Macedonia yugoslava (como la griega) para Bulgaria. Del resto, se crearon tres Estados: la Gran Croacia, una Serbia reducida y un Montenegro sometido a Mussolini. La creación de la Gran Croacia (que incluía a Bosnia), por parte de los nazis, tenía como objetivo conseguir un apoyo de masas entre la población croata. Mientras en Serbia impusieron un Gobierno colaboracionista dirigido por el general Nedic, en Croacia dieron el poder a Ante Pavelic y sus ustasha (terroristas ultranacionalistas organizados desde 1929 y financiados por Italia y Hungría).


Empieza la Resistencia yugoslava


Los nazis y fascistas y sus numerosos colaboradores sometieron a Yugosla-via al terror de masas. La guerra supuso la muerte del 10% de la población. Sólo en los campos de exterminio fueron asesinadas 700.000 personas. Los ustasha se destacaron por la masividad y el salvajismo de sus matanzas. Herman Neubacher, enviado nazi a los Balcanes, escribe en un informe a Hitler: “Cuando los dirigentes de los ustasha dicen que han exterminado a un millón de serbios (incluyendo a recién nacidos, niños, mujeres y viejos), pienso que exageran para vanagloriarse. Según los informes que he recibido, evalúo el número de personas desarmadas que han sido muertas en sólo tres cuartos de millón”13. En cuanto a otras minorías, se calcula que asesinaron a tres cuartas partes de todos los judíos de Croacia y Bosnia y a prácticamente todos los gitanos.
La oposición armada fue obra de dos grupos: el Partido Comunista de Yugoslavia (que contaba con 36.000 militantes en 1940) y los chetniks del general Drazan Mijailovic. Los chetniks eran nacionalistas serbios, ferozmente monárquicos y anticomunistas; se enfrentaban de forma sectaria a los croatas y musulmanes bosnios, pero eran incapaces de organizar una resistencia real a los alemanes o italianos. De hecho, en la medida que crecía la fuerza de la Resistencia comunista, los chetniks entraron en colaboración con el general Nedic y las tropas invasoras. Mijailovic y 12.000 de sus hombres participaron en la ofensiva de éstas, de la primavera de 1943, contra los partisanos de Tito, en Herzegovina.
La guerra de liberación de Yugoslavia fue una gesta histórica. En sólo tres años, el Movimiento de Liberación Nacional (MLN, dirigido por el PCY) fue capaz de liberar casi todo el país, sólo con el limitado concurso (en la fase final) del Ejército Rojo. El terror masivo y la miseria llevó a decenas de miles de yugoslavos a participar en la Resistencia (el MLN contaba con 300.000 partisanos a comienzos de 1944), que luchó heroicamente contra cuatro ejércitos extranjeros (incluyendo el nazi, el más poderoso de Europa tras el soviético), contra los colaboracionistas de Nedic y los chetniks, contra los ustasha, y contra los Jóvenes Musulmanes en Bosnia, la Guardia Blanca en Eslovenia y la VMRO en Macedonia (todos grupos pro-nazis).
Derrotar a todas esas fuerzas reaccionarias, sin el apoyo de los aliados, hubiera sido imposible sin un programa por el que valiese la pena luchar e incluso morir. Un programa que, desde luego, no podía ser la Yugoslavia monárquica, capitalista y opresora de las minorías nacionales. El atractivo del MLN era que luchaba por una Yugoslavia federal, democrática y que diera satisfacción a las profundas aspiraciones de las masas: eliminación de las grandes propiedades agrícolas, banca pública, un nivel de vida digno, etc. Aunque el PCY no lo reconocía, esto sólo podía realizarse rompiendo con el capitalismo, es decir, nacionalizando y planificando las grandes empresas y la banca y socializando, aunque fuera paulatinamente, la tierra.

 

Guerra revolucionaria en Yugoslavia

 

De hecho, no se trataba de un ideal, sino de una realidad. La Resistencia llevó a cabo una guerra revolucionaria en los territorios que iba liberando. Una vez eliminada en una aldea, ciudad o zona la autoridad del ocupante o de sus títeres, era sustituida por un Comité Popular de Liberación (CPL). Las grandes empresas no tenían dueño, ya que los burgueses acompañaban a los vencidos en su retirada, así que la única posibilidad de mantener la producción era controlarla y planificarla, por parte del CPL. Algo parecido ocurría con las tierras, que eran socializadas o repartidas. Esta política fue la clave para ganar un apoyo de masas, especialmente entre los campesinos, y con él la guerra.
La composición nacional del MLN reflejaba cómo ese programa era capaz de unir a las diferentes nacionalidades y de vencer al clima de odios nacionales y sectarismo promovido por los ocupantes y los chetniks. El 44% de los militantes eran serbios, el 30% croatas, el 10% eslovenos, el 5% montenegrinos y el 2,5% macedonios y eslavos musulmanes.
En varias ocasiones Tito ofreció a organizaciones burguesas como la de los chetniks la colaboración, la creación de un frente popular, como la que habían formado los partisanos comunistas en Francia e Italia. En palabras de V. Dedijer, militante del PCY: “Propusimos a ciertos partidos la creación de un frente popular para la independencia nacional, la democracia interior y la mejora de las condiciones de vida. Pero la mayoría de los partidos burgueses iban a remolque de las grandes potencias y descuidaban los intereses de la madre patria; rechazaban por tanto cualquier propuesta de colaboración, incluso la de participar en un frente popular, por el miedo de que allí existiera algún peligro para ellos (...). Las gentes del pueblo se agrupaban en torno a nuestro programa y el partido comunista se convirtió en una gran fuerza patriótica y revolucionaria”14. El carácter extremadamente reaccionario de la oposición monárquica en el exilio le impidió aceptar, no ya una Yugoslavia republicana, sino siquiera un referéndum para decidir el tipo de Estado... hasta septiembre del 44, momento en el que comprende que la correlación de fuerzas es abrumadoramente favorable a los comunistas.
La población (en especial la campesina), no sólo veía al MLN como revolucionaria, sino como profundamente patriótica; de hecho era patriótica porque era revolucionaria; la única forma de conseguir una Yugoslavia con apoyo de masas, sin divisiones nacionales, y libre de las tradicionales maniobras de las potencias capitalistas, era transformando la sociedad.
El 26 de noviembre de 1942 se reúnen en Bihac (la capital bosnia) representantes de todos los Comités, formando el Consejo Antifascista de Liberación Nacional de Yugoslavia (AVNOJ). Se trataba de una especie de asamblea nacional surgida desde los órganos de poder obrero y campesino, aunque dirigida por un liberal (el croata Ivan Ribar). El AVNOJ aprobó un programa que, además de elecciones libres y de una federación de repúblicas iguales en derechos y con amplias competencias, garantizaba la propiedad privada.
Pero los acontecimientos forzaban a la ruptura con el capitalismo. Las fuerzas objetivamente interesadas en este sistema de explotación, o bien estaban en retirada según avanzaba la liberación, o bien se nucleaban en torno al Gobierno monárquico exiliado en Londres, cuyo único papel en la Resistencia fue apoyar a los desprestigiados chetniks. La única forma de mantener el capitalismo era la imposición militar extranjera, como de hecho ocurriría en Grecia.

 

Las maniobras de Churchill

 

En este sentido, Winston Churchill, el primer ministro conservador de Gran Bretaña, insistió en varias reuniones de los aliados, especialmente en la Conferencia de Teherán (diciembre de 1943). Su plan era abrir un frente en los Balcanes, organizando un desembarco similar a los de Italia y Francia. Con estos desembarcos los imperialistas introdujeron un elemento disuasorio, para el caso de que la Resistencia comunista se planteara extender los órganos de poder popular existentes y acabar con el capitalismo. Caso que no se dio, porque la dirección estalinista de PCF y PCI era fiel defensora de los intereses de la burocracia en el poder en la URSS. A los burócratas de Moscú no les interesaba que países avanzados como Italia y Francia rompieran con el sistema, primero porque eso significaba una confrontación implacable con el imperialismo (con el que creían posible una coexistencia pacífica), y segundo porque una economía planificada conseguida a través de la revolución (especialmente en un país avanzado) hubiera sido difícil de controlar por parte de los estalinistas soviéticos (como demostraría el caso de Yugoslavia), e incluso hubiera podido convertirse en un referente para los trabajadores de la URSS, ferozmente sometidos por la policía política. El triunfo de la acción de masas en un país siempre llama a la acción de masas fuera de sus fronteras.
Churchill no convenció a Franklin D. Roosevelt, el presidente estadounidense, que estaba más preocupado por el arrollador avance del Ejército Rojo por Europa Central y consideraba prioritario impedir que Alemania cayera en manos soviéticas y se perdiera para el capitalismo. No obstante, las tropas británicas, por su cuenta, sí desembarcaron en Grecia en el otoño de 1944, aunque no se atrevieron a pasar a Yugoslavia (prácticamente liberada).
Stalin no estaba interesado en una guerra revolucionaria en Yugoslavia. En el reparto de zonas de influencia por parte de las potencias victoriosas, Italia, Francia y Grecia correspondían a la zona de influencia americana y Yugoslavia era un territorio a compartir.
Los desencuentros entre los dirigentes comunistas yugoslavos y los soviéticos no se empiezan a producir en 1949, año de su ruptura política, sino en la etapa de la Resistencia. El Gobierno soviético reconoció a Mijailovic, el dirigente chetnik, como líder de ésta, ofreciéndole ayuda material e incluso el envío de una misión militar a su cuartel general, mientras negaba armas a los auténticos partisanos, escudándose en las dificultades técnicas. Stalin presionó a Tito en repetidas ocasiones para que fuera más flexible en su programa político, y así llegar a un acuerdo con los chetniks. Cuando se reúne por segunda vez el AVNOJ (a finales de 1943) y decide considerarse Gobierno legítimo, frente al Gobierno monárquico en el exilio, y prohibir a la dinastía Karageorgevic la entrada en el país, los burócratas soviéticos le dan a Tito un tirón de orejas. Le envían el mensaje de que Stalin está “extremadamente descontento”, y de que esas decisiones son una puñalada por la espalda contra la URSS, que en ese momento intenta llegar a un acuerdo con el imperialismo en la Conferencia de Teherán. Los estalinistas soviéticos no podían entender, en su cortedad de miras política, lo que los dirigentes del PCY, también formados en la escuela del estalinismo, comprendían por puro empirismo: desbaratar los comités populares (es decir, el poder de las masas organizadas), o supeditarlos a los intereses de los chetniks, de la monarquía o del imperialismo, hubiera sido colocar la cabeza de la resistencia en la guillotina (y la de muchos militantes y dirigentes  comunistas). Ésta fue la experiencia en Italia, Francia y Grecia. Y cualquier concesión política de importancia, que debilitara el poder de los Comités y desmovilizara a las masas, hubiera ido en ese sentido.
Tras muchas presiones de Stalin y de los aliados, en septiembre de 1944 el PCY llega a un acuerdo con el Gobierno monárquico en Londres. Mientras éste rompe con los chetniks, el PCY se compromete a compartir el poder tras la liberación, a través de un “Gobieno de unidad nacional”, donde la Resistencia sólo tendría dos representantes. Este Gobierno organizaría un referéndum sobre la forma de Estado. La oposición burguesa intentaba la misma táctica que en Italia y Francia, utilizar el inmenso prestigio de los partisanos para “normalizar la situación”, o sea, reducir el poder de los Comités y hacer revivir el Estado capitalista.
Sin embargo, la realidad fue más terca que los sueños reaccionarios del rey yugoslavo y de Churchill. Sólo dos meses después del acuerdo con los monárquicos, y legalizando la situación existente, el AVNOJ aprueba la expropiación de las propiedades del capital alemán y de los colaboracionistas, que constituye el grueso de la industria.
El 20 de octubre de 1944 Belgrado es liberado por la concertación de los partisanos con tropas soviéticas y búlgaras. El 15 de mayo de 1945 toda Yugoslavia está en manos de los partisanos, los campesinos y los obreros. En marzo se ha formado un Gobierno provisional, donde, reflejando la correlación de fuerzas (y a pesar del acuerdo de septiembre), dominan los comunistas y sólo hay tres ministros monárquicos; éstos dimiten al poco tiempo. En agosto este Gobierno aprueba la división de la gran propiedad agraria, al 50%, entre el Estado y los campesinos y ex partisanos, iniciándose un proceso de colectivización de la tierra.
En las elecciones a la Asamblea Constituyente (en noviembre), el 90% de los yugoslavos vota al Frente Democrático (PCY y aliados). En 1946 se elabora la Constitución, en 1947 se inicia el primer plan quinquenal y en 1948 toda la economía está prácticamente nacionalizada.

 

El capitalismo, en retroceso

 

Con el fin de la II Guerra Mundial, a la vista está lo que el capital puede ofrecer a la humanidad: destrucción, hambre, fascismo, explotación. Sólo el enorme esfuerzo y sacrificio de la clase obrera mundial ha logrado la victoria sobre el fascismo; el sacrificio de los partisanos en muchos países, de los trabajadores reclutados en los Ejércitos aliados (los jóvenes de la burguesía y de sectores de las capas medias escurrieron el bulto), y sobre todo del Ejército Rojo, primera causa de la derrota de Hitler.
El péndulo de la sociedad, de 1945 a 1949, gira hacia la izquierda, desde Japón hasta Gran Bretaña. En China la guerra campesina vence y el capitalismo pierde al país más poblado del mundo. Y en toda Europa el prestigio del Ejército Rojo (ariete de un sistema superior al capitalismo, aunque lastrado por el régimen burocrático) y de los partisanos comunistas, auténticos liberadores del yugo fascista, se extiende entre las masas de la ciudad y el campo. El estalinismo soviético, que es visto como la representación de la Revolución de Octubre y como el artífice de la victoria, sale reforzado.
La liberación de Bulgaria por el Ejército Rojo, en septiembre de 1944, fue rapidísima, una vez éste había llegado hasta el Danubio (la frontera norte); seis horas tardó el Gobierno monárquico en rendirse. Hay que decir que en este país la Resistencia (el Frente Patriótico, con comunistas, agrarios y demócratas) jugó un papel importante, organizando una insurrección para facilitar la llegada de los soviéticos a Sofía; el PCB era en ese momento el partido más fuerte y organizado. En noviembre de 1945 se celebraron elecciones a Asamblea Constituyente y el Frente Patriótico obtuvo el 58% de los votos. En septiembre de 1946 el 93% de los búlgaros se posicionaron a favor de instaurar una “república popular”. En las primeras elecciones legislativas, el Frente tuvo el apoyo del 75%.
La burguesía internacional ha explicado la implantación en toda Europa del Este de regímenes a imagen y semejanza de la URSS (regímenes con economía planificada y control burocrático) por la coacción de los soldados soviéticos. Nada más falso.
El interés de los burócratas estalinistas soviéticos no era romper con el capitalismo en ningún país, mucho menos ayudar a implantar democracias obreras, que pudieran desestabilizar su propio régimen. Lo que buscaban, una vez inevitable la confrontación con el imperialismo, era una zona de influencia, países capitalistas donde los partidos comunistas (y a través de ellos la URSS) influyeran decisivamente. Según el informe que Zdanov hace para la Conferencia Fundacional de la Kominform15, en 1947, el “campo antiimperialista” (la zona de influencia soviética) tiene como tareas “la lucha contra la amenaza de nuevas guerras y contra la expansión imperialista, el fortalecimiento de la democracia y la extirpación de los restos del fascismo”, así como “asegurar una paz democrática duradera”. Escribe Fernando Claudín: “Ni en el informe de Zdanov, ni en la Declaración de los Nueve [los nueve partidos comunistas presentes], se dice una palabra sobre la lucha por el socialismo en los países del capital, ni siquiera como una perspectiva lejana ligada a los objetivos inmediatos. Omisión que no puede considerarse casual, teniendo en cuenta que era la primera definición de la estrategia mundial del movimiento comunista (...). Las dos acciones revolucionarias de mayor envergadura que estaban en curso en el momento de crearse la Kominform, las que encerraban una promesa más inmediata de desembocar en revolución socialista –la guerra civil china y la insurrección griega- son totalmente silenciadas”16. El mismo Georgi Dimitrov17 lo deja claro, declarando, nada más ser nombrado, en 1946, jefe del Gobierno búlgaro, que “nuestra tarea inmediata no es la realización del socialismo, ni la introducción de un sistema soviético, sino la consolidación del régimen demo-crático y parlamentario”18.
La variable con la que no contaba Stalin en sus ecuaciones eran las masas. Masas que, habiendo sufrido incontables desgracias bajo el fascismo, no estaban dispuestas a que los regímenes reaccionarios de antes de la guerra volvieran, como si nada hubiera pasado. Sobre todo, allá donde los partisanos o el Ejército Rojo habían traído la liberación. En Bulgaria, Yugoslavia y Albania (liberada también por la Resistencia), como en Checoslovaquia, la ruptura con el capitalismo fue el resultado de la participación activa de las masas, así como de un factor que operó en toda Europa del Este: no existía una burguesía dispuesta a contemporizar con los intereses de la URSS, y que por tanto no se arrojara a los brazos del imperialismo americano; el peligro del comunismo no era su dirección, era su base social, su apoyo de masas, de masas que querían la revolución. La única razón por la que partidos burgueses y comunistas compartieron (durante breve tiempo) el Gobierno, en países como Francia e Italia, fue porque era necesario para recuperar el poder perdido. Una vez logrado, los partidos comunistas fueron inmediatamente desplazados.
Si los burócratas estalinistas no tenían en el Este europeo ninguna burguesía en la que apoyarse, sólo les quedaba apoyarse en los campesinos y trabajadores. Y para ello era inevitable nacionalizar las grandes empresas y acabar con los latifundios. No obstante, lo que se implantó en todos estos países no fue la democracia obrera de la Rusia de Lenin y Trotsky, sino el Estado burocrático y autoritario de Stalin, una caricatura del socialismo.
A pesar de ello, los 40 años de ruptura con el capitalismo en los Balcanes (salvo Grecia) significaron un paso adelante en muchos sentidos. Ha sido la época de mayor estabilidad entre los diferentes países, de industrialización, y de aumento general del nivel de vida. Por supuesto, a un coste mucho mayor que el de un régímen de democracia obrera, donde la economía está controlada democráticamente por la mayoría de la sociedad. El control policiaco-militar, la represión, la censura, la imposición del elogio a los dirigentes, no son rasgos del auténtico socialismo, sino de esa enorme deformación llamada estalinismo.

 

Guerra civil en Grecia

 

Grecia es el único país balcánico que se mantuvo en el capitalismo. Sin embargo, el capital estuvo a punto de perderla, y sólo fue con la intervención de tropas británicas y estadounidenses, con una dura represión y con la complicidad de Stalin como lo evitó.
En el verano de 1941 las tropas nazis ocupan el país. En el otoño, comienza la Resistencia, por parte de dos grupos: el ELAS (Ejército Nacional de Liberación) y el EDES (Ejército Griego Nacional Democrático). El ELAS aglutina a socialistas, republicanos y el EKK (Partido Comunista Griego); el EDES tiene un carácter conservador y anticomunista. Son los equivalentes al MLN yugoslavo y a los chetniks, y también lucharon entre sí.
En mayo de 1944 la existencia de dos Gobiernos griegos antifascistas refleja el doble poder. Por un lado está el Gobierno en el exilio, formado por monárquicos y liberales; por otro, el Comité Provisional de Liberación Nacional (PEEA), surgido del ELAS. La correlación de fuerzas, favorable a la izquierda, se puede ver en dos hechos. Primero, en que en el otoño el ELAS, por sí solo, ha liberado la mayor parte de Grecia. Segundo, en que ese mismo año la flota griega amarrada en Egipto (que se había integrado en el Ejército británico ante la ocupación nazi) se amotina exigiendo el reconocimiento del PEEA; este motín es brutalmente reprimido y 35 militares son condenados a muerte.
Si los dirigentes del EKK (principal partido del ELAS) hubieran tenido una política marxista consecuente, aprovechando su prestigio y desenmascarando a la monarquía (cómplice de la dictadura de Metaxas) y a las fuerzas burguesas, la reacción apenas habría tenido posibilidades de rehacerse. Sin embargo, en el otoño de 1944, “dos días después de la evacuación de Atenas por los alemanes, [los británicos] entraban en la capital sin que los comunistas (...) hubieran intentado aprovechar este plazo para adueñarse del poder”19. Desde entonces y hasta febrero, la guerra civil es un hecho. El Gobierno reconocido por el imperialismo intenta arrebatar el poder a los partisanos en todo el país, usando para ello a los militares colaboracionistas de los nazis. En febrero de  1945, la dirección partisana comete un grave error: el acuerdo de Varkiza. Un acuerdo de reparto del poder, por el que la voz cantante la lleva la burguesía; seis miembros de la izquierda se integran en un Gobierno de “unidad nacional”.
Este acuerdo coincidía plenamente con los deseos de Stalin, que, en una entrevista con Churchill el 9 de octubre del 44, se había desentendido totalmente del “problema griego”. Sin embargo, un sector del EKK se opone al acuerdo, porque se da cuenta de que supone reforzar el poder de la clase enemiga, y liquidar el control que tienen las masas a través de sus milicias; el VIII Congreso del EKK reconoció que fue “una capitulación ante los imperialistas ingleses y la reacción griega”. Efectivamente, el nuevo Gobierno, juzgando imposible la desmovilización total de la guerrilla, pretende reducir el ELAS e integrarlo en el Ejército burgués como una brigada más. Esta provocación es aceptada por los dirigentes comunistas, pero luego tienen que dar marcha atrás. Paralelamente, grupos paramilitares monárquicos, al amparo de las tropas británicas, se dedican a una campaña sistemática de terror.
El 3 de diciembre la tensión entre los dos poderes (el Gobierno de coalición, donde participa la Resistencia, y el ELAS, que sigue controlando la mayor parte del país) estalla, con enfrentamientos en Atenas. Resurge la guerra civil, a la vez que se suceden las huelgas y manifestaciones. El 11 de enero de 1946 el ELAS tropieza en la misma piedra, decretando una tregua. El 31 de marzo, para ganar autoridad, el Gobierno burgués organiza elecciones, pero ningún partido de izquierdas participa, protestando así por la intimidación armada del Ejército británico y de los paramilitares a favor de los partidos derechistas. El 40% del electorado se abstiene. En mayo estallan insurrecciones en el norte. El EKK reorganiza la Resistencia, con el nombre de Ejército Democrático, en Macedonia y el Epiro. Desde entonces hasta 1948, los comunistas ganan continuamente posiciones, hasta llegar a pocos kilómetros de Atenas. El imperialismo británico, reflejando su debilidad tras la guerra mundial, se ve impotente de frenar el avance, y es sustituido por el imperialismo emergente: el estadounidense. Los americanos incluyen a Grecia en el Plan Marshall (como forma de aumentar el nivel de vida y reducir el apoyo a los comunistas), y refuerzan el Ejército burgués con envíos masivos de armas y asesores.
En octubre de 1949, el Ejército Democrático reconoce la derrota. Muchos factores llevan a ella, pero el decisivo fue el de la dirección. Las vacilaciones en los momentos decisivos se pagan caro. Los dirigentes estalinistas del EKK habían sido educados en ideas como que los burgueses británicos o americanos eran los “aliados democráticos” de la URSS, o como que era posible algún tipo de capitalismo que no fuera hostil a la Unión Soviética y que solucionara los problemas de las masas; su resistencia a entregar las armas fue producto de la presión desde abajo, así como de la constatación reiterada de que los partidos reaccionarios griegos y el imperialismo no podían convivir con unas masas comunistas animadas por el derrocamiento del capital en los países vecinos.
Por otra parte, Stalin no quiere llegar a un enfrentamiento con los imperialistas por Grecia, así que abandona a los partisanos griegos. “Rotas las negociaciones entre la Resistencia y el Gobierno monárquico, mientras los aviones ingleses ametrallaban a la población ateniense, el Gobierno soviético nombraba un embajador ante el Gobierno monárquico griego. Y en la Conferencia de Yalta (...) Stalin declaraba: ‘Tengo confianza en la política del gobierno británico en Grecia”20. Éste fue uno de los motivos de enfrentamiento entre Yugoslavia y la URSS. Obviamente, la mejor defensa del nuevo régimen yugoslavo era que todos los países de la zona balcánica rompieran con el capitalismo, y de hecho la Resistencia yugoslava fue, hasta la ruptura con Stalin por lo menos, el mejor aliado de los comunistas helénicos.  
Tras la ruptura con Tito, los burócratas soviéticos se apresuraron a liquidar la guerrilla griega, donde había muchos simpatizantes de la Yugoslavia titista. Todos los sospechosos de titismo fueron apartados, se rechazó la ayuda militar yugoslava, y por último se purgó a Markos, el dirigente carismático. Su cese fue silenciado durante meses, y tuvo un efecto desmoralizador en las filas comunistas.

 

La ruptura Tito-Stalin

 

La desaparición del capitalismo en casi todos los Balcanes puso sobre la mesa la vieja reivindicación de la Federación Balcánica. Tito y Dimitrov venían hablando del proyecto desde finales del 44. En julio de 1947 se reúnen y llegan a acuerdos para preparar el terreno, como una unión aduanera. En enero de 1948 Dimitrov destapa un proyecto mucho más ambicioso: la “federación o confederación” de todos los nuevos países de “democracia popular”, desde Polonia hasta la Grecia controlada por el EKK. Estos movimientos eran peligrosos para los burócratas soviéticos. El control político de la zona exigía el mantenimiento de Estados nacionales, mejor dicho, de burocracias nacionales lo suficientemente débiles como para no enfrentarse a ellos. El estalinismo muestra así su carácter contradictorio: por una parte mantiene la economía nacionalizada y planificada, lo que desarrolla durante décadas estos países; por otra parte, sustituye el control obrero por el control burocrático, y, con la coartada ideológica del socialismo en un solo país, mantiene los Estados nacionales, traba incompatible con el socialismo. Si el régimen de Stalin hubiera sido realmente socialista, habría unificado todos esos países con la URSS y China, permitiendo un desarrollo combinado de las fuerzas productivas tal que hubiera significado un enorme atractivo para las masas de todo el mundo capitalista.
El proyecto de Federación Balcánica, vetado por el Kremlin, fue una de las principales diferencias entre Tito y Stalin. Hubo bastantes más: la falta de apoyo soviético a la reclamación yugoslava de Trieste (que pretendía Italia), la postura liquidacionista de Stalin con respecto a la guerrilla griega... Pero la cuestión de fondo es otra. Los estalinistas de muchos países del Este debían su posición social, totalmente o en gran parte, al prestigio del Ejército Rojo, pero éste no era el caso en Yugoslavia. Tito y sus compañeros estaban en el poder por el apoyo de masas que tenían. Ellos eran estalinistas de formación, y usaban métodos estalinistas; no estimulaban la participación de las masas en el nuevo Estado, garantizando la máxima libertad para votar a los Comités Populares, fomentando la libertad de crítica, permitiendo el control obrero de la producción –la autogestión era una caricatura–, y estableciendo la democracia obrera tanto dentro como fuera del partido. Ni en el Estado ni en el PCY existía la elección democrática de los cargos, ni la posibilidad de revocación. Los dirigentes héroes de la Resistencia usaban su prestigio para adquirir un status social importante, emancipándose del control de las masas.
Detrás de la ruptura Tito-Stalin no había diferencias ideológicas. Es verdad que Tito acusó a Stalin de burócrata, oportunista, etc., pero Stalin también lo hizo; eran acusaciones que escondían algo más prosaico: los intereses de unos burócratas y de otros chocaban. La experiencia de este siglo demuestra que, si se acepta la teoría del socialismo en un solo país, cada burocracia nacional intentará teorizar sobre su vía al socialismo, y a través de ello defender sus intereses sin supeditarse a los de otra más fuerte. Pero sólo las burocracias que tienen suficiente apoyo (como la yugoslava o la china) pueden hacerlo.

 

La Yugoslavia de Tito

 

Viendo el odio nacional fomentado en lo que fue Yugoslavia por las diferentes camarillas burguesas y por el imperialismo, y sus resultados (matanzas, paro masivo, barbarie), es absolutamente comprensible que muchos trabajadores, de la zona y de todo el mundo, tengan una imagen idealizada de la Yugoslavia de Tito. Y, desde luego, los 40 años de Yugoslavia “socialista” han sido la mejor época que han podido vivir los yugoslavos. La Resistencia había demostrado que era posible superar los conflictos nacionales, siempre y cuando se desplazara a las viejas camarillas reaccionarias y chovinistas y se acabara la explotación capitalista. De hecho, la planificación económica permitió que entre mediados de los 50 y principios de los 60 la producción creciera a un ritmo de más del 10% anual. Sin embargo, independientemente de las intenciones de los dirigentes, cualquier régimen de planificación burocrática lleva el germen de su propia crisis.
El aumento del nivel de vida fue una de las bases para aumentar la cohesión nacional yugoslava. La otra fue una inteligente política nacional. Yugoslavia se estructuró como una federación de seis repúblicas: Serbia, Croacia, Eslovenia, Montenegro, Macedonia y Bosnia-Herzegovina. Además, dentro de Serbia tenían autonomía la Voivodina y Kosovo, autonomía que fue reforzada en 1974 para equipararla a la de las seis repúblicas.
Hasta ahora, en este artículo, no hemos hablado casi nada de Bosnia-Herzegovina. No por capricho. La población de esta zona es, casi homogéneamente, eslava, es parte del mismo pueblo que los croatas y serbios, que, como sabemos, sólo empezaron a diverger con la invasión turca. Las diferencias son mínimas entre los serbios, los croatas y los llamados musulmanes; básicamente, es la religión. Cuando llegaron los turcos, prácticamente todos los señores, y una parte importante de los campesinos, se islamizaron. Creando la República de Bosnia-Herzegovina, en vez de repartirla entre Croacia y Serbia, Tito consiguió que las dos principales nacionalidades no fueran hegemónicas con respecto a las demás.
El régimen político yugoslavo estaba basado en un complejo juego de equilibrio entre las diferentes burocracias nacionales, y de descentralización administrativa.
El autodenominado “socialismo autogestionario” era una variante de régimen burocrático: permitir un cierto grado de autonomía en cada empresa, y cierto control obrero, siempre y cuando no se pusiera en entredicho los pilares del control desde arriba. En la agricultura el 80% de las tierras se mantenía en manos privadas, permitiéndose incluso la contratación de hasta cinco jornaleros, lo que reforzaba a la pequeña burguesía agraria. En 1965 se tomaron medidas para fomentar la competencia entre las distintas empresas estatales, se renunció a mantener el pleno empleo, y se abrieron las puertas a una emigración masiva hacia Europa Occidental. Por otra parte, desde la ruptura con el bloque del Este, Yugoslavia se vio obligada a abrirse al mercado capitalista; se permitieron inversiones extranjeras en el país, siendo Estados Unidos el primer socio financiero y comercial, y la creciente deuda externa se convirtió en una bomba de relojería (en 1980 era de 2,5 billones de pesetas, y en 1989, después de haber pagado 8,5 billones en nueve años, la deuda seguía siendo la misma).
La burocracia era un freno cada vez mayor al desarrollo económico, y las medidas procapitalistas en la agricultura y la industria actuaron cada vez más, como una cuña.

 

Crisis, nacionalismo y lucha de clases

 

La contestación a esta situación se reflejó en el aumento de las tendencias nacionalistas, fundamentalmente por parte de croatas y kosovares. La cuestión nacional no había sido superada, sino sólo aplazada. Cuando el régimen burocrático entró en crisis abierta, tras la muerte de Tito en 1980, el equilibrio entre las diferentes burocracias nacionales se convirtió en una lucha encarnizada entre ellas, en la que utilizaban como arma argumentos nacionalistas. A esto hay que añadir que el desarrollo producido desde la II Guerra Mundial no fue homogéneo en todas las zonas; mientras Croacia y Eslovenia se convertían en Repúblicas industrializadas y tenían un nivel de vida más alto que la media, en Macedonia y Kosovo seguía teniendo gran peso el campesinado, y el nivel de vida se mantenía bajo. Aun así, hay que decir que en Kosovo éste era bastante más alto que el de Albania, y ésta fue la razón fundamental por la que la mayoría albanesa de Kosovo no se sentía atraída hacia una posible unificación con Albania; hasta el desmembramiento de Yugoslavia, la lucha de las masas kosovares no tuvo como bandera la separación, sino la no discriminación con respecto al resto de nacionalidades yugoslavas.
La crisis capitalista mundial iniciada en 1973 tuvo dramáticos efectos en Yugoslavia, iniciándose entonces la pendiente descendente del régimen. Del 73 al 86 la media de crecimiento anual de la economía fue sólo del 3,3% (la más baja con diferencia de los regímenes burocráticos de los Balcanes). A finales de los 80 la situación era insostenible para las masas: en 1987, el paro es del 14% y la inflación del 170%. El nivel de los salarios, que en 1979 era de 120.000 pesetas al mes, cae a 22.000 en 1988. El índice de pobreza pasa del 19% en el 79 al 60% en el 88.
La clase obrera responde con huelgas y manifestaciones. Ya en 1968 se habían producido más de 2.000 huelgas. En 1987 se producen 1.570 huelgas, en las que participan 365.000 trabajadores, según datos oficiales. “La ola de paros que tuvo lugar durante los tres primeros meses de 1987, a consecuencia de una congelación retroactiva de los salarios, hizo temer una explosión. Pero estas huelgas espontáneas siguieron desorganizadas y, en su mayoría, se saldaron con fuertes subidas salariales”21. El 6 de julio de 1988 miles de trabajadores croatas y serbios de la ciudad de Vukovar ocupan el Parlamento Federal. Hasta el último momento, la clase obrera intentó poner su sello en la situación, frente al chovinismo desbordado de cada burocracia nacional, que bajo una máscara nacionalista preparaba su reconversión en nueva burguesía.
Desgraciadamente, como sabemos, fueron las diferentes camarillas nacionalistas, respaldadas y azuzadas por los diferentes imperialistas (en primer lugar, los alemanes), los que protagonizaron la situación, envolviendo toda la zona en el espectro del odio nacional, la destrucción, las privatizaciones salvajes y la omnipresencia de la mafia. Las masas de la clase obrera no podían elaborar, sobre la marcha, una alternativa completa de sociedad al régimen titista, una alternativa auténticamente socialista, basada en el mantenimiento de la propiedad estatal de la economía y en el control obrero del Estado, en un marco de genuina democracia obrera. Éste era el papel que debía haber jugado un partido revolucionario, que no existió. Los trabajadores de toda la zona todavía están pagando este hecho, pero la historia revolucionaria de los Balcanes inevitablemente resurgirá, y su rica experiencia será utilizada para acabar con esta pesadilla y pasar del “reino de la necesidad” al “reino de la libertad”, al socialismo. Acontecimientos como la lucha contra la dictadura de los coroneles griega, o, más recientemente, la revolución albanesa de 1997 (grandes hechos imposibles de tratar aquí), nos anuncian que así será.

 

Como hace tres años, las expectativas electorales del PP se han visto frustradas. Entonces, el 3 de marzo del 96, porque a pesar del desgaste del gobierno del PSOE tras dos años de crisis política, el triunfo sonado que esperaban no se dio, para sorpresa de la burguesía y de la propia dirección del Partido Popular. Ahora, porque con los resultados del 13 de junio pasado no consiguen despegarse del PSOE, con lo que la ilusión de alcanzar la mayoría absoluta se desvanece. De hecho, se reduce la distancia respecto las anteriores elecciones europeas y municipales. En las europeas, la ventaja del PP sobre el PSOE se ha reducido a la mitad, y en las municipales prácticamente ha habido un empate.

Estos resultados se dan en el mejor de los escenarios para el Partido Popular: tras tres años de gobierno con una coyuntura económica favorable, sin oposición por parte del PSOE, desarbolado tras la dimisión de Borrell como candidato, con las direcciones sindicales entregadas a su papel “responsable” de facilitar la paz social firmando un pacto tras otro... y con un año de tregua por parte de ETA totalmente inesperado por el Gobierno.
Así se comprende que estos resultados son vistos como insuficientes por parte de la burguesía española: el gobierno de Aznar no va a tener un escenario mejor que éste en las próximas elecciones. La debilidad electoral del PP siembra de inquietud los consejos de administración del capitalismo en el estado español. Es cierto que siguen siendo el partido más votado, que mantienen el apoyo de una parte importante de las capas medias, pero son conscientes a su vez de que cualquier cambio en la coyuntura podría depararles amargas sorpresas. Y de aquí a las elecciones generales en el 2000 tendremos por medio las autonómicas en Catalunya y, posiblemente, en Andalucía. Dos comunidades en las que el PP exhibe unos pobres resultados. Por eso, dirigentes y allegados del presidente Aznar le presionaban para que adelantara las elecciones. Contraria-mente a sus indicaciones, Aznar ha decidido agotar la legislatura confiando en que mantendrá la supremacía obtenida en las pasadas elecciones.
El apoyo obtenido por el PSOE se produce a pesar de una oposición prácticamente apagada, que comparte, en aspectos fundamentales, la misma posición que el gobierno del PP por considerarlas “cuestiones de Estado” (desde la configuración del Estado de las Autonomías, al proceso de paz en Euskadi o la guerra en Yugoslavia). Y a pesar de una dirección volcada en enmendar el efecto Borrell. El apoyo electoral cosechado por el PSOE sólo puede entenderse como la voluntad de la clase obrera de no ceder ante la derecha, agrupando su voto en torno al principal partido de la oposición. Desde luego, nada tiene que ver con este avance electoral el ala más derechista de la dirección y su política, aunque se lo atribuyan de la manera más desvergonzada. Como se pudo ver de forma clara en los resultados de las primarias, el apoyo de las bases socialistas a Borrell expresaban la voluntad de éstas de imprimir un giro a la izquierda en el partido, de romper de manera contundente con la derecha, recogiendo las aspiraciones y necesidades de la clase trabajadora. Y lo que se han encontrado después ha sido bien distinto: la renuncia de Borrell tras un año de concesiones a las presiones de la mayoría de dirigentes del partido y de ataques por parte de la burguesía. El divorcio entre las bases y la dirección actual no puede ser mayor. Y aún así, el PSOE ha recogido el voto de la clase trabajadora para cerrar el paso a la derecha. La experiencia de estos tres años de política reaccionaria del PP  ha sido decisiva en este sentido.
Estos resultados ponen de relieve como sobre la base de una auténtica política socialista, basada en la movilización, PSOE e IU, junto a los sindicatos, podrían hacer entrar rápidamente en crisis al gobierno del PP. Porque éste es un gobierno mucho más débil de lo que parece. Lo que se ha expresado el 13-J es la tremenda oposición a la derecha que existe por parte de la clase obrera en el estado español. Este gobierno no resistiría una lucha seria por la reducción de jornada a 35 horas semanales por ley, sin reducción salarial, en defensa de la ense-ñanza pública o contra la privatización de la sanidad, por citar tres medidas inmediatas que obtendrían el apoyo aplastante de la clase trabajadora.

 

El retroceso de IU

 

Izquierda Unida ha experimentado un retroceso importante, pasando de 2’5 millones de votos en las anteriores elecciones europeas a 1’2 millones, perdiendo más de la mitad de su apoyo electoral. En estas elecciones, como anteriormente en Galicia y en Euskadi, IU ha perdido los indecisos y parte de la intención de voto que recogían las encuestas antes de los comicios. Para hacer un análisis correcto sobre las causas de estos resultados hay que comprender el papel que juega el PSOE frente a la derecha a los ojos de amplias capas de los trabajadores y las enormes reservas de apoyo con que cuenta entre la clase obrera. De nada sirve hablar del bipartidismo establecido entre PP y PSOE salvo para lamentarse. El permitir hace cuatro años que la derecha accediera al gobierno de Comunidades Autónomas y municipios por la falta de acuerdos entre las direcciones del PSOE e IU fue un error, reconocido ahora por la misma dirección federal de IU. De haber existido otra política, en la que no hubiera quedado lugar a dudas sobre el sentido del voto a IU, inequívocamente beligerante contra el PP, IU habría recogido el apoyo de una parte del electorado de izquierdas más crítico y disconforme con la dirección derechista del PSOE. Ésta fue, de hecho,  la base del incremento de votos en el 95. Además, el hecho de apoyar al candidato del PSOE en un municipio o comunidad frente al del PP, lejos de debilitar a IU, la habría fortalecido. En primer lugar, porque esto no significa de ningún modo extender un cheque en blanco, ni implica tener que llegar a acuerdos sobre la base de un programa que no se comparte. Sólo de esta forma se podía, y se puede, conectar con el sentimiento de odio a la derecha que existe entre la clase trabajadora. Un sentimiento que no podemos olvidar que está profundamente arraigado en la clase obrera del estado español tras cuarenta años de dictadura franquista.
Otra cuestión relevante es que una parte de los votos perdidos por IU han ido a parar a la abstención. Esto indica que hay una parte de los votantes de IU descontentos con la política de la dirección, pero que se mantienen fieles a la opción representada por el PCE-IU. Son sectores desilusionados, disconformes con el discurso ambiguo utilizado a menudo por algunos dirigentes de la coalición. Además, IU se mueve en un terreno indefinido, entre el reformismo de tintes socialdemócratas y una postura más claramente socialista, que rompe con el capitalismo en algunos puntos. Si por el lado positivo IU defiende posiciones de clara oposición a la burguesía, como la reducción de jornada a 35 horas por ley, la oposición a la política económica del gobierno o la oposición a la guerra de Yugoslavia y a la OTAN, por el lado negativo IU ejerce una práctica política basada en el juego institucional al uso, defendiendo un programa en términos generales sumamente moderado, sin diferenciarse en esto gran cosa del PSOE.
Los medios de comunicación de la burguesía no han dejado escapar la ocasión de atacar a IU, atribuyendo su retroceso electoral a su “radicalidad”, a su posición contra la guerra imperialista en Yugoslavia o respecto los dirigentes sindicales. Es un pobre argumento, que cae por si solo cuando se analizan los resultados de otras formaciones políticas como el BNG o de EH. En las europeas, el BNG pasa de 139.221 votos a 347.250 y EH de 180.324 a 306.640, consiguiendo un escaño cada uno. Estas dos fuerzas han recogido una buena parte del voto de izquierda, ¿y es que acaso BNG y EH no aparecen como “radicales” en los medios de comunicación? De hecho, lo que la burguesía quisiera es que IU se alejara cada vez más de la aspiración de transformar la sociedad, de luchar por el socialismo. Y por eso intenta una vez tras otra ridiculizar toda postura que represente un enfrentamiento claro con sus intereses, con cualquier idea anticapitalista. La burguesía dispone de potentes medios para destruir o corromper a sus adversarios. A no pocos dirigentes sindicales, que por otra parte no confían en la capacidad de lucha de la clase trabajadora, se los ha ganado a base de lisonjas y ventajas materiales. A los que se salen del guión de lo “correctamente político”, se les ridiculiza o se les encasilla en falsas posiciones. Uno no puede pronunciarse en contra de los bombardeos de la OTAN en Yugoslavia y denunciar el carácter imperialista de la guerra sin ser un “amigo de Milosevic”. Uno no puede mantener una posición contraria a la contrarreforma laboral pactada por los dirigentes sindicales sin ser un “sectario al que se le paró el reloj”. La burguesía cuenta con medios poderosos, no cabe duda, pero IU tiene que hacer llegar sus planteamientos a cada barrio, a cada fábrica, hasta el último trabajador y joven, a través de sus propios medios, con hojas, pasquines, carteles y sobre todo ilusionando y armando ideologicamente a su base militante. Es a través de un trabajo militante, dando cauce a la participación de afiliados y simpatizantes, como IU puede ganar una presencia social mayor.

Elecciones en Catalunya

Por primera vez en 19 años, el candidato socialista parece que puede alcanzar la mayoría en las elecciones autonómicas y desalojar a Jordi Pujol, el representante directo de la burguesía catalana, del Palau de la Generalitat. Las últimas encuestas dan un empate técnico, cuando hace tan sólo dos años, la ventaja de CiU sobre el PSOE era de 17’5 puntos.
Es inevitable que estas elecciones sean vistas como un anticipo, un test previo a las próximas elecciones generales. Por un lado, la derrota de CiU, el principal socio del gobierno PP, sería una muy mala noticia para Aznar, que cuenta con su apoyo para conformar la mayoría necesaria para gobernar tras las generales en el 2000. Por otro lado, la victoria socialista en Catalunya daría fuerza a la idea de un posible triunfo del PSOE en las generales.
En las pasadas elecciones europeas y municipales, Catalunya regis-tró la mayor movilización en contra de la derecha. En las municipales el PSC logró 1.090.000 votos, 33.000 más que hace cuatro años, y le sacó una ventaja de más de 300.000 votos a CiU. CiU recibió un varapalo de campeonato, al perder 200.000 votos respecto a hace cuatro años. Y por su parte, el PP, también sufrió un serio descalabro. El objetivo de la dirección del PP era acrecentar su base electoral en Catalunya con vistas a las generales del año que viene, pero los resultados que obtuvieron siguen poniendo de relieve la tremenda debilidad electoral del Partido Popular. El PP obtuvo tan sólo 320.000 votos en toda Catalunya, perdiendo más de 75.000 votos respecto a 1995. La escasa implantación del PP en Catalunya, como en otras nacionalidades históricas y regiones, son el reflejo de la debilidad de la burguesía española, incapaz de tener un partido cohesionado en el conjunto del Estado.
El punto clave de las próximas elecciones en Catalunya será la participación en el cinturón industrial de Barcelona. Como se pudo ver en las pasadas elecciones del 13-J, la abstención fue mayor en los barrios y localidades obreras (Badalona, participación del 47%, Rubí, Sant Adrià del Besós, 45%, frente a una participación en torno al 60% en los feudos de CiU), lo que siempre favorece a la derecha.
El próximo 17 de octubre, fecha de los comicios en Catalunya, el hecho de que Maragall le dispute con posibilidades de éxito la Presidencia de la Generalitat a Jordi Pujol, junto a que estas elecciones son vistas como un anticipo de las generales, va a propiciar una participación mayor y una tremenda polarización entre el PSC y CiU. Es indudable que va a haber una movilización muy importante de la clase trabajadora para echar a la derecha de la Generalitat. La única incógnita que queda por resolver es si esta movilización va a ser lo suficientemente amplia para alcanzar la mayoría. Con un programa claramente socialista, que recogiera las aspiraciones y necesidades de la clase trabajadora, no habría lugar para conjeturas.

 

Una política de derechas

 

Hace tres años algunos dirigentes políticos y sindicales planteaban que, tras la ajustada victoria del PP, el gabinete de Aznar optaría por una política centrista, moderada, para intentar ampliar su base electoral durante esta legislatura. En este razonamiento se han basado las direcciones sindicales para defender una política de acercamiento, de diálogo y pactos con el gobierno de la derecha. Con ello reafirmaban, según decían, su “independencia” (de los partidos de izquierda,  PSOE e IU, se entiende) y su “modernidad” (no han mantenido “prejuicios doctrinarios” respecto de la política del Gobierno del PP que les hubieran impedido la negociación). Antonio Gutiérrez ha insistido una y otra vez en la necesidad de relanzar la negociación, el diálogo social, con el gobierno de la derecha y la patronal, mientras que el calado de los ataques a la clase trabajadora era cada vez mayor.
Ahí tenemos la reforma fiscal por la que a los más ricos se les concede una rebaja de más de 600.000 millones de pesetas en los impuestos, mientras que hay 1.600.000 parados sin ningún tipo de subsidio. O las bonificaciones  a los empresarios por la creación de empleo: 300.000 millones de pesetas de las cuotas de los trabajadores que han ido a parar a los bolsillos de los empresarios, en lugar de mejorar la cobertura del subsidio de paro, cómo denunció Anguita en el debate sobre el estado de la nación.
Ahí están los efectos de la última reforma laboral pactada entre sindicatos, patronal y Gobierno, con la que el despido se hizo más fácil y más barato. No ha variado apenas el porcentaje de contratos indefinidos, uno de cada tres trabajadores trabaja en precario y siete de cada diez contratos se hacen a través de Empresas de Trabajo Temporal. La contratación indefinida supone el 10’6 %  del total de contratos frente al 9’8% de hace un año, y se siguen haciendo ocho veces más contratos temporales que fijos. Es a través de esta situación de sobreexplotación como los empresarios están obteniendo unos resultados fabulosos (en 1998 sus beneficios crecieron un 21% respecto al año anterior). La otra cara de la moneda es la elevada siniestralidad laboral, en la que el Estado español tiene el mérito de tener la tasa más elevada de Europa.
Las privatizaciones del sector público (Repsol, Telefónica...) han conllevado la destrucción de miles de puestos de trabajo y la precarización del empleo y de los servicios a niveles desconocidos. El caso de Correos es un buen ejemplo que cómo se están cargando un servicio público en beneficio de compañías privadas. A los ataques a la sanidad pública a través de la nueva ley de fundaciones, con la que se pretende gestionar los hospitales en base a criterios de rentabilidad capitalista, a través de recortes y congelación del gasto sanitario, hay que añadir el medicamentazo, los recortes de las partidas destinadas a la educación pública: menos dinero para la construcción de escuelas e institutos, menos dinero para becas... Esta es la política del Gobierno Aznar. A pesar de la campaña de propaganda, del discurso machacón de que todo va bien y a mejor, la clase trabajadora percibe  que la increíble riqueza que se está generando no se reparte de manera justa. La parte del león se la lleva la burguesía, con sus insultantes beneficios, mientras que los trabajadores nos encontramos con peores condiciones de trabajo y unas retribuciones prácticamente congeladas, puesto que el incremento salarial medio es de tan sólo el 2%.
Y en este contexto al PP le estalla el problema de las pensiones. El 70% de las pensiones está por debajo del Salario Mínimo, esto es, por debajo de las 70.000 pesetas. Es tan evidente la demagogia de la burguesía cuando niega la posibilidad de mejorar la cuantía de las pensiones más bajas, que el gobierno de Aznar ha tenido que retroceder, convocando a los sindicatos a una negociación en el marco del Pacto de Toledo. El Gobierno ha pasado de mantener una postura intransigente, de tratar de impedir toda subida a través de recursos, presiones, etc., a asumir como necesario ese incremento. Y lo que es bastante significativo de la situación política actual:  el gobierno se ve  forzado a sentarse con los sindicatos, para discutir del tema y tratar de buscar una salida, más por el desgaste político que le suponía el enfrentamiento con las comunidades autónomas que por la presión de las centrales sindicales.  En cualquier caso en el debate sobre las pensiones, lleno de demagogía y cinismo por parte de la derecha, ha vuelto a quedar en evidencia la falta de voluntad de lucha de los dirigentes oficialistas de CCOO y UGT que aceptando el guión gastado de la “negociación” han renunciado a movilizar a los pensionistas y al conjunto de la clase obrera para conseguir pensiones dignas y no migajas de supervivencia.


La situación real del paro

 

Otro de los logros que se atribuye Aznar es que se han creado 1’2 millones de puestos de trabajo bajo su mandato. Y se plantea como objetivo crear otros 1’3 millones de aquí al 2003, previa “modernización del mercado laboral”, según nos anunció en el debate sobre el estado de la nación. De entrada, habría que matizar al señor Aznar que de esos 1’2 millones de puestos de trabajo creados, una parte importante no son empleos nuevos, sino que han aflorado de la economía sumergida ante la entrada del euro. A continuación podríamos discutirle la calidad del empleo creado, cuando superamos los récords de empleo precario con un 33’6% de trabajos temporales en comparación con el 12’1% en la media europea. Pero  además, la realidad de las cifras de paro y el empleo no son en absoluto para lanzar las campanas al aire. En primer lugar, la tasa de actividad en el Estado español (49’2%) es bastante inferior a la media de los países de la Unión Europea (55’4%), con lo que la bolsa potencial de parados es aquí mucho mayor. Esa tasa de actividad inferior encubre en realidad una cantidad importante de trabajadores en el paro, jóvenes y mujeres especialmente, que están contabilizados como inactivos (estudiantes, amas de casa, etc.). En el caso de las mujeres esto se ve reflejado todavía de forma más clara en la tasa de actividad femenina: en el Estado español es de sólo el 36’7% frente al 45’6% de la media europea. También estamos en cabeza en cuanto a desempleo juvenil (un 39’1% respecto a un 21’2% en la media de la UE) y en cuanto al número de parados de larga duración (51’8%).
Evidentemente, el gobierno no va a exhibir estos “logros” que hacen sombra a sus brillantes cifras, con las que tiene la esperanza de convencernos de la bondad de su programa. Es más, el gobierno maquilla y cambia las estadísticas a su gusto, como se ha podido comprobar con la EPA (encuesta de población activa) y la contabilidad nacional. Cambia la estructura de los datos y después no homologa las series, con lo que  le salen unas mejoras estadísticas de relumbre sin que éstas se correspondan con la realidad. Otros datos, susceptibles de que puedan ser utilizados para criticar la gestión del Gobierno, simplemente se ocultan, se dejan de publicar. Así ocurre con la memoria de la Administración Tributaria, con lo que es imposible saber quién y en qué proporción está pagando impuestos, y con los datos de ejecución presupuestaria.

Perspectivas económicas

De hecho, la favorable situación económica ha permitido amortiguar en parte los ataques del Gobierno del PP.  El ciclo alcista de la economía ha posibilitado que el gabinete de Aznar haya ido implementando los recortes progresivamente, procurando evitar una conflictividad que le desestabilizara. En este sentido se ha basado en el apoyo imprescindible de las direcciones sindicales, sin el cuál no podría haber llevado a cabo ni una sola medida. El gobierno, pasado el susto de las movilizaciones de los empleados públicos a los pocos meses de su investidura, ha procurado evitar un enfrentamiento cara a cara con el movimiento obrero y se ha valido para ello de los dirigentes obreros. En más de una ocasión ha tenido que retroceder, como ocurrio en  lucha de los mineros de León, o posteriormente en Asturias.
En este contexto cabe destacar el análisis que hace la burguesía sobre la política económica del Gobierno. Es evidente que para ella, la debilidad del PP frente al movimiento obrero es un verdadero problema y que quisieran un gobierno más fuerte que pudiera llevar a cabo las “reformas estructurales” que consideran inaplazables, sin necesidad de apoyarse en los dirigentes obreros.  Asi lo refleja El País (22-8-99) cuando advierte que “el Gobierno hasta ahora se ha limitado a cabalgar sobre la fase alcista del ciclo,  que a partir de este momento tendrá que apearse de la autocomplacencia, dejar de atribuirse medallas por los efectos de fenómenos que ni controla ni probablemente entiende y hacer algo”. Y es que aparecen los primeros indicios de deterioro de la economía, como el alza de la inflación y la pérdida de competitividad. Durante los últimos 3 años los precios no han subido tanto gracias al abaratamiento del petróleo y de las materias primas. Ha bastado dos meses de alza del precio del petróleo para que vuelva a subir la inflación (actualmente la más alta de la UE con un 2’1% en julio), con lo que los méritos del Gobierno al respecto se desvanecen.
Respecto a la competitividad en la industria, ésta ha caído un 4’3% en el primer trimestre del 99. Las exportaciones españolas han caído en términos reales y su contribución al crecimiento del PIB será este año negativa, como ya lo fue el año pasado. Todo esto, además, tiene un efecto directo en el empleo, con la pérdida de miles de puestos de trabajo si la caída prosigue. Es un proceso que está en sus inicios y que todavía no ha dejado sentir plenamente sus efectos en el conjunto de la economía, pero que puede llegar a implicar un cambio de tendencia. Las esperanzas de la burguesía española están puestas ahora en la recuperación de la economía alemana, para relanzar las exportaciones y, de esta forma, alargar el ciclo alcista. En cualquier caso el futuro de la economía española no podrá escapar a las tendencias generales de la economía mundial y de los problemas que atraviesan Japón, el Sudeste Asiático y Latinoamérica que más temprano que tarde afectaran tambien a EEUU.
El tímido repunte de Japón, tras un largo año de recesión, con un crecimiento del PIB en el primer trimestre de casi un 2%, se ha visto empañado por una nueva caida en el segundo trimestre a pesar de las políticas expansivas del gobierno nipón. Bajos tipos de interés y aumento del gasto público están en la base del intento de relanzamiento de la economía japonesa, que sin embargo no puede romper con la situación de recesión tras el desplome de los mercados del sudeste asiatico.
La persistente recesión económica de los paises emergentes, especialmente Latinoamérica, y la lucha feroz por los mercados están afectando directamente a la fortaleza del boom en EEUU que ya observa síntomas claros de declive. Los datos del crecimiento del PIB americano en el segundo trimestre, 1,2%, han puesto de manifiesto  que la tendencia a la caida de los beneficios de las grandes empresas es ya una realidad evidente; pero este no es el único dato, el crecimiento del déficit comercial americano que se acerca peligrosamente a los 300.000 millones de dólares es una mala noticia a la que hay que sumar el descontrol de la burbuja financiera, que ha llevado a las acciones de Wall Street a niveles de cotización delirantes. La tasa de ahorro americana es negativa por primera vez en 25 años y una caida de la economía real podría tener efectos catastróficos arrastrando a la bolsa y viceversa.
Rudy Dornbusch, profesor de la Catedra Ford de Economía en el MIT, señalaba en su articulo ‘Otra vez Wall Street 1929’ publicado el 27 de junio en El Pais, algunas de las incertidumbres que atenazan a los principales estrategas de la burguesía: “¿Está a punto ya de empezar otra depresión? EEUU podría ser el catalizador. Hay una burbuja en la bolsa de Nueva York. Las acciones valen casi el doble del PIB, mucho más de lo que hayan valido jamás y un cuarto más alto que en el punto álgido de la oleada especulativa en Japón hace una década. Según el criterio de la Reserva Federal, las acciones están sobrevaloradas en un 40% (...) Todavía no ha habido ninguna expansión de EEUU que haya muerto de vieja (...)Al haber vulnerabilidad financiera en todas partes, ¿cómo vamos a estar seguros de que EEUU, y todo el mundo, no acabará como Japón, un día en la cumbre y al siguiente en el arroyo? (...) De hecho, puede que las crisis financieras de los últimos tres años no hayan sido más que preludios”.
Se avecina una etapa convulsiva en el terreno económico, e inevitablemente, en el político y social. Un recrudecimiento de la lucha de clases en los Estados Unidos y en Europa, como ya se está produciendo en el sudeste asiático y en América Latina, sera la perspectiva inevitable. La burguesía va a tratar de cargar el peso de la crisis sobre los hombros de la clase trabajadora, lo que significará nuevos ataques a los derechos sociales que el movimiento obrero ha conquistado tras décadas de lucha. Es para este escenario para el que se prepara la burguesía española cuando advierte que en el futuro inmediato el gobierno deberá llevar a cabo “reformas drásticas políticamente conflictivas”. Y es para este escenario para el que la clase trabajadora, los jóvenes y los cuadros marxistas en primer lugar, nos tenemos que preparar. Acontecimientos que sacudiran de arriba abajo a los partidos y sindicatos de la clase obrera, creando la condiciones para un giro a la izquierda y el crecimiento de la influencia de las ideas del marxismo revolucionario.

“En los Estados del Sur mis enemigos eran los que oprimían a los esclavos negros. Mis enemigos del Norte los que ansiaban perpetuar la esclavitud de los obreros asalariados”
Albert Parsons

 

La  contradicción en los años 60 del siglo pasado entre los Estados del Norte y los Estados del Sur en los EEUU de Norteamérica, producto del choque entre una economía latifundista-esclavista en el Sur (en 1860 había alrededor de cuatro millones de esclavos, fundamentalmente negros) frente a la del Norte, basada en el desarrollo industrial y granjero de base de trabajo asalariada, condujo, en virtud de las necesidades de los Estados meridionales -ampliación del mercado interior, del comercio, principalmente con Inglaterra, búsqueda  de fuentes de materias primas, y la ampliación de la base del mercado de mano de obra-, a la guerra conocida como Guerra Civil Norteamericana que discurrió entre los años 1861 y 1865.

En plena Guerra Civil (1862), el partido Republicano, dirigido por A. Lincoln,  que expresaba los intereses de la gran burguesía nordista, dictó un ley llamada Homestead  Act que, a la vez que privaba a los latifundistas del Sur de la posibilidad de obtención de tierras vírgenes y, en acertado aserto de Karl Marx, de “una esquilmación del suelo de manera brutal” (El Capital, Tomo III), asestaba  un durísimo golpe a la economía esclavista y resolvía el problema agrario de la ciudadanía del Norte.

 

Los origenes del movimiento obrero americano

 

La incorporación del proletariado a la lucha contra el esclavismo era condición necesaria para su propia autoorganización debido a que “En los Estados Unidos de América, el movimiento obrero no podía salir de su postración mientras un parte de la República siguiese mancillada por la institución de la esclavitud. El trabajo de los blancos no puede emanciparse allí donde está esclavizado el trabajo de los negros. De la muerte de la esclavitud brotó inmediatamente una vida nueva y rejuvenecida. El primer fruto de la Guerra de Secesión fue la campaña de agitación por la jornada de ocho horas, que se extendió con la velocidad de la locomotora desde el Océano Atlántico al Pacífico, desde Nueva Inglaterra a California” (Karl Marx, El Capital, Tomo I).
La válvula de escape a las contradicciones sociales que pretendía la Homestead Act era una forma realmente relativa de relajación de tensiones. Maurice Niveau, renombrado historiador, ha señalado que “contrariamente a lo que podría pensarse, los inmigrantes del siglo XIX no fueron, más que en casos excepcionales, los pioneros de la frontera. Permanecieron en el Este y se instalaron en las ciudades donde fueron a engrosar las filas de la mano de obra obrera. En 1860, el 60% de los 2.200.000 inmigrantes que vivían en los Estados Unidos se habían instalado en los estados de Nueva York, Pennsilvania, Massachu-setts y Ohio. En 1900, el 40% de los inmigrantes vivían en ciudades de más de 100.000 habitantes. Mano de obra móvil y adaptable para la industria y el comercio, carecían de los me-dios financieros para desplazarse hacia el Oeste y dudaban en lanzarse a una agricultura ex-tensiva de la que desconocían los métodos de trabajo” (His-toria de los hechos económicos contemporáneos)
La formación de la clase proletaria en Norteamérica, procedente de la inmigración de Europa y Asia (hasta 1870 la mayoría llegan de Inglaterra y Alemania, más tarde de la Europa nórdica y del Este) tuvo características que marcaron, y aún marcan, el desarrollo organizativo independiente: “Hacia 1880, con la desaparición de la frontera, la oposición de los sindicatos obreros se hizo más viva mientras que los empresarios defendían, evidentemente, la libertad de entrada que creaba una competencia más aguda del lado de la oferta de trabajo... Esta extraordinaria aportación de mano de obra extranjera pudo, en un momento u otro, presionar sobre los salarios. Sin embargo, a largo plazo, representó una ayuda suplementaria al éxito económico de este inmenso país que, globalmente, jamás ha tenido exceso de mano de obra. Si los inmigrantes permanecían en el nordeste industrial del país, el resto de la población supo hacer retroceder la frontera hacia el Pacífico, y este movimiento hacia el Oeste constituye uno de los rasgos característicos tanto de la epopeya como de la historia económica de los Estados Unidos. El western es cualquier cosa menos un mito, puesto que ha modelado profundamente el aspecto y el estilo de los Estados Unidos de América” (Maurice Niveau, op. cit.).
A fines de los años 80 del siglo XIX, una vez colonizado todo el Oeste, “dejó de funcionar la importante válvula de desahogo que había estorbado la formación de la permanente clase de los proletarios” (F. Engels, Apéndice a la edición americana de La Condición de la Clase Obrera en Inglaterra).
La fisura  que introdujo la epopeya de la  marcha hacia el Oeste consolidó el status “aristocrático”de los viejos ciudadanos norteamericanos que generó asociaciones de obreros fuertemente cerradas, dejando al margen a los inmigrantes nuevos, a los negros y amerindios, frenando el fortalecimiento de  organizaciones que agrupasen a toda la clase y haciendo prevalecer “el frenesí de empresa” (carta de Federico Engels a Adolph Sorge el 10 de Septiembre de 1888).  Este hecho explica, en parte, la dificultad que historicamente ha tenido la clase obrera en Norteamérica para la formación de sociedades que representasen sus intereses, aún existiendo las mejores condiciones objetivas para el surgimiento de poderosísimas fuerzas sindicales y políticas. A su vez, la gran burguesía pudo, merced a estas favorables condiciones, poner en vigor códigos antinegros en 1885 y 1886 y permitió salir a la luz organizaciones racistas como el Ku Kux Klan.
La victoria del Norte en la Guerra Civil consiguió la unificación económica y política del país posibilitando el rápido desarrollo del capitalismo tanto en la esfera industrial como financiera y agícola (vía del granjero). Si en 1840 EEUU eran la quinta potencia industrial del mundo, en 1850 ascendía al cuarto lugar, en 1860 era ya la segunda fuerza  para,  en 1894, ponerse a la cabeza desplazando a Inglaterra. Sólo basta fijarse, para darse cuenta de esa tremenda expansión, que en 1895 producía 7 veces más que en 1860 (¡sólo 35 años antes!) y que entre 1850 y 1860 ¡¡se triplicó el quilometraje de la red de ferrocarriles, alcanzando ya 50.000 km.!! (C.W. Wright, Economic History of the United Sates)
El crecimiento de la industria era el crecimiento del movimiento proletario y así, en 1886 son fundadas las asociaciones Caballeros del Trabajo (Knigths of Labour) y la Federación de Sindicatos Organizados de Estados Unidos y Canadá (Federation of Organized Trade and Labour Unions of the United States and Canada), esta última precursora de la AFL.
El nacimiento de estas organizaciones ya profundamente obreras vino de la mano de la gran crisis de 1882 que consolidó al grupo Morgan como líder financiero mundial y arrojó a millones de personas al desempleo. Como escribía el periódico obrero de Chicago, The Alarm (11.07.1885) “Los obreros puden pasar hambre libremente, mendigar libremente, pueden, incluso, morir de hambre libremente, pero no son libres de hacerse ni siquiera esclavos”. La tasa de desempleo trajo la presión a la baja de los salarios, el aumento de la plusvalía absoluta, la disminución de la duración media de vida aumentando muy enérgicamente la mortalidad (en los años 80 la vida media de los trabajadores norteamericanos no rebasaba los 30 años), la subida de los alquileres de vivienda, las pésimas condiciones higiénicas, etc.
La fuerte presión sobre la capacidad de reprodución vital de los trabajadores, es decir, los salarios, (se ha calculado que para 1883 las necesidades básicas sólo podrían cubrirse con 755 dólares/año, pero los salarios medios apenas alcanzaban los 552 dólares/año) promovió el flujo al  trabajo de  las mujeres y los niños: “el valor de la fuerza de trabajo no se determinaba ya -escribe Carlos Marx- por el tiempo de trabajo necesario para el sustento del obrero adulto individual, sino por el tiempo de trabajo indispensable para el sostenimiento de la familia obrera. La maquinaria, al lanzar al mercado de trabajo a todos los individuos de la familia obrera, distribuye entre toda su familia el valor de la fuerza de trabajo de su jefe” (El Capital, Tomo I). Esta situación envilecía a los propios trabajadores ya que “antes, el obrero vendía su propia fuerza de trabajo, disponiendo de ella como individuo formalmente libre. Ahora, vende a su mujer y a su hijo. Se convierte en esclavista” (Karl Marx, El Capital, Tomo I). En los años 80, alrededor del 33 % del presupuesto familiar lo aportaban las mujeres y los niños estadounidenses, cobrando, como regla general, dos veces menos a igual trabajo que un adulto varón. Samuel Gompers, representante del Sindicato de los Cigarreros describía así la situación del trabajo infantil. “He visto a niños de seis, siete u ocho años, sentados en el suelo en medio de una habitación sucia y llena de polvo, desmenuzando el tabaco. Muchos de ellos no podían sobreponerse a la necesidad de dormir por la fatiga y la larga jornada y caían sobre los fardos de tabaco”. (Proceedings of the American Federation of Labour, 1881-1888. Convention 1881).

 

La acumulación capitalista agita la lucha de clases

 

A pesar de que los EEUU tenían un elevado índice de maquinaria automatizada (en 1885 el gobierno inglés compró a los Estados Unidos las máquinas-herramientas necesarias para la instalación de una fábrica de cañones; el método de piezas intercambiables quedaba desde entonces bautizado con el nombre de “sistema americano”, Maurice Niveau, op. cit.), la jornada de trabajo se mantenía entre las 10 y las 12 horas diarias como media y hasta 15, incluyendo domingo y festivos, en multitud de casos, aumentando los ritmos y la tensión y haciendo insoportables las condiciones en las instalaciones fabriles.
La explosiva situación fue prevenida por el Estado decretando draconianas leyes antiobreras como la prohibición de realizar huelgas bajo pena de 100 dólares o seis meses de prisión y la confección de “listas negras” donde se incluían a los trabajadores multados.  A guisa de ejemplo, la Missouri Pacific estaba en posesión de una de ellas que incluía a 470 obreros significados en las reivindicaciones. A fin de propagar esas listas y poder reprimir al movimiento, la burguesía fundó en 1872 las Citizen´s Associations (Asociaciones de Empresarios) en Nueva York,  por medio de 400 capitalistas que aportaron 1.000 dólares cada uno. La creación de un fondo que combatiera la lucha por la reducción de la jornada laboral era uno de los puntos primordiales de su razón de ser. En 1885 se organizó, con la participación activa de los partidos Republicano y Demócrata, el Comité de Seguridad Pública, con el objeto de sostener una lucha abierta frente a los obreros. Todo esto dio lugar a congresos anuales de empresarios de Maine, New Hampshire, Rodhe Island, Vermont, Connecticut y Massachusetts, donde se discutían y hacían públicas las listas negras y se instituía el denominado “juramento de hierro”, que consistía en que el obrero se “obligaba” mediante un escrito a no ser miembro de ninguna organización obrera. Aún, si todo ello no fuese suficiente, podría siempre utilizarse la célebre policía secreta Pinkerton.
La concentración en grandes empresas, el movimiento de las asociaciones de trabajadores y las propias condiciones de trabajo, hicieron aparecer periódicos obreros como Laborer (Massachusetts), Labor Tribune (Pittsburg), Journal of United Labor (órgano de la Orden de los Caballeros del Trabajo), el John Swinton´s Paper (boletín editado y financiado con los propios recursos del periodista Swinton de octubre de 1883 a agosto de 1887) y, sobre todos ellos, Alarm, periódico en inglés, cuyo director era Albert Parsons y Arbeiter Zeitung, periódico en alemán que dirigía August Spies.
Ya hemos hecho anteriormente mención a la Orden de los Caballeros del Trabajo, fundada en 1868 por Uriah Stephens, que en 1886 agrupaba a 703.000 miembros, admitiendo en su seno tanto a los trabajadores en activo como a los que estaban en el paro, a los hombres como a las mujeres, a los blancos, asiáticos y negros (en 1886 ean miembros de la Orden unos 71.000 trabajadores negros), manifestando con ello un hondo internacionalismo. Era, como la caracterizó Engels, la primera organización nacional fundada por toda la clase obrera de los Estados Unidos. En sus bases programáticas se hacía expresa mención a la igualdad de remuneración del trabajo masculino y femenino, a la igualdad de derechos del hombre blanco y de color, a la prohibición del trabajo infantil y a la reducción de la jornada a las 8 horas. Esta organización, careciendo de las teorizaciones del socialismo científico, de temple ideológico y un programa consecuente, fue perdiendo su fuerza combativa y en 1878, cuando al frente de la misma se puso a Terence Powderly, se deslizó a posiciones conservadoras.
Dentro de la estructura de las uniones sindicales se significaron los “maestros de los gremios”, auténtica “sangre azul” de los proletarios, cuyo status social de “viejos emigrantes” y su más alta cualificación los hacía más facilmente recolocables que a sus “nuevos” hermanos de clase cuya inmensa mayoría desconocían el idioma inglés. Esto ejercía un efecto de freno sobre la toma de conciencia del movimiento. Las uniones sindicales se sumaron en 1886 a la Federación de los Sindicatos Organizados de EEUU y Canadá formando la Federación Americana del Trabajo (AFL, American Federation of Labor) que, a pesar de que en su congreso fundacional indicara la necesidad de unión de los trabajadores de todo el mundo para su defensa y beneficio mutuo, poco a poco de su seno fueron naciendo las contradiciones que habían acumulado a lo largo del tiempo.
En 1881, en el congreso de Pittsburg, se presentaron dos plataformas: la que defendía el carácter masivo de la organización, más allá de sus oficios, calificaciones y origen, proponiendo una dirección con la más amplia y completa representatividad y la que se proponía el encerramiento en las viejas organizaciones gremiales. El tumultuoso congreso vio como se levantaban voces para la forja de una unión lo más amplia posible del conjunto de los obreros. Los congresistas Weber y John Kinner, delegados de los tipógrafos de Pittsburgh y de los portuarios de Boston, respectivamente, del influyente dirigente Lyman Brandt y, sobre todos ellos, la figura del líder negro Jeremiah Grandison, miembro de los Caballeros del Trabajo de Pittsburgh, que declaró que muchos obreros, blancos y negros, no poseían un oficio y que eso no podía impedir su ingreso en la nueva asociación. Frente a estos, se alzaron John Jarrett, Thomas Hennebery y Samuel Grompers que manifestaron amplia y rotundamente su animadversión por los trabajadores no cualificados y su temor a que la asociación tuviera “algún tinte político” y que, al fin, esto confluyera, como lo había expuesto Jeremiah Grandison, en que los trabajadores crearan, por ellos mismos, un partido independiente de los partidos de la burguesía.
En este congreso se adoptó el nombre de Federación de los Sindicatos Organizados de Estados Unidos y Canadá (Federation of Organized Trades and Labor Unions of the United States and Canada ). El programa, de contenido clasista indicaba: “La historia de los obreros asalariados de todos los países no es sino la historia de la lucha y la miseria constantes engendradas por la ignorancia y la desunión” (AFL, Proceedings). Se hizo una especial mención a la solidaridad con la lucha del pueblo irlandés contra el yugo británico y la simpatía con todos los pueblos que luchaban por su libertad e igualdad. La Federación, a pesar de las zancadillas de dirigentes como S. Gompers, Peter McGuire o A. Strasser, adoptó la importante resolución en el congreso de 1884 de exigir la jornada de 8 horas, poniendo como fecha de entrada en vigor el 1º de mayo de 1886.

Primeros pasos en la política independiente
de los trabajadores

El trabajo imbécil del “sindicalismo puro” y la actitud abiertamente escisionista de algunos de los dirigentes, fue duramente criticado por Parsons desde la tribuna del peródico Alarm, exponiendo con firme crudeza que las tésis mantenidas por líderes del AFL conducían directamente a la “armonía” entre el capital y el trabajo, algo que el gran revolucionario tachaba, justamente, de inconcebible.
Paralelamente, junto a las organizaciones de tipo sindical fue desarrollándose un movimiento político independiente, no sin altibajos y duras pruebas. En el Partido Obrero Socialista de América, fundado en 1876, convivían junto a posiciones marxistas, “viejos ropajes intelectuales” (carta de F. Engels  a Friedrich Adolf Sorge el 16 de enero de 1895). A pesar de que en el seno del Partido  desarrollaban una amplia actividad, militantes tan relevantes como O. Weydemeyer, H. Schlüter, F. Sorge y J.P. McDonnell, director éste del Labor Standart, merced a la inmadurez del conjunto de la militancia, cayó bajo la influencia de Phillip Van Patten y su círculo de lassalleanos, empujándolo hacia el oportunismo y el sectarismo, negando la necesidad de lucha en el seno de los sindicatos y reafirmando, paralela y consustancialmente, la única vía parlamentaria. El grupo más consciente, el de Chicago, con Albert Parsons, August Spies, Michael Schwab y Samuel Fielden al frente, se desligó del Partido emprendiendo el combate para organizar al proletariado.
Los trabajadores de Chicago en 1878-1879, promovieron a diputados a sus más firmes defensores, tanto al Consejo Municipal, al Senado como a la Cámara de Representantes del Estado de Illinois. En estas elecciones Albert Parsons fue elegido diputado al Consejo Municipal por el 14 distrito de Chicago, mas esa elección fue revocada ya que, bajo presión de la Street Car Company, los miembros de la comisión electoral “rectificaron” las papeletas de votación.
En 1880 el Partido Obrero Socialista de América se escindió y un grupo fundó en 1881 el Partido Revolucionario con dos corrientes que se manifestaron contrarias en el congreso de Pittsburg de 1883: la anarquista de Nueva York, seguidora de Johann Most y el grupo de Chicago de Parsons y Spies, bajo una forma peculiar de anarcosindicalismo muy influenciado por el marxismo. El grupo de Chicago manifestó en ese congreso tanto la imperiosa necesidad del trabajo dentro de los sindicatos como que el capitalismo sólo podría derrumbarse mediante métodos revolucionarios. Spies llegó a declarar en este congreso. “El programa de Pittsburgh es secundario; ¡ nuestro programa es el Manifiesto Comunista !”. El grupo de Parsons y Spies, ya en el fondo un partido proletario, llegó a tener solamente en Chicago más de 5.000 afiliados y marcaba el camino a seguir en la Central Obrera de Chicago que se había fundado en 1884 por trece sindicatos que se desgajaron de la conservadora Federación de los Sindicatos Organizados y que en 1886, ya conformaba 20 sindicatos.
En  marzo de 1886 la lucha por la reducción de la jornada laboral desembocó en una huelga general donde participaron más de 320.000 obreros, tanto de los cualificados como los que no lo eran, los organizados como los que no lo estaban, los “viejos norteamericanos” como los “nuevos”, los de lengua inglesa como los que tenían el alemán, sueco, polaco, italiano, ruso u otros como idioma, los blancos como los negros o los orientales. Había estallado la primera manifestación unitaria del proletariado en los EEUU. Las bárbaras condiciones arrastradas desde 1881 con lock-outs, la venta de los intereses obreros por dirigentes como Terence Powderly, los abusos, la contratación de esquiroles, la intervención de los agentes de la Pinkerton,  fueron la escuela donde aprendieron los rudimentos de la solidaridad de clase.
En el curso de los acontecimientos fueron surgiendo nuevas uniones sindicales y Parsons se convirtió en el alma y la cabeza de todo el movimiento. En Chicago se fundaron las organizaciones alemana e inglesa de albañiles, caldereros, empapeladores, etc. bajo la consigna de las 8 horas. De igual forma los mineros de Pennsylvania, los conductores y mecánicos de Baltimore, los cigarreros de Nueva York, los picapedreros de Chicago...
En febrero de 1886, la Street Railway Company de Minesota y la Studebaker Company de Indiana tuvieron que claudicar ante la masiva exigencia obrera. Los conductores de Nueva York consiguieron que la Atlantic-Avenue Railroad redujera la jornada de 18 horas a 12, estimulando la huelga por igual motivo en Baltimore.
En este caldo de cultivo los trabajadores iban aprendiendo que únicamente con su unión y decisivos golpes podrían hacer doblar la rodilla del gigante empresarial.
El 12 de abril la Central Obrera de Nueva York realizó un llamamiento a la movilización de todos los obreros para el 1 de mayo bajo la consigna de las 8 horas. Pese a las propuestas de Parsons y Spies a la unidad con el grupo de Most, estos se negaron a secundar el movimiento. La redacción de la resolución de la Central Obrera de Chicago corrió a cargo de Spies y publicada en Alarm que, desde ese momento, se convirtió en el portavoz por la reducción de la jornada de trabajo.
Parsons, Spies, Fielden y Schwab recorrieron entonces, de mitin en mitin, de reunión en reunión, los estados del Medio Oeste explicando, informando y alentando al proletariado a la manifestación de mayo. A la vez Neebe y el propio Parsons ayudaron e instruyeron a los trabajadores del matadero de Chicago a fundar un sindicato que se manifestó públicamente por la redución de la jornada (en el matadero se llegaban a trabajar 16 horas diarias) y denunció a los antiguos líderes de las uniones sindicales que arguían que de implantarse la jornada de 8 horas, los trabajadores debieran cobrar la mitad del salario.
El primer ensayo general del movimiento se produjo el 15 de marzo de 1886 cuando miles de trabajadores desfilaron hasta el West Side Turner Hall con pancartas alusivas a la igualdad de salarios, contra el trabajo infantil y la jornada de 8 horas. Aquella sala de 2.000 localidades vio llenar su espacio en unos 4.000 y otros 3.000 que, al no poder acceder al recinto, organizaron mítines en las calles confluyentes. El 10 de abril, otra masiva manifestación obrera reunió a 12.000 trabajadores y se manifestó en solidaridad con los estibadores en lucha.
La prensa burguesa manifestaba cínicamente “comprensión” y “simpatía” hacia  los trabajadores mas, se indignaba con las “abusivas” reivindicaciones instando a que cada huelguista fuera encarcelado produciendo un “benéfico terror en la clase trabajadora” (The Chicago Tribune). De esta forma se confirmaba lo que Karl Marx había demostrado en El Capital: “en la historia de la producción capitalista, la reglamentación de la jornada laboral se nos revela como una lucha que se libra en torno a los límites de la jornada; lucha ventilada  entre el capitalista universal, o sea, la clase capitalista, de un lado, [prensa burguesa incluida, añadimos nosotros] y de otro, el obrero universal, o sea, la clase obrera” (El Capital, Tomo I).
Las contradiciones y la lucha de clases llegaron al punto que el mismo Presidente Cleveland, el 22 de abril dirigió, por vez primera en la historia de los Estados Unidos, un mensaje a la Nación sobre la específica problemática obrera, expresando la preocupación que embargaba a los capitalistas.

 

El gran combate

 

A finales de abril la inmensa mayoría de las organizaciones obreras se había posicionado a favor de la implantación general de la jornada de 8 horas, insistiendo, a su vez la práctica totalidad, en la subida de salarios, el reconocimiento de las organizaciones sindicales y los derechos de la mujer, así como la prohibición del trabajo realizado por niños. Para estas fechas unos 150.000 trabajadores ya habían logrado la reducción efectiva de la jornada, principalmente las grandes agrupaciones fabriles de Chicago, Nueva York, Baltimore, Cincinnati y Milwaukee, pero 190.000 no habían logrado la ansiada reivindicación principal. De esta forma, el 1 de mayo de 1886 comenzó el movimiento total del proletariado y la mayor huelga en la historia de los Estados Unidos.
En Nueva York, la Central Obrera reunió en Union Square a 20.000 trabajadores, muchos de los cuales ya habían conseguido la reivindicación, prueba de que la solidaridad y conciencia de clase había calado muy hondo entre ellos.
En Milwaukee el 1 de mayo unos 10.000 obreros se declararon en huelga y tras provocaciones y cargas con disparos de la policía, la manifestación acabó con varios muertos entre los trabajadores. Al día siguiente grupos de piquetes recorrieron la ciudad preparando la huelga general.
El gobernador de Wisconsin, J. M. Rusk convocó una reunión urgente y junto al alcalde y al sheriff pidió la inmediata ayuda militar para sofocar la huelga. Los obreros en manifestación pacífica, pidieron la jornada de 8 horas y, ante la negativa de los patronos, el comité de huelga declaró el paro general. Por toda respuesta, la patronal despidió a todos los trabajadores. Estos comenzaron un mitin cuando, las tropas pedidas por el gobernador Rusk, acantonadas previamente en la región de Bay View, dispararon contra los obreros produciéndose varios muertos y heridos.
La represión pretendía atemorizar al proletariado y a sus líderes pero la ola del movimiento continuaba en ascenso y Chicago, la mayor concentración industrial, se convertía en el centro y eje de la reivindicación.
Las huelgas de Chicago comenzaron a fines de abril cuando la fábrica McCornick, después de varias semanas de paro, anunció el lockout. Paralelamente, los cargadores de ferrocarriles eligieron un comité de huelga exigiendo las 8 horas sin disminución de los salarios. El 30 de abril, tras la negativa de los patronos, se comenzó la huelga dirigida por el obrero Dick Greydee. La patronal, entonces, contrató a esquiroles. Los trabajadores de guarda-agujas del ferrocarril, en magnífica muestra de solidaridad y organización proletaria, se negaron a coordinar los convoyes cargados por los esquiroles.
El 1 de mayo otros 30.000 obreros se unieron al paro, principalmente los de las fábricas del cobre, siderúrgicos y los de metales. La ciudad quedó paralizada y la Central Obrera convocó un mitin al que acudieron 25.000 obreros ante quienes  Parsons, Spies, Fielden y Schawb dirigieron la razón obrera: actuar con resolución y convinción por las justas reivindicaciones.
El 3 de mayo Spies, como representante de la Central Obrera, acudió a un mitin ante la fábrica McCornik y, en el preciso instante en que concluía su discurso, comenzaron a salir los esquiroles, provocando la ira y rabia contenida de los obreros en huelga. La policía abrió fuego contra la concentración trabajadora resultando seis muertos y multitud de heridos. Ese mismo día, Spies redactó un artículo dirigido a los obreros: “Si ustedes son hombres, si son hijos de antepasados que han derramado su sangre por hacerles libres,  deben reunir sus hercúleas fuerzas y destruir este hediondo monstruo que pretende destruirles”. Mil ejemplares fueron distribuidos esa misma noche en las reuniones celebradas por los trabajadores y se aceptó la propuesta del grupo “Lehr und Mehr Verein”, a iniciativa de Engel y Fischer, de celebrar, al día siguiente, en la Plaza de Haymarket, un mitin de protesta contra la matanza.
El 4 de mayo a las siete y media de la noche, unos tres mil trabajadores se acercaron a la plaza. Los oradores Spies, Parsons y Fielden condenaron con vibrantes discursos la actuación de la patronal y de la policía.
Spies informó del desarrollo del paro y de los acontecimientos de las últimas 48 horas. Dio cuenta de que las autoridades propalaban infundios acerca del mitin que se estaba celebrando rumoreando que los obreros iban a preparar nuevos disturbios. Aludió severamente a McCornik diciendo que debía responder por el crimen perpetado el 3 de mayo. Que en Chicago unos 30.000 obreros estaban afectados por el lock-out y, literalmente, ellos y sus familias se estaban muriendo de hambre. Criticó a los periódicos burgueses que silenciaban, cuando no tergiversaban los hechos e insultaban a los trabajadores llamándoles “multitudes embrutecidas”.
Parsons hizo un brillantísimo y audaz discurso relatando las horribles condiciones de trabajo y vida de los obreros y, manejando hábil e irrefutablemente estadísticas del propio gobierno, señaló que los proletarios  tan sólo reciben el 15 % de los bienes que producen, quedándose los capitalistas con el resto. Esplicó las razones de la represión señalando al final de su hermoso discurso: “Yo no estoy aquí para incitar a nadie, sino para exponer los hechos tal y como son, incluso si esto me va a costar la vida antes de que llegue mañana”.
Fielden fue el último orador, hablando de la explotación capitalista y de las atrocidades cometidas sobre el movimiento proletario.
En aquel momento comenzó a llover y gran parte de los reunidos en el mitin comenzaron a abandonar la plaza. Entonces, dos grupos de la policía tomaron posiciones ante la tribuna de los oradores. Uno de los oficiales ordenó el inmediato desalojo de la plaza. Fielden sólo llegó a articular: “Nuestro mitin es pacífico...” cuando una bomba cayó entre los dos grupos en que estaba dividida la fuerza policial, muriendo uno de ellos. La policía comenzó a disparar indiscriminadamente. La plaza quedó vacía y en silencio, únicamente cortado por los lamentos de los heridos. Había concluido lo que los periódicos burgueses habían denominado “rebelión de Haymarket” y comenzaba el segundo acto de la tragedia: el “proceso de Haymarket”.
El estallido de la bomba y la muerte de un policía desataron una feroz represión: “Todas las garantías constitucionales y legales fueron pisoteadas, –escribió F. Sorge– toda garantía de protección individual rechazada, se volvió a imponer en la ciudad el despotismo arbitrario de la policía, la brutal policía de Chicago” (Labor Movement in the United States).
Fueron detenidos todos los activistas obreros, clausurados sus órganos de expresión, se proscribió cualquier reunión obrera y se formaron grupos especiales de matones para preservar la propiedad.
Spies, Fielden, Fischer, Engel, Neebe, Lingg y Schwab fueron detenidos. Parsons no pudo ser localizado, mas al enterarse de la detención de sus compañeros de lucha, se presentó voluntariamente para sentarse en el banquillo junto a quienes había protagonizado el movimiento.
El fiscal del proceso Grinnell no ocultó el hecho de que estaban siendo juzgados por dirigir la lucha obrera, ni su odio de clase: “ellos no son más culpables que los que los siguen. Condénenles como lección a los demás; ahórquenles para salvaguardar nuestra sociedad”.
El Gran Jurado que debía dictaminar sentencia debía estar formado por 12 miembros. De unos mil candidatos propuestos, 6 eran obreros y fueron en la primera ronda rechazados. Así mismo se estudiaron los nombres de los demás por sí, en algún momento, hubieran tenido algún tipo de vinculación, bien fuese remotísima, con organizaciones obreras, al final los 12 miembros resultaron ser magnates de la industria y del comercio o individuos íntimamente relacionados con ellos.
El proceso comenzó el 15 de julio y los dirigentes de los trabajadores acusados de los más graves delitos: atentar contra la Constitución, la Declaración de Independencia y estar implicados en asesinatos.
Los testigos, naturalmente a sueldo de las grandes firmas, declararon en falso y con múltiples contradicciones. Por ejemplo, un tal Gilmar, dijo que la bomba había sido arrojada por Fischer, Schnaubelt y Spies, cuando pudo ser demostrado que Fischer había acudido a otra reunión y no acertó a describir el físico de Schnaubelt.
El 20 de agosto el tribunal dictaminó la condena a pena capital de siete de los encausados y 15 años de trabajos forzados a Oscar Neebe.
Los discursos de los condenados fueron un dechado de orgullo proletario. Spies dijo: “En este tribunal yo hablo en nombre de una clase contra otra clase”. Fischer hizo hincapié en el atentado contra la libertad de prensa y de pensamiento en que se había convertido el juicio. Lingg indicó: “Les odio a ustedes, su orden y leyes, les odio porque su poder se sostiene por la fuerza. ¡Ahórquenme por ello!”.
El discurso de Parsons duró las sesiones del 8 y 9 de octubre. En él relató la lucha del proletariado norteamericano, la historia del socialismo y del anarquismo en los Estados Unidos y sobre el trabajo llevado a cabo junto a sus compañeros por la autoorganización obrera, poniendo el dedo en la llaga de las razones por las que estaban siendo condenados: “Debía hacerse algo para parar este movimiento que tenía la mayor fuerza en el Oeste, en Chicago, donde 40.000 obreros estaban en huelga por las 8 horas de trabajo”.
La noticia de los sucesos de Chicago conmovió al mundo. No sólo personalidades de los Estados Unidos como Henry Lloyd o Stephen S. Gregory pidieron clemencia para los condenados, sino también grandes celebridades universales como Bernard Shaw, instituciones como la Cámara de Diputados francesa, organizaciones obreras de Italia, Rusia, España o Francia mandaron telegramas al Gobernador de Illinois.
El congreso del Partido Obrero Socialista, reunido en septiembre de 1887 calificó el veredicto como impuesto por un atroz odio de clase.
En octubre de 1886, el semanario de la Orden de los Caballeros del Trabajo comenzó a publicar las biografías de los mártires.

El 11 de noviembre de 1887, Parsons, Spies, Fischer y Engel fueron ejecutados. Fielden y Schwab condenados a cadena perpetua. Los ejecutados y Lingg, que había fallecido en la cárcel en oscuras circunstancias, fueron enterrados en el cementerio de Walheim de Chicago. En 1893 los obreros de Chicago, por cuestación popular, erigieron un obelisco sobre la tumba de los grandes revolucionarios que dice:

FOUNDERS OF THE AMERICAN
EIGHT HOUR MOVEMENT
Fundadores del movimiento americano por las ocho horas
____________

AUGUST SPIES
ALBERT R. PARSONS
ADOLPH FISCHER
GEORG ENGEL
LOUIS LINGG
_____________

EXECUTED BY
THE STATE OF ILLINOIS
CHICAGO 1887
Ejecutados por el Estado de Illinois

En el Iº Congreso de la II Internacional (Congreso Internacional Obrero Socialista de París) en julio de 1889 se anunció el 1 de mayo como Día de la Solidaridad Internacional de los Trabajadores mediante la siguiente resolución: “Una gran manifestación internacional debe organizarse para tener lugar en una misma fecha y de tal manera que los trabajadores de cada uno de los países y de cada una de las ciudades demanden simultáneamente de las autoridades limitar la jornada laboral a ocho horas y cumplir las demás resoluciones de este Congreso Internacional de París” (J. Lenz, The Rise and Fall of the Second International).
El tribunal de la historia aún no ha pasado al punto de varios y el orden del día de Parsons, Spies y sus camaradas no ha concluido su primer punto. Los trabajadores en el final del siglo XX, orgullosos de nuestras tradiciones, debemos encadenar a su justa y heroica resistencia las reivindicaciones que ellos no dudarían en asumir y defender: la reducción a las 35 horas semanales, la supresión de los vergonzosos contratos de aprendizaje, la lucha contra la discriminación laboral y social de la mujer trabajadora y la igualdad de su salario, la supresión de los injustos recortes a los obreros de sus derechos a reunión, huelga y expresión, la legítima reivindicación a los plenos derechos de los trabajadores inmigrantes y, consecuentemente, la inmediata derogación de la odiosa Ley de Extranjería.
Oscar Neebe declaró: “He hecho cuanto pude por fundar la Central Obrera y engrosar sus filas; ahora es la mejor organización obrera de Chicago; tiene diez mil afiliados. Es todo lo que puedo decir de mi vida obrera”. Conscientes de su mandato, los trabajadores debemos recoger el testigo que nos legó para levantar, organizar y  agrupar al conjunto del proletariado si nos sentimos dignos continuadores del gran luchador, porque como añadió Engels: “todos los trabajadores deben prepararse a una última guerra que ponga fin a todas las guerras”,  aquella que cierre definitivamente el templo de Marte y abra las puertas del hermoso sueño de los mártires de Chicago.

 

Para conocer más sobre los acontecimientos de Chicago

 

1.- H. David, The History of the Haymarket Affair, New York, 1958.
2.- Albert R. Parsons, Anarchisme: Its Philosphy and Scientific Basis, Chicago, 1887.
3.- Proceedings of the American Fedeation of Labor, 1881-1888, Convention 1881, Bloomington, 1905.
4.- Philip Foner, History of Labor Movement in the United States, New York, 1955.
5.- Philip Foner, The Autobiographies of the Haymarket Martyrs, New York, 1977.
6.- Friedrich A. Sorge, Labor Movement in the United States, Connecticut-London, 1977.
7.- Seven Years of Life and Labor. An Autobiography by Samuel Gompers, New York, 1925.

El artículo que publicamos, escrito en 1914, refleja las posiciones de Lenin en su conocida polémica con la revolucionaria polaco-alemana Rosa Luxemburgo con respecto a la cuestión nacional. La franqueza y contundencia con la que se expresa Lenin es una muestra de la extrema importancia que tiene, para los revolucionarios marxistas, mantener una postura correcta en este frente. Sin esa postura respecto al problema nacional el Partido Bolchevique jamás hubiera sido capaz de dirigir a la clase obrera rusa, y tras ella a los campesinos y a las naciones oprimidas, a la toma del poder, en octubre de 1917. 

El apartado 9 del programa de los marxistas de Rusia, que trata del derecho de las naciones a la autodetermina­ción, ha provocado estos últimos tiempos (como ya hemos indicado en Prosveschenie) toda una campaña de los opor­tunistas. Tanto el liquidacionista ruso Semkovski, en el periódico petersburgués de los liquidadores, como el bun­dista1 Libman y el socialnacionalista ucraniano Yurkévich, en sus órganos de prensa, han arremetido contra dicho apar­tado, tratándolo en un tono de máximo desprecio. No cabe duda de que esta “invasión de las doce tribus” del oportu­nismo, dirigida contra nuestro programa marxista, guarda estrecha relación con las actuales vacilaciones nacionalis­tas en general. Por ello nos parece oportuno examinar de­tenidamente esta cuestión. Observemos tan sólo que ninguno de los oportunistas arriba citados ha aducido ni un solo argumento propio: todos se han limitado a repetir lo dicho por Rosa Luxemburgo en su largo artículo polaco de 1908-1909: La cuestión nacional y la autonomía. Los originales argumentos de esta autora serán los que tendremos presen­tes con más frecuencia en nuestra exposición.

 

1. ¿Qué es la autodeterminación de las naciones?

 

Es natural que esta cuestión se plantee ante todo cuando se intenta examinar de un modo marxista la llamada auto­determinación. ¿Qué debe entenderse por ella? ¿Deberemos buscar la respuesta en definiciones jurídicas, deducidas de toda clase de “conceptos generales” de derecho? ¿O bien hay que buscar la respuesta en el estudio histórico-económico de los movimientos nacionales?
No es de extrañar que a los señores Semkovski, Libman y Yurkévich no se les haya pasado siquiera por las mientes plantear esta cuestión, saliendo del paso con simples risitas burlonas a costa de la “falta de claridad” del programa mar­xista y tal vez no sabiendo siquiera, en su simpleza, que de la autodeterminación de las naciones habla no sólo el programa ruso de 1903, sino también la decisión del Congreso Internacional de Londres de 1896 (ya hablaremos con dete­nimiento de ello en su lugar). Mucho más extraño es que Rosa Luxemburgo, quien tantas declamaciones hace sobre el supuesto carácter abstracto y metafísico de dicho apartado, haya incurrido ella misma precisamente en este pecado de lo abstracto y metafísico. Precisamente Rosa Luxemburgo es quien viene a caer a cada paso en disquisiciones generales sobre la autodeterminación (hasta llegar incluso a una elucubración del todo divertida sobre el modo de conocer la voluntad de una nación), sin plantear en parte alguna de un modo claro y preciso si el quid de la cuestión está en las definicio­nes jurídicas o en la experiencia de los movimientos nacio­nales del mundo entero.
El plantear con exactitud esta cuestión, inevitable para un marxista, hubiera deshecho en el acto las nueve décimas partes de los argumentos de Rosa Luxemburgo. Ni es la primera vez que surgen movimientos nacionales en Rusia ni le son inherentes a ella sola. La época del triunfo defini­tivo del capitalismo sobre el feudalismo estuvo ligada en todo el mundo a movimientos nacionales. La base económica de estos movimientos estriba en que, para la victoria com­pleta de la producción mercantil, es necesario que la burgue­sía conquiste el mercado interior, es necesario que territorios con población de un solo idioma adquieran cohesión estatal, eliminándose cuantos obstáculos se opongan al de­sarrollo de ese idioma y a su consolidación en la literatura. EI idioma es el medio principal de comunicación entre los hombres; la unidad de idioma y el libre desarrollo del mis­mo es una de las condiciones más importantes de una circu­lación mercantil realmente libre y amplia, correspondiente al capitalismo moderno, de una agrupación libre y amplia de la población en cada una de las diversas clases; es, por último, la condición de un estrecho nexo del mercado con todo propietario, grande o pequeño, con todo vendedor y comprador.
Por ello, la tendencia de todo movimiento nacional es formar Estados nacionales, que son los que mejor cumplen estas exigencias del capitalismo contemporáneo. Impulsan a ello factores económicos de lo más profundos, y para toda la Europa Occidental, es más, para todo el mundo civiliza­do, el Estado nacional es por ello lo típico, lo normal en el período capitalista.
Por consiguiente, si queremos entender lo que significa la autodeterminación de las naciones, sin jugar a definiciones jurídicas ni inventar definiciones abstractas, sino exami­nando las condiciones históricas y económicas de los movi­mientos nacionales, llegaremos inevitablemente a la conclu­sión siguiente: por autodeterminación de las naciones se entiende su separación estatal de las colectividades de otra nación, se entiende la formación de un Estado nacional inde­pendiente.
Más abajo veremos aún otras razones por las que sería erróneo entender por derecho a la autodeterminación todo lo que no sea el derecho a una existencia estatal indepen-dien­te. Pero ahora debemos detenernos a analizar cómo ha inten­tado Rosa Luxemburgo deshacerse de la inevitable con­clusión sobre las profundas bases económicas en que descan­san las tendencias a la formación de Estados nacionales.
Rosa Luxemburgo conoce perfectamente el folleto de Kautsky Nacionalidad e internacionalidad (su-plemento de Neue Zeit, nº 1, 1907-1908; traducido al ruso en la revista Naúchnaya Mysl, Riga, 1908). Sabe que Kautsky2, después de examinar detalladamente en el apartado 4 del folleto el problema del Estado nacional, llegó a la conclu­sión de que Otto Bauer “subestima la fuerza de la tendencia a la creación de un Estado nacional” (pág. 23 del folleto citado). La propia Rosa Luxemburgo cita las palabras de Kautsky: “El Estado nacional es la forma de Estado que mejor corresponde a las condiciones modernas” (es decir, a las condiciones capitalistas civilizadas, progresivas en el aspecto económico, a diferencia de las condiciones medie­vales, precapitalistas, etc.), “es la forma en que el Estado puede cumplir con mayor facilidad sus tareas” (es decir, las tareas de un desarrollo más libre, más amplio y más rápido del capitalismo). A esto hay que añadir, además, la observación final de Kautsky, más exacta aún: los Estados de composición nacional heterogénea (los llamados Estados multinacionales a diferencia de los Estados nacionales) son ‘’siempre Estados cuya estructura interna es, por tales o cuales razones, anormal o subdesarrollada” (atrasada). De suyo se entiende que Kautsky habla de anormalidad exclusivamente en el sentido de no corresponder a lo que está más adecuado a las exigencias del capitalismo en desarrollo.
Cabe preguntar ahora cuál ha sido la actitud de Rosa Luxemburgo ante estas conclusiones históricas y eco-nómicas de Kautsky. ¿Son atinadas o erróneas? ¿Quién tiene razón: Kautsky, con su teoría histórico-económica, o Bauer, cuya teoría es, en el fondo, sicológica? ¿Qué relación guarda el indudable “oportunismo nacional” de Bauer, su defensa de una autonomía nacional-cultural, sus apasionamientos nacionalistas (“la acentuación del factor nacional en ciertos puntos”, como ha dicho Kautsky), su “enorme exageración del factor nacional y su completo olvido del factor interna­cional” (Kautsky), con su subestimación de la fuerza que entraña la tendencia a crear un Estado nacional?
Rosa Luxemburgo no ha planteado siquiera este proble­ma. No ha notado esta relación. No ha reflexionado sobre el conjunto de las concepciones teóricas de Bauer. Ni siquiera ha opuesto en el problema nacional la teoría histórico-económica a la sicológica. Se ha limitado a las siguientes observaciones contra Kautsky:
“Ese Estado nacional ‘más perfecto’ no es sino una abstracción, fácilmente susceptible de ser desarrollada y defendida teóricamente, pero que no corresponde a la realidad” (Przéglqd Socjaldemokra-tyczny, 1908, nº 6, pág. 499).
Y para confirmar esta declaración categórica,  sigue razonando: el desarrollo de las grandes potencias capita­listas y el imperialismo hacen ilusorio el “derecho a la auto­determinación” de los pequeños pueblos. “¿Puede acaso hablarse en serio –exclama Rosa Luxemburgo– de la ‘autodeterminación’ de los montenegrinos, búlgaros, ruma­nos, servios, griegos, y, en parte, incluso de los suizos, pueblos todos que gozan de independencia formal, producto ésta de la lucha política y del juego diplomático del ‘concier­to europeo’?” (!) (pág. 500). Lo que mejor responde a las condiciones “no es el Estado nacional, como supone Kautsky, sino el Estado de rapiña”. Inserta unas cuantas decenas de cifras sobre las proporciones de las colonias que pertenecen a Gran Bretaña, a Francia, etc.
¡Leyendo semejantes razonamientos no puede uno menos de asombrarse de la capacidad de la autora para no distinguir las cosas! Enseñar a Kautsky, dándose importancia, que los Estados pequeños dependen de los grandes en lo econó­mico, que los Estados burgueses luchan entre sí por el sometimiento rapaz de otras naciones, que existen el impe­rialismo y las colonias: todo esto son lucubraciones ridícu­las, infantiles, porque no tiene nada que ver con el asunto. No sólo los pequeños Estados, sino también Rusia, por ejemplo, dependen por entero, en el aspecto económico, del poderío del capital financiero imperialista de los países bur­gueses “ricos”. No sólo los Estados balcánicos, Estados en miniatura, sino también la América del siglo XIX ha sido, en el aspecto económico, una colonia de Europa, según dejó ya dicho Marx en El Capital. Todo esto lo sabe de sobra Kautsky, como cualquier marxista, pero nada de ello viene a cuento con relación a los movimientos nacionales y al Estado nacional.
Rosa Luxemburgo sustituye el problema de la autodeter­minación política de las naciones en la sociedad burguesa, de su independencia estatal, con el de su autodeterminación e independencia económicas. Esto es tan inteligente como exponer una persona, al tratar de la reivindicación progra­mática que exige la supremacía del parlamento, es decir, de la asamblea de representantes populares, en el Estado burgués, su convicción, plenamente justa, de que, en un país burgués, el gran capital tiene la supremacía bajo cual­quier régimen.
No cabe duda de que la mayor parte de Asia, el conti­nente más poblado del mundo, se halla en la situación de colonias de las “grandes potencias” o de Estados dependien­tes en grado sumo y oprimidos en el sentido nacional. Pero ¿acaso esta circunstancia de todos conocida altera en lo más mínimo el hecho indiscutible de que, en la misma Asia, sólo en Japón, es decir, sólo en un Estado nacional inde­pendiente, se han creado condiciones para el desarrollo más completo de la producción mercantil, para el crecimien­to más libre, amplio y rápido del capitalismo? Este Estado es burgués y, por ello, ha empezado a oprimir él mismo a otras naciones y sojuzgar a colonias; no sabemos si, antes de la bancarrota del capitalismo, Asia tendrá tiempo de estruc­turarse en un sistema de Estados nacionales independien­tes, a semejanza de Europa. Pero queda como un hecho indiscutible que el capitalismo, tras despertar a Asia, ha provocado también allí, en todas partes, movimientos na­cionales, que estos movimientos tienden a crear en Asia Estados nacionales y que  precisamente tales Estados son los que aseguran las condiciones más favorables para el desarrollo del capitalismo. El ejemplo de Asia habla a favor de Kautsky, contra Rosa Luxemburgo.
El ejemplo de los Estados balcánicos habla también contra ella, porque cualquiera puede ver ahora que precisa­mente a medida que se crean en esa península Estados na­cionales independientes se van dando las condiciones más favorables para el desarrollo del capitalismo en ella.
Por consiguiente, el ejemplo de toda la humanidad ci­vilizada de vanguardia, el ejemplo de los Balcanes y el ejemplo de Asia demuestran, a pesar de Rosa Luxemburgo, la absoluta justedad de la tesis de Kautsky: el Estado nacional es regla y “norma” del capitalismo, el Estado de composición nacional heterogénea es atraso o excepción. Desde el punto de vista de las relaciones nacionales, el Esta-do nacional es el que ofrece, sin duda alguna, las condiciones más favorables para el desarrollo del capitalismo. Lo cual no quiere de-cir, naturalmente, que se-mejante Estado, erigido so-bre las relaciones burguesas, pueda excluir la explotación y la opresión de las naciones. Quiere decir tan sólo que los marxistas no pueden perder de vista los poderosos factores económicos que originan las tendencias a crear Estados nacio­nales. Quiere decir que “la autodeterminación de las naciones”, en el programa de los marxistas, no puede tener, desde el punto de vista histórico-económico, otra significación que la autodeterminación política, la independencia estatal, la formación de un Estado nacional.
Más abajo hablaremos detalladamente de las condicio­nes que se exigen, desde el punto de vista marxista, es de­cir, desde el punto de vista proletario de clase, para apoyar la reivindicación democrática burguesa del “Estado nacio­nal”. Ahora nos limitamos a definir el concepto de “autode­terminación”, y sólo debemos señalar que Rosa Luxemburgo conoce el contenido de este concepto (“Estado nacional”), mientras que sus partidarios oportunistas, los Libman, los Semkovski, los Yurké-vich, ¡no saben ni eso!


2. Planteamiento histórico concreto de la cuestión

 

La teoría marxista exige de un modo absoluto que, para analizar cualquier problema social, se le encuadre en un marco histórico determinado, y después, si se trata de un solo país (por ejemplo, de un programa nacional para un país determinado), que se tengan en cuenta las particula­ridades concretas que distinguen a este país de los otros en una misma época histórica.
¿Qué implica este requisito absoluto del marxismo aplicado a nuestro problema?
Ante todo, que es necesario distinguir estrictamente dos épocas del capitalismo diferentes por completo desde el punto de vista de los movimientos nacionales. Por una parte, la época de la bancarrota del feudalismo y del absolutismo, la época en que se constituyen la sociedad democrática burguesa y su Estado, la época en que los movimientos nacionales adquieren por vez primera el ca­rácter de movimientos de masas, incorporando de uno u otro modo a  todas las clases de la población a la política por medio de la prensa, de su participación en institucio­nes representativas, etc. Por otra parte, presenciamos una época en que los Estados capitalistas tienen ya su estructura acabada, un régimen constitucional hace mucho tiempo establecido y un antagonismo muy desarrollado entre el proletariado y la burguesía; presenciamos una época que puede llamarse la víspera del hundimiento del capitalismo.
Lo típico de la primera  época es el despertar de los movimientos nacionales y la incorporación a ellos de los campesinos, que son el sector de la población más numeroso y más “difícil de mover” para la lucha por la libertad política en general y por los derechos de la nación en parti­cular. Lo típico de la segunda es la ausencia de movimientos democráticos burgueses de masas, cuando el capitalismo desarrollado, al aproximar y amalgamar cada día más las naciones, ya plenamente incorporadas al intercambio co­mercial, pone en primer plano el antagonismo entre el capital fundido a escala internacional y el movimiento obrero  internacional.
Claro que ni la una ni la otra época están separadas entre sí por una muralla, sino ligadas por numerosos esla­bones de transición; además, los diversos países se distin­guen por la rapidez del desarrollo nacional, por la compo­sición nacional de su población, por su distribución, etc., etc. No puede ni hablarse de que los marxistas de un país determinado procedan a elaborar el programa nacional sin tener en cuenta todas las condiciones históricas genera­les y estatales concretas.
Aquí es justamente donde tropezamos con el punto más débil de los razonamientos de Rosa Luxemburgo. Rosa Luxemburgo engalana con brío extraordinario su artículo de una retahíla de palabrejas “fuertes” contra el apartado 9 de nuestro  programa,  declarándolo  “demasiado  general”, “cliché”, “frase metafísica”, etc., etc. Era natural esperar que una autora que condena de manera tan excelente la meta­física (en sentido marxista, es decir, la antidialéctica) y las abstracciones vacías, nos diera ejemplo de un aná­lisis concreto del problema encuadrado en la historia. Se trata del programa nacional de los marxistas de un país determinado, Rusia, en una época determinada, a comienzos del siglo XX. Era de suponer que Rosa Luxemburgo hablase de la época histórica por la que atraviesa Rusia, de cuáles son las particularidades concretas del problema nacional y de los movimientos nacionales del país dado y en la época dada.
¡Absolutamente nada dice sobre ello Rosa Luxemburgo! ¡No se encontrará en ella ni sombra de análisis de cómo se plantea el problema nacional en Rusia en la época histó­rica presente, de cuáles son las particularidades de Rusia en ese sentido!
Se nos dice que el problema nacional se plantea en los Balcanes de un modo distinto que en Irlanda; que Marx conceptuaba así y asá los movimientos nacionales polaco y checo en las condiciones concretas de 1848 (una página de citas de Marx); que Engels emitía tal y cual juicio sobre la lucha de los cantones forestales de Suiza contra Austria y la batalla de Morgarten, que se disputó en 1315 (una página de citas de Engels con el correspondiente comentario de Kauts-ky); que Lassalle consideraba reaccionaria la gue­rra campesina del siglo XVI en Alemania, etc.
No puede afirmarse que estas observaciones y estas citas brillen por su novedad, pero, en todo caso, al lector le resulta interesante volver a recordar una y otra vez cómo precisamente abordaban Marx, Engels y Lassalle el análisis de problemas históricos concretos de diversos países. Y, al releer las instructivas citas de Marx y de Engels, se ve con singular evidencia la ridícula situación en que se ha colocado a sí misma Rosa Luxemburgo. Predica con gravedad y elo­cuencia que es necesario hacer un análisis concreto del pro­blema nacional encuadrado en la historia de épocas diferen­tes de distintos países, y ella misma no hace el mínimo intento de determinar cuál es la fase histórica de desarrollo del capitalismo por la que atraviesa Rusia en los comien­zos del siglo XX, cuáles son las peculiaridades del problema nacional en este país. Rosa Luxemburgo aduce ejemplos de cómo otros han analizado al modo marxista el problema, como subrayando así deliberadamente cuán a menudo está el camino del infierno empedrado de buenas intenciones y se encubre con buenos consejos el no querer o no saber utili­zarlos en la práctica.
He aquí una de las instructivas confrontaciones. Alzán­dose contra la consigna de independencia de Polonia, Rosa Luxemburgo se refiere a un trabajo suyo de 1898 que demostraba el rápido “desarrollo industrial de Polonia” con la salida de los productos manufacturados a Rusia. Ni que decir tiene que de esto no se deduce absolutamente nada sobre el problema del derecho a la autodeterminación, que esto sólo demuestra que ha desaparecido la vieja Polo­nia señorial, etc. Pero Rosa Luxemburgo pasa de manera imperceptible y sin cesar a la conclusión de que, entre los factores que ligan a Rusia con Polonia,  predominan  ya en la actualidad los factores económicos escuetos de las relaciones capitalistas modernas.
Pero he aquí que nuestra Rosa pasa al problema de la autonomía y –aunque su artículo se titula El problema nacional y la autonomía, en general– comienza por demostrar que el reino de Polonia tiene un derecho exclusivo a la auto­nomía (véase sobre este punto Prosveschenie, 1913, nº 12). Para corroborar el derecho de Polonia a la autonomía, Rosa Luxemburgo caracteriza el régimen estatal de Rusia por indicios evidentemente económicos, políticos, etnológicos y sociológicos, por un conjunto de rasgos que, en suma, dan el concepto de “despotismo asiático” (nº 12 de Przeglqd, pág. 137).
De todos es sabido que semejante régimen estatal tiene una solidez muy grande cuando, en la economía del país de que se trate, predominan rasgos absolutamente patriarcales, precapitalistas, y hay un desarrollo insignificante de la econo­mía mercantil y de la disociación de las clases. Pero si en un país, cuyo régimen estatal se distingue por presentar un carácter acusadamente precapitalista, existe una región nacional delimitada que tiene un rápido desarrollo del ca­pitalismo, resulta que cuanto más rápido sea ese desarrollo capitalista tanto más fuerte será la contradicción entre este desarrollo y el régimen estatal precapitalista, tanto más probable será que la región avanzada se separe del resto del país, al que no le ligan los lazos del “capitalismo moderno”, sino los de un “despotismo asiático”.
Así pues, Rosa Luxemburgo no ha atado en absoluto cabos, ni siquiera en lo que se refiere a la estructura social del poder en Rusia con relación a la Polonia burguesa; y en cuanto a las peculiaridades históricas concretas de los movimientos nacionales en Rusia ni siquiera las plantea.
En eso es en lo que debemos detenernos.

 

3. Las peculiaridades concretas del problema nacional en Rusia y la transformación democrática burguesa de ésta

 

“A pesar de lo elástico que es el principio del ‘derecho de las naciones a la autodeterminación’, que es el más puro de los lugares comunes, ya que, evidentemente, se puede aplicar por igual no sólo a los pueblos que habitan en Rusia, sino también a las naciones que viven en Alemania y en Austria, en Suiza y en Suecia, en América y en Australia, no lo encontramos ni en un solo programa de los par­tidos socialistas contemporáneos” (nº 6 de Przeglqd, pág. 483).
Así escribe Rosa Luxemburgo en el comienzo de su cru­zada contra el apartado 9 del programa marxista. Atribu­yéndonos a nosotros la interpretación de que este apartado del programa es “el más puro de los lugares comunes”, Rosa Luxemburgo misma incurre precisamente en este pecado, al declarar con divertida osadía que “evidentemente, [este principio] se puede aplicar por igual” a Rusia, Alemania, etc.
Lo evidente –contestaremos nosotros– es que Rosa Luxemburgo ha decidido ofrecer en su artículo una colección de errores lógicos que servirían como ejercicios para los estudiantes de bachillerato. Porque la parrafada de Rosa Luxemburgo es un completo absurdo y una mofa del plan­teamiento histórico concreto de la cuestión.
Si el programa marxista no se interpreta de manera pueril, sino marxista, no cuesta ningún trabajo percatarse de que se refiere a los movimientos nacionales democráticos burgueses. Siendo así –y así es, sin duda alguna–, se deduce “evidentemente” que ese programa concierne “en general”, como “lugar común”, etc., a todos los casos de mo­vimientos nacionales democráticos burgueses.  No menos evidente sería también para Rosa Luxemburgo, de haberlo pensado lo más mínimo, la conclusión de que nuestro pro­grama se refiere tan sólo a los casos en que existe tal movi­miento.
Si Rosa Luxemburgo hubiera reflexionado sobre estas consideraciones evidentes, habría visto sin esfuerzos parti­culares qué absurdo ha dicho. Al acusarnos a nosotros de haber propuesto un “lugar común”, aduce contra nosotros el argumento de que no se habla de autodeterminación de las naciones en el programa de los países donde no hay mo­vimientos nacionales democráticos burgueses. ¡Un argu­mento muy inteligente!
La comparación del desarrollo político y económico de distintos países, así como de sus programas marxistas, tiene inmensa importancia desde el punto de vista del mar­xismo, pues son indudables tanto la naturaleza común capitalista de los Estados contemporáneos como la ley gene­ral de su desarrollo. Pero hay que saber hacer semejante comparación. La condición elemental para ello es poner en claro si son comparables las épocas históricas del desarrollo de los países de que se trate. Por ejemplo, sólo perfectos ignorantes (como el príncipe E. Trubetskói en Rússkaya Mysl)  pueden comparar el programa agrario de los marxistas de Rusia con los de Europa Occidental, pues nuestro programa da una solución al problema de la trans­formación agraria democrática burguesa, de la cual ni siquiera se habla en los países de Occidente.
Lo mismo puede afirmarse del problema nacional. En la mayoría de los países occidentales hace ya mucho tiempo que está resuelto. Es ridículo buscar en los programas de Occiden-te solución a problemas que no existen. Rosa Luxem­burgo ha perdido de vista aquí precisamente lo que tiene más importancia: la diferencia entre los países que hace tiempo han terminado las transformaciones democráticas burguesas y los países que no las han terminado.
Todo el quid está en esa diferencia. La desestimación completa de esa diferencia es lo que convierte el larguísimo artículo de Rosa Luxem-burgo en un fárrago de lugares comunes vacíos que no dicen nada.
En la Europa continental de Occidente, la época de las revoluciones democráticas burguesas abarca un lapso bastante determinado, aproximadamente de 1789 a 1871. Esta fue precisamente la época de los movimientos naciona­les y de la creación de los Estados nacionales. Terminada esta época, Europa Occidental había cristalizado en un sistema de Estados burgueses que, además, eran, como nor­ma, Estados unidos en el aspecto nacional. Por eso, buscar ahora el derecho a la

autodeterminación en los programas de los socialistas de Europa Occiden-tal significa no compren­der el abecé del marxismo.
En Europa Oriental y en Asia, la época de las revolucio­nes democráticas burguesas no comenzó hasta 1905. Las revoluciones de Rusia, Persia, Turquía y China, las guerras en los Balcanes: tal es la cadena de los acontecimientos mundiales ocurridos en nuestra época en nuestro “Oriente”. Y en esta cadena de acontecimientos sólo un ciego puede no ver el despertar de toda una serie de movimientos nacio­nales democráticos burgueses, de tendencias a crear Estados independientes y unidos en el aspecto nacional. Precisa y exclusivamente porque Rusia y los países vecinos suyos atraviesan por esa época necesitamos nosotros en nuestro programa un apartado sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación.
Pero veamos unos cuantos renglones más del pasaje antes citado del artículo de Rosa Luxemburgo:
“En particular –dice–, el programa de un partido que actúa en un Estado de composición nacional extraordinariamente hetero­génea y para el que el problema nacional desempeña un papel de primer orden -el programa de la socialdemocracia austríaca-  no contiene el principio del derecho de las naciones a la autodetermina­ción” .
De modo que se quiere persuadir al lector “en particu­lar” con el ejemplo de Austria. Veamos, des-de el punto de vista histórico concreto, si hay mucho de razonable en este ejemplo.
Primero, hacemos la pregunta fundamental de si se ha llevado a término la revolución democrática burguesa. En Austria empezó en 1848 y terminó en 1867. Desde entonces hace casi medio siglo que rige allí una Constitución, en suma, burguesa, que permite actuar en la legalidad a un par­tido obrero legal.
Por eso, en las condiciones interiores del desarrollo de Austria (es decir, desde el punto de vista del desarrollo del capitalismo en Austria, en general, y en sus diversas naciones, en particular) no hay factores que den lugar a saltos, uno de cuyos efectos concomitantes puede ser la formación de Estados nacionales independientes. Al suponer con su comparación que Rusia se encuentra, sobre este punto, en condiciones análogas, Rosa Luxemburgo no sólo admite una hipótesis falsa por completo, antihis-tórica, sino que se desliza sin querer hacia el liquidacionismo.
Segundo, tiene una importancia de singular magnitud la  proporción entre las naciones, totalmente diferente en Austria y en Rusia respecto al problema que nos ocupa. No sólo ha sido Austria, durante largo tiempo, un Estado en que predominaban los alemanes, sino que los alemanes de Austria pretendían la hegemonía en la nación alemana en general. Esta “pretensión”, como quizá tenga a bien re­cordar Rosa Luxemburgo (que tanta aversión parece sentir contra los lugares comunes, los clichés, las abstracciones...), la deshizo la guerra de 1866. La nación dominante en Austria, la alemana, quedó fuera de los confines del Estado alemán independiente, definitivamente formado hacia 1871. De otro lado, el intento de los húngaros de crear un Estado na­cional independiente había fracasado ya en 1849 bajo los golpes del ejército feudal ruso.
Así pues, se ha creado una situación peculiar en grado sumo: ¡los húngaros, y tras ellos los checos, no tienden a separarse de Austria, sino a mantener la integridad de Aus­tria, precisamente en beneficio de la independencia nacio­nal, que podría ser aplastada del todo por vecinos más rapaces y más fuertes! En virtud de esa situación pecu­liar, Austria ha tomado la estructura de Estado bicéntrico (dual) y ahora se está convirtiendo en tricéntrico (tríplice: alemanes, húngaros y eslavos).
¿Sucede en Rusia algo parecido? ¿Aspiran en Rusia los alógenos a unirse con los rusos bajo la amenaza de una opresión nacional peor?
Basta hacer esta pregunta para ver cuán absurda, ruti­naria y propia de ignorantes resulta la comparación entre Rusia y Austria en cuanto a la autodeterminación de las naciones.
Las condiciones peculiares de Rusia, en lo que toca a la cuestión nacional, son precisamente lo contrario de lo que hemos visto en Austria. Rusia es un Estado con un centro nacional único, ruso. Los rusos ocupan un gigantesco te­rritorio compacto, y su número asciende aproximadamente a 70 millones. La peculiaridad de este Estado nacional re­side, primero, en que los alógenos (que en conjunto consti­tuyen la mayoría de la población, el 57%) pueblan preci­samente la periferia; segundo, en el hecho de que la opre­sión de estos alógenos es mucho más fuerte que en los países vecinos (incluso no sólo en los europeos); tercero, en que hay toda una serie de casos en que los pueblos oprimidos que viven en la periferia tienen compatriotas al otro lado de la frontera, y estos últimos gozan de mayor independen­cia nacional (basta recordar, aunque sólo sea en las fronte­ras occidental y meridional del Estado, a finlandeses, sue­cos, polacos, ucranianos y rumanos); cuarto, en que el desa­rrollo del capitalismo y el nivel general de cultura son con frecuencia más altos en la periferia alógena que en el centro del Estado. Por último, precisamente en los Estados asiáticos vecinos presenciamos el comienzo de un período de revolu­ciones burguesas y de movimientos nacionales que compren­den en parte a los pueblos afines dentro de las fronteras de Rusia.
Así pues, son precisamente las peculiaridades histó­ricas concretas del problema nacional en Rusia las que hacen entre nosotros urgente en especial el reconocimiento del derecho de las naciones a la autodeterminación en la época que atravesamos.
Por lo demás, incluso vista en el sentido del hecho escue­to, es errónea la afirmación de Rosa Luxemburgo de que en el programa de los socialdemócratas austríacos no figura el reconocimiento del derecho de las naciones a la autode­terminación. Basta abrir las actas del Congreso de Brünn, en el que se aprobó el programa nacional, para ver allí las declaraciones del socialdemócrata ruteno Gankévich, en nombre de toda la delegación ucraniana (rutena) (pág. 85 de las actas), y del socialdemócrata polaco Reger, en nombre de toda la delegación polaca (pág. 108), diciendo que los socialdemócratas austríacos de las dos naciones indicadas incluían entre sus aspiraciones la de la unificación nacional, la de la libertad e independencia de sus pueblos. Por consi­guiente, la socialdemocracia austríaca, sin propugnar direc­tamente en su programa el derecho de las naciones a la au­todeterminación, transige plenamente, al mismo tiempo, con que ciertos sectores del partido presenten reivindicacio­nes de independencia nacional. ¡De hecho, esto significa justamente, como es natural, reconocer el derecho de las na­ciones a la autodeterminación! De modo que la apelación de Rosa Luxemburgo a Austria habla en todos los sentidos contra ella.

 

4. El ‘practicismo’ en el problema nacional

 

Los oportunistas han hecho suyo con celo singular el argumento de Rosa Luxemburgo de que el apartado 9 de nuestro programa no contiene nada “práctico”. Rosa Luxem­burgo está tan entusiasmada con este argumento que encon­tramos en algunas ocasiones ocho veces repetida esa “consig­na” en una misma página de su artículo.
El apartado 9 “no da –dice ella– ninguna indicación práctica para la política cotidiana del proletariado, ninguna solución práctica de los problemas nacionales”.
Analicemos este argumento, que también se formula de manera que el apartado 9 o no expresa absolutamente nada u obliga a apoyar todas las aspiraciones nacionales.
¿Qué significa la reivindicación de “practicismo” en el problema nacional? O un apoyo a todas las aspiraciones nacionales, o el “sí o no” a la disyuntiva de separación de cada nación o, en general, la “posibilidad de satisfacción” inmediata de las reivindicaciones nacionales.
Examinemos estas tres interpretaciones posibles de la reivindicación de “practicismo”.
La burguesía, que actúa, como es natural, en los comien­zos de todo movimiento nacional como fuerza hegemónica (dirigente) del mismo, llama labor práctica al apoyo a todas las aspiraciones nacionales. Pero la política del prole­tariado en el problema nacional (como en los demás proble­mas) sólo apoya a la burguesía en una direccién determina­da, pero nunca coincide con su política. La clase obrera sólo apoya a la burguesía en aras de la paz nacional (que la burguesía no puede dar plenamente y es viable sólo si hay una completa democratización), en beneficio de la igualdad de derechos, en beneficio de la situación más favorable posible para la lucha de clases. Por eso, precisamente contra el practicismo de la burguesía, los proletarios propugnan una política de principios en el problema nacio­nal, prestando a la burguesía siempre un apoyo sólo condi­cional. En el problema nacional, toda burguesía desea o pri­vilegios para su nación o ventajas  exclusivas para ésta; precisamente eso es lo que se llama “práctico”. El proleta­riado está en contra de toda clase de privilegios, en contra de todo exclusivismo. Exigirle “practicismo” significa ir a remolque de la burguesía, caer en el oportunismo.
¿Contestar “sí o no” en lo que se refiere a la separación de cada nación? Parece una reivindicación  sumamente “práctica”. Pero, en realidad, es absurda, metafísica en teo­ría y conducente a subordinar el proletariado a la política de la burguesía en la práctica. La burguesía plantea siem­pre en primer plano sus reivindicaciones nacionales. Y las plantea de un modo incondicional. El proletariado las subor­dina a los intereses de la lucha de clases. Teóricamente no puede garantizarse de antemano que la separación de una nación determinada o su igualdad de derechos con otra nación ponga término a la revolución democrática burguesa. Al proletariado le importa, en ambos casos, garantizar el desarrollo de su clase; a la burguesía le importa dificultar este desarrollo, supeditando las tareas de dicho desarrollo a las tareas de su nación. Por eso el proletariado se limita a la reivindicación negativa, por así decir, de reconocer el derecho a la autodeterminación, sin garantizar nada a ningu­na nación ni comprometerse a dar nada a expensas de otra nación.
Eso no será “práctico”, pero es de hecho lo que garantiza con mayor seguridad la más democrática de las soluciones posibles; el proletariado necesita tan sólo estas garantías, mientras que la burguesía de cada nación necesita garan­tías de sus veutajas, sin tener en cuenta la situación (las posibles desventajas) de otras naciones.
Lo que más interesa a la burguesía es la “posibilidad de satisfacción” de la reivindicación dada; de aquí la eterna política de transacciones con la burguesía de otras naciones en detrimento del proletariado. En cambio, al proletariado le importa fortalecer su clase contra la burguesía, educar a las masas en el espíritu de la democracia consecuente y del socialismo.
Eso no será “práctico” para los oportunistas, pero es la única garantía real, la garantía de la máxima igualdad y paz nacionales, a despecho tanto de los feudales como de la burguesía nacionalista.
Toda la misión de los proletarios en la  cuestión nacional “no es práctica”, desde el punto de vista de la bur­guesía nacionalista de cada nación, pues los proletarios, enemigos de todo nacionalismo, exigen la igualdad “abstrac­ta”, la ausencia del mínimo privilegio en principio. Al no comprenderlo y ensalzar de un modo poco razonable el practicismo, Rosa Luxemburgo ha abierto las puertas de par en par precisamente a los oportunistas, en particular a las concesiones del oportunismo al nacionalismo ruso.
¿Por qué al ruso? Porque los rusos son en Rusia la nación opresora, y en el aspecto nacional, naturalmente, el opor­tunismo tendrá una expresión entre las naciones oprimidas y otra, distinta, entre las opresoras.
En aras del “practicismo” de sus reivindicaciones  la burguesía de las naciones oprimidas llamará al proletariado a apoyar incondicionalmente sus aspiraciones. ¡Lo más práctico es decir un “sí” categórico a la separación de tal o cual nación, y no al derecho de todas las naciones, cualesquiera que sean, a la separación!
El proletariado se opone a semejante practicismo: al reconocer la igualdad de derechos y el derecho igual a for­mar un Estado nacional, aprecia y coloca por encima de todo la unión de los proletarios de todas las naciones, eva­lúa toda reivindicación nacional y toda separación nacional con la mira puesta en la lucha de clase de los obreros. La con­signa de practicismo no es, en realidad, sino la de adoptar sin crítica las aspiraciones burguesas.
Se nos dice: apoyando el derecho a la separación, apoyáis el nacionalismo burgués de las naciones oprimidas. ¡Esto es lo que dice Rosa Luxemburgo y lo que tras ella repite el oportunista Semkovski, único representante, por cierto, de las ideas de los liquidadores sobre este problema en el periódico de los liquidadores!
Nosotros contestamos: no, precisamente a la burguesía es a quien le importa aquí una solución “práctica”, mien­tras que a los obreros les importa la separación en principio de dos tendencias. Por cuanto la burguesía de una nación oprimida lucha contra la opresora, nosotros estamos siem­pre, en todos los casos y con más decisión que nadie, a favor, ya que somos los enemigos más intrépidos y consecuentes de la opresión. Por cuanto la burguesía de la nación oprimida está a favor de su nacionalismo burgués, nosotros estamos en contra. Lucha contra los privilegios y violencias de la nación opresora y ninguna tolerancia con el afán de privilegios de la nación oprimida.
Si no lanzamos ni propugnamos en la agitación la con­signa del derecho a la separación, favoreceremos no sólo a la burguesía, sino a los feudales y el absolutismo de la nación opresora. Hace tiempo que Kautsky empleó este argumento contra Rosa Luxemburgo, y el argumento es irrefutable. En su temor de “ayudar” a la burguesía nacio­nalista de Polonia, Rosa Luxemburgo niega el derecho a la separación en el programa de los marxistas de Rusia, y a quien ayuda, en realidad, es a los rusos ultrarreaccionarios. Ayuda, en realidad, al conformismo oportunista con los privilegios (y con cosas peores que los privilegios) de los rusos.
Llevada de la lucha contra el nacionalismo en Polonia, Rosa Luxem­-burgo ha olvidado el nacionalismo de los rusos, aunque precisamente este nacionalismo es ahora el más temible; es precisamente un nacionalismo menos burgués, pero más feudal; es precisamente el mayor freno para la democracia y la lucha proletaria. En todo nacionalismo burgués de una nación oprimida hay un contenido democrá­tico general contra la opresión, y a este contenido le pres­tamos un apoyo incondicional, apartando rigurosamente la tendencia al exclusivismo nacional, luchando contra la tendencia del burgués polaco a oprimir al hebreo, etc., etc.
Esto “no es práctico”, desde el punto de vista del bur­gués y del filisteo. Pero es la única política práctica y adicta a los principios en el problema nacional, la única que ayuda de verdad a la democracia, a la libertad y a la unión pro­letaria.
Reconocer el derecho a la separación para todos; apre­ciar cada cuestión concreta sobre la separación desde un punto de vista que elimine toda desigualdad de derechos, todo privilegio, todo exclusivismo.
Tomemos la posición de la nación opresora. ¿Puede acaso ser libre un pueblo que oprime a otros pueblos? No. Los intereses de la libertad de la población* rusa exigen que se luche contra tal opresión. La larga historia, la secular historia de represión de los movimientos de las naciones oprimidas, la propaganda sistemática de esta represión por parte de las “altas” clases han creado enormes obstáculos a la causa de la libertad del mismo pueblo ruso en sus pre­juicios, etc.
Los ultrarreaccionarios rusos apoyan conscientemente estos prejuicios y los atizan. La burguesía rusa transige con ellos o se amolda a ellos. El proletariado ruso no puede alcanzar sus fines, no puede desbrozar para sí el camino hacia la libertad sin luchar sistemáticamente contra estos pre­juicios.
Formar un Estado nacional autónomo e independiente sigue siendo por ahora, en Rusia, tan sólo privilegio de la nación rusa. Nosotros, los proletarios rusos, no defendemos privilegios de ningún género y tampoco defendemos este privilegio. Lucha-mos sobre el terreno de un Estado determi­nado, unificamos a los obreros de todas las naciones de este Estado, no podemos garantizar tal o cual vía de desarrollo nacional, vamos a nuestro objetivo de clase por todas las vías posibles.
Pero no se puede ir hacia este objetivo sin luchar contra todos los nacionalismos y sin propugnar la igualdad de todas las naciones. Así, por ejemplo, depende de mil factores, des­conocidos de antemano, si a Ucrania le cabrá en suerte formar un Estado independiente. Y, como no queremos hacer “conjeturas” vanas, estamos firmemente por lo que es indudable: el derecho de Ucrania a semejante Estado. Respetamos este derecho, no apoyamos los privilegios del ruso sobre los ucranianos, educamos a las masas en el espíritu del reco­nocimiento de este derecho, en el espíritu de la negación de los privilegios estatales de cualquier nación.
En los saltos que han atravesado todos los países en la época de las revoluciones burguesas son posibles y probables los choques y la lucha por el derecho a un Estado nacional. Nosotros, proletarios, nos declaramos de antemano adversarios de los privilegios de los rusos, y en esta dirección desarrollamos toda nuestra propaganda y nuestra agitación.
En el afán de “practicismo”, Rosa Luxemburgo ha per­dido de vista la tarea práctica principal, tanto del proleta­riado ruso como del proletariado de toda nación: la tarea de la agitación y propaganda cotidianas contra toda clase de privilegios nacionales de tipo estatal, por el derecho, derecho igual de todas las naciones, a tener su Estado na­cional; esta tarea es (ahora) nuestra principal tarea en el problema nacional, porque sólo así defendemos los intereses de la democracia y de la unión, basada en la igualdad de derechos, de todos los proletarios de todas las naciones.
Poco importa que esta propaganda “no sea práctica” tanto desde el punto de vista de los opresores rusos como desde el punto de vista de la burguesía de las naciones opri­midas (unos y otros exigen un sí o no determinado, acu­sando a los socialdemócratas de “vaguedad”); en la prác­tica, precisamente esta propaganda, y sólo ella, asegura una educación de las masas verdaderamente democrática y verdaderamente socialista. Sólo una propaganda tal garan­tiza también las mayores probabilidades de paz nacional en Rusia, si sigue siendo un Estado de composición nacional heterogénea, y la división más pacífica (e inocua para la lucha de clase proletaria) en diversos Estados nacionales, si se plantea el problema de semejante división.
Para explicar de un modo más concreto esta política, la única proletaria en el problema nacional, analicemos la actitud del liberalismo ruso ante la “autodeterminación de las naciones” y el ejemplo de la separación de Noruega de Suecia.

 

5. La burguesía liberal y los oportunistas socialistas en el problema nacional

 

Hemos visto que Rosa Luxemburgo tiene por uno de sus principales “triunfos”, en la lucha contra el programa de los marxistas de Rusia, el argumento siguiente: reconocer el derecho a la autodeterminación equivale a apoyar el na­cionalismo burgués de las naciones oprimidas. Por otra parte, dice Rosa Luxemburgo, si por tal derecho se entiende úni­camente la lucha contra cualquier violencia en lo que se refiere a las naciones, no hace falta un punto especial en el programa, porque la socialdemocracia en general se opone a toda violencia nacional y a toda desigualdad de derechos nacionales.
El primer argumento, según demostró de un modo irre­futable Kautsky hace ya casi veinte años, hace pagar la cul­pa del nacionalismo a justos por pecadores porque ¡resulta que, temiendo el nacionalismo de la burguesía de las na­ciones oprimidas, Rosa Luxemburgo favorece, en realidad, el nacionalismo ultrarreaccionario de los rusos! El segundo argumento es, en el fondo, un temeroso esquivar el problema: reconocer la igualdad nacional, ¿supone o no reconocer el derecho a la separación? Si lo supone, Rosa Luxemburgo admite que es justo por principio el apartado 9 de nuestro programa. Si no lo supone, no reconoce la igualdad nacio­nal. ¡Nada puede hacerse en este caso con subterfugios y evasivas!
Pero la mejor manera de comprobar los argumentos arriba indicados, así como todos los argumentos de esta índole, consiste en estudiar la actitud de las diferentes clases de la sociedad ante el problema. Para un marxista, semejante comprobación es obligatoria. Hay que partir de lo objetivo, hay que tomar las relaciones recíprocas de las diversas cla­ses en el punto de que se trata. Al no hacerlo, Rosa Luxem­burgo incurre precisamente en el pecado de lo metafísico, de lo abstracto, del lugar común, de las generalidades, etc., del que en vano trata de acusar a sus adversarios.
Se trata del programa de los marxistas de Rusia, es decir, de los marxistas de todas las naciones de Rusia. ¿No con­vendría echar una ojeada a la posición de las clases dominantes de Rusia?
Es conocida de todos la posición de la “burocracia” (perdónesenos este término inexacto) y de los terratenientes feudales del tipo de la nobleza unificada. Negación absoluta tanto de la igualdad de derechos de las naciones como del derecho a la autodeterminación. La vieja consigna, tomada de los tiempos del régimen de servidumbre: autocracia, religión ortodoxa, nación, con la particularidad de que por esta última tan sólo se entiende la nación rusa. Incluso los ucranianos son declarados “alógenos”, incluso su lengua mater­na es perseguida.
Veamos a la burguesía de Rusia, llamada a tornar parte –una parte muy modesta, es verdad, pero, al fin y al cabo, parte– en el poder, en el sistema legislativo y adminis­trativo del “3 de junio”. No se necesitan muchas palabras para demostrar que en este problema los  octubristas siguen, en realidad, a las derechas. Es de lamentar que al­gunos marxistas concedan mucha menos atención a la posi­ción de la burguesía liberal rusa, de los  progresistas y demócratas constitucionalistas. Y, sin embargo, quien no estudie esta posición y no reflexione sobre ella incurrirá inevitablemente en el pecado de lo abstracto y de lo vacío al analizar el derecho de las naciones a la autodeterminación.
El año pasado, la polémica entre Pravda y  Riech obligó a este órgano principal del Partido Demócrata Cons­titucionalista, tan hábil en la evasiva diplomática ante la contestación franca a preguntas “desagradables”, a hacer, sin embargo, algunas confesiones valiosas. Se armó el barullo en torno al Congreso Estudiantil de toda Ucrania, celebrado en Lvov en el verano de 1913. El jurado “perito en cues­tiones de Ucrania” o colaborador ucraniano de Riech, señor Mogui-lianski, publicó un artículo en el que cubría de las más selectas injurias (“delirio”, “aventurerismo”, etc.) la idea de la separación de Ucrania, idea propugnada por el socialnacionalista Dontsov y aprobada por el mencionado congreso.
El periódico Rabóchaya Pravda, sin solidarizarse para nada con el señor Dontsov e indicando claramente que este señor era un socialnacionalista y que muchos marxistas ucranianos discrepaban de él, declaró, sin embargo, que el tono de Riech, o mejor dicho: el planteamiento en principio de la cuestión por Riech es absolutamente indecoroso, inad­misible en un demócrata ruso o en una persona que quiere pasar por demócrata. Que Riech refute directamente a los señores Dontsov, pero, en principio, es inadmisible que el órgano ruso de una pretendida democracia olvide la libertad de separación, el derecho a la separación.
Unos meses más tarde publicó el señor Moguilianski, en el número 331 de Riech, unas “explicaciones”, enterado, por el periódico ucraniano Shliafi, de Lvov, de las objecio­nes del señor Dontsov, quien, por cierto, observó que “sólo la prensa socialdemócrata rusa había manchado (¿estigmatiza­do?) en forma debida la diatriba patriotera de Riech”. Las “explicaciones” del señor Moguilianski consistieron en repe­tir por tres veces: “la crítica de las recetas del señor Dontsov (...) no tiene nada de común con la negación del derecho de las naciones a la autodeterminación”.
“Hay que decir –escribía el señor Moguilianski– que tampoco ‘el derecho de las naciones a la autodeterminación’ es una especie de fetiche (¡¡escuchen!!) que no admite ninguna crítica: condiciones de vida malsanas en una nación pueden engendrar tendencias mal­sanas en la autodeterminación nacional, y poner al descubierto estas últimas no significa aún negar el derecho de las naciones a la autodeter­minación”.
Como ven, las frases de un liberal sobre lo del “fetiche” estaban plenamente a tono con las frases de Rosa Luxembur­go. Era evidente que el señor Moguilianski deseaba reuhir el dar una respuesta directa a la pregunta: ¿reconoce o no el derecho a la autodeterminación política, es decir, a la separación?
Y Proletárskaya Pravda (nº 4 del 11 de diciembre de 1913) hizo a bocajarro esta pregunta tanto al señor Moguilianski como al Partido Demó-crata Constitucionalista.
El periódico Riech publicó entonces (nº 340) una declaración sin firma, es decir, una declaración oficial de la Redacción, que daba una respuesta a esa pregunta. Esta contestación se resume en tres puntos:
1) En el apartado 11 del programa del Partido Demó­crata Constitucio-nalista se habla en forma directa, clara y precisa del “derecho” de las naciones a una “libre autodeter­minación cultural”.
2) Proletárskaya Pravda, según la afirmación de Riech, “confunde irreparablemente” la autodeterminación con el separatismo, con la separación de esta o la otra nación.
3) “En efecto, los demócratas constitucionalistas no han pensado nunca en defender el derecho de ‘separación de las na­ciones’ del Estado ruso” (véase el artículo El nacional-libe­ralismo y el derecho de las naciones a la autodeterminacion, en Proletárskaya Pravda, nº 12, del 20 de diciembre de 1913).
Fijémonos ante todo en el segundo punto de la declaración de Riech. ¡Cuán claramente demuestra a los señores Semkovs­ki, Libman, Yurké-vich y demás oportunistas que sus gritos y habladurías sobre una pretendida “falta de claridad” o “vaguedad” en cuanto a la “autodeterminación” no son en la práctica, es decir, en la correlación objetiva de las clases y de la lucha de las clases en Rusia, sino una simple repetición de los discursos de la burguesía monárquica liberal!
Cuando Proletárskaya Pravda hizo a los instruidos señores “demócratas constitucionalistas” de Riech tres pre­guntas: 1) Si negaban que en toda la historia de la democra­cia internacional, y especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XIX, se entiende por autodeterminación de las naciones precisamente la autodeterminación política, el derecho a constituir un Estado nacional independiente; 2) si negaban que el mismo sentido tenía la conocida deci­sión del Con-greso Socialista  Internacional  celebrado en Londres en 1896, y 3) que Plejánov, el cual escribía ya en 1902 sobre la autodeterminación, entendía por tal precisa­mente la autodeterminación política; cuando Proletárskaya Pravda hizo estas tres preguntas, ¡¡los señores demácratas constitucionalistas guardaron silencio!!
No contestaron ni una palabra, porque nada tenían que contestar. Tuvieron que reconocer en silencio que Prole­társkaya Prauda tenía sin duda razón.
Los gritos de los liberales a propósito de la falta de claridad del concepto de “autodeterminación”, de su “irre­parable confusión” con el separatismo entre los socialde­mócratas, no son sino una tendencia a embrollar la cuestión, rehuir el reconocimiento de un principio general de la de­mocracia. Si los señores Semkovski, Libman y Yurkévich no fueran tan ignorantes, les hubiera dado ver-güenza hablar ante los obreros en tono liberal.
Pero sigamos, Proletárskaya Prav-da obligó a Riech a reconocer que las palabras sobre la autodeterminación “cultural” tienen en el programa demócrata constitucionalista precisamente el sentido de una negación de la antodetermi­nación política.
“En efecto, los demócratas constitucionalistas no han pensado nunca en defender el derecho de ‘separación de las naciones’ del Estado ruso”: éstas son las palabras de Riech que no en vano recomendó Proletárskaya Pravda a Nóvoie Vremia y Zémschina como muestra de la “lealtad” de nuestros demócratas constitucionalistas. Sin dejar, na­turalmente, de aprovechar la ocasión para mencionar a los “semitas” y decir toda clase de mordacidades a los demócra­tas constitucionalistas, Nóvoie Vremia declaraba, sin embar­go, en su número 13.563:
“Lo que constituye para los socialdemócratas un axioma de sa­biduría política” (es decir, el reconocimiento del derecho de las nacio­nes a la autodeterminación, a la separación) “empieza en nuestros días a provocar divergencias incluso entre los demócratas constitucio­nalistas”.
Los demócratas constitucionalistas adoptaron una posi­ción de principios absolutamente idéntica a la de Nóvoie Vremia, declarando que “no habían pensado nunca en de­fender el derecho de separación de las naciones del Estado ruso”. En esto consiste una de las bases del nacional-libera­lismo de los demócratas constitucionalistas, de su afinidad con los Purishkévich, de su dependencia de estos últimos en el terreno político-ideológico y político-práctico. “Los señores demócratas constitucionalistas han estudiado historia –decía Proletárskaya Pravda–, y saben muy bien a qué actos “pogromoides”, expresándonos con suavidad, ha lle­vado muchas veces en la práctica la aplicación del tradicio­nal derecho de los Purishkévich a “agarrar y no dejar esca­par”. Sabiendo perfectamente que la omnipotencia de los Purish-kévich tiene origen y carácter feudal, los demócra­tas constitucionalistas se colocan, sin embargo, por entero en el terreno de las relaciones y fronteras establecidas preci­samente por esta clase. Sabiendo perfectamente cuántos elementos no europeos, antieuropeos (asiáticos, diríamos nosotros, si esta palabra no pudiera sonar a inmerecido desprecio para japoneses y chinos), hay en las relaciones y fronteras creadas o fijadas por esa clase, los señores demó­cratas constitucionalistas los consideran límite del que no se puede  pasar.
Esto es precisamente adaptación a los Purishkévich, servilismo ante ellos, miedo de hacer vacilar su posición, esto es defenderles contra el movimiento popular, contra la democracia. “Esto significa en la práctica –decía Proletárs­kaya Pravda– adaptarse a los intereses de los feudales y a los peores prejuicios nacionalistas de la nación dominan­te en vez de luchar constantemente contra esos prejuicios”.
Como personas conocedoras de la historia y con preten­siones de democracia, los demócratas constitucionalistas ni siquiera intentan afirmar que el movimiento democrá­tico, que en nuestros días es típico tanto de Europa Oriental como de Asia y que tiende a transformar una y otra, de acuer­do con el modelo de los países civilizados, capitalistas, que este movimiento deba indefectiblemente dejar intactas las fronteras fijadas en la época feudal, en la época de omnipo­tencia de los Purishkévich y de la falta de derechos de exten­sos sectores de la burguesía y de la pequeña burguesía.
La última conferencia del Partido Demócrata Consti­tucionalista, celebrada del 23 al 25 de marzo de 1914, ha demostrado, por cierto, que el problema planteado por la polémica de Proletárskaya Pravda con Riech no era, en modo alguno, tan sólo un problema literario, sino que revestía la mayor actualidad política. En la reseña oficial de Riech (nº 83, del 26 de marzo de 1914) sobre esta conferencia leemos:
“Se trataron también en forma especialmente animada los pro­blemas nacionales. Los diputados de Kiev, a los que se unieron N. V. Nekrásov y A. M. Koliubakin, indicaron que el problema nacional es un factor importante que está madurando y que es imprescindible afrontar con más energía que hasta ahora. F. F. Kokoshkin indicó, sin embargo” (éste es el “sin embargo” que corresponde al “pero” de Sche­drín: “de puntillas no se es más alto, no, no se es más alto”), “que tanto el programa como la anterior experiencia política exigen que se pro­ceda con la mayor prudencia en lo que se refiere a las ‘fórmulas elásti­cas’ de la autodeterminación política de las naciones”.
Este razonamiento de la conferencia demócrata consti­tucionalista, de todo punto notable, merece la mayor aten­ción de todos los marxistas y de todos los demócratas (ha­gamos notar entre paréntesis que Kíevskaya Mysl, periódico, por lo visto, enteradísimo y, sin duda, fiel transmi­sor de los pensamientos del señor Kokoshkin, añadía que este señor, claro que como advertencia a sus contrincantes, aducía de un modo especial el argumento del peligro de la “disgregación” del Estado)
La reseña oficial de Riech está redactada con maestría diplomática, para levantar lo menos posible el telón y di­simular lo más posible. Pero, de todos modos, queda claro, en sus rasgos fundamentales, lo que ocurrió en la conferencia de los demócratas constitucionalistas. Los delegados burgue­ses liberales, que conocían la situación en Ucrania, y los demócratas constitucionalistas “de izquierda” plantearon precisamente la cuestión de la autodeterminación política de las naciones. De lo contrario, el señor Kokoshkin no ha­bría tenido por qué aconsejar que se procediera “con pruden­cia” en lo que se refiere a esta “fórmula”.
En el programa de los demócratas constitucionalistas, que, naturalmente, conocían los delegados de la conferencia demócrata constitucionalista, figura precisamente la autodeterminación “cultural”, y no la autodeterminación polí­tica. Por tanto, el señor Kokoshkin defendía el programa contra los delegados de Ucrania, contra los demócratas constitucionalistas de izquierda, defendía la autodetermi­nación “cultural” contra la “política”. Es de todo punto evi­dente que, al alzarse contra la autodeterminación “polí­tica”, al esgrimir la amenaza de la “disgregación del Estado”, diciendo que la fórmula de la “autodeterminación política” es “elástica” (¡completamente a tono con Rosa Luxembur-go!), el señor Kokoshkin defendía el nacional-liberalismo ruso contra elementos más “izquierdistas” o más democráticos del Partido Demócrata Constitucionalista y contra la bur­guesía ucraniana.
El señor Kokoshkin venció en la conferencia demócrata constitucionalista, como puede verse por la traidora pala­breja “sin embargo” en la reseña de Riech. El nacional–libe­ralismo ruso triunfó entre los demócratas constituciona­listas. ¿No contribuirá esta victoria a que se aclaren las mentes de los elementos poco razonables que entre los marxistas de Rusia han comenzado también a temer, tras los demócratas constitucionalistas, “las fórmulas elásticas de la autodeternimación política de las naciones”?
Veamos, “sin embargo”, cuál es, en el fondo, el curso que siguen los pensamientos del señor Kokoshkin. Invocando la “anterior experiencia política” (es decir, evidentemente, la experiencia de 1905, en que la burguesía rusa se asustó, temiendo por sus privilegios nacionales, y contagió su miedo al Partido Demócrata Constitucionalista), hablando de la amenaza de “disgregación del Estado”, el señor Kokoshkin ha demostrado comprender perfectamente que la autodeter­minación política no puede significar otra cosa que el dere­cho a la separación y a la formación de un Estado nacional independiente. Se pregunta: ¿cómo hay que conceptuar estos temores del señor Kokoshkin, desde el punto de vista de la democracia en general, así como desde el punto de vista de la lucha de clase proletaria en particular?
El señor Kokoshkin quiere convencernos de que el reco­nocimiento del derecho a la separación aumenta el peligro de “disgregación del Estado”. Este es el punto de vista del polizonte Mymretsov con su lema de “agarrar y no dejar escapar”. Desde el punto de vista de la democracia en gene­ral, es precisamente al contrario: el reconocimiento del derecho a la separación reduce el peligro de “disgregación del Estado”.
El señor Kokoshkin razona absolutamente en el espíritu de los nacionalistas. En su último congreso atacaron furio­samente a los ucranianos mazepistas. El movimiento ucraniano –exclamaban el señor Sávenko y compañía– amenaza con debilitar los lazos que unen a Ucrania con Rusia, ¡¡porque Austria, con la ucraniofilia, estrecha los lazos de los ucranianos con Austria!! Lo que no se comprendía era por qué no puede Rusia intentar “estrechar” los lazos de los ucranianos con Rusia por el mismo método que los señores Sávenko echan en cara a Austria, es decir, concediendo a los ucranianos el libre uso de su lengua materna, la autodeterminación ad­ministrativa, una Dieta autónoma, etc.

Los razonamientos de los señores Sávenko y de los se­ñores Kokoshkin son absolutamente del mismo género e igualmente ridículos y absurdos, desde un punto de vista puramente lógico. ¿No está claro que, cuanto mayor sea la libertad de que goce la nación ucraniana en uno u otro país, tanto más estrecha será la ligazón de esa nación con el país de que se trate? Parece que no se puede discutir contra esta verdad elemental de no romper resueltamente con todos los postulados de la democracia. ¿Y puede haber, para una nación como tal, mayor libertad que la de separación, la libertad de formar un Estado nacional independiente?
Para que esta cuestión, embrollada por los liberales (y por quienes, sin comprender, les hacen coro), quede más clara aún, pondremos el más sencillo de los ejemplos. Tomemos el divorcio. Rosa Luxemburgo dice en su artículo que un Estado democrático centralizado, al transigir por completo con la autonomía de diversas de sus partes, debe dejar a la jurisdicción del Parlamento central todas las esferas legis­lativas de mayor importancia, y, entre ellas, la del divor­cio. Es perfectamente comprensible esta preocupación por que el poder central del Estado democrático asegure la li­bertad de divorcio. Los reaccionarios están en contra de la libertad de divorcio, aconsejan que se proceda “con pruden­cia” en lo relativo a dicha libertad y gritan que eso significa la “disgregación de la familia”. Pero la democracia considera que los reaccionarios son unos hipócritas, pues, en realidad, defienden la omnipotencia de la policía y de la burocracia, los privilegios de un sexo y la peor opresión de la mujer; considera que, en realidad, la libertad de divorcio no signi­fica la “disgregación” de los vínculos familiares, sino, por el contrario, su fortalecimiento sobre los únicos cimientos de­mocráticos que son posibles y estables en una sociedad ci­vilizada.
Acusar a los partidarios de la libertad de autodetermina­ción, es decir, de la libertad de separación, de que fomentan el separatismo, es tan necio e hipócrita como acusar a los partidarios de la libertad de divorcio de que fomentan el desmoronamiento de los vínculos familiares. Del mismo modo que en la sociedad burguesa impugnan la libertad de divorcio los defensores de los privilegios y de la venalidad, en los que se funda el matrimonio burgués, negar en el Estado capitalista la libertad de autodeterminación, es decir, de separación de las naciones, no significa otra cosa que defender los privilegios de la nación dominante y los procedimientos policíacos de administración en detrimento de los democráticos.
No cabe duda de que la politiquería engendrada por todas las relaciones de la sociedad capitalista da a veces lugar a charlatanería en extremo frívola y hasta sencillamente absurda de parlamentarios o publicistas sobre la separación de tal o cual nación. Pero sólo los reaccionarios pueden dejarse asustar (o fingir que se asustan) por semejante charlatanería. Quien sustente el punto de vista de la demo­cracia, es decir, de la solución de los problemas estatales por la masa de la población, sabe perfectamente que hay “un gran trecho” entre la charlatanería de los politicastros y la decisión de las masas. Las masas de la población saben perfectamente, por la experiencia cotidiana, lo que signifi­can los lazos geográficos y económicos, las ventajas de un gran mercado y de un gran Estado y sólo se decidirán a la separación cuando la opresión nacional y los roces nacionales hagan la vida en común absolutamente insoportable, fre­nando las relaciones económicas de todo género. Y en este caso, los intereses del desarrollo capitalista y de la libertad de lucha de clase estarán precisamente del lado de quienes se separen.
Así pues, se aborden los razonamientos del señor Ko­koshkin del lado que se quiera, resultan el colmo del ab­surdo y del escarnio a los principios de la democracia. Pero en estos razonamientos hay cierta lógica: la lógica de los intereses de clase de la burguesía rusa. El señor Kokoshkin, como la mayoría del Partido Demócrata Constitucionalista, es lacayo de la bolsa de oro de esa burguesía. Defiende sus privilegios en general, sus privilegios estatales en particular, los defiende con Purishkévich, al lado de éste, con la única diferencia de que Purishkévich tiene más fe en el garrote feudal, mientras que Kokoshkin y compañía ven que el garrote resultó muy quebrantado en el año 1905 y confían más en los procedimientos burgueses de embaucamiento de las masas, por ejemplo, en asustar a los pequeños burgueses y a los campesinos con el fantasma de la “disgregación del Estado”, de engañarles con frases sobre la unión de “la libertad popular” con los pilares históricos, etc.
La significación real de clase de la hostilidad liberal al principio de autodeterminación política de las naciones es una, y sólo una: nacional–liberalismo, salvaguardia de los privilegios estatales de la burguesía rusa. Y todos estos oportunistas que hay entre los marxistas de Rusia, que precisamente ahora, en la época del sistema del 3 de junio, han arremetido contra el derecho de las naciones a la auto­determinación (el liquidador Semkovski, el bundista Lib­man, el pequeñoburgués ucraniano Yurkévich), en realidad van sencillamente a la zaga del nacional-liberalismo, corrompen a la clase obrera con las ideas nacional-libe­rales.
Los intereses de la clase obrera y de su lucha contra el capitalismo exigen una completa solidaridad y la más estrecha unión de los obreros de todas las naciones, exigen que se rechace la política nacionalista de la burguesía de cualquier nación. Por ello sería apartarse de las tareas de la política proletaria y someter a los obreros a la política de la burguesía, tanto el que los socialdemócratas se pusieran a negar el derecho a la autodeterminación, es decir, el derecho de las naciones oprimidas a separarse, como el que se pusie­ran a apoyar todas las reivindicaciones nacionales de la burguesía de las naciones oprimidas. Al obrero asalariado tanto le da que su principal explotador sea la burguesía rusa más que la alógena, como la burguesía polaca más que la hebrea, etc. Al obrero asalariado que haya adquirido con­ciencia de los intereses de su clase le son indiferentes tanto los privilegios estatales de los capitalistas rusos como las promesas de los capitalistas polacos o ucranianos de instaurar el paraíso en la tierra cuando ellos gocen de privilegios estatales. El desarrollo del capitalismo prosigue y prose­guirá, de uno u otro modo, tanto en un Estado heterogéneo unido como en Estados nacionales separados.
En todo caso, el obrero asalariado seguirá siendo objeto de explotación, y para luchar con éxito contra ella se exige que el proletariado sea independiente del nacionalismo, que los proletarios mantengan una posición de completa neutra­lidad, por así decir, en la lucha de la burguesía de las diver­sas naciones por la supremacía. En cuanto el proletariado de una nación cualquiera apoye en lo más mínimo los pri­vilegios de su burguesía nacional, este apoyo provocará inevitablemente la desconfianza del proletariado de la otra nación, debilitará la solidaridad internacional de clase de los obreros, los desunirá para regocijo de la burguesía. Y el negar el derecho a la autodeterminación, o a la separación, significa indefectiblemente, en la práctica, apoyar los pri­vilegios de la nación dominante.
Nos convenceremos de ello con mayor evidencia aún si tomamos el ejemplo concreto de la separación de Noruega de Suecia.

 

6. La separación de Noruega de Suecia

 

Rosa Luxemburgo toma precisamente este ejemplo y razona sobre él del modo siguiente:
“El último acontecimiento que se ha producido en la historia de las relaciones federativas, la separación de Noruega de Suecia –que en su tiempo se apresuró a comentar la prensa socialpatriotera polaca (véase Naprzód de Cracovia) como una reconfortante manifestación de la fuerza y del carácter progresivo de las aspiraciones a la separación estatal–, se ha convertido inmediatamente en prueba fulminante de que el federalismo y la separación estatal que de él resulta en modo alguno son expresión de progreso ni democracia. Después de la llamada ‘revolución’ noruega, que consistió en destro­nar y hacer salir de Noruega al rey de Suecia, los noruegos eligieron tranquilamente otro rey, después de haber rechazado formalmente por plebiscito popular el proyecto de instauración de la República. Lo que los adoradores superficiales de toda clase de movimientos nacio­nales y de todo lo que se asemeja a independencia proclamaron como ‘revolución’ era una simple manifestación del particularismo campe­sino y pequeñoburgués, un deseo de tener por su dinero un rey ‘pro­pio’, en lugar del rey impuesto por la aristocracia sueca; era, por tan­to, un movimiento que no tenía absolutamente nada de común con el espíritu revolucionario. Al mismo tiempo, esta historia de la ruptura de la unión sueco-noruega ha vuelto a demostrar hasta qué punto, también en este caso, la federación que había existido hasta aquel momento no era sino la expresión de intereses puramente dinásticos y, por tanto, una forma de monarquismo y de reacción”. (Przeglqd).
¡¡Esto es literalmente todo lo que dice Rosa Luxemburgo sobre este punto!! Y preciso es reconocer que será difícil poner de manifiesto la impotencia de su posición con más relieve con que lo ha hecho Rosa Luxemburgo en el ejemplo aducido.
La cuestión consistía y consiste en si la socialdemocracia necesita, en un Estado de composición nacional heterogénea, un programa que reconozca el derecho a la autodetermina­ción o a la separación.
¿Qué nos dice sobre esto el ejemplo de Noruega, escogido por la misma Rosa Luxemburgo?
Nuestra autora da rodeos y hace esguinces, ironiza y clama contra Naprzód, ¡¡pero no responde a la cuestión!! Rosa Luxemburgo habla de lo que se quiera, ¡¡con tal de no decir ni una palabra del fondo de la cuestión!!
Es indudable que los pequeños burgueses de Noruega, que han querido tener rey propio por su dinero y han hecho fracasar en plebiscito popular el proyecto de instauración de la República, han puesto de manifiesto cualidades pe­queñoburguesas bastante malas. Es indudable que si Napr­zód no lo ha notado, ha mostrado cualidades igualmente malas e igualmente pequeñoburguesas.
Pero ¿¿a qué viene todo esto??
¡Porque de lo que se trataba era del derecho de las nacio­nes a la autodeterminación y de la actitud del proletariado socialista ante ese derecho! ¿Por qué, pues, Rosa Luxem­burgo no responde a la cuestión, sino que da vueltas y más vueltas en torno a ella?
Dicen que para el ratón no hay fiera más temible que el gato. Para Rosa Luxemburgo, por la visto, no hay fiera más temible que los fraquistas. Fraquista es el nombre que se da en lenguaje popular al Partido Socialista Polaco, a la llamada fracción revolucionaria, y el periodiquillo de Cracovia Naprzód comparte las ideas de esta “fracción”. La lucha de Rosa Luxemburgo contra el nacionalismo de esa “fracción” ha cegado hasta tal punto a nuestra autora, que todo desaparece de su horizonte a excepción de Naprzód.
Si Naprzód dice “sí”, Rosa Luxem-burgo se considera en el sagrado deber de proclamar inmediatamente “no”, sin pensar en lo más mínimo que, con semejante procedi­miento, lo que demuestra no es su independencia de Napr­zód, sino precisamente todo lo contrario, su divertida de­pendencia de los fraquistas, su incapacidad de ver las co­sas desde un punto de vista algo más amplio y profundo que el del hormiguero de Cracovia. Naprzód, desde luego, es un órgano muy malo y no es en absoluto un órgano marxista, pero eso no debe impedirnos analizar a fondo el ejemplo de Noruega, toda vez que lo hemos aducido.
Para analizar este ejemplo a lo marxista, no debemos pararnos en las malas cualidades de los muy temibles fra­quistas, sino, primero, en las particularidades históricas concretas de la separación de Noruega de Suecia, y, segundo, ver cuáles fueron las tareas del proletariado de ambos países durante esta separacion.
Noruega está ligada a Suecia por lazos geográficos, económicos y linguísticos no menos estrecbos que los lazos que unen a muchas naciones eslavas no rusas a los rusos. Pero la unión de Noruega a Suecia no era voluntaria, de modo que Rosa Luxemburgo habla de “federación” comple­tamente en vano, sencillamente porque no sabe qué decir. Noruega fue entregada a Suecia por los monarcas durante las guerras napoleónicas, contra la voluntad de los noruegos, y los suecos hubieron de llevar a Noruega tropas para some­terla.
Después de eso hubo durante largos decenios, a pesar de la autonomía de extraordinaria amplitud de que gozaba Noruega (Dieta propia, etc.), constantes roces entre No­ruega y Suecia, y los noruegos procuraron con todas las fuerzas sacudirse el yugo de la aristocracia sueca. En agosto de 1905 se lo sacudieron por fin: la Dieta noruega decidió que el rey de Suecia dejara de ser rey de Noruega, y el refe­réndum del pueblo noruego, celebrado más tarde, dio una aplastante mayoría de votos (cerca de doscientos mil, contra algunos centenares) a favor de la completa separación de Suecia. Los suecos, después de algunas vacilaciones, se resignaron con la separación.
Este ejemplo nos muestra en qué terreno son posibles y se producen casos de separación de naciones, mantenién­dose las relaciones económicas y políticas contemporáneas, y qué forma toma a veces la separación en un ambiente de libertad política y democracia.
Ni un solo socialdemócrata, si no se decide a declarar que le son indiferentes la libertad política y la democracia (y en tal caso, naturalmente, dejaría de ser socialdemócrata), podrá negar que este ejemplo demuestra de hecho que los obreros conscientes tienen la obligación de desarrollar una labor constante de propaganda y preparación a fin de que los posibles choques motivados por la separación de naciones se ventilen sólo como se ventilaron en 1905 entre Noruega y Suecia y no “al modo ruso”. Esto es precisamente lo que expresa la reivindicación programátíca de reconocer el derecho de las naciones a la autodeterminación. Y Rosa Luxemburgo, ante un hecho desagradable para su teoría, ha tenido que escudarse con temibles invectivas en la menta­lidad de los pequeños burgueses noruegos y en Naprzód de Cracovia, porque comprendía perfectamente hasta qué punto desmiente de un modo irrevocable ese hecho histórico sus frases, según las cuales el derecho a la autodeterminación de las naciones es una “utopía”, equivale al derecho “a comer en plato de oro”, etc. Seme-jantes frases sólo expresan una fe oportunista de lamentable presunción en la inmutabilidad de la correlación de fuerzas dada entre las naciones de Europa Oriental.
Prosigamos. En el problema de la autodeterminación de las naciones, lo mismo que en cualquier otro, nos inte­resa, ante todo y sobre todo, la autodeterminación del proletariado en el seno de las naciones. Rosa Luxemburgo ha dejado modestamente a un lado también este problema, comprendiendo cuán desagradable resulta para su “teoría” examinarlo en el aducido ejemplo de Noruega.
¿Cuál fue y debió ser la posición del proletariado noruego y sueco en el conflicto motivado por la separación? Los obreros conscientes de Noruega, desde luego, hubieran votado después de la separación por la República4, y si hubo socialistas que votaron de otro modo, eso no demuestra sino que hay a veces mucho oportunismo obtuso, pequeñoburgués, en el socialismo europeo. Sobre esto no puede haber dos criterios, y sólo nos referimos a este punto porque Rosa Luxemburgo intenta velar el fondo de la cuestión con disqui­siciones que no vienen al caso. No sabemos si, en lo que se refiere a la separación, el programa socialista noruego obligaba a los socialdemócratas noruegos a atenerse a un criterio determinado. Supongamos que no, que los socialis­tas noruegos dejaron en suspenso la cuestión de hasta qué punto era suficiente para la libre lucha de clase la autono­mía de Noruega y hasta qué punto frenaban la libertad de su vida económica los eternos roces y conflictos con la aristocracia sueca. Pero es indiscutible que el proletariado noruego debía haber ido contra esa aristocracia, por una democracia campesina noruega (aun con toda la estrechez de miras pequeñoburguesas de esta última).
¿Y el proletariado sueco? Sabido es que los terratenientes suecos, apoyados por el clero sueco, predicaban la guerra contra Noruega; y como Noruega es mucho más débil que Suecia, como ya había sufrido una invasión sueca, como la aristocracia sueca tiene un peso muy considerable en su país, esta prédica era una amenaza muy seria. Puede ase­gurarse que los Kokoshkin suecos corrompieron larga y empeñadamente a las masas suecas, exhortándolas a “proce­der con prudencia” en lo referente a las “fórmulas elásticas de la autodeterminación política de las naciones”, pintán­doles los peligros de “disgregación del Estado” y asegurán­doles que la “libertad popular” es compatible con los prin­cipios de la aristocracia sueca. No cabe la menor duda de que la socialdemocracia sueca habría hecho traición a la causa del socialismo y a la causa de la democracia si no hubiera luchado con todas sus fuerzas contra la ideología y contra la política tanto de los terratenientes como de los Kokoshkin, si no hubiera propugnado, además de la igualdad de las naciones en general (igualdad que también reconocen los Kokoshkin), el derecho de las naciones a la autodetermi­nación, la libertad de separación de Noruega.
La estrecha unión de los obreros noruegos y suecos y su plena solidaridad de camaradas de clase ganaban, al reconocer de este modo los obreros suecos el derecho de los noruegos a la separación. Porque los obreros noruegos se convencían de que los obreros suecos no estaban contagia­dos de nacionalismo sueco, de que la fraternidad con los proletarios noruegos estaba, para ellos, por encima de los privilegios de la burguesía y de la aristocracia suecas. La ruptura de los lazos impuestos a Noruega por los monarcas europeos y los aristócratas suecos fortaleció los lazos entre los obreros noruegos y suecos. Los obreros suecos han demostrado que, a través de todas las vicisitudes de la política burguesa –¡bajo las relaciones burguesas es perfectamente posible que renazca la sumisión de los noruegos a los suecos por la fuerza!–, sabrán mantener y defender la completa igualdad de derechos y la solidaridad de clase de los obreros de ambas naciones en la lucha tanto contra la burguesía sueca como contra la noruega.
De ahí se infiere, entre otras cosas, cuán infundadas e incluso sencillamente poco serias son las tentativas que a veces hacen los fraquistas de aprovechar nuestras di­vergencias con Rosa Luxemburgo en contra de la socialdemocracia polaca. Los fraquistas no constituyen un partido proletario, socialista, sino un partido nacionalista pequeño-burgués,  una  especie  de socialrevolucionarios polacos. Nun-ca se ha hablado ni pudo hablarse de ninguna unidad de los socialdemócratas de Rusia con este partido. En cambio, ni un solo socialdemócrata de Rusia “se ha arrepentido” nunca de acercarse y unirse a los socialdemócratas polacos. A la socialdemocracia polaca le corresponde el gran mérito histórico de haber creado por primera vez en Polonia un partido marxista de verdad, proletario de verdad, en una Polonia impregnada hasta la médula de aspiraciones y apa­sionamientos nacionalistas. Pero este mérito de los socialdemócratas polacos es un gran mérito no porque Rosa Luxem­burgo haya dicho toda clase de absurdos contra el apar­tado 9 del programa marxista de Rusia, sino a pesar de esa lamentable circunstancia.
Para los socialdemócratas polacos,  naturalmente, el “derecho a la autodeterminación” no tiene una importancia tan grande como para los rusos. Es perfectamente comprensible que la lucha contra la pequeña burguesía de Polonia, cegada por el nacionalismo, haya obligado a los socialdemócratas po­lacos a “forzar la nota” con particular empeño (a veces quizá un poco exagerado). Ni un solo marxista de Rusia ha pensado nunca en acusar a los socialdemócratas polacos de estar en contra de la separación de Polonia. Estos socialdemócratas se equivocan sólo cuando, a semejanza de Rosa Luxemburgo, intentan negar la necesidad de que en el programa de los marxistas de Rusia se reconozca el derecho a la auto­determinación.
En el fondo, eso significa trasladar relaciones, compren­sibles desde el punto de vista del horizonte de Cracovia, a la escala de todos los pueblos y naciones de Rusia, incluidos los rusos. Eso siguifica ser “nacionalistas polacos al revés”, y no socialdemócratas de Rusia, internacionalistas.
Porque la socialdemocracia internacional está precisamente en pro de reconocer el derecho de las naciones a la autodeterminación. De lo cual pasamos a ocuparnos.


7. El Acuerdo del Congreso Internacional de Londres celebrado en 1896

 

El acuerdo dice:
“El congreso declara que está a favor del derecho completo a la autodeterminación (selbstbestim-mungsrecht) de todas las naciones y expresa sus simpatías a los obreros de todo país que sufra actualmente bajo el yugo de un absolutismo militar, nacional o de otro género; el congreso exhorta a los obreros de todos estos países a ingresar en las filas de los obreros conscientes (klassenbewusste= de los que tienen conciencia de los intereses de su clase) de todo el mundo, a fin de luchar al lado de ellos para vencer al capitalismo internacional y alcanzar los objetivos de la socialdemocracia internacional”5.
Como ya hemos señalado, nuestros oportunistas, los señores Sem-kovski, Libman y Yurkévich, desconocen sen­cillamente este acuerdo. Pero Rosa Luxemburgo lo conoce y cita su texto íntegro, en el que figura la misma expresión que en nuestro programa: “autodeterminación”.
Cabe preguntar: ¿cómo elimina Rosa Luxemburgo este obstáculo del camino de su “original” teoría?
¡Oh, muy sencillo!:… el centro de gravedad está aquí en la segunda parte de la resolución… su carácter decla­rativo... ¡¡sólo por confusión puede apelarse a ella!!
El desamparo y la desorientación de nuestra autora son sencillamente asombrosos. Por lo general, los oportunistas son los únicos que aluden al carácter declarativo de los puntos consecuentemente democráticos y socialistas en los programas, rehuyendo cobardemente la polémica franca contra ellos. A lo que se ve, no sin motivo se ha encontrado esta vez Rosa Luxemburgo en la triste compañía de los señores Semkovski, Libman y Yurkévich. Rosa Luxem-burgo no se atreve a confesar con sinceridad si estima certera o errónea la citada resolución. Se zafa y se esconde, como si esperase tener a un lector tan poco atento y tan ignorante que olvide la primera parte de la resolución al llegar a la segunda o que nunca haya oído hablar de los debates que hubo en la prensa socialista antes del Congreso de Londres.
Pero Rosa Luxemburgo está muy equivocada si se ima­gina que logrará pisotear con tanta facilidad ante los obreros conscientes de Rusia  una resolución de la Internacional sobre una importante cuestión de principios, sin haberse dignado siquiera analizarla con criterio crítico.
En los debates que precedieron al Congreso de Londres –principalmente en las columnas de la revista de los mar­xistas alemanes Die Neue Zeit– se expresó el punto de vista de Rosa Luxemburgo, ¡y ese punto de vista, en el fondo, sufrió una derrota ante la Internacional! Este es el fondo del asun­to, y debe tenerlo en cuenta sobre todo el lector ruso.
Los debates giraron en torno a la cuestión de la indepen­dencia de Polonia. Se expresaron tres puntos de vista:
1) El punto de vista de los fraquistas, en cuyo nombre habló Haecker. Querían que la Internacional reconociera en su programa la reivindicación de la independencía de Po­lonia. La propuesta no fue aceptada. Este punto de vista sufrió una derrota ante la Internacional.
2) El punto de vista de Rosa Luxemburgo: los socialistas polacos no deben exigir la independencia de Polonia. Desde este punto de vista, ni hablar se podía de proclamar el de­recho de las naciones a la autodeterminación. Este criterio fue también derrotado ante la Internacional.
3) El punto de vista que entonces desarrolló del modo más minucioso K. Kautsky, al tomar la palabra contra Rosa Luxemburgo y demostrar la extrema “unilateralidad” del materialismo de ella. Desde este punto de vista, la Interna­cional no puede incluir hoy en su programa la independencia de Polonia, pero los socialistas polacos –dijo Kautsky– pueden plenamente propugnar semejante reivindicación. Desde el punto de vista de los socialistas es absolutamente erróneo desentenderse de las tareas de la liberación nacional en un ambiente de opresión nacional.
La resolución de la Internacional reproduce precisamente las tesis más esenciales, fundamentales de este punto de vista: por una parte, se reconoce, sin el menor rodeo ni dejar lugar a tergiversación alguna, el pleno derecho de todas las naciones a la autodeterminación; por otra parte, se exhorta de forma no menos explícita a los obreros a concertar la unidad internacional de su lucha de clase.
Nosotros estimamos que esta resolución es acertada por completo y que, para los países de Europa Oriental y de Asia de comienzos del siglo XX, es precisamente ella y justamente en la conexión indisoluble de sus dos partes lo que constituye la única directriz acertada de política proletaria de clase en el problema nacional.
Explayémonos con algún detenimiento mayor en los tres puntos de vista mencionados.
Sabido es que K. Marx y F. Engels consideraban que toda la democracia de Europa Occidental, y más aún la social­democracia, estaban absolutamente obligadas a apoyar con energía la reivindicación de independencia de Polonia. Para las décadas del 40 y del 60 del siglo pasado, época de revolución burguesa en Austria y Alemania, época de “re­forma campesina” en Rusia, este punto de vista era certero por completo y el único consecuentemente democrático y proletario. Mientras las masas populares de Rusia y de la mayoría de los países eslavos estaban aún sumidas en pro­fundo sueño, mientras no había en estos países movimientos democráticos independientes, de masas, el movimiento li­berador aristocrático en Polonia adquiría un valor primordial, gigantesco, desde el punto de vista no sólo de la democracia de toda Rusia, no sólo de la democracia de todos los países eslavos, sino de la democracia de toda Europa6.
Pero si este punto de vista de Marx era acertado por completo para el segundo tercio o para el tercer cuarto del siglo XIX, ha dejado de serlo para el siglo XX. En la mayoría de los países eslavos, e incluso en uno de los países eslavos más atrasados, en Rusia, han surgido movimientos democrá­ticos independientes e incluso un movimiento proletario independiente. Ha desaparecido la Polonia aristocrática, dando paso a la Polonia capitalista. En tales circunstancias, Polonia no podía menos que perder su excepcional trascenden­cia revolucionaria.
Cuando el PSP (Partido Socialista Polaco, los fraquistas actuales) intentó en 1896 “perpetuar” el punto de vista de Marx de otra época, eso significaba ya utilizar la letra del marxismo contra el espíritu del marxismo. De ahí que tuvieran completa razón los socialdemócratas polacos cuando se declararon en contra de los entusiasmos nacionalistas de la pequeña burguesía polaca, cuando indicaron que el problema nacional tenía una importancia secundaria para los obreros polacos, cuando crearon por primera vez en Po­lonia un partido puramente proletario, cuando proclamaron el principio de la unión más estrecha entre el obrero polaco y el ruso en su lucha de clase, principio de inmensa importan­cia.
Pero ¿significaba esto, sin embargo, que, a comienzos del siglo XX, la Internacional podía considerar superfluo para Europa Oriental y Asia el principio de autodetermina­ción política de las naciones, su derecho a la separación? Esto sería el mayor de los absurdos y equivaldría (teórica­mente) a considerar terminada la transformación democrá­tica burguesa de los Estados de Turquía, Rusia y China; sería (prácticamente) oportunismo respecto al absolutismo.
No. Para Europa Oriental y para Asia, en una época en que se han iniciado revoluciones democráticas burguesas, en una época en que han surgido y se han exacerbado movi­mientos nacionales, en una época en que han aparecido partidos proletarios independientes, la tarea de estos parti­dos en política nacional debe ser una tarea doble: reconocer el derecho de todas las naciones a la autodeterminación, porque aún no está terminada la transformación democrá­tica burguesa, porque la democracia obrera propugna con seriedad, franqueza y consecuencia, no al modo liberal, no al modo de los Kokoshkin, la igualdad de derechos de las naciones y la alianza más estrecha, indisoluble, de la lucha de clase de los proletarios de todas las naciones de un Estado determinado, para toda índole de peripecias de su historia, con todo género de modificaciones que la burguesía intro­duzca en las fronteras de los diversos Estados.
Esta doble tarea del proletariado es precisamente la que formula la resolución de la Internacional en 1896. Idéntica precisamente es, por los principios en que se basa, la resolución adoptada por los marxistas de Rusia en su Conferencia del Verano de 1913. Hay gentes a quienes les parece “contradictorio” que esta resolución, al reconocer en su punto cuarto el derecho a la autodeterminación, a la separación, parezca “conceder” el máximo al nacionalismo (en realidad, en el reconocimiento del derecho a la autode­terminación de todas  las naciones hay un máximo de demo­cracia y un mínimo de nacionalismo), y en el punto quinto previene a los obreros contra las consignas nacionalistas de cualquier burguesía y exige la unidad y la fusión de los obreros de todas las naciones en organizaciones proletarias internacionales únicas. Pero sólo inteligencias absoluta­mente obtusas pueden ver aquí una “contradicción”, pues son incapaces de comprender, por ejemplo, por qué han ganado la unidad y la solidaridad de clase del proletariado sueco y noruego, cuando los obreros suecos han defendido para Noruega la libertad de separarse y constituir un Estado independiente.


8. Carlos Marx, el utopista, y Rosa Luxemburgo, la práctica

 

Declarando “utopía” la independencia de Polonia y repi­tiéndolo hasta dar náuseas, Rosa Luxemburgo exclama con ironía: ¿por qué no exigir la independencia de Irlanda?
Evidentemente, la “práctica” Rosa Luxemburgo desconoce la actitud de K. Marx ante la independencia de Irlanda. Vale la pena detenerse en este punto para dar un ejemplo analítico de una reivindicación concreta de independencia na­cional desde el punto de vista verdaderamente marxista, y no oportunista.
Marx tenía la costumbre de “tantear”, como él decía, a los socialistas que él conocía, comprobando su conciencia y la firmeza de su convicción. Cuando conoció a Lopatin, Marx escribió a Engels el 5 de julio de 1870 un juicio muy encomiástico sobre el joven socialista ruso, pero añadía:
“El punto débil: Polonia. Sobre este punto Lopatin dice exactamente lo mismo que un inglés –por ejemplo, un cartista inglés de la vieja escuela– sobre Irlanda”.
Marx interroga a un socialista que pertenece a una nación opresora lo que piensa de una nación oprimida y descubre en el acto el defecto común de los socialistas de las naciones do­minantes (inglesa y rusa): la incomprensión de su deber socialista para con las naciones oprimidas, el rumiar pre­juicios tomados de la burguesía de la “nación grande”.
Antes de pasar a las declaraciones positivas de Marx sobre Irlanda, hay que hacer la salvedad de que Marx y Engels guardaban en general una actitud rigurosamente crítica frente al problema nacional, apreciando su valor histórico relativo. Así, Engels escribe a Marx el 23 de mayo de 1851 que el estudio de la historia le lleva a conclusiones pesimistas respecto a Polonia, que la importancia de Polonia es temporal, sólo hasta la revolución agraria en Rusia. El papel de los polacos en la historia es el de “tonterías atrevi­das”. “Ni por un mo-mento puede suponerse que Polonia, incluso comparada con Rusia solamente, represente con éxito el progreso o tenga cierto valor histórico”. En Rusia hay más elementos de civilización, de instrucción, de industria, de burguesía que en la “aletargada Polonia de los terrate­nientes nobles (...) ¡Qué significan Varsovia y Cra-covia com­paradas con San Peters-burgo, Moscú y Odessa!” Engels no cree en el éxito de las insurrecciones de la nobleza polaca.
Pero todas estas ideas, que tanto tienen de perspicacia genial, en modo alguno impidieron a Marx y Engels doce años más tarde, cuando Rusia seguía aún aletargada, y Polonia, en cambio, hervía, adoptar la actitud de la más cálida y profunda simpatía por el movimiento polaco.
En 1864, al redactar el mensaje de la Internacional, Marx escribe a Engels (4 de noviembre de 1864) que es preciso luchar contra el nacionalismo de Mazzini. “Cuando en el mensaje se habla de política internacional, me refiero a países, no a naciones, y denuncio a Rusia, y no a Estados de menor importancia”, escribe Marx. Para Marx no ofrece dudas la subordinación del problema nacional a la “cuestión obrera”. Pero su teoría está tan lejos del propósito de pasar por alto los movimientos nacionales como el cielo de la tierra.
Llega el año 1866. Marx escribe a Engels sobre la “ca­marilla proudhoniana” de París, que “declara que las nacio­nes son un absurdo y ataca a Bismarck y a Garibaldi. Como polémica contra el chovinismo, su táctica es útil y expli­cable. Pero cuando quienes creen en Proudhon (y entre ellos figuran dos buenos amigos míos de aquí, Lafargue y Longuet) piensan que toda Europa puede y debe permanecer quieta, sentada tranquilamente a sus anchas hasta que los señores acaben con la miseria y la ignorancia en Francia... resultan ridículos” (carta del 7 de junio de 1866).
“Ayer”, escribe Marx el 20 de junio de 1866, “hubo en el Consejo de la Internacional un debate sobre la guerra actual (...) Como era de esperar, la discusión giró en torno al problema de las ‘naciones’ y a nuestra actitud ante él … Los representantes de la Joven Francia (no obreros) de­fendieron el punto de vista de que todo grupo étnico y la misma nación son prejuicios anticuados. Stirnerianismo proudhoniano (...). Todo el mundo debe esperar a que los fran­ceses maduren para la revolución social (...). Los ingleses se rieron mucho cuando yo comencé mi discurso diciendo que nuestro amigo Lafargue y otros, que han suprimido las naciones, nos hablaban en francés, es decir, en una lengua incomprensible para las nueve décimas partes de la reunión. Luego di a entender que Lafargue, sin darse él mismo cuenta de ello, entendía por negación de las naciones, al parecer, su absorción por la ejemplar nación francesa”.
La deducción que resulta de todas estas observaciones críticas de Marx es clara: la clase obrera es la que menos puede hacer un fetiche del problema nacional, porque el desarrollo del capitalismo no despierta necesariamente a todas las naciones a una vida independiente. Pero, una vez surgidos los movimientos nacionales de masas, desentenderse de ellos, negarse a apoyar lo que en ellos hay de progresivo, significa caer, en realidad, bajo la influencia de prejuicios nacionalistas, es decir: considerar a su propia nación como “nación ejemplar” (o, añadiremos nosotros, como nación dotada del privilegio exclusivo de organizarse en Estado)7.
Pero volvamos al problema de Irlanda.
La posición de Marx en este problema la expresan, con especial claridad, los siguientes fragmentos de sus cartas:
“He tratado por todos los medios de promover en los obreros ingleses una manifestación de simpatía por la lucha de los fenianos (...). Antes creía imposible la separación de Irlanda de Inglaterra. Ahora la creo inevitable, aunque después de la separación se pueda llegar a una federación”. Esto es lo que decía Marx a Engels en la carta del 2 de noviembre de 1867.
Y en otra carta, del 30 de noviembre del mismo año, añadía:
“¿Qué consejo debemos dar nosotros a los obreros ingleses? A juicio mío, deben hacer de la repeal (ruptura) de la Unión [de Irlanda con Inglaterra, es decir, de la separación de Irlanda de Inglaterra] un punto de su declaración, en pocas palabras, el asunto de 1783, pero democratizado y adaptado a las condiciones del momento. Esta es la única forma legal y, por consiguiente, la única posible de emancipación de los irlandeses que puede entrar en el programa de un partido inglés. La experiencia habrá de mostrar más tarde si la simple unión personal puede seguir existiendo entre los dos países (...).

“Lo que necesitan los irlandeses es:
“1) Autonomía e independencia con respecto a Inglaterra.
“2) Una revolución agraria”.
Como Marx concedía inmensa importancia al problema de Irlanda, daba conferencias de hora y media sobre este tema en la Unión Obrera alemana (carta del 17 de diciembre de 1867).
En una carta del 20 de noviembre de 1868, Engels señala “el odio que existe entre los obreros ingleses a los irlandeses”, y al cabo de un año, poco más o menos (24 de octubre de 1869), volviendo a este tema, escribe:
“De Irlanda a Rusia il n’y a qu’un pas (no hay más que un paso) (...) Por el ejemplo de la historia irlandesa puede verse qué desgracia es para un pueblo haber sojuzgado a otro. Todas las infamias inglesas tienen su origen en la esfera irlandesa. Todavía tengo que estudiar la época de Cromwell, pero, de todos modos, no me cabe la menor duda de que, también en Inglaterra, las cosas habrían tomado otro cariz si no hubiera sido necesario dominar por las armas a Irlanda y crear una nueva aristocracia”.
Señalemos de paso la carta de Marx a Engels del 18 de agosto de 1869:
“En Posnania, los obreros polacos han tenido una huelga victoriosa gracias a la ayuda de sus camaradas de Berlín. Esta lucha contra ‘el señor capital’ –incluso en su forma inferior, en forma de huelgas– terminará con los prejuicios nacionales de un modo más serio que las declamaciones so­bre la paz en boca de los señores burgueses”.
Por lo que sigue, puede verse la política que Marx apli­caba en la Internacional respecto al problema irlandés.
El 18 de noviembre de 1869 Marx escribe a Engels que ha pronunciado en el Consejo de la Internacional un discurso de hora y cuarto sobre la actitud del gobierno británico ante la amnistía irlandesa y que ha propuesto la resolución siguiente:
“Se acuerda:
“Que, en su respuesta a la exigencia irlandesa de poner en libertad a los patriotas irlandeses, el señor Gladstone ultraja deliberadamente a la nación irlandesa;
“que Gladstone liga la amnistía política a condiciones igualmente humillantes, tanto para las víctimas del mal gobierno como para el pueblo representado por ese gobierno;
“que Gladstone, si bien obligado por su situación ofi­cial, ha aplaudido pública y solemnemente la revuelta de los esclavistas norteamericanos y ahora se pone a predi­car al pueblo irlandés la doctrina de la sumisión pasiva;
“que, en lo tocante a la amnistía irlandesa, toda su política es una auténtica manifestación de la política de conquista que desenmascaró el señor Gladstone, derribando de este modo el ministerio de sus adversarios, los tories;
“que el Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores expresa su admiración ante la valentía, la firmeza y la elevación de espíritu con que el pueblo irlandés despliega su campaña por la amnistía;
“que esta resolución deberá ser comunicada a todas las secciones de la Asociación Internacional de los Trabajadores y a todas las organizaciones obreras de Europa y América que estén relacionadas con ella”.
El 10 de diciembre de 1869 Marx escribe que su informe sobre el problema irlandés en el Consejo de la Internacional tendrá  la estructura siguiente:
“Independientemente de toda frase ‘internacionalista’ y ‘humanitaria’ sobre ‘justicia para Irlanda’ –por­que esto se sobreentiende en el Consejo de la Internacio­nal–, el interés absoluto y directo de la clase obrera inglesa exige la ruptura de su actual unión con Irlanda. Estoy pro­fundamente convencido de ello, y las razones no las puedo revelar, en parte, a los propios obreros ingleses. He creído durante mucho tiempo que la ascendencia de la clase obrera inglesa permitiría derrocar el régimen irlandés. He defendido siempre esta opinión en el New York Daily Tribune [periódico norteamericano en el que Marx colaboró mucho tiempo]. Un estudio más profundo me ha persuadido de lo contrario. La clase obrera inglesa no hará nada mientras no se desembarace de Irlanda (...). La reacción inglesa, en Inglaterra, tiene sus raíces en el sojuzgamiento de Irlanda” (subrayado por Marx).
Ahora tendrá el lector bien claro cuál era la política de Marx en el problema irlandés.
El “utopista” Marx era tan “poco práctico” que estaba en pro de la separación de Irlanda separación que, medio siglo más tarde, no se ha realizado aún.
¿A qué se debe esta política de Marx? ¿No fue, acaso, un error?
Al principio, Marx creía que el movimiento que liberaría a Irlanda era el movimiento obrero de la nación opresora y no el nacional de la nación oprimida. Marx, sabedor de que sólo la victoria de la clase obrera podrá traer la liberación completa de todas las naciones, no hace de los movimientos nacionales algo absoluto. Es imposible tener en cuenta de antemano todas las correlaciones que puedan establecerse entre los movimientos burgueses de liberación en las nacio­nes oprimidas y el movimiento proletario de liberación en la nación opresora (precisamente esto es lo que hace tan di­fícil el problema nacional en la Rusia contemporánea).
Pero las cosas han ocurrido de manera que la clase obrera inglesa ha caído por un período bastante largo bajo la influencia de los liberales, yendo a la zaga de los mismos, deca­pitándose ella misma con una política obrera liberal. El movimiento burgués de liberación en Irlanda se ha acentuado y ha adquirido formas revolucionarias. Marx revisa su opi­nión y la corrige. “Qué desgracia es para un pueblo el haber sojuzgado a otro”. La clase obrera de Inglaterra no podrá liberarse, mientras Irlanda no se libere del yugo inglés. La esclavización de Irlanda fortalece y nutre a la reacción en Inglaterra (¡igual que nutre a la reacción en Rusia el sojuzgamiento de una serie de naciones!).
Y Marx, al hacer aprobar en la Internacional una resolu­ción de simpatía por “la nación irlandesa”, por “el pueblo irlandés” (¡el inteligente L. Vl. haría, seguramente, trizas al pobre Marx por haber olvidado la lucha de clase!), propugna la separación de Irlanda de Inglaterra, “aunque des­pués de la separación se pueda llegar a una federación”.
¿Cuáles son las premisas teóricas de esta conclusión de Marx? En Inglaterra hace ya mucho tiempo que, en general, quedó terminada la revolución burguesa. Pero no así en Irlanda, donde la están terminando ahora, rnedio siglo después, las reformas de los liberales ingleses. Si el capitalismo hubiese sido derribado en Inglaterra con la rapidez que esperaba Marx al principio, no habría lugar en Irlanda para un movimiento democrático burgués del con­junto de la nación. Pero puesto que ha surgido, Marx acon­seja a los obreros ingleses que lo apoyen, que le impriman un impulso revolucionario, que lo lleven a término en bien de su propia libertad.
En la década del 60 del siglo pasado, las relaciones económicas entre Irlanda e Inglaterra eran, desde luego, más estrechas aún que las relaciones entre Rusia y Polonia, Ucrania, etc. Saltaba a la vista que la separación de Irlanda era “poco práctica”, “irrealizable” (aunque sólo fuera por su situación geográfica y por el inmenso poderío colonial de Inglaterra). Siendo en principio enemigo del federalismo, Marx admite, en este caso, incluso la federación8 con tal de que la liberación de Irlanda no se haga por vía reformista, sino revolucionaria, por el movimiento de las masas del pueblo en Irlanda, apoyado por la clase obrera de Inglaterra. No puede caber ninguna duda de que sólo una solución semejante de este problema histórico habría sido la más beneficiosa para el proletariado y un rápido desarrollo so­cial.
Pero las cosas sucedieron de otro modo. Tanto el pueblo irlandés como el proletariado inglés han resultado ser dé­biles. Sólo ahora, por míseras componendas entre los libe­rales ingleses y la burguesía irlandesa, se resuelve (el ejemplo del Ulster demuestra con cuánta dificultad) el problema ir­landés con una reforma agraria (con rescate) y la autonomía (sin establecer aún). ¿Y qué? ¿Se debe acaso deducir de esto que Marx y Engels eran “utopistas”, que presentaban reivin­dicaciones nacionales “irrealizables”, que cedían a la in­fluencia de los nacionalistas irlandeses, pequeños burgueses (es indudable el carácter pequeñoburgués del movimiento de los fenianos), etc.?
No. Marx y Engels propugnaron, también en la cuestión irlandesa, una política consecuentemente proletaria, una política que educara de verdad a las masas en el espíritu de la democracia y del socialismo. Sólo esta política podía salvar, tanto a Irlanda como a Inglaterra, de diferir por medio siglo las transformaciones necesarias y de que los liberales las desfigurasen para complacencia de la reacción.
La política de Marx y Engels en el problema irlandés constituye un magnífico ejemplo de la actitud que debe mantener el proletariado de las naciones opresoras ante los movimientos nacionales, y este ejemplo ha conservado, hasta hoy día, un valor práctico enorme: esta política es una advertencia contra la “precipitación lacayuna” con que los pequeños burgueses de todos los países, lenguas y colores se apresuran a declarar “utópica” la modificación de las fronteras de los Estados creados por las violencias y los privilegios de los terratenientes y de la burguesía de una nación.
Si el proletariado de Irlanda y el de Inglaterra no hubie­ran adoptado la política de Marx, si no hubieran hecho suya la consigna de separación de Irlanda, ello habría sido el peor de los oportunismos por su parte, habría significado un olvi­do de las misiones de un demócrata y de un socialista, una concesión a la reacción y a la burguesía inglesas.

 

9. El programa de 1903 y sus liquidadores

 

Las actas del Congreso de 1903, que aprobó el programa de los marxistas de Rusia, se ha hecho un texto muy difí­cil de encontrar, y la inmensa mayoría de los actuales mili­tantes del movimiento obrero no conocen los motivos de los diversos puntos del programa (con tanta mayor razón que no todas las publicaciones, ni mucho menos, que con ellos se relacionan, gozan del beneficio de la legalidad...). De ahí que sea necesario detenerse en el examen que se hizo en el Congreso de 1903 de la cuestión que nos interesa.
Hagamos notar, ante todo, que, por pobre que sea la bibliografía socialdemócrata rusa en lo concerniente al “derecho de las naciones a la autodeterminación”, resulta de ella, sin embargo, con toda claridad que este derecho se ha interpretado siempre en el sentido de derecho a la separación. Los Semkovski, los Libman y los Yurkévich, todos estos señores que lo ponen en duda, que declaran que el apartado 9 es “poco claro”, etc., sólo hablan de “falta de claridad” por ignorancia supina o por despreocupa­ción. Ya en 1902, Plejánov9,  defendiendo en Zariá “el derecho a la autodeterminación” en el proyecto de programa, escribía que esta reivindicación, que no es obligatoria para los demócratas burgueses, “es obligatoria para los social­demócratas”. “Si nos olvidáramos de ella o si no nos decidiéramos a propugnarla”, escribía Plejánov, “temiendo herir los prejuicios nacionales de nuestros compatriotas rusos, se convertiría en nuestros labios en mentira odiosa (…)  el grito de combate (...): ‘¡Proletarios de todos los países, uníos!”.
Estas palabras caracterizan con mucho acierto el argu­mento fundamental a favor del punto analizado, con tanto acierto que no sin motivo las han pasado y las pasan temerosamente por alto los críticos de nuestro programa que se olvidan de su parentesco. Renunciar a este punto, sean cua­les fueren los motivos que se aduzcan, significa de hecho una concesión “vergonzosa” al nacionalismo ruso. ¿Por qué ruso, cuando se habla del derecho de todas las naciones a la autodeterminación? Porque se trata de separarse de los ru­sos. El interés de la unión de los proletarios, el interés de su solidaridad de clase, exige que se reconozca el derecho de las naciones a la separación: eso es lo que hace doce años reconoció Plejánov en las palabras citadas; de reflexionar sobre ello, nuestros oportunistas no hubieran dicho, pro­bablemente, tantos absurdos sobre la autodeterminación.
En el Congreso de 1903, donde se aprobó este proyecto de programa defendido por Plejánov, el trabajo principal estaba concentrado en la comisión del programa. Es de lamen­tar que en ella no se levantaran actas. Precisamente sobre el punto de que tratamos presentarían especial interés, porque sólo en la comisión los representantes de los socialde­mócratas polacos, Warszawski y Hanecki, intentaron de­fender sus puntos de vista e impugnar el “reconocimiento del derecho a la autodeterminación”. El lector que hubiera deseado comparar sus argumentos (expuestos en el discurso de Warszawski y en la declaración del mismo y de Hanecki, págs. 134-136 y 388-390 de las actas) con los argumentos de Rosa Luxem-burgo en el artículo polaco que hemos ana­lizado, vería la completa identidad de estos argumentos.
Pero ¿cuál fue ante estos argumentos la actitud de la comisión del programa del II Congreso, donde quien más habló contra los marxistas polacos fue Plejánov? ¡Estos argumentos fueron ridiculizados  con mordacidad! El absurdo de proponer a los marxistas de Rusia que excluyeran el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de las naciones quedó demostrado de manera tan clara y patente que los marxistas polacos ¡¡no se atrevieron ni a repetir sus argumentos en la sesión plenaria del Congreso!! Abandonaron el congreso, convencidos de lo desesperado de su posición ante la asamblea suprema de los marxistas tanto rusos como hebreos, georgianos y armenios.
Este episodio histórico tiene, de suyo se comprende, suma importancia para todo el que se interese en serio por su programa. El fracaso completo de los argumentos expues­tos por los marxistas polacos en la comisión de programa del congreso, así como su renuncia al intento de defender sus opiniones ante la sesión del congreso, son hechos muy significativos. No en vano ha pasado Rosa Luxemburgo “modes­tamente” en silencio por este hecho en su artículo de 1908: ¡el recuerdo del congreso le resultaba, por lo visto, demasiado desagradable! Tampoco ha dicho nada de la propuesta, desa­fortunada hasta lo ridículo, de “corregir” el apartado 9 del programa, propuesta que Warszawski y Hanecki hicieron en 1903 en nombre de todos los marxistas polacos y que no se han decidido (ni se decidirán) a repetir ni Rosa Luxem­burgo ni otros socialdemócratas polacos.
Pero si Rosa Luxemburgo, ocultando su derrota de 1903, ha guardado silencio sobre estos hechos, las personas que se interesan por la historia de su partido se preocuparán de conocerlos y de meditar sobre su signifícación.
“Nosotros proponemos”,  escri-bían en 1903 al congreso los amigos de Rosa Luxemburgo, al retirarse del mismo, “dar la siguiente redacción del apartado 7 (ahora 9) del proyecto de programa: ‘nº 7: Instituciones que garanticen la completa libertad de desarrollo cultural a todas las naciones que integran el Estado (pág. 390 de las actas).
Así pues, los marxistas polacos formulaban entonces, en lo que se refiere a la cuestión nacional, opiniones tan poco definidas que, en lugar de autodeterminación, proponían, en el fondo, ¡nada menos que un seudónimo de la famosa “autonomía nacional-cultural”!
Esto parece casi inverosímil, pero, desgraciadamente, es un hecho. En el mismo congreso, aunque en él había cinco bundistas, con cinco votos y tres caucasianos, con seis votos, sin  contar la voz sin voto de Kostrov, no hubo ni uno solo que votara a favor de la supresión del punto referente a la autodeterminación. Se emitieron tres votos a favor de añadir a este punto “la autonomía nacional-cultural” (por la fórmula de Goldblat: “creación de instituciones que ga­ranticen a las naciones la completa libertad de desarrollo cultural”) y cuatro a favor de la fórmula de Líber (“derecho a su [de las naciones] libertad de desarrollo cultural”).
Ahora, cuando ha surgido un partido liberal ruso, el Partido Demócrata Constitucionalista, sabemos que la autodeterminación política de las naciones ha sido susti­tuida en su programa por la “autodeterminación cultural”. Por consiguiente, los amigos polacos de Rosa Luxemburgo, “al luchar” contra el nacionalismo del PSP, ¡lo hacían tan bien que proponían sustituir el programa marxista por un programa liberal! Y al hacerlo acusaban, por añadidura, de oportunismo a nuestro programa. ¡No es de extrañar, pues, que en la comisión del programa del II Congreso esta acusa­ción fuera acogida sólo con risas!
¿En qué sentido entendían la “autodeterminación” los delegados al II Congreso, de los cuales, según hemos visto, no hubo ni uno solo que estuviera en contra de la “autodeter­minación de las naciones”?
Lo atestiguan los tres pasajes siguientes de las actas:
“Martínov considera que no hay que dar a la palabra “autodeterminación” una interpretación amplia; sólo signi­fica el derecho de una nación a separarse para formar una entidad política aparte, pero de ningún modo la autonomía regional” (pág. 171). Martí-nov era miembro de la comisión del programa, en la que fueron refutados y ridiculizados los argumentos de los amigos de Rosa Luxemburgo. Por sus concepciones, Martínov era entonces “economista”, adversario furibundo de Iskra, y si hubiese expresado una opinión que no compartiera la mayoría de la comisión del programa, habría sido, desde luego, refutado.
Goldblat, bundista, fue el primero en tomar la palabra cuando, después del trabajo de la comisión, se discutió en el congreso el apartado 8 (ahora 9) del programa.
“Contra el ‘derecho a la autodeterminación”, dijo Goldblat, “no puede objetarse nada. Cuando alguna nación lucha por su indepen­dencia, no podemos oponernos a ello. Si Polonia no quiere contraer matrimonio legal con Rusia, hay que dejarla en paz, según ha dicho el camarada Plejánov. Estoy de acuerdo con semejante opinión dentro de estos límites” (págs. 175-176).
Plejánov no habló en absoluto sobre este punto en la sesión plenaria del congreso. Goldblat se refiere a unas palabras que dijo Plejánov en la comisión del programa, donde el “derecho a la autodeterminacion”  se explicó de forma detallada y popular en el sentido de derecho a la separación. Líber, que habló después de Goldblat, observó:
“Claro está que si alguna nación no puede vivir dentro de los con­fines de Rusia, el partido no ha de crearle obstáculo alguno” (pág. 476).
Como puede ver el lector, en el II Congreso del partido, que aprobó el programa, no hubo dos opiniones en cuanto a que la autodeterminación significaba “tan sólo” el derecho a la separación. Incluso los bundistas asimilaron entonces esta verdad, y sólo en nuestros tristes tiempos de contrarre­volución consecutiva y de toda clase de “abjuraciones” ha habido gentes que, por ignorancia, se han atrevido a decla­rar que el programa es “poco claro”. Pero antes de dedicar tiempo a estos tristes “socialdemócratas” de pacotilla, terminemos de hablar de la actitud de los polacos ante el programa.
Los polacos vinieron al II Congreso (1903), declarando qne era imprescindible y urgente la unificación. Pero lo abandonaron tras sufrir “reveses” en la comisión del programa, y su última palabra fue una declaración escrita, en la que se hacía la citada propuesta de sustituir la autodeterminación por la autonomía nacional-cultural, tal y como figura en las actas del congreso.
En 1906, los marxistas polacos ingresaron en el partido, pero ¡¡ni al ingresar en él ni después (ni en el Congreso de 1907, ni en las conferencias de 1907 y 1908, ni en el pleno de 1910) presentaron nunca propuesta alguna de modificar el apartado 9 del programa ruso!!
Esto es un hecho.
Y este hecho demuestra con evidencia, a pesar de todas las frases y aseveraciones, que los amigos de Rosa Luxem­burgo consideraron concluidos los debates de la comisión del programa del II Congreso y definitiva la resolución del mismo, que reconocieron tácitamente su error, y que lo corrigie­ron cuando, después de retirarse del congreso en 1903, in­gresaron en 1906 en el partido sin intentar ni una sola vez plantear por vía de partido la revisión del apartado 9.
El artículo de Rosa Luxemburgo fue publicado con su firma en 1908 –desde luego, a nadie se le ocurrió jamás negar a las plumas del partido el derecho a criticar el programa–, y después de este artículo tampoco hubo ni un solo organismo oficial de los marxistas polacos que plantease la revisión del apartado 9.
Por esta razón, Trotsky presta en verdad un flaco ser­vicio a ciertos admiradores de Rosa Luxemburgo cuando, en nombre de la redacción de Borba, escribe en el número 2 (marzo de 1914):
“Los marxistas polacos consideran que el ‘derecho a la autode­terminación nacional’ carece en absoluto de contenido político y debe ser suprimido del programa” (pág. 25).

¡Trotsky obsequioso, enemigo peligroso! En ninguna parte, si no es en “conversaciones particulares” (es decir, sencillamente en chismes, de los que siempre vive Trotsky), ha podido encontrar pruebas para incluir a los “marxistas polacos” en general entre los partidarios de cada artículo de Rosa Luxemburgo. Trotsky ha presentado a los “marxistas polacos” como gentes sin honor y sin vergüenza, que no saben siquiera respetar sus convicciones ni el programa de su partido. ¡Trotsky obsequioso!
Cuando los representantes de los marxistas polacos se retiraron en 1903 del II Congreso a causa del derecho a la autodeterminación, Trotsky pudo haber dicho, entonces, que ellos consideraban de poco contenido este derecho y que debía ser suprimido del programa.
Pero, después de eso, los marxistas polacos ingresaron en el partido que tenía tal programa y ni una sola vez propusieron revisarlo10.
¿Por qué ha silenciado Trotsky estos hechos a los lectores de su revista? Sólo porque le conviene especular, instigando las divergencias entre adversarios polacos y rusos del liqui­dacionismo, y engañar a los obreros rusos respecto al pro­grama.
Trotsky jamás ha tenido una opinión firme en un solo problema serio del marxismo, siempre “se ha metido por la rendija” de tales o cuales divergencias, pasándose de un bando a otro. En estos momentos se halla en la compañía de bundistas y liquidadores. Y estos señores no tienen mu­chos miramientos con el partido.
Vean lo que escribe el bundista Libman.
“Cuando la socialdemocracia de Rusia”, escribe este caballero, ”incluyó hace quince años en su programa el punto sobre el derecho de cada nación a la “autodeterminación”, todo el mundo [!!] se pre­guntaba: ¿qué quiere decir, hablando con propiedad, esta locución en boga [!!]? No hubo respuesta a esta pregunta [!!]. EI sentido de esta palabra quedó [!!] envuelto en bruma. En realidad, entonces era difícil disipar esta bruma. Todavía no ha llegado el momento en que pueda concretarse este punto,se decía entonces; que siga por ahora envuelto en bruma [!!], y la misma vida dirá qué contenido debe dár­sele”.
¿Verdad que es magnífico este “niño en cueros” que se burla del programa del partido?
¿Y por qué se burla?
Sólo porque es un ignorante supino que no ha estudiado nada, que ni siquiera ha leído algo de historia del partido, sino que ha caído sencillamente enmedio de los liquidadores, donde “es costumbre” andar en cueros en el problema del partido y del partidismo.
En una obra de Pomialovski, un seminarista se vanagloria de “haber escupido en una tina con col”. Los señores bundistas han ido más lejos. Hacen salir a los Libman para que estos caballeros escupan públicamente en su pro­pia tina. ¿Que ha habido una resolución del congreso inter­nacional, que en el congreso de su propio partido dos repre­sentantes de su propio Bund han revelado (¡con lo “severos” críticos y enemigos decididos de Iskra que eran!) su completa capacidad para comprender el sentido de la “autodetermi­nación” e incluso se mostraron conformes con ella? ¿Qué importa todo esto a los señores Libman? ¿No será más fácil liquidar el partido si los “publicistas del partido” (¡bromas aparte!) tratan a lo seminarista la historia y el programa del partido?
He aquí al segundo “niño en cueros”, al señor Yurkévich, de Dzvin, quien ha tenido, probablemente, en sus manos las actas del II Congreso, ya que cita las palabras de Plejá­nov, re-producidas por Goldblat, y demuestra saber que la autodeterminación no pue-de significar sino derecho a la separación. Pero esto no le impide difundir entre la pequeña burguesía ucraniana, contra los marxistas rusos, la calumnia de que éstos están por la “integridad estatal” de Rusia (1913, nº 7-8, pág. 83 y otras). Naturalmente, no podían los se­ñores Yurkévich inventar medio mejor que esta calumnia para alejar a la democracia ucraniana de la democracia rusa. ¡Y un alejamiento tal está conforme con toda la política del grupo de autores de Dzvin ¡que preconiza la separación de los obreros ucranianos en una organización nacional aparte!11
Al grupo de pequeños burgueses nacionalistas que escin­den al proletariado –precisamente éste es el papel objetivo de Dzvin– le viene que ni pintado, como es natural, pro­pagar el más impúdico embrollo sobre el problema nacional. De suyo se comprende que los señores Yurkévich y los se­ñores Libman –que se ofenden “terriblemente” cuando se dice de ellos que “están situados a un lado del partido”– no han dicho nada, ni una sola palabra, de cómo hubieran querido resolver ellos en el programa la cuestión del derecho a la separación.
He aquí al tercero y principal “niño en cueros”, al señor Semkovs-ki, que, en las páginas del periódico de los líquidadores, denigra ante el público ruso el apartado 9 del programa y declara a la vez que, ¡¡”por ciertas consideracio­nes, no comparte la propuesta” de excluir este apartado!!
Es inverosímil, pero es un hecho.
En agosto de 1912, la conferencia de los liquidadores plantea oficialmente el problema nacional. En año y medio no hubo ni un solo artículo, a excepción del artículo del señor Sem-kovski, sobre el apartado 9. ¡¡Y en este artículo el autor refuta el programa, “no compartiendo, por ciertas razones” (¿una enfermedad secreta, o qué?), la propuesta de corregirlo!! Puede darse garantía de que no se encontrará con facilidad en todo el mundo ejemplos de semejante opor­tunismo, y aún peor que oportunismo, de abjuración del partido, de liquidación del mismo.
Un ejemplo bastará para mostrar cuáles son los argumen­tos de Semkovski.
“Cómo debe procederse”, escribe, ”si el proletariado polaco quie­re luchar al lado de todo el proletariado de Rusia dentro de un solo Estado, mientras que las clases reaccionarias de la sociedad polaca quieren, por el contrario, separar a Polonia de Rusia y obtienen mayoría de votos a favor  ello en un referéndum (consulta popular): ¿nosotros, socialdemócratas ru-sos, habríamos de votar en el parlamento central con nuestros camaradas polacos contra la separación o a favor de ella para no violar ‘el derecho a la autodeterminación’?” (Nóvaya Rabócha-ya Gazeta, nº  71).
¡Por donde puede verse que el señor Semkovski no com­prende siquiera de qué se trata! No ha pensado que el derecho a la separación supone que el problema no lo resuelve precisamente el Parlamento central, sino únicamente el Parlamento (Dieta, referéndum, etc.) de la región que se separa.
¡Con la pueril perplejidad del “cómo debe procederse” si en una democracia la mayoría está por la reacción, se vela un problema de política real, verdadera, viva, cuando tanto los Purishkévich como los Kokoshkin consi­deran que hasta la idea de la separación es un crimen! ¡¡Probablemente, los proletarios de toda Rusia no deben luchar hoy contra los Purishkévich y los Kokoshkin, sino prescindiendo de ellos, contra las clases reaccionarias de Polonia!!
Y semejantes absurdos inconcebibles se escriben en el órgano de los liquidadores, uno de cuyos dirigentes ideoló­gicos es el señor L. Mártov. Aquel mismo L. Mártov que redactó el proyecto de programa y lo defendió en 1903 y que incluso más tarde escribió en defensa de la libertad de separación. Por lo visto, L. Mártov razona ahora según la regla:
“Allí no hace falta un inteligente;
manden ustedes a Read
y yo veré”12.
¡Él manda a Read–Semkovski y permite que en un diario se tergiverse y embrolle sin fin nuestro programa ante nuevos grupos de lectores que no lo conocen!
Sí, sí, el liquidacionismo ha ido lejos: entre muchísimos de los ex socialdemócratas, e incluso entre los destacados, no ha quedado ni vestigio de partidismo.
Claro está que no se puede comparar a Rosa Luxemburgo con los Libman, los Yurkévich y los Sem-kovski, pero el hecho de que precisamente tales gentes se bayan aferrado a su error demuestra con singular evidencia en qué oportunis­mo ha caído ella.

 

10. Conclusión

 

Hagamos el balance.
Desde el punto de vista de la teoría del marxismo en general, el problema del derecho a la autodeterminación no presenta dificultades. En serio no se puede ni hablar de poner en duda el acuerdo de Londres de 1896, ni que por auto­determinación se entiende únicamente el derecho a la sepa­ración, ni que la formación de Estados nacionales inde­pendientes es una tendencia de todas las revoluciones de­mocráticas burguesas.
Hasta cierto punto, crea la dificultad el hecho de que en Rusia luchan y deben luchar juntos el proletariado de las naciones oprimidas y el proletariado de la nación opresora. La tarea consiste en salvaguardar la unidad de la lucha de clase del proletariado por el socialismo, repeler todas las influencias burguesas y ultrarreaccionarias del nacionalis­mo. Entre las naciones oprimidas, la separación del proleta­riado en un partido independiente conduce a veces a una lucha tan encarnizada contra el nacionalismo de la nación de que se trata que se deforma la perspectiva y se olvida el nacionalismo de la nación opresora.
Pero esta deformación de la perspectiva es posible tan sólo durante corto tiempo. La experiencia de la lucha conjunta de los proletarios de naciones diferentes prueba con demasiada claridad que nosotros debemos plantear los problemas políticos desde el punto de vista de toda Rusia, y no desde el “de Cracovia”. Mientras tanto, en la política de toda Rusia dominan los Purishkévich y los Kokoshkin. Pre-dominan sus ideas, y la persecución de los habitantes alógenos por “separatismo”, por pensar en la separación, es predicada y llevada a la práctica en la Duma, en las escuelas, en las iglesias, en los cuarteles, en centenares y miles de periódicos. Todo el clima político de Rusia entera está emponzoñado del veneno de este nacionalismo ruso. La desgracia del pueblo consiste en que, al esclavizar a otros pueblos, afianza la reacción en toda Rusia. Los recuerdos de 1849 y 1863 constituyen una tradición política viva que, si no se producen tempestades de proporciones muy grandes, amenazará durante largos decenios con dificultar todo movi­miento democrático y, sobre to-do, socialdemócrata.
No puede caber duda de que, por natural que parezca a veces el punto de vista de algunos marxistas de las naciones oprimidas (cuya desgracia consiste a veces en que las masas de la población quedan deslumbradas por la idea de su liberación nacional), en la práctica, teniendo en cuenta la correlación objetiva de las fuerzas de las clases en Rusia, la renuncia a defender el derecho a la autodeterminación equivale al peor oportunismo, a contagiar al proletariado las ideas de los Kokoshkin. Y estas ideas son, en el fondo, las ideas y la política de los Purishkévich.
Por eso, si el punto de vista de Rosa Luxemburgo podía justificarse al principio como estrechez específica polaca, “de Cracovia”13, ahora, cuando en todas partes se ha acentuado el nacionalismo y, sobre todo, el nacionalismo gu­bernamental, ruso, cuando es este nacionalismo el que dirige la política, semejante estrechez es ya imperdonable. En la práctica se aferran a ella los oportunistas de todas las naciones (temerosos ante la idea de “tempestades” y de “saltos”), que consideran terminada la revolución democrática burguesa y van detrás del liberalismo de los Kokoshkin.
El nacionalismo ruso, como todo nacionalismo, atrave­sará distintas fases, según predominen en el país burgués unas u otras clases. Hasta 1905, casi no conocimos más que a nacional-reaccionarios. Después de la revolución han surgido en nuestro país nacional-liberales.
Ésta es la posición que ocupan de hecho en nuestro país tanto los octubristas como los demócratas consti-tuciona­listas (Kokoshkin), es decir, toda la burguesía contemporá­nea.
En lo sucesivo es inevitable que surjan nacional-de­mócratas rusos. Uno de los fundadores del Partido “Socialista Popular”, el señor Peshejónov, ha expresado ya este punto de vista cuando exhortaba (en el fascículo de agosto de 1906 de Rússkoie Bogatstvo ) a proceder con prudencia respecto a los prejuicios nacionalistas del mujik [campesino ruso]. Por mucho que se nos calumnie a nosotros, los bolcheviques, pretendiendo que “idealizamos” al mujik, nosotros siempre hemos distinguido y distinguiremos rigurosamente entre el juicio del mujik y el prejuicio del mujik, entre el espíritu democrático del mujik contra Purishkévich y la tendencia del mujik a transigir con el pope y el terrateniente.
La democracia proletaria debe tener en cuenta el nacio­nalismo de los campesinos rusos (no en el sentido de conce­siones, sino en el sentido de lucha) ya ahora, y lo tendrá en cuenta, probablemente, durante un período bastante prolongado14. El despertar del nacionalismo en las naciones oprimidas, que se ha mostrado con tanta fuerza después de 1905 (recordemos aunque sólo sea el grupo de “autonomistas-federalistas” de la I Duma, el ascenso del movimiento ucraniano, el del movimiento musulmán, etc.), provocará inevitable­mente un recrudecimiento del nacionalismo de la pequeña burguesía rusa en la ciudad y en el campo. Cuanto más lenta sea la transformación democrática de Rusia, tanto más empeñados, rudos y encarnizados serán el hostigamiento na­cional y las discordias entre la burguesía de las diversas naciones. El singular espíritu reaccionario de los Purishké­vich rusos engendrará (e intensificará) a la vez tendencias “separatistas” en unas u otras naciones oprimidas, que a veces gozan de una libertad mucho mayor en los Estados vecinos.
Semejante estado de cosas plantea al proletariado  de Rusia una tarea doble, o mejor dicho, bilateral: luchar contra todo nacionalismo y, en primer término, contra el naciona­lismo ruso; reconocer no sólo la completa igualdad de dere­chos de todas las naciones en general, sino también la igual­dad de derechos respecto a la edificación estatal, es decir, el derecho de las naciones a la autodeterminación, a la se­paración; y, al mismo tiempo y precisamente en interés del éxito en la lucha contra toda clase de nacionalismos de todas las naciones, propugnar la unidad de la lucha proletaria y de las organizaciones proletarias, su más íntima fusión en una comunidad internacional, a despecho de las tendencias burguesas al aislamiento nacional.
Completa igualdad de derechos de las naciones; derecho de autodeterminación de las naciones; fusión de los obreros de todas las naciones; tal es el programa nacional que enseña a los obreros el marxismo, que enseña la experiencia del mundo entero y la experiencia de Rusia.
El presente artículo estaba ya en caja cuando recibí el número 3 de Nasha Rabóchaya Gazeta,  donde el señor V. Kosovski escribe sobre el reconocimiento del derecho a la autodeterminación para todas las naciones:
“Mecánicamente trasladado de la resolución del I Congreso del partido (1898), que, a su vez, lo tomó de los acuerdos de los congre­sos socialistas internacionales, este derecho, según puede verse por los debates, era interpretado por el Congreso de 1903 en el mismo sen­tido que le daba la Internacional Socialista: en el sentido de la autode­terminación política, es decir, de la autodeterminación de la nación hacia la independencia política. De este modo, la fórmula de autode­terminación nacional, que significa el derecho a la separación territo­rial, no atañe para nada al problema de cómo regular las relaciones nacionales dentro de un organismo estatal determinado para las na­ciones que no puedan o no quieran salir del Estado existente”.
Por donde puede verse que el señor V. Kosovski ha tenido en las manos las actas del II Congreso de 1903 y conoce perfectamente el verdadero (y único) sentido del concepto de autodeterminación. ¡¡Comparen con esto el hecho de que la redacción del periódico bundista Zait suelte al señor Libman para que se mofe del programa y le impute falta  de claridad!! Extraños hábitos “de partido” tienen los señores bundistas... Sólo “Alá sabe” por qué Kosovski declara que el aceptar el congreso la autodeterminación es un traslado mecánico. Hay gentes que “quieren hacer objeciones”, pero no ven el fondo del asunto, no saben cuáles, ni cómo, ni por qué, ni para qué hacerlas.


Escrito entre febrero y mayo de 1914.

Publicado de abril a junio de 1914 en los números 4, 5 y 6 de la revista Prosveschenie.

Cien años después de la publicación de la obra de Rosa Luxemburgo, Reforma social o Revolución, podemos rescatar los argumentos centrales que la revolucionaria alemana utilizó para combatir en el terreno teórico y en la práctica cotidiana a los sectores reformistas que, en la última década del siglo XIX y de la mano de Eduard Bernstein, empezaban a alzar la voz contra la teoría marxista y la lucha de clases.

El objetivo de Rosa Luxemburgo era responder punto por punto a los argumentos de aquellos que dentro de la propia socialdemocracia abogaban por la necesidad de revisar el marxismo y adaptarlo a la nueva época de desarrollo capitalista. El propio desarrollo del capitalismo, según Bernstein, le encaminaba a la eliminación de sus crisis y a su adaptación, permitiendo una mejora en el nivel de vida de las masas. El revisionismo rechazaba la toma del poder político por parte de la clase obrera. Estaba claro que el fin de la socialdemocracia no era ya la consecución del socialismo a través de la revolución, sino que bastaba con la actividad parlamentaria que, poco a poco, permitiría mayores conquistas a la clase obrera y una mayor democratización del Estado. Se contraponía totalmente la lucha por reformas sociales, que revertían de forma inmediata en la mejora de la situación de los trabajadores, a la revolución socialista. El debate librado con el revisionismo –cuyo punto álgido tuvo lugar durante el Congreso de Stutt-gart del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) en 1898–, se trataba de algo más que palabras, era una lucha a muerte contra la contaminación del partido con ideas, métodos de análisis, estrategias y tácticas de lucha ajenas por completo al movimiento obrero y que le dejaban desarmado frente a su enemigo de clase.

 

Las bases materiales del reformismo

 

El surgimiento de estas ideas no era casual sino que tomaba pie en una situación económica y política determinada: “La unificación de las amplias masas populares con una meta que trasciende todo el orden existente, la vinculación de la lucha cotidiana con la gran reforma mundial es el problema principal del movimiento socialdemócrata, que se ve obligado a avanzar hallando una línea media entre los dos extremos de la renuncia al carácter de movimiento de masas o la renuncia al objetivo final, entre la caída en la situación de secta o la desaparición en un movimiento burgués reformista, entre el anarquismo y el reformismo. (...) Nuestro movimiento es, precisamente, un movimiento de masas, y los peligros que sobre él se ciernen no emanan de las cabezas de los hombres, sino de las circunstancias sociales, la teoría marxista no podía protegerse de una vez por todas contra las desviaciones anarquistas y oportunistas; éstas tan sólo pueden ser superadas por medio del movimiento mismo”.
La Alemania de los años 90 del siglo pasado conocerá un crecimiento económico sin precedentes que le llevará a convertirse, en apenas dos décadas, en la potencia económica e industrial más importante de Europa y a vivir una etapa de relativa paz social. En 1891 el gobierno alemán derogará las leyes antisocialistas, lo que permitirá a los sindicatos y al SPD, fundado en 1869, desarrollar su actividad dentro de la legalidad y aumentar más rápidamente su influencia –pasará de 763.000 simpatizantes en 1887 a conseguir más de cuatro millones de votos en 1912–, convirtiéndose en el partido obrero más importante de la época. Esta situación de crecimiento económico (desde la gran crisis de 1873 no hubo otra crisis de alcance general) y de trabajo político en la legalidad, que permitía una cierta tranquilidad a un sector de dirigentes y la incorporación de sectores no proletarios al partido, sentó las bases para el surgimiento de ideas reformistas.

 

Reforma o Revolución

 

Sería ridículo atribuir a Rosa Luxemburgo la negación de la lucha por mejorar las condiciones concretas de los trabajadores. Al contrario, la lucha por reformas sociales, como la reducción de la jornada laboral, el reconocimiento de derechos laborales, la educación y sanidad pública, etc., a través de la lucha sindical y política (también en el parlamento), es algo necesario. Es un instrumento imprescindible en el camino hacia la toma del poder. No se trataba de estar o no de acuerdo con las reformas, sino de dar respuesta desde un punto de vista de clase a cuestiones cómo éstas: ¿cuál es el papel de las reformas en la lucha de clases? ¿Cómo debe utilizar la dirección del movimiento la lucha por reformas para alcanzar el objetivo principal del socialismo?
El conseguir mejoras, el que en una fábrica los trabajadores consigan una victoria, aumenta su confianza en la lucha y en la necesidad de organizarse y actuar como clase. Evidentemente, las “reformas importantes” en las condiciones de vida o de trabajo de la clase obrera no existen por la generosidad de los capitalistas, ni porque éstos hayan sido convencidos por hábiles negociadores, sino que son fruto de la presión de las masas. Ahora bien, la lucha por reivindicaciones inmediatas no puede ser un fin en sí mismo: “La importancia socialista de la lucha sindical y política consiste en que preparan al proletariado, al factor subjetivo, para la realización de la transformación socialista”. En este sentido, Rosa Luxemburgo insistía en la necesidad de vincular lo que la socialdemocracia llamaba el programa mínimo (la actividad cotidiana por mejoras concretas) con el programa máximo (la toma del poder por los trabajadores y el socialismo), este vínculo permitía hacer comprender al conjunto de los trabajadores la imposibilidad de acabar con la explotación dentro del marco del capitalismo y el carácter temporal de las reformas que se podían conseguir en él. Bernstein, sin negar explícitamente las contradicciones del capitalismo, dirigía su acción a explicar que éstas podían “dulcificarse”, en definitiva, podían ser superadas. Esto era posible, según su “teoría de la adaptación”,  por medio del crédito, las asociaciones de empresarios, los sindicatos, la mejora de los transportes, etc. Ahora podemos entender cuál era el papel que este futuro secretario de Estado del Tesoro tenía reservado a las reformas: “Para Bernstein”, nos dice R. Luxemburgo, “la lucha sindical y política limita gradualmente la explotación capitalista, arrebata progresivamente a la sociedad capitalista su carácter capitalista, impregnándola de un carácter socialista y, en una palabra, debe implantar la transformación socialista en sentido objetivo”.

 

Los ‘mecanismos de adaptación’

 

En Problemas del socialismo, obra a la que contesta Rosa Luxemburgo en la primera parte de Reforma o Revolución, Bernstein negará las bases materiales del socialismo justificando la necesidad de éste, de cara a la galería, en cuestiones morales. Si el capitalismo puede eliminar o reducir sus contradicciones internas entonces no es necesario su sustitución por un sistema social superior. El socialismo queda así convertido en un mero ideal y no en una necesidad de la propia marcha del desarrollo social. Bernstein, a las puertas del siglo XX, vuelve a concepciones premarxistas y utópicas, que veían en el socialismo algo deseable y moralmente más justo, pero que hacía tiempo que habían dejado de jugar un papel progresista en la lucha de clases. Sin embargo, la superioridad del marxismo está en que demuestra científicamente las crisis cíclicas del capitalismo y la necesidad histórica del socialismo. Éste, por tanto, no es simplemente una “buena idea”; llega un momento en que el desarrollo de la sociedad, de las fuerzas productivas, choca con la estructura de la antigua sociedad, anunciando así un nuevo orden social. La propiedad privada de los medios de producción y los límites del Estado nacional actúan como un corsé que impide el desarrollo de las fuerzas productivas. La decadencia del capitalismo se expresa a través de las crisis de sobreproducción, debido precisamente a la contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter individual de la apropiación. Pero sin la intervención consciente de los trabajadores el capitalismo no desaparecerá, no hay una crisis final del capitalismo. Rosa Luxemburgo, basándose en este análisis, explicará cómo el capitalismo no puede eliminar sus propias contradicciones.
El crédito permite aumentar la capacidad de expansión de la producción y facilitar, el intercambio comercial. En este sentido, es un mecanismo que utiliza el capitalismo para intentar resolver sus problemas; a la larga, no es más que una forma de profundizar las contradicciones del sistema. Al ampliar de forma artificial los límites del mercado está agudizando la sobreproducción y, por tanto, en momentos de crisis reduce inmediatamente la capacidad de consumo y las profundiza. Por citar un ejemplo actual, en la recesión económica que empezó en 1990 uno de los factores que alargó su duración fue el alto nivel de endeudamiento estatal, empresarial y familiar existente del período anterior. Por tanto, el crédito, lejos de ser un mecanismo eficaz de adaptación, se trata de “pan para hoy y hambre para mañana”.
Bernstein ve en las grandes asociaciones de empresarios, cártels, trusts..., el fin de la anarquía del sistema de producción capitalista, porque regulan la producción y de esta manera pueden evitar las crisis. Sin embargo, la realidad echa por tierra este análisis.
El desarrollo industrial lleva hacia la concentración de la producción. De la libre competencia se pasa, en un momento dado, al monopolio y a la concentración de capital, produciéndose el fenómeno de reunir en una sola empresa distintas ramas industriales, de esta forma pueden hacer frente en mejores condiciones a la competencia. A partir de 1873 empiezan a desarrollarse los cártels que se convertirán en la base de la vida económica con el auge de finales del siglo XIX. Los cártels fijan las condiciones de venta, la cantidad de productos a fabricar, los precios, etc. Rosa Luxemburgo explicará que estas formaciones surgen en una determinada fase del desarrollo capitalista con el objetivo de eliminar la competencia en una determinada rama de la producción y poder aumentar los beneficios, “son un medio del modo capitalista de producción de contener el descenso fatal de la tasa de beneficios en sectores concretos”.
Sin embargo, la existencia de cártels no significa el fin de las crisis; de hecho, las crisis aceleran el proceso de concentración, puesto que al caer los precios y la demanda los pequeños empresarios son los primeros en hundirse. La única forma de eliminar las contradicciones sería un crecimiento ilimitado del mercado mundial, pero precisamente la anarquía del mercado capitalista y la lucha por el máximo beneficio lo hace imposible.
La época en la que escribe Rosa Luxemburgo es la del inicio de la etapa imperialista del capitalismo. La socialización progresiva del proceso de producción anuncia un régimen social superior, pero no quiere decir que ya se haya llegado a él; la producción es social pero la apropiación sigue siendo privada. Los medios de producción siguen en manos privadas y los beneficios empresariales no están a disposición del Estado para ser utilizados en beneficio de la mayoría de la sociedad.

 

La implantación del socialismo

 

Bernstein llega a la conclusión de que a través de los sindicatos, de las reformas sociales y de la democratización política del Estado, se puede implantar el socialismo: “La lucha sindical y la lucha política por las reformas sociales irán introduciendo un control social cada vez más extendido sobre las condiciones de la producción”. Sin embargo, Rosa Luxemburgo explicará que los sindicatos no influyen en el proceso de producción, sino que su actividad se limita “a la regulación de la explotación capitalista en relación a las condiciones del mercado”, pero jamás podrá eliminarla.
También rebatirá la idea de la democratización del Estado. Las instituciones democráticas, como el parlamento, son instrumentos que la clase dominante utiliza para ocultar su dominación. Esto no significa que los trabajadores no podamos utilizarlas como un medio auxiliar de lucha contra la burguesía. Rosa Luxemburgo se encarga de recordar a Bernstein el carácter de clase del Estado como la organización de la clase dominante en defensa de sus intereses. Cuando éstos entren en contradicción con el progreso de la sociedad, no dudarán en defenderlos a toda costa, eliminando sin pestañear esas famosas instituciones democráticas.  
En la práctica, las ideas de Bernstein llevaron al desastre a la clase obrera a nivel mundial, a la bancarrota absoluta de la II Internacional, a dos guerras mundiales y, en Alemania, al aplastamiento de la revolución y al asesinato de Rosa Luxemburgo, entre otros. Éste es el balance final de la política reformista.
Hoy, cien años después, el capitalismo sigue vivo y dentro del movimiento obrero siguen escuchándose con fuerza voces que entierran al marxismo; ¿significa esto que llevaba razón Bernstein? ¿Ha logrado superar sus contradicciones el capitalismo? Desde luego que no. Más del 40% de la economía mundial está en recesión, las guerras han vuelto al corazón de Europa, vemos la descomposición social en cualquier país que miremos. Sin embargo, como decía Rosa Luxemburgo, “la teoría marxista no podía protegerse de una vez por todas contra las desviaciones anarquistas y oportunistas; éstas tan sólo pueden ser superadas por medio del movimiento mismo”. Por eso, la lección más importante que podemos sacar de esta obra y de la lucha de clases es la necesidad de dotar a la clase obrera de un programa revolucionario. Sólo así conseguiremos que no vuelvan a transcurrir otros cien años sin cambiar los cimientos de esta sociedad.

El año 1990 se iniciaba en Yugoslavia con la celebración del XIV Congreso de la Liga Comu-nista de Yugoslavia (LCY), entre propuestas a favor de la propiedad privada y la integración en la Comunidad Económica Europea (CEE); el debate acabó con insultos entre las delegaciones serbia y eslovena, el abandono de ésta (la más fervientemente procapitalista) y la suspensión final del congreso.
Era la expresión gráfica de una crisis que se venía gestando durante la década anterior y que conduciría a un carnaval reaccionario de violencia y guerra que todavía hoy, diez años después, continúa.

En el anterior artículo de esta revista ya hemos analizado la evolución del régimen estalinista yugoslavo. Ante la crisis económica galopante la burocracia de cada república intentó buscar una salida a través de políticas procapitalistas y sobre todo en explotar en beneficio propio la autonomía en materia económica que permitía la Constitución de 1974.
Lo que era un complicado engranaje para contentar a todas las partes y evitar el predominio de ninguna nacionalidad se va a volver en su contrario con la crisis de una economía burocráticamente planificada. Las diferencias entre las repúblicas del norte, más ricas, y las del sur, más perjudicadas por la descentralización económica, se fueron acentuando. Un discurso nacionalista se adueñó de los dirigentes estalinistas eslovenos, croatas y serbios. Los primeros se quejaban de que sus recursos eran expoliados por las zonas pobres y, por el contrario, en zonas como Macedonia o Kosovo se insistía en que sus economías estaban colonizadas por el norte. Progresivamente este discurso se convirtió en el favorito de la dirección de las Ligas Comunistas de las distintas repúblicas. A su vez esto generaba nuevas contradicciones en la economía.
Desde los años 70 cada burocracia local buscaba sacar el máximo de tajada de la descentralización económica. Un ejemplo gráfico fue la guerra de las gasolineras entre la compañía Noftagas Promet de Voivodina y la croata INA, respaldada cada una por las autoridades de sus repúblicas, en la pugna por hacerse con el control de la venta de gasolina en la autopista Zagreb-Belgrado a su paso por Voivodina. Después de cierres de gasolineras, recursos en los tribunales, etc., el conflicto iniciado en 1971 seguía sin cerrarse ¡en 1986! Un despilfarro intolerable de recursos para una economía en crisis, provocado por la falta de democracia obrera en su gestión. Este tipo de hechos, frecuentes en la economía yugoslava de los 80, eran un síntoma evidente del freno absoluto para el desarrollo de una economía planificada en que se había convertido la burocracia estalinista. La corrupción y el despilfarro se multiplicaban y los argumentos nacionalistas fueron utilizados irresponsablemente por la casta estalinista para justificar la situación de crisis económica y desviar la atención de los trabajadores de los verdaderos culpables: la burocracia y su política favorable al mercado. En 1983 la deuda exterior era de 23.000 millones de dólares, el paro del 15% y el nivel de vida había caído un 40% desde 1979.
Ante esta situación cada burocracia buscó salvarse por su cuenta. Tras las manifestaciones en Kosovo en 1981 la respuesta eslovena y croata fue reducir un 40% sus inversiones y créditos en esta zona. Como una manifestación más de las desviaciones nacionalistas, desde los primeros años 80 van a aparecer aranceles internos entre repúblicas para frenar la importación de mercancías que van contra la producción propia. Algo absolutamente injustificable en una economía planificada, que a la larga dañará a todas las zonas.
Como coartada a su política, cada burocracia local buscó justificaciones teóricas en la propaganda nacionalista. Que ésta sea la línea política en el seno de organizaciones autodenominadas comunistas sólo se explica por su carácter estalinista. Al igual que en la URSS, los partidos comunistas de la Federación Yugoslava hacía mucho tiempo que dejaron de agrupar a la vanguardia de la clase obrera para convertirse en un medio de promoción social y de enriquecimiento, en una extensión más del Estado obrero deformado burocráticamente.
En este contexto dirigentes sin escrúpulos utilizaron el nacionalismo como método para desunir a los trabajadores y tratar de mantener posiciones de ventaja en la carrera por la vuelta al capitalismo, que, desde la segunda mitad de los 80 todos emprendieron y que, con la caída del muro de Berlín, se acelerará dramáticamente.

 

La descomposición del régimen estalinista

 

La  crisis llegó a límites extremos en 1989. La inflación anual ese año fue de un ¡10.000%! El peso de la deuda externa se hizo insostenible y el FMI exigió planes de privatización y despidos para hacerla frente. En los dos años anteriores, frente a estos ataques, la clase obrera responde unitariamente con una oleada de huelgas. De hecho, en esta época todos los analistas coinciden al señalar que, quizás con la excepción de Kosovo, el sentimiento nacionalista no es mayoritario en ningún sector de la población.
Sin embargo la huida hacia el mercado provocó la profundización de todo tipo de medidas antiobreras y que las tendencias nacionalistas fueran ganando terreno. Un sector de la burocracia, encabezado por el primer ministro federal, Ante Markovic, apostó por una vuelta al capitalismo de una forma unificada. Pero este proceso tenía sus propias leyes y croatas y especialmente eslovenos vieron más ventajas en marchar solos. En esta decisión fue decisiva la estrategia e intrigas del imperialismo alemán.
La tragedia para el movimiento obrero fue, que tras el fracaso del XIV Congreso en enero de 1990 y con políticas procapitalistas en todo el país, no surgiese una alternativa revolucionaria que, frente a los estertores del estalinismo, ofreciese una alternativa basada en la lucha contra los privilegios de la burocracia y la defensa de la economía planificada bajo control obrero, luchando contra los prejuicios nacionales. Esta falta de alternativa  llevó a que en los procesos electorales de los años 90 (el monopolio político de la LCY había sido finiquitado) ganasen terreno las opciones chovinistas.
En Serbia quien  encabezó este proceso fue Slobodan Milosevic, un oscuro burócrata que para ascender posiciones hacia el poder recurrió a un discurso extremadamente nacionalista, recuperando la vieja y reaccionaria idea de unir todos los territorios habitados por serbios en Yugoslavia. Esta lógica le llevó a suprimir las autonomías de Voivodina (donde existe una importante minoría húngara) y de Kosovo (donde la mayoría de la población es albanesa).
En Eslovenia desde 1985 la propaganda nacionalista, basada en rechazar vínculos con las regiones pobres, que eran vistas desde la casta dominante como un obstáculo para los planes de restauración capitalista, se fue abriendo hueco.
En 1990 la Liga Comunista de Eslovenia abandonó la LCY y formó el Partido de Renovación Democrática y en mayo ganó las elecciones la coalición de derechas DEMOS, siendo presidente el antiguo comunista Milan Kucan. En diciembre se organizará un referéndum para ratificar la ruptura con Yugoslavia.
En Croacia las elecciones de julio del 90 fueron ganadas por la Unión Democrática Croata (HDZ) de Franko Tudjman, con un 42% del voto. Esta organización había sido financiada por Alemania y por los exiliados croatas, muchos de ellos antiguos colaboradores del gobierno fascista de Ante Pavelic, durante la II Guerra Mundial. El discurso de Tudjman, ultrarreaccionario y racista, recuperó todos los símbolos del viejo Estado fascista. Durante la campaña electoral  declararó con orgullo “me siento sinceramente afortunado de que mi madre no sea ni serbia ni judía”.

 

Los manejos del imperialismo alemán

 

El 25 de junio de 1991 los Gobiernos esloveno y croata declaran su independencia; en esta decisión va a jugar un papel determinante la política alemana.
Con el desplome del campo estalinista una nueva situación se abre en las relaciones internacionales. El imperialismo se siente fuerte y rápidamente intentará lanzar sus tentáculos para controlar los enormes recursos del Este de Europa y la URSS. En la URSS apostaron por apoyar la secesión de todas sus repúblicas, siguiendo el viejo principio de divide y vencerás, con el objetivo de acceder a zonas claves y evitar que Rusia pudiera convertirse en un competidor serio.
En esta carrera cada potencia tenía sus propios intereses, algo que se aprecia de una forma clara en el caso yugoslavo. El imperialismo alemán resucitó su vieja política de expansión hacia el Este, con la intención de absorber las economías de Hungría, Polonia y la República Checa. En esta estrategia no dudará en escindir a Checoslovaquia, entre una zona rica, Chequia (que coincide con sus viejas colonias de Bohemia y Moravia, bajo Hitler), y Eslovaquia.
En el caso de Yugoslavia el objetivo de la burguesía alemana se centró en el norte más rico e industrializado: Eslovenia y Croacia.
Durante los años 80, Alemania potenció el discurso nacionalista en estas dos Repúblicas, al tiempo que iniciaba una profunda penetración económica. En 1990 más de 150 sociedades alemanas controlaban el 70% del comercio esloveno. Para el capitalismo alemán controlar Croa-cia y Eslovenia supone mucho. Croacia le garantiza el acceso a los puertos mediterráneas de Split y Rijeka, es decir, vía libre para sus productos desde el Báltico al Medi-terráneo. Estos oscuros intereses empujaron a Eslovenia y Croacia por la vía de la secesión. Sus nuevos Ejércitos fueron pertrechados por Alemania, y podemos afirmar que sin la garantía del apoyo germano difícilmente hubiesen proclamado la independencia.
En esta primera etapa, Francia y Gran Bretaña veían con muchos recelos el dominio abrumador de Alemania en el seno de la CEE y su política respecto a Yugoslavia, mientras Estados Unidos también quería estar presente con una política propia en una zona estratégica como los Balcanes. Sin embargo la política de hechos consumados practicada por la burguesía alemana arrastró a que la CEE diese el visto bueno a la secesión.

 

Eslovenia: la primera guerra

 

Tras la declaración de independencia de Eslovenia se inició una breve guerra con el Ejército Federal Yugoslavo que costó 60 muertos, todos del Ejército. Los dirigentes eslovenos apostaron conscientemente por la salida bélica con el objetivo de hacer cambiar de postura a la CEE, todavía contraria a la ruptura.
El resultado rápido de la contienda tiene varias explicaciones. Todo hace indicar que el Ejército Federal conocía los planes del Gobierno esloveno y que su actitud pasiva tenía que ver con la política seguida desde Belgrado por Milosevic. Este, que no deseaba la unión de Yugoslavia, sino fortalecerse en Serbia y ampliar su zona de influencia, no estaba interesado en la alejada Eslovenia,  apenas poblada por serbios.
La derrota del Ejército yugoslavo sirvió de excusa a Milosevic para purgarlo de oficiales yugoslavistas y sustituirlos por otros, fieles al nacionalismo serbio. Además, el Ejército se encontraba profundamente desmoralizado. Al fin y al cabo, defender la unidad yugoslava por las armas y sobre bases capitalistas no era un programa atractivo para ningún joven recluta.
Frente a todos aquellos que haciéndose eco de las mentiras del imperialismo han responsabilizado únicamente de la guerra a Milosevic, la realidad indica que las aspiraciones de las camarillas chovinistas de Eslovenia y Croacia se complementaban con las de Milosevic para tirarse mutuamente los trastos a la cabeza, dividir a los trabajadores y marchar, cada uno por su lado, hacia el capitalismo.

 

Croacia: segundo acto de la tragedia

 

El imperialismo occidental respondió a la guerra en Eslovenia con los acuerdos de Brioni el 7 de julio. Por ellos, Croacia retrasaba tres meses cualquier decisión sobre su independencia y el Ejército Federal se retiraba de Eslovenia. En otras palabras, se reconocía implícitamente a Eslovenia según los criterios impuestos por Alemania.
En Croacia, con la victoria de Tudjman en las elecciones de mayo de 1990, la situación se hacía insostenible.
A diferencia de Eslovenia, en Croacia habitaban 550.000 serbios (el 12% de la población), sobre todo en la Krajina y Eslavonia. La política reaccionaria de Tudjman pronto se ganó la oposición serbia; sus discursos chovinistas, sus continuas evocaciones del régimen nazi que aniquiló a casi un millón de serbios..., pronto se vieron acompañados de medidas prácticas; en la Constitución yugoslava Croacia era la “república del pueblo croata y del pueblo serbio de Croacia”,  el 22 de diciembre la nueva Constitución rebaja a serbios y otras minorías a ciudadanos de segunda.
El conflicto estaba servido; en agosto y septiembre de 1991 los serbios realizaron referéndums que proclamaron la independencia de Krajina y Eslavonia con respecto a Croacia.
Al chovinismo reaccionario de Tudjman se le respondió con las mismas armas. Quien encabezará la oposición a Tudjman en las zonas serbias serán los nacionalistas radicales, apoyados desde Belgrado. La guerra se hacía inevitable. El régimen croata no podía perder zonas estratégicas co-mo Knin (capital de Krajina), clave para conectar con Dalmacia (importante zona comercial y turística), los serbios no aceptarían la dominación chovinista de Tudjman, y Alemania no estaba dispuesta a tolerar que Serbia acrecentase su influencia.
Progresivamente los enfrentamientos en la Krajina se convirtieron en guerra abierta en agosto de 1991, pero los nacionalistas croatas pronto empezaron a perder la guerra.
En realidad el carácter del conflicto no dejaba lugar a dudas: una guerra de rapiña entre las nacientes burguesías croata y serbia, disfrazada de una supuesta lucha por la liberación nacional. El punto fuerte de la guerra no estuvo en Krajina, sino en Eslavonia, donde la minoría serbia era menos numerosa e imposible de asimilar a los proyectos de la Gran Serbia. Sin embargo el botín era más rico; Vukovar era el único puerto al Danubio en manos croatas, este control amenazaba la principal vía de comunicación y comercial de una Serbia cada vez más aislada
Con la guerra cada vez más complicada para Croacia, Alemania redobló sus presiones. En diciembre reconoce a Eslovenia y Croacia y empuja a que la CEE lo haga en enero.
Este reconocimiento coincidió con un alto el fuego aceptado por Milosevic, duramente presionado por las dificultades internas. En el Ejército yugoslavo todavía quedaban elementos opuestos al nacionalismo serbio, y sufría continuas deserciones de reclutas asqueados por el carácter del conflicto. En el otro lado, Croacia ya había sido reconocida y podía darse un respiro para recobrar fuerzas, armada por Alemania. Ambos bandos aceptaron que la ONU se instalara en la Krajina.
La lucha de rapiña por tomar posiciones en la vuelta al capitalismo entraba en un paréntesis, que no podía durar. Croacia perdía la Krajina y Eslavonia, mientras que Alemania y el imperialismo occidental no podían consentir una Serbia, tradicional aliado de Rusia, fuerte y victoriosa en la zona. El siguiente capítulo de esta reaccionaria historia de rapiña se iba a jugar en Bosnia-Herzegovina.

Sobre la autodeterminación

La ruptura de Yugoslavia respondió por un lado a los intereses de una burocracia estalinista deseosa de convertirse en una nueva clase dominante y por otro a las aspiraciones del imperialismo occidental, especialmente el alemán, deseoso de aumentar su zona de influencia tras el colapso del estalinismo.
Para los marxistas este proceso no tenía el más mínimo contenido progresista. Era un conflicto reaccionario, en el que nos negamos a apoyar a ninguna de las camarillas chovinistas. Hemos defendido una postura internacionalista y de independencia de clase, de unión de la clase obrera de las distintas nacionalidades contra los regímenes reaccionarios de Tudjman y Milosevic y contra la intervención imperialista y la vuelta al capitalismo.
Por el contrario, desde los partidos proimperialistas a la izquierda reformista y a cantidad de grupúsculos autodenominados marxistas se ha insistido en defender la independencia de Croacia y Eslovenia como un paso adelante, amparándose en el “derecho de autodeterminación” de las naciones.
Por supuesto que los marxistas defendemos este derecho como medio para acabar con la opresión nacional y la influencia de la burguesía nacionalista, pero dicho esto hay que ir un poco más allá, hay que analizar la cuestión nacional en cada situación concreta. El derecho de autodeterminación para los marxistas siempre está vinculado y subordinado a los intereses generales de la clase obrera y la revolución socialista internacional.
En el contexto que hemos descrito en Croacia, con un Tudjman provocando a la minoría serbia y está respondiendo con políticas nacionalistas, una fuerza revolucionaria donde debía poner el énfasis no es en el derecho de autodeterminación (por otro lado de quién, ¿de los croatas o de la minoría serbia de Croacia?), sino en la unidad de los trabajadores por encima de diferencias nacionales. No tenía ningún sentido dar apoyo a uno u otro bando. Insistir en abstracto, como la gran mayoría de grupúsculos autodenominados marxistas, en la autodeterminación, no ayudaba a elevar el nivel de conciencia y unir a los trabajadores; en todo caso  se convertía en un eco pálido de la demagogia imperialista sobre la misma cuestión.
Algunos han argumentado sin entender nada del pensamiento marxista que el nacionalismo en la Yugoslavia de los 90, como en la Revolución de Octubre, era el germen de un bolchevismo inmaduro, el renacer de una lucha popular progresista en los balcanes. Cuando León Trotsky, en su brillante Historia de la Revolución Rusa, analizaba el programa bolchevique ante la cuestión nacional, explicaba cómo el nacionalismo de los pueblos oprimidos por el zarismo era la única forma de expresión que el campesinado podía tener en su amanecer a la política. Instintivamente su lucha contra la opresión se identificaba con la lucha contra el opresor que sentía más cercano, el terrateniente o el funcionario, generalmente de nacionalidad rusa. En ese contexto ese nacionalismo era enormemente progresista y con un programa correcto basado en el reconocimiento del derecho de autodeterminación podía convertirse rápidamente en revolucionario, de ahí la frase sobre el bolchevismo inmaduro.
La pregunta que podemos hacernos es si el resurgir del nacionalismo en Yugoslavia tenía algo que ver con la situación de 1917 en el imperio zarista. La respuesta evidentemente es no. El nacionalismo, como hemos visto, fue utilizado por la burocracia ex estalinista y el imperialismo, especialmente el alemán, para dividir a la clase obrera y facilitar sus intereses; era un nacionalismo chovinista, no una respuesta a una supuesta opresión nacional serbia, una forma de quitarse de encima a las regiones más atrasadas y poder entrar en el Eldorado capitalista.
Lenin siempre trató la cuestión nacional sobre la base de las circunstancias concretas. En esta situación una fuerza marxista en Yugoslavia hubiese defendido la unidad de la clase obrera y la lucha contra la restauración capitalista. Por supuesto que, frente a la demagogia nacionalista burguesa en Croacia o en Serbia, hubiese defendido el máximo respeto a todas las nacionalidades, pero nunca habría hecho una única bandera del derecho de autodeterminación en un contexto en que este derecho se convertía en una hoja de parra para esconder los intereses de las camarillas nacionalistas y las aspiraciones expansionistas del imperialismo alemán.
Algunos autoproclamados marxistas han argumentado que la separación de Croacia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, etc., era la única forma para que posteriormente los trabajadores volviesen a poner en primer plano las luchas sociales y se pudiesen unir en la lucha. Una vez más estos señores utilizan mecánicamente a Lenin para semejante afirmación, demostrando, por cierto, que se puede leer mucho sin entender absolutamente nada. ¿Qué tiene que ver el contexto en el que Lenin (en su artículo publicado en este número de la revista) ponía como ejemplo positivo para la lucha de la clase obrera la separación entre Noruega y Suecia en 1905, con el contexto de la Yugoslavia de los 90? ¡Absolutamente nada! Las pruebas son más que evidentes. La separación de Croacia y Eslovenia no ha servido para que años después los recelos entre serbios y croatas disminuyeran, sino que fue el primer paso para la horrible guerra en Bosnia-Herzegovi-na, y para que hoy los odios nacionales continúen campando a sus anchas por los Balcanes. Con una población absolutamente entremezclada durante siglos, en pleno proceso de restauración capitalista, la ruptura de Yugos-lavia fue un acto reaccionario que ha tenido consecuencias terribles para todos los pueblos de la zona, ha provocado guerras bárbaras y ha retrasado la causa del socialismo en los Balcanes y todavía hoy, una década después, amenaza con nuevas y sangrientas guerras.
Por otro lado, ¡qué cinismo el de las potencias occidentales, acordándose de la autodeterminación de eslovenos y croatas cuando se olvidan y favorecen la represión de kurdos o palestinos, o, en el caso que nos ocupa, de los serbios de Croacia! Hoy, como siempre, el imperialismo utiliza el derecho de autodeterminación como forma de encubrir sus maniobras e intereses.
Tras una década de independencias podemos hacer balance. Los pueblos de Eslovenia y Croacia ni son más independientes, ni son más libres ni más prósperos.
Ambas naciones son hoy colonias del capital alemán, que controla el 40% del comercio exterior croata y el 35% de las inversiones extranjeras. Un ejemplo de la independencia croata: en 1993 la empresa germana Siemens compró obligaciones del Estado por ¡3.000 millones de dólares!, así no sólo se asegura el monopolio de la energía y las telecomunicaciones, sino que medio Estado le pertenece. En Eslovenia otro tanto de lo mismo. Son sociedades con elevados índices de paro –sólo en 1991 había subido de  160.000 a 200.000 en Croacia y a más de 100.000 en Eslovenia–, y donde la prometida democracia, sobre todo en el caso croata, consiste en un Gobierno corrupto, totalmente autoritario y con todo tipo de medidas antiobreras.
Pero qué decir de la independiente Bosnia-Herzegovina o de Kosovo. Podemos afirmar sin titubear que son un protectorado de la OTAN y EEUU. ¿Dónde está la autodeterminación y la independencia nacional, en las antiguas repúblicas yugoslavas? No cabe duda de que en el seno de la Federación yugoslava eran mucho más independientes que hoy.

 

Una vez más sobre los intereses y contradicciones de las potencias imperialistas

 

Antes de entrar a analizar la guerra en Bosnia-Herzegovina, es interesante volver sobre el papel de las distintas potencias imperialistas. Al fin y al cabo, en el reciente conflicto en Kosovo hemos tenido que escuchar a muchos analistas justificar el carácter “humanitario” de la intervención de la OTAN, porque en Kosovo no hay petróleo y por tanto no era una guerra por oscuros intereses.
En realidad los Balcanes siempre han tenido importancia para la estrategia del imperialismo. Ya hemos analizado los intereses de Alemania en la zona, pero la cosa no acaba ahí.
En una época donde tres cuartas partes del mundo están en crisis, las grandes potencias se reparten el mundo. Cada zona de influencia se disputa con saña dando origen a multitud de guerras. En África tenemos un claro ejemplo, guerras como las del ex Zaire o Sudán están enfrentando, a través de terceros, a EEUU con Francia por el control de los recursos naturales de la zona.
Esta lucha entre potencias imperialistas se ha visto azuzada desde la caída del estalinismo. La existencia de la URSS mitigaba los enfrentamientos entre las distintas burguesías imperialistas, que podían aplazar temporalmente sus enfrentamientos y unificar sus intereses frente al enemigo común.
Actualmente, la pugna por el control de las materias primas se ha agudizado, precisamente una de las claves de los éxitos económicos de Estados Unidos, Europa y Japón ha sido abaratar al máximo los precios de éstas, con el consiguiente empobrecimiento del llamado Tercer Mundo.
Alemania está intentando convertir el Este de Europa en lo que América Latina es hoy para Norteamérica. Pero EEUU y otras potencias menores en Europa también defienden sus propios intereses.
Los Balcanes son una zona importante por varias razones. A pesar de que hoy Rusia está dirigida por un Gobierno títere del FMI, la última palabra sobre la evolución de este país no está dicha. EEUU es muy consciente de esto. Las continuas humillaciones infligidas a Rusia en el terreno internacional, la brutal crisis económica provocada por la vuelta al capitalismo, el descontento y la absoluta desconfianza de la población en sus gobernantes, están generando una situación explosiva. Rusia se resiste a convertirse en esa colonia del imperialismo que el FMI proyecta. La evolución política del país podría ir en varios sentidos, todos ellos peligrosos para el imperialismo occidental. Podríamos encontrarnos con un golpe que estableciese un Gobierno rupturista con el FMI y que apostase por realizar una política capitalista agresiva, que chocaría con los intereses americanos y alemanes. Tampoco está descartado una marcha atrás en el proceso de reformas capitalistas y una vuelta a un régimen neoestalinista, con las consecuencias para toda Europa del Este y el mundo que esto tendría.
Por todo ello la estrategia imperialista consiste en debilitar a Rusia, tratando de evitar que resurga como superpotencia, siempre con el riesgo de que esto debilite la situación interna de su aliado Boris Yeltsin.
De hecho la OTAN está extendiendo su influencia por todo el este de Europa, creando un auténtico cerco a Rusia con la entrada de Polonia, Hungría y la República Checa. Sin embargo en los Balcanes tienen un pequeño problema: Serbia. Ésta ha sido un tradicional aliado de Rusia y el Gobierno serbio es en estos momentos la única república ex yugoslava que el imperialismo no controla directamente.
En esto sí hay una alianza clara entre EEUU y Alemania, los dos buscan debilitar a Serbia e imponer un Gobierno pro occidental, aunque no siempre sus intereses han sido coincidentes. De hecho, EEUU recelaba de la ruptura de Yugoslavia y no le faltaba razón. Las consecuencias eran imprevisibles y desestabilizar la zona podía llevar a una ruptura entre países de la propia OTAN con intereses propios en los Balcanes, por ejemplo Grecia y Turquía con respecto a Kosovo y Macedonia.
Pero una vez consumada EEUU  y otras potencias menores (Francia, Gran Bretaña) cambiaron de estrategia, siempre con el objetivo de aumentar su influencia.
Los Balcanes también son claves por otros motivos, son la puerta a previsibles rutas al petróleo y gas de las repúblicas ex soviéticas de Asia Central. El petróleo del mar Caspio siempre ha sido muy apetecido para diversificar la dependencia actual del petróleo del Golfo, y las multinacionales americanas ya han invertido en Kazajistan o Azerbaiyan para hacerse con él.
Ese petróleo podría ir directamente hacia Europa vía Danubio, para lo cual el control de todos los países balcánicos se hace importante y, en ese sentido, controlar Serbia también.
Cada potencia quiere hacerlo a su manera y siempre vigilando con el rabillo del ojo a su competidor. Tras un intento fallido de colocar en el Gobierno serbio a Milan Panic (un títere suyo) EEUU trató de recortar la ventaja que le llevaba Alemania en la zona, apostando por el Gobierno musulmán de Bosnia. Desde entonces Serbia y Milosevic se van a convertir en el principal enemigo a batir. En eso están todos de acuerdo.
Hoy estamos en una situación mundial más similar a los años previos a la I Guerra Mundial o a los de entreguerras, que al mundo surgido tras la II Guerra Mundial. Asistimos a una profundización de las luchas interimperialistas, con tres grandes bloques, Estados Unidos, Japón y la Unión Europea (ésta con profundas divisiones internas). No es ninguna casualidad que los presupuestos armamentísticos estén creciendo en todo el mundo, como tampoco lo es el creciente proceso de profesionalización de los Ejércitos y de creación de unidades especiales de intervención. El control imperialista que hunde a millones de personas en la miseria y genera situaciones de crisis, obliga al imperialismo a prepararse para intervenir.
EEUU lo tiene claro. En marzo de 1992 el Pentágono publicaba un informe en el quese podía leer lo siguiente: “la política exterior americana debe ponerse como objetivo convencer a sus eventuales rivales de que no necesitan jugar un mayor papel. Nuestro estatuto de única superpotencia debe perpetuarse mediante un comportamiento constructivo y una fuerza militar suficiente para disuadir a no importa qué nación o grupo de naciones que desafíe la supremacía de EEUU. Éstos deben tener en cuenta los intereses de las naciones industriales avanzadas para desanimarles, por si quisieran desafiar el liderazgo americano o intentaran cuestionar el orden económico y político establecido.
“Debe mantenerse una potencia militar dominante para disuadir a eventuales rivales, no fuera a ser que aspiraran a un mayor papel regional o global. En definitiva, que el orden internacional está garantizado por los Estados Unidos, y éstos deben colocarse en situación de poder actuar independientemente cuando una acción colectiva no pueda encargarse de ello.
“Debemos actuar para impedir el surgimiento de un sistema de seguridad exclusivamente europeo que pudiera desestabilizar la OTAN. En Extremo Oriente hay que estar atentos a los riesgos de desestabilización que sobrevendrían con un crecimiento del papel de nuestros aliados, en particular de Japón”.
La guerra en Bosnia-Herzegovina fue una de las primeras expresiones prácticas del informe del Pentágono.

 

La barbarie avanza, el inicio de la guerra en Bosnia-Herzegovina

 

El enfrentamiento serbo-croata y los intereses occidentales no sólo se dilucidaban en Croacia. En Bosnia-Her-zegovina vimos la continuación de este enfrentamiento. Bosnia-Herzego-vina era la República con más mezcla de población de toda Yugoslavia, un 31% de serbios, un 17% de croatas y un 43% de musulmanes. Éstos ha-bían sido reconocidos como nacionalidad en 1961, y Tito estuvo muy interesado en desarrollar una identidad nacional en este grupo de población como contrapeso a las tradicionales aspiraciones serbias y croatas en este territorio. También, el reconocimiento de una nacionalidad basada en una religión tenía que ver con la política yugoslava de no alineamiento que buscaba ganar el favor de los países árabes. Con todo, a inicios de esta década en Bosnia-Herzegovina era donde más familias entremezcladas existían y donde más ciudadanos se inscribían en los censos como yugoslavos (no como serbios, croatas, etc.).
Esta situación hacía difícil pensar en un ascenso de los nacionalismos. No obstante, los procesos políticos del resto de Yugoslavia van a afectar a la República. El 18 de noviembre de 1990 se celebran elecciones. Los resultados dan el triunfo a las opciones nacionalistas, que en total suman un 79% del voto: la Comunidad Democrática Croata (HDZ) el 14,7%, el Partido Democrático Serbio (SDS) el 26,5% y el Partido de Acción Democrática (SDA) de los musulmanes el 37,8%.
Todos los partidos defendían esencialmente lo mismo. Vagas promesas sobre democracia y sobre todo, apuesta por la economía capitalista.
Con estos resultados las opciones nacionalistas se van a ver legitimadas y acelerarán el proceso hacia la guerra. Es interesante reseñar cómo el programa del jefe del SDA, el musulmán Alia Izetbegovic, no era precisamente el de la convivencia multiétnica, como posteriormente nos vendieron los medios de comunicación burgueses.
En 1970 Izetbegovic había publicado una declaración sobre su ideología, que fue reeditada en Sarajevo en 1990. Esta declaración decía: “Nuestro fin: la islamización de los musulmanes. Nuestra divisa: creer y combatir (…) todo lo que en la historia de los pueblos musulmanes constituye un recuerdo de grandeza y de valor ha sido creado bajo los auspicios del Islam. Turquía, en tanto que país islámico, ha reinado sobre el mundo. Turquía, en tanto que copia europea, representa un país de tercer orden como tantos otros por el mundo. El movimiento islámico debe y puede tomar el poder desde el momento en que tenga la fuerza numérica y moral para hacerlo, y no sólo para destruir el poder no islámico. La conclusión más importante es que no puede haber coexistencia entre la creencia islámica y las instituciones políticas y sociales no islámicas”.
Como resultado de las elecciones se creó una Administración a la libanesa, donde el presidente de la Repú-blica sería un musulmán (Izetbegovic), el presidente del Gobierno un croata y el presidente del Parlamento un serbio. Este reparto se trató de aplicar a todos los niveles de gobierno, y las disputas por las prebendas y los puestos entre los dirigentes nacionalistas llevaron a la parálisis absoluta. En 18 meses el Parlamento no aprobó ni un solo proyecto de ley.
Como consecuencia la crisis económica se fue profundizando, con el resultado ya experimentado en Croacia, Eslovenia o Serbia, donde los discursos echando la responsabilidad a una u otra nacionalidad fueron ganando terreno, especialmente entre la población rural, donde menos componente interétnico se registraba.
A pesar de todo el 29 de septiembre de 1991 se produce un hecho que demuestra cómo un partido revolucionario de masas podía haber cambiado la situación de arriba abajo. Ese día se celebra una impresionante manifestación en Sarajevo en defensa de la yugoslavidad y contra la guerra, que según muchos observadores podía haber derribado al Gobierno. Sin embargo la fuerza de esta manifestación, al igual que la de otras similares hasta abril de 1992 (con las barricadas ya en las calles de Sarajevo), no encontró ningún cauce político, con lo que los extremistas serbios, croatas y musulmanes se fueron haciendo con el control de la situación. Una vez más la ausencia de una dirección marxista que unificase a todas las nacionalidades con el programa de la revolución política se convertía en una tragedia.
El estallido de la guerra serbo-croata en julio de 1991 aceleró el proceso. Ya desde meses atrás se venía hablando de reuniones entre serbios y croatas para repartirse el territorio bosnio-herzegovino. La más conocida, la de marzo de 1991 entre Tudjman y Milosevic en Karadjeordjevo.
La respuesta de Izetbegovic fue recurrir más al nacionalismo musulmán y agitar la bandera de la independencia, confiado en que la debilidad serbia tras la guerra en Croacia y el apoyo occidental le permitiese mantener el control de la República.
En octubre de 1991 se vota la soberanía de la República, los serbios anuncian su boicot. Los nacionalistas radicales serbios temen una Bosnia-Herzegovina bajo control croata y anuncian que la independencia significará guerra. Por su parte los nacionalistas musulmanes y croatas se oponen a permanecer en una Yugos-lavia cada vez más serbiatizada. Izet-begovic forzó la situación declarando la independencia tras un referéndum donde los serbios no participan. La guerra está servida. Una vez más ni un átomo de contenido progresista por ninguna parte, y una vez más la sombra del imperialismo occidental detrás del proceso.

 

Divisiones étnicas

 

En marzo de 1992 y bajo auspicios europeos se firma en Lisboa un acuerdo entre el musulmán Izetbegovic, el serbio Radovan Karadzic y el croata Mate Boban para dividir la República en líneas étnicas. Una aberración patrocinada por el imperialismo europeo por temor a las consecuencias de una extensión del conflicto. Sin embargo, a su vuelta a Sarajevo, Izetbegovic rompe el acuerdo. ¿Qué ha ocurrido? La respuesta pasa por EEUU, que  también aspiraba a tener su propia política en los Balcanes. Estados Unidos apuesta por jugar, temeroso del aumento de influencia alemana, la baza musulmana. Como reconoció más tarde el embajador norteamericano en Belgrado, prometieron ayuda a Izetbegovic y le animaron a romper el acuerdo. En la decisión de EEUU también estuvo presente la necesidad de recuperar popularidad ante la población musulmana y los Gobiernos árabes de Oriente Medio tras la carnicería contra Irak de 1991.
Si bien el acuerdo de Lisboa era monstruoso y reaccionario, la intervención USA sólo trajo como resultado un acuerdo similar, el de Dayton en 1995, pero después de tres años de atrocidades sin fin.
Asesorado por Estados Unidos, el Gobierno musulmán declaró la independencia (6 de abril de 1992) y fue reconocido por la Comunidad Euro-pea (presionada por los estadounidenses, que a cambio se comprometen a reconocer a Croacia y Eslo-venia). Inmediatamente comienza una nueva guerra de rapiña.
Las milicias reaccionarias serbias, apoyadas por Milosevic desde Belgrado, conquistaron un 25% de territorio, pasando a ocupar el 70% de la República. Jugaron un papel destacado las operaciones de limpieza étnica, perpetradas por los paramilitares serbios para forzar huidas masivas de población y conseguir territorios étnicamente puros. Estas atrocidades fueron utilizadas por la propaganda occidental para demonizar a los serbios, olvidando el hecho de que los paramilitares croatas y musulmanes se comportaron exactamente igual.
Es falso que hubiese algún contendiente más progresista que otro; de nuevo muchos grupúsculos autodenominados marxistas, haciéndose eco de la propaganda burguesa, defenderieron un supuesto carácter no nacionalista, multiétnico y progresista del Gobierno Izetbegovic. Deje-mos que sea el responsable para Bosnia-Herzegovina de la Secretaría de Estado de Exteriores USA, George Kennedy, quien les quite las ilusiones: “Lo que al principio era un Gobierno bosnio multiétnico y elegido legalmente se ha convertido en una entidad musulmana extremista y antidemocrática. Hoy vemos una purificación étnica llevada a cabo por los musulmanes paralelamente a la de los serbios”.
La táctica del Gobierno musulmán, asesorado y armado por EEUU será provocar la intervención occidental. Con este fin van a estar dispuestos a sacrificar a decenas de inocentes de la población civil musulmana.
Incluso en 1992 un diario bosnio, Oslobodenje, acusaba al Gobierno musulmán de no hacer nada por romper el cerco serbio a Sarajevo. Este cerco se convirtió en la mejor baza para generar las simpatías de la población occidental, a la que se escamoteaba el sufrimiento de las otras nacionalidades en otros puntos de la zona. También el mantenimiento del cerco posibilitó el surgimiento de nuevos ricos en la parte musulmana, directamente vinculados al Gobierno, y que se enriquecieron con el mercado negro, la corrupción, etc.
El 27 de mayo de 1992 una explosión delante de una panadería en Sarajevo causa 16 muertos. Inmedia-tamente las escenas recorren todos los telediarios del mundo, que responsabilizan a los serbios. Posterior-mente los servicios secretos francés y británico reconocen que fue un atentado organizado por nacionalistas musulmanes; por supuesto este reconocimiento no ocupa ninguna portada en ningún sitio. Da igual, el objetivo se ha conseguido. EEUU presiona a la ONU para que se impongan sanciones a Serbia. Este incidente refleja el carácter ruin y mafioso del “democrático y multiétnico” Gobierno de Izetbe-govic, dispuesto a asesinar impunemente a su propia población para conseguir el apoyo occidental.
Pese a todo, en la primera fase de la guerra, el gran perdedor fue el Gobierno bosnio-musulmán. Naciona-listas croatas y serbios llevaban tiempo haciendo planes para repartirse el botín bosnio-herzegovino. Los nacionalistas croatas de Bosnia iniciaron operaciones encaminadas a desgajar la zona que controlaban; en julio del 92 proclamarán una república, a imagen de la serbo-bosnia, con el nombre de Comunidad Croata de Herzeg-Bosnia. Como Croacia es un aliado occidental esto no levantará mayores protestas, a pesar de que para declarar Mostar como su capital, los nacionalistas croatas organicen todo tipo de crímenes.
Durante todo el año 93 vamos a asistir a colaboraciones puntuales entre las milicias croatas y serbias, en operaciones militares que en muchos casos tienen más que ver con los intereses particulares de los señores de la guerra o con gestos de cara a provocar una acción internacional. Ante la colaboración croato-serbia, la respuesta de Izetbegovic fue profundizar en el discurso nacionalista musulmán, conseguir armas de los países árabes y musulmanes como Irán, y sobre todo echarse en brazos de Washington, presionando para su intervención.
La extensión del conflicto a otras zonas de la ex Yugoslavia amenazaba con implicar en la guerra a países miembros de la OTAN con intereses distintos, y también podría provocar la desestabilización de Rusia. Francia y Gran Bretaña, se implicaron con miles de soldados, bajo bandera de la ONU, amparándose en supuestas misiones humanitarias, cuando en realidad sólo buscaban mantener la guerra en unas coordenadas de baja intensidad y aumentar su influencia ante la preponderancia  alemana. Estos cascos azules humanitarios estuvieron implicados en todo tipo de corruptelas: tráfico de armas, drogas y ayuda humanitaria, prostitución… Algo que la izquierda reformista en Occidente calló, ayudando objetivamente al imperialismo a preparar a la opinión pública para futuras “guerras humanitarias” como la de Kosovo.
Las contradicciones en el seno del imperialismo europeo les forzó a elaborar distintos planes para terminar la guerra. El primero, de octubre del 92, es conocido como plan Vance-Owen. En el fondo resucitaba la filosofía de los acuerdos de Lisboa, dando el visto bueno a la partición de Bosnia-Herzegovina en cantones purificados en líneas nacionales, aunque con el disfraz del mantenimiento de un Estado unitario con algunas competencias. El Gobierno musulmán rechazó el plan, ya que perdía territorios frente a los croatas, y sobre todo porque Washington les volvió a garantizar su apoyo si continuaban la guerra. La guerra era la mejor baza para que EEUU siguiera aumentando su influencia y presencia en la zona. El propio mediador europeo Lord David Owen, uno de los dos padres del plan, lo reconocerá dos años después a El País (12/11/1995): “Respeto mucho a los Estados Unidos. Pero durante estos últimos años la diplomacia de este país es culpable de haber prolongado inútilmente la guerra en Bosnia (…). Si Washington hubiera apoyado el plan Vance-Owen en febrero de 1993, habría evitado cantidad de muertos. No se trata de una opinión sino de hechos que demuestro”.
Las diferencias entre el imperialismo USA y el europeo jugaron un papel clave en el alargamiento del conflicto. Incluso los propios militares de la Armija musulmana lo tenían claro; The New York Times reproduce en febrero del 93 las declaraciones de un oficial musulmán de alto rango: “No nos hacemos ilusiones sobre las intenciones americanas en esta región. Lo que quiere Estados Unidos es establecer una presencia militar en los Balcanes”.
Con el desarrollo del conflicto se llegaron a producir enfrentamientos inter-musulmanes en el bastión musulmán de Bihac, controlado por un carismático líder, Fikret Abdic. Éste había sido un burócrata estalinista en la Yugoslavia de los 80, y fue cesado de sus cargos por un escandaloso caso de corrupción. Durante la guerra Abdic había convertido Bihac en un remanso de paz. ¿Cómo? Convirtiendo la zona en una especie de gran bazar libre de impuestos, donde se hacían todo tipo de negocios de armas y de ayuda humanitaria entre serbios, croatas y musulmanes. Muy edificante, ¿verdad? De hecho este señor de la guerra, o en este caso de la paz, veía en peligro su situación por la política de Izetbegovic de continuar la guerra hasta provocar la intervención de EEUU, y no dudó en declarar independiente la “República de Bihac”; la Armija musulmana terminó expulsándole. Meses después Abdic volvería a conquistar el enclave, de la mano de una ofensiva del ¡Ejército serbo-bosnio!
Cuando la situación amenazaba con pudrirse y extenderse, los Gobiernos de la UE elaboraron un nuevo plan de paz en septiembre de 1993: el plan Owen-Stoltenberg, que es aceptado por Milosevic, aunque rechazado por los nacionalistas serbo-bosnios, envalentonados por sus triunfos en la guerra.

 

1994: intensificación de la intervención americana

 

Así las cosas, EEUU cogió de las orejas a musulmanes y croatas –enfrentados entre sí desde la primavera de 1993– y se los llevó a Washington para que firmaran un acuerdo y organizasen una Federación Croato-Musulmana (1 de marzo de 1994). En esto estuvo de acuerdo Alemania cuya única diferencia, a partir de ahora, con Estados Unidos será quién se convertirá en el principal protector de la Federación. Pero EEUU contaba con la ventaja de su enorme superioridad militar y su control de la OTAN.
En este momento crucial de la guerra, Washington consiguió las cartas decisivas de la partida. El comentarista estadounidense William Pfaff escribió en marzo del 94, en The International Herald Tribune: “Por fin Clinton consigue un éxito significativo. Las irrisorias conversaciones Owen-Stoltenberg han sido barridas por los diplomáticos americanos, que han subrayado así la desunión europea sobre la cuestión yugoslava y han demostrado el fracaso de la unificación europea en el plano político y en el de seguridad. Ha quedado probado que en tales materias Europa, sin los Estados Unidos, es prácticamente impotente. La lección más importante del último mes es la demostración de que Occidente es incapaz de actuar sin los Estados Unidos”. Análisis bastante significativo, que ratifica la estrategia norteamericana de dominar el mundo, evitando el surgimiento de poderes alternativos, tal y como afirmaba la declaración del Pentágono de marzo del 92.
Poco importaba si para llegar a estos objetivos propiciando un clima favorable a la Federación Croato-Musulmana, el imperialismo volvía a organizar una nueva masacre de civiles musulmanes en Sarajevo. A primeros de febrero del 94 una nueva matanza llena los telediarios y periódicos de todo el mundo, los diabólicos serbios han bombardeado el mercado de Sarajevo, causando decenas de muertos. Estas imágenes impactan a la opinión pública occidental. Antes de la masacre sólo un tercio de los americanos estaba a favor de una intervención militar USA, después el porcentaje sube al 50%. El 28 de febrero cazas F-16 de la OTAN bombardean posiciones serbias, lo que se repetirá durante el siguiente año y medio. Meses más tarde se hará público, por supuesto en pequeñas columnas en los periódicos, que el obús que había impactado en el mercado provenía de las filas del Ejército bosnio-musulmán, no de los serbios. Sin comentarios.
De la mano de Washington continuó la presión hacia los serbo-bosnios. La Armija continuó un rearme que le permitió empezar a tener éxitos. Esto provocó tensiones con Londres y París, temerosos de que las acciones del Ejército de la Federación Croato-Musulmana, asesorado por Estados Unidos, provocasen una escalada bélica que paguesen los soldados que tenían desplegados en la zona.

 

Hacia la paz de Dayton

 

Enero de 1995 comienza con el rechazo de Tudjman a prolongar el mandato de la FORPRONU (tropas de la ONU en Croacia y Bosnia). Ahora que sus tropas ya están bien armadas, estos observadores son un incordio. A primeros de abril se recrudecen los combates. En mayo, las fuerzas del Ejército de Croacia invaden Eslavonia Occidental, región de Croacia poblada por serbios que desde la guerra de 1991 estaba en manos de éstos. Una brutal operación de limpieza étnica que dejará miles de refugiados serbios y que no ocupó una sola línea en los medios de comunicación burgueses.
En cualquier caso los acontecimientos se precipitan; los serbios de Bosnia toman los enclaves musulmanes de Zepa y Srebrenica, teóricamente protegidos por la ONU; a los pocos días un nuevo accidente conmociona a la opinión pública occidental: el 27 de agosto se produce una nueva masacre en el mercado de Sarajevo. De nuevo, e inmediatamente, se hace responsable a los serbios. Este accidente da luz verde a la acción más devastadora de la OTAN en la guerra de Bosnia-Herzegovina. Al día siguiente 60 aviones bombardean posiciones serbias; el curso de la guerra va a cambiar rápidamente. También un mes después los expertos británicos reconocen que el obús del mercado provenía de las filas musulmanas.
Los bombardeos de la OTAN, además de debilitar a los serbios, trataban de demostrar la fortaleza estadounidense y apuntalar su control sobre los Balcanes. El experto Jonathan Eyal, del Royal United Services Institute, de Londres, lo resumía así: “Los aviones de la OTAN están encargados de destruir el sistema de defensa antiaérea integrada de los serbios de Bosnia (…) Una vez eliminado este sistema de defensa, la OTAN tendrá plena libertad para hacer lo que quiera en los Balcanes” (NCR Handelsband, 31 de agosto de 1995).

 

De la ‘limpieza étnica’ en Krajina a la paz de Dayton

 

El bombardeo de la OTAN dio a Tudjman luz verde para atacar la Krajina, territorio de Croacia mayoritariamente poblado por serbios y que al igual que Eslavonia había declarado su independencia de Croacia en 1991. El Ejército croata repitió a una escala mayor las atrocidades de Eslavonia Occidental. El 4 de agosto 100.000 soldados entran en acción y más de 150.000 serbios son obligados a abandonar una región que habitaron sus antepasados desde hacía siglos. Si monstruosas habían sido las limpiezas étnicas de las milicias chetniks en Bosnia o la propia Krajina, ésta no se quedaba atrás. En la retirada serbia no queda ni una casa que no fuese quemada.. Todo bajo la complicidad y asesoramiento de Occidente, al fin y al cabo Tudjman es un fiel aliado y cuando se trata de las atrocidades croatas ya no se habla de limpieza étnica, sino de guerras de liberación nacional.
Para entender el fulgurante éxito croata en reconquistar una región que durante cuatro años había permanecido independiente, debemos echar una ojeada a lo que estaba aconteciendo en Belgrado con el régimen de Milosevic. Durante la guerra en Bosnia-Herzegovina el gobierno de Milosevic continuó políticas privatizadoras que fundamentalmente beneficiaron a elementos de su ca-marilla. Desde mediados de 1992, Yugoslavia (Serbia y Montenegro) su-fría un embargo económico decretado por la ONU. Un embargo criminal que como siempre se cebó en los trabajadores y en los más débiles. En 1995 se calculaba que, por falta de medicinas y equipos adecuados, habían muerto más de 20.000 personas, la tasa de niños prematuros había aumentado un 8,4% y la mortalidad infantil se había multiplicado. Cada dos días durante 1993 se suicidaba un anciano en Belgrado, y mu-chos técnicos cualificados emigraban, con las consecuencias negativas para la economía serbia.
En el otro extremo toda una capa de nuevos hombres de negocios vinculados al mercado negro y la guerra se enriquecían y engrosaban la base de apoyo al régimen.
Llegados a 1995, el embargo y la guerra en Bosnia-Herzegovina se estaban convirtiendo en un engorro para Milosevic (hubo un punto en que la inflación era de un 6% a la hora).
Todo hace indicar que a cambio del levantamiento del embargo y del reconocimiento internacional de la nueva Yugoslavia, Milosevic abandonó la Krajina; posteriormente también devolvería la Eslavonia Oriental. La realidad es que el Ejército yugoslavo no intervino, dejando a la población serbia a merced de los croatas que se dieron un paseo.
Desde este momento Milosevic presionó a los serbo-bosnios para que acepten un acuerdo. Figuras como Karadzic (jefe de los sebo-bosnios), fortalecidos con la guerra, podían convertirse en futuros aspirantes a la poltrona de Milosevic en Belgrado.
No es casualidad que el hasta en-tonces demonizado Milosevic empezase a aparecer en la prensa occidental como un estadista de la paz. A pesar de toda su superioridad militar, el imperialismo estadounidense necesitaba echar mano de Milosevic para salir del atolladero en que se había metido. Una alianza temporal, nunca satisfactoria para Washington y Bonn, que seguirán aspirando a poner en Belgrado un títere fiel.
El cambio en la correlación de fuerzas provocado por los bombardeos de la OTAN envalentonó a la camarilla integrista de Sarajevo, que se lanzó a la ofensiva. Incluso tuvieron que ser refrenados por su amo americano. Si hubiesen tomado Banja-Luka (principal ciudad serbo-bosnia) podían haber hecho saltar por los aires los compromisos con Milosevic, que se hubiese visto forzado a intervenir. Además, el Ejército ruso veía cada vez más indignado el cambio en la correlación de fuerzas en Bosnia-Herzegovina, y no convenía poner en más dificultades internas a Yeltsin.

 

Dayton: la paz de los cementerios

 

Llegados a este punto, y con los serbo-bosnios en franca retirada, el imperialismo americano logró imponer su paz en la región, con los acuerdos de Dayton en diciembre de 1995.
Dichos acuerdos no diferían en lo sustancial de las propuestas europeas de años atrás, eran igual de reaccionarias y criminales, y daban el visto bueno a las purificaciones étnicas y a una Bosnia-Herzegovina dividida en líneas nacionales. La única diferencia con los planes anteriores era que el patrocinador, Estados Unidos, impo-nía un protectorado bajo el control de tropas de la OTAN, es decir, bajo su control. Afirmando su presencia militar en los Balcanes, recuperaba el terreno perdido frente a Alemania y aparecía como la única superpotencia con capacidad para solucionar los conflictos internacionales. No importaba que para ello la guerra se hubiese alargado dos años, con decenas de miles de muertos más.
Por supuesto que Rusia no vio con buenos ojos estos acuerdos y anunció que mandaría 20.000 soldados a la fuerza de paz que estipulaba Dayton. Sin embargo, su dependencia del FMI y su debilidad le llevó a tragar con los deseos del imperialismo americano, enviando finalmente apenas 2.000 soldados. Un proceso muy similar al vivido recientemente en Kosovo.
Hoy Bosnia-Herzegovina constituye un protectorado dirigido hasta hace poco por el socialdemócrata del PSOE Carlos Westendorp, que representaba los intereses de EEUU y Alemania (tenía un adjunto alemán y otro americano) y que se comportó como un auténtico señor feudal, poniendo o quitando primeros ministros en la zona serbia. Para esta dominación contó con un ejército de ocupación, en “misión humanitaria”, de 34.000 soldados y 1.700 policías. El banco central bosnio está controlado por el FMI y su gobernador no puede ser de la zona; Volkswagen y Siemens ya se han instalado para aprovecharse de los bajos salarios. El PIB de 1998 era la mitad del de antes de la guerra.
Los odios nacionales no han remitido, las elecciones de 1996 y de 1998 las ganaron fuerzas nacionalistas y se imparten clases en aulas étnicamente limpias. Antes de la guerra, en Sarajevo había un 30% de serbios y un 18% de croatas, hoy son un 16% y un 8% respectivamente. Finalmente, se calcula en 800.000 los desplazados de sus hogares que no han podido volver a ellos por encontrarse bajo control de otra nacionalidad.
En definitiva una paz temporal que anticipa futuros conflictos. Cuando en el reciente conflicto de Kosovo algunas fuerzas contrarias a la guerra reclamaban la intervención de la ONU y salidas diplomáticas, los marxistas explicamos por qué el imperialismo y sus instituciones no pueden ofrecer nada; lo máximo, acuerdos como el de Dayton. Es ridículo y maleduca a los trabajadores generar ilusiones en los bandidos imperialistas. No han arreglado nada y preparan catástrofes mayores en el futuro.
La guerra de Bosnia-Herzegovina es un ejemplo evidente. Sólo una política revolucionaria y socialista, de independencia de clase, denunciando a las distintas camarillas y defendiendo la unidad obrera y la Federación Socialista de los Balcanes, frente a los nacionalismos burgueses, podía acabar con la pesadilla de la guerra. Un programa así en Belgrado y Zagreb, o en la propia Bosnia, podía haber cambiado las cosas.

 

Tras la frágil paz el humo chovinista se va disipando

 

A pesar del atroz acuerdo de Dayton, el final de la guerra suponía una tregua en la espiral de odio y veneno chovinista que había asolado Yugos-lavia en los cuatro años anteriores.
Mientras continuaba la guerra Mi-losevic, Tudjman e Izetbegovic podían mantener su control del poder jugando la baza del nacionalismo, apoyándose en los elementos chovinistas más depravados y reaccionarios.
En Yugoslavia (Serbia y Montene-gro) el levantamiento parcial de las sanciones económicas supuso un ligerísimo respiro para una economía hundida. Milosevic había seguido su política de restauración del capitalismo. Entre 1994 y 1996 más de mil empresas fueron privatizadas, con tremendas consecuencias sociales: caída real de un 3% en los salarios durante 1996, ingreso per capita por debajo de los países más pobres de Europa (Rumanía, Bulgaria), irregularidad en el pago de pensiones, más de un cuarto de la población por debajo del umbral de la pobreza, un 60% con ingresos muy bajos y el 15% restante nuevos (e inmensamente) ricos.
Sin la atadura de la guerra, hubo un cierto renacer de las luchas obreras, con huelgas en la sanidad, fábricas de tractores y los tribunales de justicia. La huelga más dura fue en la fábrica de armas Zastava, en Kragu-jevac, donde se corearon consignas como “nosotros somos Zastava”, “ la fabrica es nuestra”…, que reflejaban el rechazo del movimiento obrero serbio a las privatizaciones.
También en Croacia, con el fin de la guerra, la niebla del chovinismo se fue despejando ante la vista de los trabajadores; hubo huelgas entre los ferroviarios, que pedían un aumento salarial del 58% y denunciaban que el Gobierno había “devastado la educación, ciencia y cultura croatas”. En noviembre del 96 hubo un mítin de 15.000 pensionistas en demanda del aumento de sus pagas. Y también hubo protestas importantes por la política autoritaria de Tudjman, que cerró varios medios de comunicación. Incluso en Bosnia hubo algunas huelgas, en empresas de construcción y minería.
Todo esto tuvo su reflejo en movimientos en la cúpula. Milosevic se distanció parcialmente de los ultranacionalistas, incorporando al Gobierno a Izquierda Unida Yugoslava, el partido de su mujer, pero la situación de descontento se extendió y dio origen a las movilizaciones de diciembre del 96, tras el fraude electoral en beneficio de Milosevic en las elecciones municipales del 20 de noviembre.
Los marxistas estamos por el derrocamiento revolucionario de la camarilla de Milosevic, pero sin embargo denunciamos el verdadero carácter de esas movilizaciones, que se convirtieron en un instrumento de los sectores más abiertamente procapitalistas y más conectados con el imperialismo. Los dirigentes de aquella protesta, los mismos que hoy vuelven a encabezar el movimiento antiMilosevic, eran políticos abiertamente burgueses y prooccidentales, como Vuk Draskovic, Zoran Djindjic o Dragan Djilas. Gente que años atrás y en otro ambiente social habían defendido abiertamente a los chetniks extremistas en Bosnia.
Sin un partido revolucionario de masas presente en la situación el vacío lo llenaron elementos reaccionarios, llevando tras de sí a sectores de las capas medias con un programa procapitalista bajo el disfraz de la defensa de la “democracia”, y uniendo también a los monárquicos, la Iglesia Ortodoxa, etc. El propio The Economist reconocía esta situación: “Una de las debilidades del movimiento de protesta es que se compone en gran medida de gente como el señor Djilas. La mayoría de los serbios rurales todavía apoyan a Milosevic, y la mayor parte de los trabajadores de cuello azul, aunque descontentos, están poco dispuestos a desafiarle abiertamente por miedo a perder sus empleos o a sumir el país en el caos” (14-XII-96). Así, y a pesar del apoyo occidental al movimiento, éste se diluyó, y varios de sus dirigentes, como Draskovic, acabarían entrando en Gobiernos con Milosevic.
Una genuina organización marxista en Serbia hubiese defendido una posición de independencia de clase. A la vez que lucharía por todas las reivindicaciones democráticas progresistas, las vincularía a la elección de comités obreros en los centros de trabajo, extendiéndolos a otros sectores como estudiantes, amas de casa o soldados, y plantearía la lucha contra la privatización, contra la restauración del capitalismo y por una genuina democracia obrera. En definitiva, la lucha por el socialismo.

 

Milosevic ‘versus’ imperialismo: las contradicciones no acaban en Dayton

 

El movimiento de diciembre de 1996 fue incapaz de derrocar a Milosevic que, aunque renunció a la presidencia serbia, pasó a asumir la de Yugoslavia en julio del 97. Este fracaso permitió que incluso los sectores más abiertamente reaccionarios, como el fascista Partido Radical de Vojislav Seselj, tuviesen eco entre la población. De hecho, en las elecciones a la presidencia serbia en diciembre de 1997, Seselj estuvo a punto de ganar a Milan Milutinovic, el candidato de Milosevic. En cualquier caso la nota destacada fue la pobre participación de una población desengañada con sus gobernantes y la oposición.
Las diferencias entre Milosevic y sus opositores no están en marchar hacia el capitalismo, sino en quién y cómo se repartirá el botín. Los planes de Milosevic en este proceso chocan con los intereses del imperialismo occidental. Hoy Serbia es el único país de todos los Balcanes donde el capitalismo occidental apenas ha penetrado, y los vínculos de Serbia con Rusia son evidentes.
No sólo en este terreno existe una contradicción entre Milosevic y el imperialismo. Otro factor que  lleva al enfrentamiento es el temor del imperialismo a procesos que conduzcan a una mayor desetabilización de los Balcanes. Con el cruce de intereses enfrentados en esta zona entre países hoy aliados, el estallido de situaciones de fragilidad como la de Macedonia (con una minoría albanesa cercana a el 25%) podría llevar a graves dificultades en el mantenimiento de la actual política de alianzas a escala mundial. Por eso el carácter del régimen de Milosevic sigue siendo un incordio. Un régimen bonapartista habituado a maniobras entre las diferentes clases y grupos de presión y que todavía hoy sigue jugando una baza muy delicada: el nacionalismo panserbio. Esto le lleva a tener que formar Gobiernos como el actual, con el fascista Seselj (lo cual tiene su propia dinámica, como veremos en el caso de Kosovo) y a convertirse en un factor incontrolado para los planes occidentales en los Balcanes que siguen pasando por su penetración militar en la zona para garantizar intereses estratégicos y económicos ya analizados. De hecho la necesidad de esa presencia se acentuó con el movimiento de la primavera de 1997 en Albania.
En otras publicaciones de la Fundación hemos analizado el maravilloso movimiento de obreros, campesinos y soldados que, tras el fraude del capitalismo mafioso en Albania, llevó al derrocamiento del presidente Sali Berisha y, mucho más allá de ello, a la descomposición del aparato del Estado burgués albanés, en unos pocos días. Aquí no tenemos espacio para describirlo, baste con señalar que pese a las calumnias e intoxicaciones de la prensa occidental, en Albania se produjo una genuina revolución. Las escenas de soldados pasándose a los sublevados, la organización de todo tipo de comités asamblearios para dirigir la situación, no pueden llamarse de otra manera.
El imperialismo miró el movimiento aterrorizado, aunque finalmente, ante la falta de una dirección revolucionaria consecuente, el movimiento cayó en manos de los ex estalinistas del Partido Socialista, que no dudaron en acabar con él, recomponiendo el Estado burgués y el capitalismo de la mano de las tropas occidentales (una vez más en curiosa “misión humanitaria”). Albania fue el primer aviso y los imperialistas saben que sus draconianas recetas económicas pueden provocar situaciones similares en países más grandes y con una clase obrera más fuerte. Por eso necesitan controlar férreamente una zona explosiva como los Balcanes, convertiendo Albania y Macedonía en una base militar americana.

 

Kosovo. Los orígenes del conflicto

 

Kosovo fue ocupado por los italianos y entregado a su régimen títere en Albania durante la II Guerra Mundial. Con la liberación  volvería al seno de Yugoslavia, como parte de Serbia, sin embargo, hasta bien entrados los sesenta la política del régimen estalinista se basó en continuos abusos y en un desprecio a la cuestión nacional albanesa. En 1953, los serbios de Kosovo representaban el 22% de la población pero ocupaban el 70% de los cargos administrativos. A partir de 1966 se hicieron públicos estos abusos y renació el movimiento de la mayoría albanesa en la región, por sus justas reivindicaciones nacionales.
A finales de 1968 se celebraron varias manifestaciones en Kosovo y en zonas de Macedonia pobladas por albaneses, exigiendo que Kosovo fuese reconocida como una república dentro de Yugoslavia en pie de igualdad con el resto. Tito accedió a buena parte de las demandas, se promulgó una especie de Constitución propia, un Tribunal Supremo, una Academia de Ciencias, una televisión autónoma, una universidad propia, y se permitió usar su bandera junto a la yugoslava. Finalmente se le reconoció el rango de provincia autónoma dentro de Serbia. No se le concedió el de República por presiones serbias (los serbios siempre han visto Kosovo como la cuna de la patria) y por el temor a provocar conflictos en Macedonia, habitada en un 20% por albaneses.
Sin embargo, el problema sólo quedó parcialmente resuelto. Con la crisis económica las regiones más pobres sufrieron duramente, y Kosovo era una de ellas. En 1980 un trabajador cobraba en Kosovo una media de 180 dólares al mes, frente a los 235 de media en Yugoslavia, o a los 280 en Eslovenia. Esta situación llevó a que tras la muerte de Tito en 1980 se produjesen importantes revueltas que fueron duramente reprimidas. De 1981 a 1989 el paro pasó de un 25% ¡a un 57%! Esto también provocó un importante flujo migratorio, tanto de población serbia como albanesa,  que disminuyó proporcionalmente la presencia serbia.
Desde mediados de los ochenta el nacionalismo panserbio irá cobrando fuerza y uno de sus ejes será la denuncia de una supuesta conspiración anti-serbia con sede en Kosovo. Empezó a aumentar la histeria con respecto a supuestas violaciones masivas y asesinatos de serbios y a la cabeza de este clima se colocó la Iglesia Ortodoxa Serbia, con intereses materiales en la zona, y que hoy tanto critica a Milosevic tras la guerra, cuando su política ayudó a regar con gasolina toda la región.
Todo este clima lo aprovechó un burócrata sin escrúpulos como  Milo-sevic para llegar al poder subido encima del caballo del nacionalismo serbio. En abril de 1987 irrumpió ante las masas con un discurso trufado de “tierras ancestrales”, del “orgulloso espíritu guerrero de los antepasados” y de la “misión de los descendientes”, acabando con un “nadie tocará a los serbios de Kosovo”. Bestialidades así las repitió continuamente en los siguientes años, combinándolo con un aumento brutal de la represión. Entre 1981 y 1988 se registraron 580.000 acciones de la policía contra “delitos” por problemas relacionados con el nacionalismo albanés. Toda esta orgía chovinista condujo en marzo de 1989 a la supresión de la autonomía de Voivodina (región serbia con importante minoría húngara) y de la de Kosovo.

 

De la supresión de la autonomía al inicio de la guerra

 

Desde este momento la represión contra la mayoría albanesa se multiplicó. En las manifestaciones contra la supresión de la autonomía fueron asesinados decenas de manifestantes, y nuevas movilizaciones fueron duramente reprimidas en marzo y abril de 1990. Se tendió a invertir en las zonas donde los serbios tenían mayor presencia y se anularon las ventas de propiedades a albaneses por parte de serbios emigrados. También se clausuró la Academia de las Artes y las Ciencias, y se despidió y marginó a los trabajadores albaneses en la Administración pública.
En 1994, 15.000 albaneses fueron detenidos mediante un procedimiento que permitía su estancia en prisión tres días sin ninguna garan-tía. Para ese año la mayoría de los jueces y fiscales albanokosovares habían sido ya reemplazados por serbios. En las clases de Historia las partes relacionadas con Kosovo y Albania fueron suprimidas y poco a poco el albanés empiezó a considerarse lengua extranjera en su propia tierra: los espacios en albanés en televisión se reducen a 30 minutos al día, una mera traducción de los noticiarios en serbocroata.También se intentó, aunque sin éxito, por la po-breza de la zona, atraer a los refugiados serbios de Krajina y Bosnia, con el fin de cambiar la composición demográfica de Kosovo. Todo esto, en el contexto de una profunda crisis económica y en pleno embargo internacional, era una bomba de relojería condenada a estallar.
La respuesta albanesa fue organizar una red alternativa de escuelas y universidad, y también una red sanitaria propia. la Liga Democrática de Kosovo (LDK), de Ibrahim Rugova llevó la dirección del movimiento de resistencia, proclamando una nueva Constitución y un Parlamento clandestino, organizando  elecciones en 1992 y 1998 y un referéndum en septiembre de 1991, donde los albaneses apoyaron masivamente la independencia. Sin embargo la LDK y  Rugova no fueron capaces de dirigir con éxito el movimiento.
El movimiento estaba dirigido por pequeñoburgueses que, lejos de depositar su confianza en estrechar lazos con los trabajadores serbios, con un programa revolucionario para derrocar a Milosevic, buscaban el apoyo del imperialismo occidental. Así, la fuerza de las movilizaciones de masas que los albaneses organizaron en Kosovo en 1997 y en la primavera de 1998 se perdió, fruto de la nefasta política de sus dirigentes.

Por supuesto que los marxistas estamos contra la opresión nacional de los albaneses de Kosovo, pero la cuestión es cómo llevar con éxito esa lucha. La clave pasaba por orientar las movilizaciones hacia la clase obrera serbia, por explicar que la represión en Kosovo tenía las mismas causas que el empobrecimiento de los trabajadores en Serbia; la política de Milosevic. Así mismo se trataba de no sembrar ninguna ilusión en el papel que la ONU, la Unión Europea o los Estados Unidos podían jugar en el proceso; esto era un crimen. El imperialismo sólo utilizaba a los albaneses de Kosovo como un peón más en su estrategia en los Balcanes. Vincularse al imperialismo enajenaba al movimiento albanokosovar del apoyo de los trabajadores serbios, que tenían la experiencia de las bondades occidentales en forma de un embargo económico genocida que duró cuatro años.
Un programa revolucionario en el movimiento albanés hubiese tenido un efecto en toda Serbia, cambiando la situación. El cretinismo pequeñoburgués del procapitalista Rugova y sus colaboradores les llevó a echarse en brazos de los bandidos imperialistas, cegando de ese modo cualquier posibilidad de una auténtica liberación nacional, que sólo podía venir de la lucha unida con la clase obrera serbia por una Federación Socialista Democrática.
La política de Rugova, consistente en eternas negociaciones sin resultados con Milosevic y su camarilla llevó a que todo un sector de la población, especialmente jóvenes desesperados, saltasen de la sartén al fuego y apoyasen al Ejército de Liberación de Kosovo (ELK). Éste optó por el desprecio a las movilizaciones de masas, y por el uso del terrorismo individual buscando la internacionalización del conflicto. Armado por sus padrinos occidentales, por las armas procedentes de la revolución albanesa derrotada y por la emigración en Alemania y el tráfico de drogas, sus campañas van a ayudar a pudrir más la situación.
Cada atentado contra policías serbios (y no sólo policías, también se dedicaron a la tarea de poner bombas en los campos de los refugiados serbios llegados de Krajina y Bosnia) va a ser un golpe contra la causa albanesa. Estos métodos, unidos a una política estrechamente nacionalista y procapitalista fueron utilizados por Milosevic para justificar sus atrocidades ante su propia población. De nuevo el veneno del chovinismo serbio pudo penetrar en una población resentida por el embargo y las derrotas en Bosnia y Krajina. Una encuesta realizada en Serbia a finales de 1997 expresaba que los que defen-dían conceder más autonomía a Kosovo estaban en minoría (27%) con respecto a los que apostaban por aumentar la represión e incluso expulsar a los albaneses (42%). Las políticas de Rugova y del ELK nada ayudaron a cambiar esta situación.
Milosevic, lejos de hacer concesiones, continuó  basándose en la represión. Por un lado le hubiese gustado hacerlas para evitar un nuevo enfrentamiento con Occidente, pero una vez subido en el discurso chovinista y con Seselj –fortalecido tras las elecciones de diciembre– en el Gobierno hacer concesiones podía servir de base a una campaña demagógica de los ultranacionalistas que le costase el puesto. El bonapartismo de Milosevic tiene su propia dinámica interna y ayudó a profundizar el conflicto.

 

La intervención imperialista

 

Las campañas del ELK en 1998 llevaron a una escalada bélica, colocando la región al borde de la guerra. La entrada de más tropas del Ejército Yugoslavo condujó a la guerrilla de retroceso en retroceso.
La alarma del imperialismo nada tenía  que ver con su interés por la situación de la población albanokosovar. La situación en Kosovo amenazaba con incendiar toda la región. En Macedonia la población albanesa se agitaba, mientras en Albania el mafioso Berisha, depuesto por la revolución de 1997, empezaba a atizar la idea de la Gran Albania y de apoyar al ELK como forma de aumentar su influencia. La desestabilización en Macedonia podría arrastrar a un enfrentamiento entre Bulgaria, Grecia y Turquía.
Después de múltiples amenazas a Milosevic sin aparente resultado, el prestigio del imperialismo, especialmente del americano, estaba en juego. Y cuando hablamos de su prestigio hablamos de su papel como única superpotencia mundial. Así pues los Estados Uni-dos pasaron de las palabras a los hechos y, guiados por la tesis de la belicosa Madeleine Albright, la apuesta va a ser dar una lección al díscolo Milosevic, tratando de minar su posición –en busca de algún títere fiel–, y convertir Kosovo en un protectorado bajo la bota militar de la OTAN. Una vez más la excusa será el sufrimiento de un pueblo. Cínicamente, la mayor fuerza contrarrevolucionaria del planeta se convertía en el paladín de la causa de los oprimidos.
Para justificar ante el mundo la guerra, una avalancha de desinformación, mentiras y medias verdades inundarán nuestros aparatos de televisión. Un papel destacado en tratar de engañar a la población lo van a tener los dirigentes socialistas en Gran Bretaña, España, Francia o Alemania. En este terreno es donde mejor se aprecia el auténtico significado de las “terceras vías”: supeditación total al imperialismo americano y cínicos aplausos a su carnicería, igual que la socialdemocracia en 1914. Al coro de los voceros prointervención se sumaron los verdes en Alemania y Francia. El apoyo de destacados dirigentes de izquierda será una de las mejores bazas con la que cuenten los partidarios de declarar la guerra a Yugoslavia. La izquierda reformista que se opuso a la carnicería no fue capaz de contestar y anular los argumentos de la socialdemocracia, quedándose en reclamar la intervención de la ONU y salidas diplomáticas; parece que la experiencia de Bosnia-Herzegovina no les ha servido de nada.
Para justificar la intervención, el imperialismo impuso en las negociaciones entre Serbia, por un lado, y Rugova y el ELK, por otro, en la ciudad francesa de Rambouillet, unas cláusulas imposibles de asumir por cualquier Estado soberano: la OTAN podría circular por toda Yugoslavia siendo inmune a la legislación yugoslava, tendría derecho a utilizar todos los servicios de telecomunicaciones, tendría también el derecho a disparar a cualquier avión en Serbia incluso 25 kilómetros fuera de Kosovo, etc. Si Milosevic hubiese aceptado esto se habría suicidado ante los ultranacionalistas. Era una provocación consciente para hacer ver al mundo que el culpable de la guerra era Serbia por su intransigencia. Por supuesto estas cláusulas fueron convenientemente escamoteadas de los telediarios y medios de comunicación de masas en Occidente.
Uno de los hechos más repugnantes de la guerra fue la utilización demagógica del problema de los refugiados. No cabe duda que la actuación de los paramilitares serbios provocó el desplazamiento de miles de albanokosovares, que su-frieron una feroz represión. Sin embargo, el grueso de los cientos de miles de personas que tuvieron que abandonar sus pueblos y casas lo hicieron después de los atroces bombardeos de la OTAN. Estos refugiados fueron tratados como animales en los campos de Albania y Macedonia ante la pasividad de los imperialistas que, por supuesto, se negaron a recibirlos en sus propios países. Los albanokosovares fueron utilizados como carne de cañon en la maquinaria de propaganda bélica de las potencias occidentales.
No cabe duda que la prepotencia del imperialismo le llevó a pensar que con unos pocos bombardeos obligaría a Milosevic a ceder y a aceptar tropas de la OTAN en Kosovo. De hecho aparecieron informes de la CIA quejándose de la falta de previsión de Albright, que no tenía pensado nada frente a la reacción serbia.
Sin embargo, la resistencia militar serbia y la oposición de la población frustró los planes de un triunfo rápido de la OTAN. Esto provocó un nuevo giro en la estrategia imperialista, empeñados ya en reducir a cenizas las infraestructuras económicas del país. A partir de ese momento los bombardeos van a adquirir un carácter más brutal. No ya contra objetivos militares, sino centrados en destrozar la frágil economía yugoslava, garantizando que este país fuese devuelto a la Edad de Piedra y que, terminase como terminase el conflicto, mantuviese una situación de debilidad y crisis permanente.
Lo que había en juego era mucho: la correlación de fuerzas a nivel mundial, el control de una zona vital y el cerco a Rusia. Durante el conflicto, aparecieron unas revelaciones de un alto funcionario alemán que aclaraba las auténticas aspiraciones del imperialismo y su implicación en la organización del ELK. Este funcionario (con acceso a lo que la prensa nos niega) escribía: “La razón de esta acción [la guerra] es el miedo de Estados Unidos y Alemania a una alianza de Rusia y otros Estados de la CEI (Comunidad de Estados Indepen-dientes [organización que engloba a todos los países de la ex URSS menos los bálticos]) con Yugoslavia en el caso de que Yeltsin sea reemplazado por fuerzas comunistas o nacionalistas”. La agencia de análisis internacional Stratfor Incorporated también señala: “Lo que se encuentra en sus mentes [por Clinton y Blair] no es el tema de Kosovo. No es el humanitarismo (…). Son los estúpidos rusos, es China y el balance global de fuerzas”.
Los bombardeos continuaron bárbaramente durante 78 días, sembrando el caos y la destrucción, tanto en Kosovo como en el resto de Yugoslavia. Las bombas apenas dañaron al Ejército Yugoslavo, como ya ha reconocido la OTAN, pero sí arrasaron el país. Se calculan pérdidas por valor de más de 10 billones de pesetas, 500.000 nuevos parados, daños medioambientales durante décadas… El piloto español Adolfo Luis Martín de la Hoz, partícipe de los bombardeos, declaraba al semanario Artículo 20: “No hay periodista que tenga la menor idea de lo que sucede en Yugoslavia. Destruyen el país bombardeándolo con armas nuevas, gases tóxicos de nervio, minas de superficie soltadas en paracaídas, bombas que contienen uranio, napalm negro, químicas de esterilización, fumigaciones para envenenar las cosechas y armas de las cuales todavía no sabemos nada. Los norteamericanos están cometiendo una de las barbaridades más grandes que se pueden cometer contra la humanidad”. Por supuesto todo esto para regocijo de las multinacionales de armamento, que vieron cómo se disparaba el valor de sus acciones.

 

El desenlace del conflicto. La capitulación de Milosevic

 

A pesar de toda su propaganda, el imperialismo veía con pavor cómo se complicaba el conflicto. Según avanzaban los días, la oposición a las bombas crecía en países como Grecia e Italia. En el primero la oposición era masiva, el sindicato de transporte declara que en caso de intervención terrestre convocará huelga para impedir los movimientos de tropas. En Italia el Gobierno sufre una grave crisis que, de haber continuado la guerra, podía haber llevado a su ruptura. En los propios EEUU la popularidad de Clinton baja y la oposición a una invasión por tierra crece. El impasse de la situación, tras dos meses de bombardeos, provoca grietas en los aliados. Este estado de cosas no se podía mantener eternamente; todo un sector de la burguesía imperialista va apostando decididamente por la necesidad de una invasión terrestre. Otro sector no lo ve tan claro, el síndrome Vietnam sigue pesando mucho y los imperialistas no las tienen todas consigo. Reciente-mente el general Wesley  Clark, jefe de la intervención de la OTAN, fue apartado de sus responsabilidades, en lo que se entiende como una venganza de los sectores que no apoyaban una invasión y que le han acusado de jugar a político, de hablar por boca de Clinton y de no ceñirse a la doctrina “Powell”, de no intervenir con tropas de tierra sino se está claramente convencido de ganar.
En cualquier caso Milosevic se veía ante el abismo de una posible invasión terrestre y de más bombardeos, que progresivamente iban minando la moral de la población. Duramente presionado por Rusia, aceptó buena parte de las condiciones del imperialismo.
Para entender esta marcha atrás hay que recordar el carácter chovinista y procapitalista del régimen de Milosevic; un régimen bonapartista preocupado de mantener el control de la sociedad en manos de la camarilla que le rodea. Con esta política difícilmente se puede hacer frente al imperialismo en la actual situación mundial.
La única baza para derrotar al imperialismo era una política basada en ganarse a la clase obrera de los países agresores, que era quien con sus movilizaciones podía frenar los bombardeos. Para que el pueblo yugoslavo resistiese la posibilidad de una invasión y la continuación de los bombardeos tenía que ser por una causa y un programa que mereciese la pena. Aunque los bombardeos unificasen en un primer momento a la población en torno a Milosevic, otra cosa distinta es estar dispuesto a dar la vida por mantener una política de represión sobre la población albanesa de Kosovo, en nombre de la defensa de la Gran Serbia y en beneficio de una camarilla mafiosa. Ese discurso pudo valer hace diez años, pero tras la derrota en dos guerras y el empeoramiento de la situación económica parece difícil ilusionar a nadie con un programa nacionalista.
Claro que al imperialismo se le puede derrotar, ¿acaso no lo hicieron los partisanos en los años cuarenta, o los trabajadores y campesinos vietnamitas en los sesenta o la Rusia aislada de Lenin y Trotsky en 1917-1920? Pero para ello hay que adoptar una política revolucionaria, que haga explotar las contradicciones interimperialistas, algo absolutamente alejado de los intereses de Milosevic que, ante el riesgo de perder su poltrona (su principal preocupación), y presionado por Yeltsin, que le hizo ver que en caso de invasión no le apoyaría, cedió en lo fundamental.

 

El papel de Rusia

 

En este comportamiento Rusia jugó un papel decisivo. La situación en este país está llena de contradicciones. Tras el fracaso rotundo y palpable de las reformas procapitalistas, la situación está llegando a un punto límite. Pasar de ser una superpotencia a un país dependiente de los préstamos del FMI y tragarse sapos como los bombardeos USA en Irak, la ampliación de la OTAN en el este de Europa…, están provocando un gran malestar en el ejército y la sociedad.
Desde el inicio del conflicto asistimos a una oposición de más del 90% de la población a los bombardeos. A Yeltsin no le quedó más remedio que aparecer formalmente enfrentado a Occidente.
Más allá de gestos para la galería y para el consumo interno (declarar que los misiles rusos apuntaban países de la OTAN…) lo que movió al gobierno procapitalista ruso fue el intento de acabar lo más rápidamente posible con una guerra que, en función de su evolución, podía costarle el puesto a Yeltsin e incluso un golpe de Estado.
El gobierno ruso se ha movido en la contradicción de tener que oponerse formalmente a la OTAN, a la vez que su futuro político dependía de las limosnas del FMI. Finalmente esta última consideración pesó mucho. No es casualidad que el encargado de las negociaciones fue-se Cherdomirdin, máximo exponente del sector promercado y hombre de confianza de Yeltsin.
Rusia presionó duramente a Milosevic para que aceptase las condiciones discutidas en el G-8. Éstas le permitían salvar la cara en el parlamento yugoslavo. Formalmente mantiene la soberanía sobre Ko-sovo, el apartado de que las tropas OTAN puedan pasar por toda Yugoslavia desaparece, se habla de desmilitarización del ELK y la intervención será bajo bandera de la ONU. Sin embargo la realidad es que la mayoría abrumadora del contingente es de países de la OTAN que tendrá el mando de las operaciones, y sobre Kosovo se impone un protectorado del imperialismo. Lo que éste buscaba.
Inmediatamente después del acuerdo se produjo un hecho que señala claramente las contradicciones en las que se mueve Rusia y es un claro aviso para el futuro.
Ante la negativa de la OTAN de dar una zona de Kosovo a Rusia, el ejército ruso desplegado en Bosnia entró inmediatamente en Pristina. Lo cierto es que esta acción entraba en contradicción con las afirmaciones del Gobierno ruso de aceptar el plan de paz presentado por la OTAN y era una señal inequívoca de la debilidad de su posición interna. El incidente en sí refleja la inestabilidad de la situación y cómo un cambio de gobierno en Rusia podría modificar la correlación de fuerzas a escala mundial.
Finalmente en la última cumbre del G-8 y a cambio de promesas sobre su deuda externa, Rusia accedió a no tener una zona bajo su control y apenas enviará 3.000 soldados, aunque continúa el tira y afloja sobre el papel de Rusia en la administración del protectorado.

 

La posguerra en Kosovo: de la sartén al fuego

 

Más allá del humo y de las mentiras de la propaganda burguesa el imperialismo no ha resuelto nada en los Balcanes. Bien es cierto que profundiza su presencia militar en la zona y que se hace con el control de Kosovo, pero eso sólo es un parche temporal, que anticipa futuros conflictos.
Uno de los primeros problemas se les puede presentar en la propia Kosovo. Los albaneses de allí no han ganado nada en esta guerra. Los bombardeos y la guerra sólo han traído más odio entre ellos y el pueblo serbio, sólo sirvieron para provocar un éxodo inmenso y han arrasado cualquier asomo de civilización. Muchos desplazados no volverán nunca a sus antiguos hogares y lo que se están encontrando es una tierra dominada por 50.000 soldados extranjeros que ridiculiza cualquier aspiración de libertad nacional. De hecho la nueva moneda oficial es ¡el marco alemán! En realidad es una dictadura del imperialismo, que ya anticipaba el virrey de Bosnia Carlos Westendorp en una entrevista a El País el 9 de mayo: “En Bosnia no controlamos ni a los jueces, ni a la policía, ni al Ejército. En Kosovo no podemos cometer este error; habría que tenerlo todo controlado y la única manera es creando un protectorado internacional de verdad”. Más valdría que este cínico representante de los intereses imperialistas explicase el informe aparecido en agosto pasado, que acusa a los líderes bosnios de su protectorado de robar 160.000 millones de pesetas de los fondos de ayuda.
Kosovo hoy no es más libre. Ha cambiado la opresión del nacionalismo reaccionario serbio por un protectorado imperialista que nos devuelve al siglo XIX. ¡Qué inconsecuentes suenan ya aquellas consignas de “la solución, la autodeterminación”. No basta con defender el derecho de autodeterminación en abstracto; esto, sin más, en plena guerra de la OTAN por el control de Yugoslavia, es hacerle el juego a los imperialistas.
Ese derecho sólo podía ser ejercido consecuentemente en Kosovo luchando por las condiciones políticas que lo hicieran posible en la práctica. Luchando contra la dominación imperialista, de una forma unida, serbios y albaneses, llamando a la vez a derrocar a Milosevic y a defender una sociedad genuinamente socialista, donde cada pueblo decida libremente sus vínculos con los demás. Sólo vinculando la liberación nacional con la lucha por la liberación social la primera tiene algún sentido en los Balcanes. Todo lo demás son gritos y consignas vacías. Ya hemos visto lo que pueden dar de sí las soluciones realistas basadas en la ONU: una nueva y salvaje limpieza étnica, amparada por la OTAN y la ONU contra la minoría serbokosovar; más de 170.000 serbokosovares (de una población total de 200.000) obligados a abandonar sus hogares en el lapso de un mes ante la complacencia occidental. ¿Dónde está hoy la ayuda humanitaria a estas gentes, dónde están las ONGs? Es la vieja historia, un pueblo oprimido, apoyándose en el imperialismo, puede convertirse rápidamente en un pueblo opresor.
Los intereses mezquinos de la mafia del ELK, interesada en purificar étnicamente Kosovo, para saquear, robar e imponer su control, han sido amparados por la OTAN. Los atentados y el terror contra la población serbia se han multiplicado; algunos de sus jefes tenían experiencia. Agim Ceku, líder militar del ELK, estuvo presente en la limpieza de Krajina de 1995. Por este camino jamás el pueblo albanés conseguirá su liberación nacional.
Hoy a los imperialistas no les interesa hablar de modificar fronteras. En un primer momento jugarán con las ilusiones de la gente, y podrán ir controlando la situación. Los “independentistas” del ELK se iran intengrando en la Administración y la policía de la región, corrompidos por cargos que les permitirán enriquecerse. Sin embargo las ilusiones irán desapareciendo con el tiempo y contradicciones entre la población albanesa y sus teóricos liberadores son probables. El 4 de septiembre pasado se hacía público que la mitad de los fármacos enviados allí por la ayuda humanitaria son inservibles, con cosas así las ilusiones desaparecerán pronto.

 

Perspectivas: nuevos conflictos inevitables

 

No hay posibilidad de estabilización de los Balcanes bajo el capitalismo. La guerra ha traído más complicaciones económicas a los países de la cuenca del Danubio; Ahora los imperialistas anuncian demagógicamente planes Marshall, que no se pueden permitir. Lo único que habrá será suculentos negocios para unas cuantas multinacionales.
En la explosiva Macedonia han generado más inestabilidad. Durante la guerra las tensiones entre eslavos y albaneses fueron muy fuertes. Hoy, con la llegada de miles de refugiados de Kosovo que se han instalado allí, y una situación de colapso económico, los recelos están aumentando. Caldo de cultivo para más propaganda chovinista.
En Yugoslavia, el imperialismo ha debilitado a Milosevic, pero no ha terminado con él. Su estrategia ahora es apoyar a la oposición –dividida y con programas a cual más reaccionario– con la promesa de futuras ayudas, pero no está claro que ésta pueda acabar con Milosevic.
El imperialismo juega con fuego. Montenegro tiene 650.000 habitantes; un 9% es serbio, pero muchos montenegrinos se consideran también serbios. Un 20% son albaneses y eslavos musulmanes. El Gobierno de Djukanovic ha apoyado a la OTAN, buscando apoyos económicos, pero no ha reflejado el sentir de la población. Djukanovic ha propuesto transformar la Federación yugoslava en una Comunidad de Estados Independientes, donde Montenegro tendría una moneda propia vinculada al marco, y ha anunciado que si Milosevic no acepta convocará un referéndum para la independencia. De momento el imperialismo no parece jugar esta baza por miedo a las repercusiones y trata de evitarlo, levantando en Montenegro el em-bargo que pesa sobre Serbia. Con la división actual en Montenegro ese referéndum sería un crimen como el de Bosnia, no tendría nada que ver con la autodeterminación de los pueblos.
La respuesta de Milosevic ha sido bloquear Montenegro y no permitir el paso a ciertas mercancías procedentes de Serbia. No sería descartable que, si Milosevic se ve muy presionado por la oposición interna, buscase una huida hacia adelante en forma de conflicto con Montenegro.
La evolución de este conflicto, así como el futuro estatuto de Kosovo o un posible nuevo cambio de fronteras, va a estar muy vinculado a lo que suceda en Belgrado, a si el imperialismo USA logra controlar la única ficha que todavía se le resiste.

Capitalismo es guerra. Socialismo o barbarie

Capitalismo significa guerra, no es ninguna casualidad que en menos de un año la maquinaria de destrucción americana haya bombardeado Sudán, Afganistán, Irak y Yugos-lavia. El 26 de febrero Bill Clinton afirmaba: “es fácil decir que no nos preocupemos de quién vive en tal o cual valle de Bosnia, es propietario de tal parque de la selva en el cuerno de África o de una parcela árida de tierra en las riberas del Jordán. Pero lo que cuenta para nosotros no es que esos países estén alejados, o sean minúsculos, o su nombre parezca difícil de pronunciar. La cuestión que debemos plantearnos es la de conocer las consecuencias que pueden tener para nuestra seguridad el hecho de dejar que los conflictos se envenenen o se propaguen. No podemos, no debemos, hacer todo y en todas partes. Pero cuando están en juego nuestros valores e intereses, y cuando podemos actuar, debemos estar preparados para ello”.
Es la vuelta a la diplomacia de las cañoneras, al intervencionismo militar directo para dominar el mundo. En realidad esto les genera nuevas contradicciones. Su papel les obliga a actuar como único gendarme mundial para reforzar a un decadente economía capitalista. El resultado es un despilfarro financiero y nuevas contradicciones. No hay salida bajo el capitalismo. A pesar de todo su poder militar, el imperialismo USA no es capaz de dar solución estable a ningún problema. Estamos inevitablemente abocados a nuevas contradicciones interimperialistas y a nuevos conflictos bélicos. Ésta es la esencia del nuevo orden mundial. Ningún trabajador, ningún oprimido en todo el planeta gana algo con él.
La experiencia de la última década en Yugoslavia ha puesto a cada uno en su sitio. El imperialismo quitándose su máscara democrática, la socialdemocracia cubriéndole el flanco izquierdo, los reformistas de izquierda sollozando impotentes so-luciones negociadas, los estalinistas yugoslavos reconvirtiéndose en mafiosos y nacionalistas, los grupúsculos autoproclamados marxistas buscando apoyar a un bando u otro, con la cantinela de la “autodeterminación” separada del resto del programa revolucionario.
Algunos, por tener una cátedra y fácil acceso a los medios de comunicación, se han creído con derecho a pontificar sobre la situación acusándonos a los marxistas de ser poco realistas. En su reciente libro Para entender el conflicto de Koso-va el profesor Carlos Taibo, después de afirmar sin pudor: “atribuir a la comunidad internacional, o a alguno de sus miembros, un papel de relieve en la gestación de los contenciosos yugoslavos parece excesivo” (pág. 80), se permite el lujo de acusar ”...a esa larga serie de imbéciles que han sostenido impertérritos que en los conflictos yugoslavos todos son iguales”.
Pues sí, los marxistas nos consideramos orgullosos de ser de ese tipo de imbéciles que nos posicionamos no en función de elementos secundarios del tipo de quién disparó primero, sino en función de los intereses de clase y conflictos en juego. Por eso denunciamos el carácter monstruosamente reaccionario del desmembramiento de la Federación Yugoslava y sostenemos que no hay ni un átomo de contenido progresista en todo este proceso y en ninguno de los bandos. Nos sentimos orgullosos de haber mantenido una postura de independencia de clase, teniendo claro que los trabajadores y oprimidos de toda Yugoslavia son todos iguales y que ellos tienen la llave para acabar con la pesadilla. Nos sentimos orgullosos de decir bien alto, sin sonrojarnos, que hoy como hace cien años no hay solución al problema nacional con la creación de nuevos estados capitalistas en los Balcanes, que hemos defendido en estos diez años lo mismo que los socialistas balcánicos que votaron contra los créditos de guerra en 1914, y que decían que era necesaria una Federación Democrática de Pueblos Balcánicos. Hoy  añadimos que sólo una genuina y democrática Federación Socialista de los Balca-nes puede acabar con esta pesadilla. Es decir, la unión voluntaria de los pueblos de la zona y la planificación democrática de los recursos económicos, arrebatándoselos a los capitalistas, mafiosos e imperialistas que los controlan. Sólo vinculando la lucha de liberación nacional con la lucha por la liberación social, aquella puede tener sentido.
En estos diez años han faltado las fuerzas del genuino marxismo en Yugoslavia. Confiamos en la clase obrera, en sus magníficas tradiciones, tantas veces demostradas, y luchamos aquí en el Estado español para la creación de una fuerza revolucionaria marxista de masas.
Algunos nos llamarán utópicos. Las salidas realistas ya han sido experimentadas en estos diez años y decimos a vuestro realismo ¡no, gracias!

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