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Las épocas reaccionarias como la que estamos viviendo no sólo desintegran y debilitan a la clase obrera y su vanguardia, sino que también rebajan el nivel ideológico general del movimiento y hacen retroceder el pensamiento político a etapas ya ampliamente superadas. En estas circunstancias, la tarea más importante de la vanguardia es no dejarse arrastrar por el reflujo, sino nadar contra la corriente. Si la desfavorable correlación de fuerzas le impide mantener las posiciones conquistadas, al menos debe aferrarse a sus posiciones ideológicas porque estas expresan las costosas experiencias del pasado. Los imbéciles calificarán esta política de “sectaria”. En realidad, es la única manera de preparar un nuevo y enorme avance cuando se produzca el siguiente ascenso de la marea histórica.

Reacción contra el marxismo y el comunismo

Las grandes derrotas políticas provocan inevitablemente una reconsideración de los valores, que generalmente procede de dos direcciones. Por un lado, la verdadera vanguardia, enriquecida por la experiencia de la derrota, defiende la herencia del pensamiento revolucionario con uñas y dientes y, sobre esta base, trata de educar a los nuevos cuadros para las próximas luchas de masas. En cambio, los rutinarios, los centristas y los diletantes hacen todo lo posible por destruir la autoridad de la tradición revolucionaria y retroceden en su búsqueda de un “Nuevo Verbo”.

Podríamos poner una gran cantidad de ejemplos de reacción ideológica, la mayoría de los cuales toman la forma de la postración. Toda la literatura de las internacionales Segunda y Tercera y de sus satélites del Buró de Londres2 consiste esencialmente en tales ejemplos. Ni sombra de análisis marxista. Ningún intento serio por explicar las causas de la derrota. Ni una palabra nueva acerca del futuro. Solamente lugares comunes, conformismo, mentiras y, por encima de todo, preocupación por la supervivencia de la burocracia. Basta olfatear diez líneas de Hilferding o de Otto Bauer3 para sentir el hedor a podredumbre. En cuanto a los teóricos de la Internacional Comunista, no vale la pena ni mencionarlos. El célebre Dimitrov4 es tan ignorante y trivial como un tendero con una jarra de cerveza. Los intelectos de esta gente son demasiado holgazanes como para renunciar al marxismo: lo prostituyen. Pero estas personas no son las que nos interesan aquí. Vayamos a los “innovadores”.

El excomunista austríaco Willi Schlamm5 ha publicado un folleto sobre los juicios de Moscú6, con el sugerente título de La dictadura de la mentira. Schlamm es un periodista de talento que se ocupa principalmente de los acontecimientos políticos del momento. Su crítica de los juicios-farsa de Moscú, así como su denuncia del mecanismo psicológico de las “confesiones voluntarias”, son excelentes. Sin embargo, no se limita a esto: quiere crear una nueva teoría del socialismo que nos inmunice contra futuras derrotas y fraudes. Pero, dado que Schlamm no es un teórico y aparentemente tampoco conoce bien la historia del socialismo, retorna por completo al socialismo premarxista, principalmente a su variante alemana, la más atrasada, sentimental y sensiblera de todas. Schlamm renuncia a la dialéctica y a la lucha de clases, por no hablar de la dictadura del proletariado. Para él, la cuestión de la transformación de la sociedad se reduce a la realización de ciertas verdades morales “eternas” con las cuales quiere imbuir a la humanidad incluso bajo el capitalismo.

El intento de Willi Schlamm de salvar al socialismo mediante el trasplante de una glándula moral fue recibido con alborozo y orgullo en la revista de Kérenski, Nóvaia Rossía (vieja revista provinciana rusa que ahora se publica en París): como era de esperar, la jefatura de la redacción proclama que Schlamm ha llegado a los principios del auténtico socialismo ruso, el cual mucho tiempo atrás contrapuso los sacros preceptos de fe, esperanza y caridad a la austeridad y rigor de la lucha de clases. En sus premisas “teóricas”, la “nueva” doctrina de los eseristas rusos es un simple retorno al socialismo alemán anterior a marzo... ¡de 1848! Sin embargo, sería injusto exigirle a Kérenski un conocimiento de la historia de las ideas más profundo que el de Schlamm. Es mucho más importante el hecho de que Kérenski, quien se solidariza con Schlamm, en su calidad de cabeza del Gobierno Provisional instigó la persecución de los bolcheviques bajo la acusación de ser agentes del estado mayor alemán. Es decir, organizó los mismos fraudes contra los que Schlamm moviliza ahora sus apolillados absolutos metafísicos.

El mecanismo psicológico de la reacción ideológica representada por Schlamm y similares no es en absoluto complicado. Es gente que durante un tiempo participó en un movimiento político que juraba por la lucha de clases y apelaba, si no en los hechos al menos en las palabras, al materialismo dialéctico. Tanto en Austria como en Alemania el asunto acabó en catástrofe. Schlamm saca una conclusión global: ¡es el resultado de la dialéctica y de la lucha de clases! Y, dado que la elección de revelaciones está restringida por la experiencia histórica y... por el conocimiento personal, nuestro reformador en busca del Verbo se encuentra con un hato de ropa vieja que opone valientemente no sólo al bolchevismo, sino también al marxismo.

A primera vista, la variante Schlamm de reacción ideológica parece demasiado primitiva como para ocuparnos de ella (de Marx... ¡a Kérenski!). Pero en realidad es muy aleccionadora: precisamente por su primitivismo, representa el común denominador de todas las formas de reacción, en particular de las que se expresan como condena total del bolchevismo.

¿‘Vuelta al marxismo’?

El marxismo encontró su expresión histórica más elevada en el bolchevismo. Bajo la bandera bolchevique se logró la primera victoria del proletariado y se instauró el primer Estado obrero. Pero, dado que, en la etapa actual, la Revolución de Octubre condujo al triunfo de la burocracia, con su sistema de represión, pillaje y fraude —a la dictadura de la mentira, en la feliz expresión de Schlamm—, muchas mentes formales y simplistas llegan a la misma conclusión sumaria: no se puede luchar contra el estalinismo sin renunciar al bolchevismo.

Como hemos visto, Schlamm va todavía más allá: el bolchevismo, que degeneró en estalinismo, surgió del marxismo; por consiguiente, no se puede combatir el estalinismo sobre las bases establecidas por el marxismo. Otros individuos, menos consecuentes pero más numerosos, dicen lo contrario: “Debemos volver del bolchevismo al marxismo.” ¿Cómo? ¿A qué marxismo? Antes de caer en “bancarrota” bajo la forma de bolchevismo, el marxismo ya había degenerado en socialdemocracia. ¿Significa entonces que la “vuelta al marxismo” es un salto por encima de la Segunda y la Tercera internacionales... a la Primera Internacional? Pero ésta también se desmoronó en su momento. Por lo tanto, en última instancia, se trata de volver... a las obras completas de Marx y Engels. Cualquiera puede realizar este salto mortal sin abandonar su gabinete, sin siquiera quitarse las pantuflas. Pero, ¿cómo vamos a pasar de nuestros clásicos (Marx murió en 1883, Engels en 1895) a las tareas de nuestro tiempo ignorando varias décadas de luchas teóricas y políticas, incluido el bolchevismo y la Revolución de Octubre? Ninguno de los que proponen renunciar al bolchevismo como tendencia histórica “en bancarrota” ha señalado otro camino. Por consiguiente, el problema se reduce a estudiar El capital. Por nuestra parte no hay objeción. Pero también los bolcheviques estudiaron El capital, y no con los ojos cerrados. Lo cual no impidió la degeneración del Estado soviético y los juicios de Moscú. Entonces, ¿qué hacer?

¿Es el bolchevismo responsable del estalinismo?

¿Es cierto que el estalinismo es un producto legítimo del bolchevismo, como sostienen todos los reaccionarios, como jura el mismo Stalin, como creen los mencheviques, anarquistas y ciertos doctrinarios de izquierda que se consideran marxistas? “Siempre lo hemos predicho —afirman—. Al prohibir a los demás partidos socialistas, reprimir a los anarquistas e imponer la dictadura bolchevique en los sóviets, la Revolución de Octubre sólo podía culminar en la dictadura de la burocracia. Stalin es, a la vez, la continuación y la bancarrota del leninismo”.

El fallo de este razonamiento estriba en la tácita identificación del bolchevismo, la Revolución de Octubre y la Unión Soviética. Se reemplaza el proceso histórico del choque de fuerzas hostiles por la evolución del bolchevismo en el vacío. Sin embargo, el bolchevismo es sólo una tendencia política, estrechamente fusionada con la clase obrera, pero no idéntica a la misma. Y en la Unión Soviética, aparte de la clase obrera, existen cien millones de campesinos, varias nacionalidades y una herencia de opresión, miseria e ignorancia. El Estado levantado por los bolcheviques refleja no sólo el pensamiento y la voluntad del bolchevismo, sino también el nivel cultural del país, la composición social de la población y las presiones de un pasado bárbaro y de un imperialismo mundial no menos bárbaro. Presentar el proceso de degeneración del Estado soviético como la evolución de un bolchevismo puro es ignorar la realidad social en nombre de uno solo de sus elementos, aislado mediante un acto de lógica pura. Basta llamar a este error elemental por su verdadero nombre, para destruirlo sin dejar vestigios.

En cualquier caso, el bolchevismo jamás se identificó a sí mismo ni con la Revolución de Octubre ni con el Estado surgido de ella. El bolchevismo siempre se consideró un factor de la historia, su factor “consciente”, un factor muy importante, pero no el decisivo. Jamás pecamos de subjetivismo histórico. Para nosotros, el factor decisivo —sobre la base de las fuerzas productivas existentes— era la lucha de clases, no sólo a escala nacional, sino también internacional.

Al hacer concesiones a la propiedad privada campesina, establecer reglas ­estrictas para el ingreso y pertenencia al partido, purgar el partido de elementos extraños, prohibir otros partidos, introducir la NEP, entregar la concesión de empresas a sectores privados o llegar a acuerdos diplomáticos con los gobiernos imperialistas, los bolcheviques sacaban conclusiones parciales de un hecho que, en el terreno teórico, les resultaba claro desde el comienzo: que la conquista del poder, por importante que sea, de ninguna manera trasforma al partido en soberano del proceso histórico. Evidentemente, el partido, una vez que se apoderó del Estado, puede ejercer su influencia sobre el desarrollo de la sociedad con un poder que antes le resultaba inaccesible; pero, a cambio de ello, se multiplica por diez la influencia que los demás elementos de la sociedad ejercen sobre él. Un ataque directo de las fuerzas hostiles puede echarlo del poder. Si el ritmo del proceso es más lento, puede degenerar internamente sin perder el poder. Esta dialéctica del proceso histórico es precisamente lo que se les escapa a los lógicos sectarios, que tratan de encontrar en la decadencia del estalinismo un argumento aplastante contra el bolchevismo.

En esencia, lo que dicen estos caballeros es: el partido que no contiene en sí mismo la garantía contra su propia degeneración es malo. Con este criterio, el bolchevismo está condenado, pues no tiene talismanes. Pero el criterio es erróneo. El pensamiento científico exige un análisis concreto: ¿cómo y por qué degeneró el partido? Hasta el momento, sólo los bolcheviques han hecho este análisis. Y para hacerlo no necesitaron romper con el bolchevismo: su arsenal les proveyó de todas las herramientas necesarias para aclarar su suerte. La conclusión fue la siguiente: es cierto que el estalinismo “devino” del bolchevismo, pero no de manera mecánica, sino dialéctica; no como afirmación revolucionaria, sino como negación termidoriana7. No es lo mismo.

El pronóstico fundamental del bolchevismo

Sin embargo, los bolcheviques no tuvieron que esperar a que se produjeran los juicios de Moscú para explicar las razones de la desintegración del partido gobernante en la URSS. Hace mucho tiempo ya que previeron y describieron la posibilidad teórica de tal proceso. Recordemos ese pronóstico que los bolcheviques formularon no sólo en vísperas, sino también muchos años antes de la Revolución de Octubre. Es posible que, en virtud de una determinada correlación de fuerzas nacionales e internacionales, el proletariado conquiste el poder por primera vez en un país atrasado como Rusia. Pero esa misma correlación de fuerzas demuestra de antemano que, sin una victoria más o menos rápida del proletariado en los países avanzados, el gobierno obrero ruso no sobrevivirá. El régimen soviético, abandonado a su propia suerte, degenerará o caerá. Más exactamente: degenerará y luego caerá. Yo mismo lo he escrito más de una vez desde 1905. En mi Historia de la Revolución rusa (véase el apéndice del último tomo: “El socialismo en un solo país”) están las declaraciones formuladas por los dirigentes bolcheviques entre 1917 y 1923. Todas llevan a la misma conclusión: sin revolución en occidente, el bolchevismo será liquidado por la contrarrevolución interna, la intervención extranjera o una combinación de ambas. Lenin subrayó una y otra vez que la burocratización del Estado soviético no era un problema teórico u organizativo, sino el comienzo potencial de la degeneración del Estado obrero.

En el XI Congreso del partido (marzo de 1922), Lenin habló del apoyo que ciertos políticos burgueses, como el profesor liberal Ustriálov8, ofrecían a la Rusia soviética bajo la NEP. “Estoy a favor de apoyar al gobierno soviético —dice Ustriálov— a pesar de haber sido un kadete, un burgués y un partidario de la intervención. Estoy a favor de apoyar al gobierno soviético porque ha tomado un rumbo que lo conducirá a un Estado burgués normal”. Lenin prefiere la cínica voz del enemigo a las “sentimentales mentiras comunistas”. Sobria, ásperamente, advierte al partido del peligro: “Debemos decir francamente que lo que dice Ustriálov es posible. La historia conoce todo tipo de transformaciones. Confiar en la firmeza de las convicciones, en la lealtad y en otras magníficas cualidades morales es todo menos una actitud seria en política. Solamente muy pocas personas poseen unas magníficas cualidades morales, pero el desenlace de la historia lo deciden las grandes masas, las cuales, si ese reducido número de personas no se adapta a ellas, a veces no se andan con miramientos” (Informe político del comité central al XI Congreso del PC (b) de Rusia, 27/3/1922). En fin, el partido no es el único factor del proceso y, a escala histórica más amplia, ni siquiera es el factor decisivo.

“Una nación conquista otra —prosigue Lenin en el mismo congreso, el último al que asistió—. Esto es sencillo, cualquiera lo puede entender. Pero, ¿qué sucede con la cultura de ambas naciones? Esto no es tan sencillo. Si la nación conquistadora es más culta que la conquistada, aquella le impone su cultura a esta; si sucede lo contrario, los conquistados le imponen su cultura al conquistador. ¿No ha ocurrido algo parecido en la capital? ¿No ha sucedido que 4.700 comunistas (casi una división del ejército, y todos de lo mejor) se encuentran bajo la influencia de una cultura ajena9?”. Esto se dijo a principios de 1922, y no era la primera vez. La historia no la hacen unos pocos, ni siquiera “los mejores”. Más aún: los “mejores” pueden degenerar en el espíritu de una cultura ajena, es decir, burguesa. Así como el Estado soviético puede abandonar la vía del socialismo, el Partido Bolchevique puede, en condiciones históricas desfavorables, perder su bolchevismo.

La Oposición de Izquierda surgió definitivamente en 1923, a partir de una comprensión clara de este peligro. Al percibir los síntomas de degeneración día a día, trató de oponer la voluntad consciente de la vanguardia proletaria al creciente termidor. Sin embargo, el factor subjetivo resultó insuficiente. Las “grandes masas” que, según Lenin, resuelven el resultado de la lucha se cansaron de las privaciones internas y de esperar la revolución mundial. Su ánimo decayó. La burocracia se impuso. Atemorizó a la vanguardia proletaria, pisoteó el marxismo, prostituyó al Partido Bolchevique. El estalinismo triunfó. El bolchevismo, bajo la forma de Oposición de Izquierda, rompió con la burocracia soviética y su Internacional Comunista. Este fue el auténtico proceso.

Es cierto que, en un sentido formal, el estalinismo surgió del bolchevismo. Hasta la fecha, la burocracia de Moscú sigue autotitulándose Partido Bolchevique. Utiliza el viejo rótulo del bolchevismo para engañar mejor a las masas. Tanto más dignos de lástima son los teóricos que confunden la forma con el fondo, la apariencia con la realidad. Al identificar estalinismo con bolchevismo, le rinden el mejor de los servicios a los termidorianos y, precisamente por eso, desempeñan un papel reaccionario evidente.

Eliminados de la escena política todos los demás partidos, los intereses y tendencias políticas antagónicos de los diversos estratos de la población se expresarán, en mayor o menor grado, en el partido gobernante. En la medida en que el centro de gravedad político se ha desplazado de la vanguardia proletaria hacia la burocracia, se ha alterado tanto la estructura social como la ideología del partido. En quince años, el desarrollo acelerado del proceso ha provocado una degeneración mucho más radical que la sufrida por la socialdemocracia en medio siglo. Las actuales purgas no trazan una mera línea roja entre el estalinismo y el bolchevismo, sino todo un torrente de sangre. El aniquilamiento de toda la vieja generación bolchevique, de un sector importante de la generación intermedia (la que participó en la guerra civil) y del sector de la juventud que asumió seriamente las tradiciones bolcheviques, demuestra que entre el bolchevismo y el estalinismo existe una incompatibilidad que no sólo es política, sino también directamente física. ¿Cómo puede no verse esto?

Estalinismo y ‘socialismo de Estado’

Por su parte, los anarquistas quieren ver en el estalinismo un producto orgánico no sólo del bolchevismo y del marxismo, sino también del “socialismo de Estado” en general. Están dispuestos a reemplazar el concepto patriarcal de Bakunin10 de la “federación de comunas libres” por el concepto más moderno de “federación de sóviets libres”. Pero, hoy como ayer, se oponen al poder estatal centralizado. En los hechos, una rama del marxismo “de Estado”, la socialdemocracia, llegó al poder y se convirtió en agente abierto del capitalismo. De la otra surgió una casta privilegiada. Es evidente que la raíz del mal es el Estado. Desde un punto de vista histórico amplio, este razonamiento contiene una pizca de verdad. El Estado, en tanto que aparato de coerción, es indudablemente una fuente de degeneración política y moral. La experiencia demuestra que esto también se puede aplicar al Estado obrero. Por tanto, puede decirse que el estalinismo es el producto de una situación en la cual la sociedad todavía no fue capaz de liberarse de la camisa de fuerza del Estado. Pero esta posición no contribuye en nada a elevar el marxismo y el bolchevismo, solamente caracteriza el nivel general de la humanidad y, sobre todo, la correlación de fuerzas entre el proletariado y la burguesía. Coincidiendo con los anarquistas en que el Estado, también el obrero, es producto de la barbarie de clase y que la auténtica historia humana comenzará con la abolición del Estado, todavía se nos plantea, con todo vigor, la siguiente pregunta: ¿qué vías y métodos conducirán, en última instancia, a la abolición del Estado? La experiencia reciente proporciona ejemplos de que bajo ningún concepto serán los métodos del anarquismo.

En el momento crítico, los dirigentes de la CNT11 española, la única organización anarquista importante del mundo, entraron en un gobierno burgués. Para justificar su traición a los principios del anarquismo, invocaron la presión de “circunstancias excepcionales”. ¿Pero acaso los dirigentes socialdemócratas alemanes no invocaron en su momento la misma excusa? Lógicamente, la guerra civil no es una situación pacífica ni común, sino una “circunstancia excepcional”. Sin embargo, las organizaciones revolucionarias serias se preparan precisamente para actuar en “circunstancias excepcionales”. La experiencia de España demostró una vez más que se puede “negar” el Estado en panfletos publicados en “circunstancias normales” con el permiso del Estado burgués, pero que las circunstancias de la revolución no permiten “negar” el Estado; por el contrario, exigen la conquista del Estado. No tenemos la menor intención de condenar a los anarquistas por no haber abolido el Estado de un plumazo. La conquista del poder —que los dirigentes anarquistas se mostraron incapaces de realizar, a pesar del heroísmo desplegado por los obreros anarquistas— de ninguna manera convierte al partido revolucionario en amo soberano de la sociedad. Pero sí condenamos severamente la teoría anarquista que, aunque aparentemente apta para épocas de paz, tuvo que ser abandonada rápidamente nada más aparecer las “circunstancias excepcionales” de... la revolución. Existían en los viejos tiempos ciertos generales —probablemente todavía existen— que decían que no hay cosa más dañina para un ejército que la guerra. Los revolucionarios cuya doctrina es destruida por la revolución no son mucho mejores.

Los marxistas coinciden plenamente con los anarquistas en cuanto al objetivo final: la abolición del Estado. Los marxistas son “estatalistas” tan sólo en la medida en que resulta imposible abolir el Estado ignorándolo. La experiencia del estalinismo no refuta las enseñanzas del marxismo, sino que las confirma negativamente. Evidentemente, la doctrina revolucionaria que enseña al proletariado a encontrar la orientación justa y a aprovechar activamente cada situación no contiene una garantía automática de victoria. Pero la victoria sólo se puede alcanzar mediante la aplicación de esa doctrina. Por otra parte, no se debe concebir la victoria como un hecho único. Hay que proyectarla sobre la perspectiva de la época histórica. El primer Estado obrero —con unas bases económicas inferiores a las del imperialismo y rodeado por este— se trasformó en la gendarmería del estalinismo. Pero el auténtico bolchevismo lanzó una lucha a vida o muerte contra esa gendarmería. Para mantenerse en el poder, el estalinismo se ve ahora obligado a librar una guerra civil abierta contra el bolchevismo, etiquetado como “trotskismo”, no sólo en la URSS, sino también en España. El viejo Partido Bolchevique ha muerto, pero el bolchevismo está levantando cabeza en todas partes.

Derivar el estalinismo del bolchevismo o del marxismo es lo mismo que, en un sentido más amplio, derivar la contrarrevolución de la revolución. Este cliché ha sido una característica permanente del pensamiento liberal-conservador y también del reformista. Debido a la estructura de clases de la sociedad, las revoluciones siempre engendran contrarrevoluciones. ¿No significa esto —pregunta el lógico— que el método revolucionario tiene un defecto intrínseco? A pesar de ello, hasta el momento, ni los liberales ni los reformistas han podido hallar un método más económico. Pero si bien no es fácil racionalizar el proceso histórico vivo, no resulta en absoluto difícil encontrar una interpretación racional de sus sucesivas oleadas y derivar, por pura lógica, el estalinismo del “socialismo de Estado”, el fascismo del marxismo, la reacción de la revolución, en fin, la antítesis de la tesis. En este terreno, como en muchos otros, el pensamiento anarquista cae en el racionalismo liberal. El auténtico pensamiento revolucionario es imposible sin la dialéctica.

Los ‘pecados’ políticos del bolchevismo: origen del estalinismo

En ciertas ocasiones, los argumentos de los racionalistas asumen, al menos en su forma externa, un carácter más concreto. No hacen derivar el estalinismo del bolchevismo en su totalidad, sino de sus pecados políticos12. Los bolcheviques —según Gorter, Pannekoek13, ciertos “espartaquistas”14 alemanes y otros sujetos— reemplazaron la dictadura del proletariado por la dictadura del partido; Stalin reemplazó la dictadura del partido por la dictadura de su burocracia. Los bolcheviques destruyeron todos los partidos menos el suyo; Stalin estranguló al Partido Bolchevique en el altar de su camarilla bonapartista15. Los bolcheviques concertaron acuerdos con la burguesía; Stalin se convirtió en aliado y puntal de la burguesía. Los bolcheviques defendían la necesidad de participar en los viejos sindicatos y en el parlamento burgués; Stalin buscó y consiguió la amistad de la burocracia sindical y de la democracia burguesa. Se pueden hacer todas las comparaciones semejantes que se quiera. A pesar de su aparente contundencia, su valor es nulo.

El proletariado sólo puede conquistar el poder a través de su vanguardia. La necesidad de un poder estatal surge del insuficiente nivel cultural de las masas y de su heterogeneidad. En la vanguardia revolucionaria, organizada en el partido, cristalizan las aspiraciones de libertad de las masas. Sin confianza de la clase en la vanguardia, sin apoyo de la clase a la vanguardia, no puede pensarse en la toma del poder. En este sentido, la revolución y la dictadura proletarias son obra de toda la clase, pero dirigida por la vanguardia. Los sóviets son sólo la forma organizada del vínculo entre la vanguardia y la clase. Sólo el partido puede darle a esta forma un contenido revolucionario, como demuestran la experiencia positiva de la Revolución de Octubre y la experiencia negativa de otros países (Alemania, Austria, ahora España). Nadie ha demostrado en la práctica ni tratado de explicar adecuadamente sobre el papel cómo el proletariado puede conquistar el poder sin la dirección política de un partido que sabe lo que quiere. El hecho de que el partido haya subordinado políticamente los sóviets a sus dirigentes no ha abolido el sistema soviético más de lo que la mayoría conservadora ha abolido el sistema parlamentario británico.

En cuanto a la prohibición de otros partidos soviéticos, no es producto de una “teoría” bolchevique, sino una medida de defensa de la dictadura [del proletariado] en un país atrasado, devastado y rodeado de enemigos por todas partes. Los bolcheviques comprendieron claramente desde el principio que esta medida, completada más tarde con la prohibición de fracciones en el seno del propio partido gobernante, señalaba un peligro enorme. Sin embargo, el peligro no radicaba en la doctrina ni en la táctica, sino en la debilidad material de la dictadura y en las dificultades internas y externas. Si la revolución hubiese triunfado, aunque sólo fuese en Alemania, la necesidad de prohibir los otros partidos soviéticos habría desaparecido por completo. Es absolutamente indiscutible que la dominación de un único partido sirvió como punto de partida jurídico para el régimen totalitario estalinista. Pero la causa de este proceso no está en el bolchevismo ni en la prohibición de otros partidos como medida transitoria en tiempos de guerra, sino en las derrotas del proletariado en Europa y Asia.

Lo mismo puede decirse de la lucha contra el anarquismo. Durante el período heroico de la Revolución, los bolcheviques pelearon hombro con hombro junto a los anarquistas auténticamente revolucionarios. Muchos de ellos se unieron al partido. Más de una vez, Lenin y el autor de estas líneas discutieron la posibilidad de conceder a los anarquistas determinados territorios donde, con el consentimiento de la población local, pudieran realizar la experiencia de abolir el Estado. Pero la guerra civil, el bloqueo y la hambruna no permitieron dar cabida a tales planes. ¿La insurrección de Kronstadt16? Naturalmente, el gobierno revolucionario no podía “regalar” la fortaleza que defendía la capital a los marineros insurrectos simplemente porque unos cuantos anarquistas vacilantes se unieron a la rebelión reaccionaria de los soldados y campesinos. El análisis histórico concreto de los acontecimientos reduce a polvo todas las leyendas, basadas en la ignorancia y el sentimentalismo, sobre Kronstadt, Majnó17 y otros episodios de la revolución.

Sólo resta el hecho de que, desde el comienzo, los bolcheviques aplicaron no sólo la convicción, sino también la coacción, a menudo en grado sumo. También es indiscutible que la burocracia surgida de la revolución monopolizó más tarde el sistema coercitivo. Cada etapa de un proceso, incluso cuando se trata de etapas tan catastróficas como la revolución y la contrarrevolución, deriva de la etapa previa, hunde sus raíces en ella y conserva algunos de sus rasgos. Los liberales, incluidos los Webb18, han dicho siempre que la dictadura bolchevique sólo representa una nueva edición del zarismo. Cierran los ojos ante “detalles” tales como la abolición de la monarquía y la nobleza, la entrega de la tierra a los campesinos, la expropiación del capital, la introducción de la economía planificada, la educación atea, etc. Exactamente igual, el pensamiento liberal-anarquista cierra sus ojos al hecho de que la revolución bolchevique, con toda su coacción, significó una subversión de todas las relaciones sociales en beneficio de las masas, mientras que el proceso termidoriano estalinista acompaña a la transformación de la sociedad soviética en beneficio de los intereses de una minoría privilegiada. Es obvio que en la identificación del estalinismo con el bolchevismo no hay ni rastro de criterios socialistas.

Cuestiones de teoría

Uno de los rasgos más sobresalientes del bolchevismo ha sido su actitud severa, exigente, incluso beligerante, con respecto a las cuestiones teóricas. Los veintisiete volúmenes19 de las obras de Lenin permanecerán para siempre como un ejemplo de la más elevada seriedad teórica. Sin esta cualidad fundamental, el bolchevismo jamás hubiera podido realizar su misión histórica. En esta esfera, el estalinismo, grosero, ignorante y totalmente empírico, se halla en el polo opuesto.

Hace ya más de diez años, la Oposición declaró en su programa: “Desde la muerte de Lenin, se han creado toda una serie de teorías nuevas cuya única finalidad es justificar el alejamiento de los estalinistas de la senda de la revolución proletaria internacional”. Hace pocos días, el autor estadounidense Liston M. Oak20, quien ha participado en la Revolución española, escribió lo siguiente: “Hoy en día los estalinistas son los mayores revisionistas de Marx y Lenin. Bernstein21 no se atrevió a recorrer ni la mitad del camino que ha recorrido Stalin en la revisión de Marx”. Es totalmente cierto. Sólo falta añadir que Bernstein debía satisfacer ciertas necesidades teóricas: trató conscientemente de establecer la relación entre la práctica reformista y el programa de la socialdemocracia. La burocracia estalinista, sin embargo, no sólo es ajena al marxismo, sino que en general también es ajena a cualquier doctrina o sistema. Su “ideología” está ­imbuida de subjetivismo policial, su práctica es el empirismo de la violencia desnuda. Por la naturaleza misma de sus intereses esenciales, la casta de los usurpadores es hostil a toda teoría: no puede dar cuenta de su papel social ni a sí misma ni a nadie. Stalin no revisa a Marx y a Lenin con la pluma del teórico, sino con la bota de la GPU.

Cuestiones de moral

Los que más se quejan de la “inmoralidad” de los bolcheviques son esas nulidades jactanciosas a quienes el bolchevismo arrancó sus máscaras baratas. Los círculos pequeñoburgueses, intelectuales, democráticos, “socialistas”, literarios, parlamentarios y otros de la misma calaña conservan los valores convencionales o emplean un lenguaje convencional para ocultar su falta de valores. Esta amplia y variopinta cooperativa de protección mutua —“vive y deja vivir”— no puede soportar el roce del bisturí marxista en su sensible epidermis. Esos teóricos, escritores y moralistas, que oscilan entre los diferentes campos, pensaban, y siguen pensando, que los bolcheviques exageran maliciosamente las diferencias, que son incapaces de colaborar de forma “leal” y que, con sus “intrigas”, rompen la unidad del movimiento obrero. Por su parte, el centrista22, sensible y remilgado, siempre ha creído que los bolcheviques lo “calumniaban”... simplemente porque desarrollaban los vagos pensamientos del centrista hasta el final, cosa que él jamás pudo hacer. Pero es un hecho que sólo esa preciosa cualidad —mantener una actitud intransigente hacia toda objeción y evasión— es la que le permite al partido revolucionario educarse y no ser sorprendido por “circunstancias excepcionales”.

En última instancia, las cualidades morales de un partido derivan de los intereses históricos que representa. Las cualidades morales bolcheviques de abnegación, desinterés, audacia y desprecio por todo oropel y falsedad —¡las mayores cualidades del ser humano!— derivan de su intransigencia revolucionaria al servicio de los oprimidos. En este terreno, la burocracia estalinista imita los términos y gestos del bolchevismo. Pero la “intransigencia” y la “inflexibilidad”, aplicadas por un aparato policial al servicio de una minoría privilegiada, se convierten en fuente de desmoralización y gansterismo. Sólo podemos sentir desprecio por esos caballeros que identifican el heroísmo revolucionario de los bolcheviques con el cinismo burocrático de los termidorianos.

En la actualidad, a pesar de los acontecimientos dramáticos del pasado reciente, el filisteo común quiere creer que el choque entre el bolchevismo (“trotskismo”) y el estalinismo es un mero conflicto de ambiciones personales o, en el mejor de los casos, entre dos “matices” del bolchevismo. Tenemos la expresión más grosera de esta opinión en Norman Thomas, dirigente del Partido Socialista estadounidense: “Existen pocas razones para creer —escribe (American Socialist Review, septiembre de 1937, p. 6)— que, si el ganador (!) hubiera sido Trotsky en lugar de Stalin, se habrían terminado las intrigas, conjuras y el reino del terror en Rusia”. El hombre que esto escribe se considera... marxista. Aplicando el mismo criterio, podríamos decir: “Existen pocas razones para creer que, si el titular de la Santa Sede fuese Norman I en vez de Pío XI, la Iglesia católica se habría transformado en un bastión del socialismo”.

Thomas se niega a comprender que no se trata de una pelea entre Stalin y Trotsky, sino del antagonismo entre la burocracia y el proletariado. Es cierto que la burocracia gobernante se ve obligada, incluso hoy, a adaptarse a la herencia de la revolución, aún no totalmente liquidada, a la vez que prepara un cambio en el régimen social a través de la guerra civil (“purga” sangrienta: aniquilación en masa de los descontentos). Pero en España la camarilla estalinista ya actúa abiertamente como baluarte del orden burgués contra el socialismo. Ante nuestros ojos, la lucha contra la burocracia bonapartista se trasforma en lucha de clases: dos mundos, dos programas, dos morales. Si Thomas piensa que la victoria del proletariado socialista sobre la infame casta de opresores no regeneraría política y moralmente el régimen soviético, entonces demuestra que, a pesar de sus reservas, evasiones y suspiros piadosos23, se encuentra mucho más cerca de la burocracia estalinista que de los trabajadores.

Como todos los que se enfurecen con la “inmoralidad” bolchevique, Thomas no está a la altura de la moral revolucionaria.

Las tradiciones del bolchevismo y la Cuarta Internacional

Los “izquierdistas” que trataron de “volver” al marxismo pasando por alto el bolchevismo cayeron generalmente en panaceas aisladas: boicot a los viejos sindicatos, boicot al parlamento, creación de sóviets “auténticos”. Todo esto podía parecer muy profundo al calor de los primeros días de la posguerra. Ahora, después de las experiencias recientes, semejantes “enfermedades infantiles” ni siquiera resultan interesantes como objeto de estudio. Los holandeses Gorter y Pannekoek, los “espartaquistas” alemanes, los bordiguistas italianos24, quisieron demostrar su independencia del bolchevismo: exaltaron artificialmente una de sus características y la opusieron a las demás. Nada queda de estas tendencias “izquierdistas”, ni en la teoría ni en la práctica; prueba indirecta pero contundente de que el bolchevismo es el único marxismo posible en nuestra época.

El Partido Bolchevique demostró en la práctica la combinación de la mayor audacia revolucionaria con el realismo político. Estableció por primera vez cuál es la única relación entre vanguardia y clase capaz de garantizar la victoria. Demostró en la práctica que la alianza entre el proletariado y las masas oprimidas de la pequeña burguesía rural y urbana requiere la previa derrota política de los partidos pequeñoburgueses tradicionales. El Partido Bolchevique mostró al mundo entero cómo debe realizarse la insurrección armada y la conquista del poder. Quienes contraponen los sóviets a la dictadura del partido deben comprender que sólo gracias a la dictadura bolchevique pudieron los sóviets salir del fango del reformismo y convertirse en el poder estatal del proletariado. En la guerra civil, el Partido Bolchevique logró la combinación justa de arte militar y política marxista. Si la burocracia estalinista lograse destruir los cimientos económicos de la nueva sociedad, la experiencia de la economía planificada bajo la dirección bolchevique pasará igualmente a la historia como una de las más grandes lecciones de la humanidad. Sólo pueden ignorarlo los sectarios que, ofendidos por los golpes que han recibido, le dan la espalda al proceso histórico.

Pero esto no es todo. El Partido Bolchevique pudo realizar su magnífica obra “práctica” porque la teoría iluminó todos sus pasos. El bolchevismo no creó la teoría: se la proporcionó el marxismo. Pero el marxismo es la teoría del movimiento, no del estancamiento. Sólo los acontecimientos de gran envergadura histórica podrían enriquecer la propia teoría. El bolchevismo hizo aportes de valor incalculable al marxismo: el análisis de la época imperialista como época de guerras y revoluciones; de la democracia burguesa en la era de la decadencia capitalista; de la relación recíproca entre huelga general e insurrección; del papel del partido, los sóviets y los sindicatos en la revolución proletaria; la teoría del Estado soviético, de la economía de transición, del fascismo y el bonapartismo en la época de decadencia capitalista; por último, el análisis de la degeneración del propio Partido Bolchevique y del Estado soviético. Dígase otra tendencia que haya aportado alguna contribución esencial a las conclusiones y generalizaciones del bolchevismo. En los terrenos teórico y político, Vandervelde, De Brouckère, Hilferding, Otto Bauer, Léon Blum, Zyromski, por no mencionar al mayor Attlee25 o a Norman Thomas, viven de los restos podridos del pasado. La expresión más grosera de la degeneración de la Tercera Internacional es su descenso al nivel teórico de la Segunda Internacional. Los grupos intermedios en todas sus variantes (Partido Laborista Independiente británico, POUM y demás) toman retazos al azar de Marx y Lenin y los adaptan a sus necesidades actuales. Los trabajadores no pueden aprender nada de ellos.

Sólo los fundadores de la Cuarta Internacional, que han asumido la tradición de Marx y Lenin, mantienen una actitud seria hacia la teoría. Los filisteos pueden burlarse de los revolucionarios que, veinte años después de la Revolución de Octubre, han vuelto a una modesta propaganda preparatoria. En este terreno, como en tantos otros, los grandes capitalistas demuestran ser mucho más perspicaces que los pequeños burgueses que se consideran “socialistas” o “comunistas”. No es casual que el tema de la Cuarta Internacional no desaparezca de las columnas de la prensa mundial. La candente necesidad histórica de construir una dirección revolucionaria le asegura a la Cuarta Internacional un ritmo de crecimiento excepcionalmente rápido. La principal garantía de su éxito futuro reside en que no ha surgido al margen del gran camino histórico, sino como producto orgánico del bolchevismo.

Notas

  1. León Trotsky aborda extensamente en este trabajo la lucha de la Oposición de Izquierda contra el estalinismo y las raíces históricas de la Cuarta Internacional. Publicado el 27 de agosto de 1937.
  2. Agrupamiento internacional de partidos centristas formado en 1932. Entre sus integrantes estaban el POUM y el Partido Laborista Independiente británico (ILP).
  3. Rudolf Hilferding (1877-1941): Dirigente del SPD alemán. Pacifista durante la Primera Guerra Mundial. Aunque previamente había condenado la participación en gobiernos burgueses, en 1923 entró en el gabinete burgués de Gustav Stresemann. || Otto Bauer (1881-1938): Dirigente de la socialdemocracia austríaca y principal teórico del austro-marxismo. Ministro de Asuntos Exteriores en 1918 en un gobierno de coalición con la burguesía.
  4. Gueorgui Dimitrov (1882-1949): Dirigente estalinista búlgaro, secretario de la Internacional Comunista entre 1934 y 1943.
  5. Willi Schlamm (1904-1978): Uno de los fundadores de la Oposición de Derecha austríaca. Cuando Hitler llegó al poder, publicó algunos artículos relevantes de Trotsky en la revista Die Weltbühne, de cuya edición vienesa era director. Posteriormente se trasladó a EEUU, donde colaboró en publicaciones conservadoras.
  6. Juicios de Moscú: Toda la vieja guardia leninista, especialmente los seguidores de Trotsky, fue acusada de todos los crímenes imaginables: asesinato, colaboración con los nazis, conspiración para derrocar la URSS y restaurar el capitalismo... En el primer juicio (de los Dieciséis, agosto 1936) se acusó a Zinóviev, Kámenev y Smirnov, entre otros; todos fueron condenados a muerte y fusilados en la Lubianka, la sede del NKVD. Pravda reflejó así la noticia: “Desde que ocurrió, se respira mejor, el aire es más puro, nuestros músculos adquieren nueva vida, nuestras máquinas funcionan con más alegría, nuestras manos son más diestras”. En el segundo (juicio de los Diecisiete, enero 1937), se acusó, entre otros, a Rádek, Piatakov y Sokólnikov; trece fueron sentenciados a muerte y fusilados, y los demás enviados a campos de concentración, donde no sobrevivieron mucho tiempo. En el tercero (juicio de los Veintiuno, marzo 1938) se acusó tanto a dirigentes del ala de derechas (Bujarin, Ríkov...) y de la Oposición de Izquierda (Rakovski) como a antiguos represores (Yagoda); todos fueron condenados a muerte y fusilados. Además, en junio de 1937 hubo un juicio secreto contra altos oficiales del Ejército Rojo, entre ellos el mariscal Tujachevski, que fueron condenados y ejecutados. Aunque todos los acusados en los juicios confesaron sus “crímenes”, esas confesiones fueron producto de la tortura generalizada, que llevó a situaciones como la de Smirnov, que reconoció haber participado en el asesinato de Serguéi Kírov a pesar de que cuando ocurrió llevaba más de un año en la cárcel. Con las purgas, la burocracia quiso borrar la memoria histórica de Octubre y de la democracia obrera implantada por la Revolución. Trotsky las calificó de “guerra civil unilateral contra el partido bolchevique”. A finales de 1940, de los veinticuatro miembros del Comité Central bolchevique de la Revolución sólo sobrevivían dos (Stalin y Kollontái), siete habían muerto y los quince restantes habían sido ejecutados o se habían suicidado a causa de la represión. León Trotsky, el principal acusado en los juicios de Moscú, fue finalmente asesinado en México el 20 de agosto de 1940 por Ramón Mercader, un sicario de Stalin.
  7. Termidor: término para describir un período de reacción política sin una contrarrevolución social. Hace referencia al mes de termidor (julio en el calendario revolucionario francés) de 1794, cuando un golpe reaccionario derrocó a los jacobinos, cuyo dirigente era Robespierre, pero mantuvo las conquistas fundamentales de la Revolución Francesa de 1789. Trotsky calificó el ascenso del estalinismo de “termidor soviético” porque llevó a cabo una contrarrevolución política en la URSS, pero manteniendo la conquista fundamental de Octubre: la economía nacionalizada y planificada.
  8. Nikolái V. Ustriálov (1890-1937): Economista ruso. Fue miembro del partido kadete y apoyó a los blancos en la guerra civil, pero acabó trabajando para el poder soviético, por considerar que inevitablemente se vería obligado a restaurar el capitalismo, proceso al que esperaba contribuir. Apoyó las medidas de Stalin contra la Oposición de Izquierda como un paso en esa dirección. Detenido por actividades antisoviéticas, fue ejecutado ese mismo día.
  9. Lenin reflexionaba sobre la influencia ideológica burguesa a que estaban sometidos los 4.700 miembros del partido que ocupaban puestos de responsabilidad en Moscú.
  10. Mijaíl Bakunin (1814-1876): Contemporáneo de Marx y miembro de la Primera Internacional. Fundador del anarquismo.
  11. Confederación Nacional del Trabajo. Alusión a la entrada de dirigentes cenetistas y faístas como Federica Montseny, Joan Peiró y Juan García Oliver en el gobierno interclasista del Frente Popular durante la guerra civil española.
  12. Uno de los representantes destacados de esta corriente de pensamiento es el francés B. Souvarine, autor de una biografía de Stalin. El lado fáctico y documental de su obra es producto de una investigación prolongada y seria. Pero la filosofía histórica de este autor brilla por su vulgaridad. Busca la explicación de los contratiempos históricos posteriores en los defectos intrínsecos al bolchevismo. Para él no existen las presiones del verdadero proceso histórico sobre el bolchevismo. Taine, con su teoría del “entorno”, se encuentra más cerca de Marx que Souvarine. (Nota del Autor)

Hippolyte Taine (1828-1893): Filósofo francés cuyas teorías deterministas —según las cuales el hombre es producto de la herencia, la historia y el medio social— se convirtieron en la base de la escuela naturalista. (N. de la Ed.)

  1. Hermann Gorter (1864-1927) y Anton Pannekoek (1873-1960): Comunistas holandeses, dirigentes de los comunistas consejistas, cuyas posturas fueron criticadas por Lenin en La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo (existe edición de la FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS). Abandonaron el partido en 1921.
  2. Al estallar la Primera Guerra Mundial, los marxistas internacionalistas alemanes se agruparon en la Liga Espartaquista, que en 1919 se convirtió en el Partido Comunista de Alemania (KPD). Posteriormente, distintas sectas oportunistas y ultraizquierdistas se autodenominaron espartaquistas. Trotsky entrecomilla la palabra porque se refiere a estas sectas.
  3. Marx definió el bonapartismo como “el dominio de la espada sobre la sociedad”. Cuando los antagonismos entre las clases se han agudizado en extremo y existe un cierto empate entre ellas, el aparato del Estado asume una relativa independencia, equilibrándose entre ambas y jugando un papel de árbitro. Pero sigue siendo el instrumento de los intereses de los grandes capitalistas y monopolios, y muestra rasgos muy reaccionarios y antidemocráticos. Trotsky también definió el estalinismo como un régimen de bonapartismo proletario.
  4. Sublevación de los marineros de la base naval de Kronstadt, en el contexto de las durísimas condiciones del comunismo de guerra. Junto con el levantamiento campesino en la provincia de Támbov, precipitaron su abandono y la implantación de la NEP.
  5. Néstor I. Majnó (1888-1934): Dirigente anarquista ucraniano. Participó en la revolución de 1905. Condenado a trabajos forzados en 1908, fue liberado por la Revolución de Febrero. Organizó en Ucrania el Ejército Negro, partidas de campesinos armados que hostigaron la retaguardia de los blancos. En 1919 entró en conflicto con los bolcheviques, que lo derrotaron militarmente en 1921. Huyó a Rumanía y más tarde se trasladó a París.
  6. Sydney J. Webb (1859-1947) y su esposa Beatrice Potter-Webb (1858-1943) fueron teóricos británicos del socialismo gradualista y fundadores de la Sociedad Fabiana. Defendieron a la burocracia estalinista.
  7. El número de volúmenes depende de las ediciones: en castellano son 55, en inglés son 45...
  8. Liston M. Oak (1895-1970): Periodista, rompió con los estalinistas durante la guerra civil española. Durante un tiempo escribió para la prensa trotskista, pero luego se hizo socialdemócrata.
  9. Eduard Bernstein (1850-1932): Dirigente del SPD alemán. En 1889 afirmó que el marxismo ya no era válido y debía ser revisado, y que el socialismo no sería producto de la lucha de clases y de la revolución, sino de la gradual acumulación de reformas del capitalismo conseguidas por vía parlamentaria. Abogó por la colaboración de clases. Rosa Luxemburgo contestó brillantemente las tesis bernsteinianas en su magistral obra Reforma o revolución (existe edición de la FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS).
  10. Término que los marxistas aplican a las organizaciones o personas que están en una posición intermedia (“centro”) entre el reformismo y el marxismo, ya sea porque estén evolucionando desde el primero hacia el segundo o viceversa.
  11. Norman Thomas era pastor presbiteriano.
  12. Grupo ultraizquierdista dirigido por Amadeo Bordiga (1889-1970), dirigente del PC italiano expulsado en 1929 por “trotskista”. Los partidarios de Trotsky intentaron trabajar con ellos, pero les resultó imposible por su sectarismo.
  13. Émile Vandervelde (1866-1938): Dirigente del PS belga y de la Segunda Internacional. Siempre en el ala derecha de la socialdemocracia, la Primera Guerra Mundial lo reveló como un completo chovinista, llegando a ser primer ministro de Bélgica. Firmante del tratado de Versalles. || Louis de Brouckère (1870-1951): Dirigente socialista belga. Socialchovinista durante la Primera Guerra Mundial. Entre 1937 y 1939 presidió la Segunda Internacional. || Léon Blum (1872-1950): Dirigente socialista francés y defensor de la coalición con la burguesía. Elegido en 1936 primer ministro tras la victoria electoral del Frente Popular francés, en julio desoyó las peticiones de auxilio de la República española, por miedo a que los partidos burgueses que participaban en su gobierno le retirasen el apoyo, optando por lo que él mismo definió como una “no intervención relajada”. || Jean Zyromski (1890-1975): Dirigente de Bataille Socialiste, la corriente de izquierdas del socialismo francés en el período de entreguerras. En 1945 ingresó en el PCF, que abandonó tras la primavera de Praga (1968). || Clement Attlee (1883-1967): Dirigente del Partido Laborista británico. En 1940 entró en el gobierno del primer ministro conservador Winston Churchill, a quien sustituyó en 1945, tras la victoria laborista en las elecciones celebradas al acabar la Segunda Guerra Mundial.

La tarea estratégica del próximo período (un período prerrevolucionario de agitación, propaganda y organización) consiste en superar la contradicción entre la madurez de las condiciones revolucionarias objetivas y la inmadurez del proletariado y su vanguardia (la confusión y desmoralización de la generación madura y la inexperiencia de los jóvenes). Es necesario ayudar a las masas a que en sus luchas cotidianas hallen el puente que una sus reivindicaciones actuales con el programa de la revolución socialista. Este puente debe componerse de un conjunto de ‘reivindicaciones transitorias’, basadas en las condiciones y en la conciencia actual de amplios sectores de la clase obrera para hacerlas desembocar en una única conclusión final: la toma del poder por el proletariado.

León Trotsky, El programa de transición

León Trotsky escribió El programa de transición en 1938 como uno de los documentos políticos fundamentales para el debate de la conferencia fundacional de la Cuarta Internacional, celebrada en París el 3 de septiembre de ese año.

El llamamiento a fundar una nueva Internacional había partido de la Oposición de Izquierda Internacional —donde se agrupaban los bolcheviques leninistas que desde 1923 combatieron la degeneración burocrática de la URSS— justo después de que Hitler alcanzase el poder en 1933 por la vía electoral.

El triunfo del nazismo, que supuso una auténtica catástrofe para la clase obrera mundial, fue el producto directo de la nefasta política del Partido Comunista de Alemania (KPD) dictada por Stalin, y que en aquella coyuntura histórica se concretó en la línea ultraizquierdista del “socialfascismo” y la oposición sectaria a levantar un frente único de la izquierda. Una estrategia que paralizó la acción del proletariado alemán frente a la amenaza hitleriana y prestó un gran servicio a la propaganda anticomunista de la socialdemocracia.

La derrota de los obreros alemanes no provocó la menor crisis ni autocrítica en las filas del KPD —que en cuestión de meses fue ilegalizado mientras sus dirigentes y cuadros más destacados eran detenidos e internados en campos de concentración—, ni tampoco en la Internacional Comunista (IC), convertida ya en una agencia al servicio de los intereses de la casta burocrática de Moscú. Posteriormente, el aplastamiento de la clase trabajadora austriaca (1934) y la política de los frentes populares que llevó al trágico fracaso de la revolución en Francia y el Estado español (1936-1939), no hicieron sino confirmar esa realidad.

Tras casi una década de depresión económica y paro masivo, de crisis del parlamentarismo, agudización de la lucha de clases y polarización social, el ascenso del fascismo preparaba una nueva carnicería imperialista. El capitalismo mostraba su decadencia orgánica y empujaba a la humanidad a un callejón sin salida. En aquellos momentos decisivos, la bandera del comunismo había sido usurpada por el estalinismo, y las fuerzas del genuino marxismo revolucionario eran víctimas de una persecución sin precedentes. No sólo fue Hitler; el régimen estalinista se lanzó a una purga sistemática de cientos de miles de militantes revolucionarios dentro de las fronteras de la URSS y en los partidos comunistas de todo el mundo. Los juicios farsa de Moscú culminaron en la masacre de toda una generación de comunistas, empezando por la vieja guardia leninista.

Las fuerzas de la Oposición de Izquierda Internacional, que a finales de 1933 adoptó el nombre de Liga Comunista Internacional, eran limitadas y estaban sometidas a una represión implacable tanto por las potencias imperialistas y fascistas como por el estalinismo. No ha existido una corriente política que haya sido víctima de una persecución tan feroz. El propio desarrollo de la conferencia fundacional de la Cuarta Internacional lo prueba: en la misma participaron 26 delegados representando a 11 secciones nacionales de las 26 con las que contaba y, aunque estaba prevista una extensa agenda de discusiones, sólo pudo reunirse durante un día. El hostigamiento de la policía francesa y de los provocadores estalinistas hacía muy complicadas las medidas de seguridad. No en vano el principal organizador de este congreso, Rudolf Klement, había sido asesinado en París por un comando estalinista en el mes de julio, igual destino corrieron otros dos miembros destacados del Secretariado Internacional de la Liga: Erwin Wolf, secuestrado en 1937 por la GPU en España, y León Sedov, hijo de Trotsky y principal dirigente en Europa, cuya vida fue segada en febrero de 1938.

Un programa de lucha y una herramienta para construir el partido

El objetivo central de Trotsky con El programa de transición fue superar el aislamiento de las fuerzas revolucionarias, combatir la política de colaboración de clases de los socialdemócratas y estalinistas, y construir un puente hacia los trabajadores más conscientes, después de los duros golpes recibidos por el ascenso del nazismo y el fracaso de la revolución socialista en Francia y en el Estado español.

Trotsky insiste en una serie de ideas fundamentales que la experiencia histórica ha confirmado, empezando por señalar que la política de la socialdemocracia —con su diferenciación entre programa mínimo y programa máximo— ya no podía ofrecer nada a las masas. Tanto en el terreno de las reformas, porque “toda reivindicación importante del proletariado, y hasta las exigencias de la pequeña burguesía, desbordan los límites de la propiedad capitalista y el Estado burgués”; como en cuanto a la lucha por el socialismo, porque hacía décadas que para los jefes reformistas ese objetivo había quedado circunscrito a los discursos de las grandes ocasiones. Aunque envuelta en otras formas, la naturaleza de la política estalinista era similar.

Partiendo de que la tarea de los revolucionarios no es reformar el capitalismo sino derribarlo, la esencia de El programa de transición es ofrecer un conjunto de consignas y reivindicaciones para organizar la resistencia cotidiana de los trabajadores frente al paro masivo y la carestía de la vida, abogando por la reducción de jornada y la escala móvil precios-salarios, el control obrero…, y cuya efectividad y concreción sólo es posible ligándolas a la lucha revolucionaria. “Si el capitalismo se muestra incapaz de satisfacer las exigencias que surgen de las calamidades que él mismo ha generado, debe desaparecer. La ‘posibilidad’ o ‘imposibilidad’ de materializarlas depende ahora de la relación de fuerzas y es una cuestión que sólo puede resolverse con la lucha. Sólo la lucha, con independencia de sus resultados concretos inmediatos, puede hacer que los trabajadores lleguen a comprender la necesidad de liquidar la esclavitud capitalista”.

El programa de transición es una guía para la acción, para la intervención en la lucha de clases y, a través de ella, para la construcción de las fuerzas de la Cuarta Internacional. Como cualquier obra del marxismo está escrita en un contexto determinado y cada consigna está formulada para esa situación sobre la base de unas tareas determinadas. Lo impactante de este programa y su utilidad en el momento actual, más allá del hecho de que buena parte de sus reivindicaciones se pueden defender hoy sin cambiar una coma, es el método que utiliza. Se basa en la experiencia histórica del movimiento, en la política y la acción de Lenin y de los bolcheviques en la Revolución rusa, y en las valiosas aportaciones de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista aplicados a una situación histórica específica.

En muchos sentidos estamos viviendo una época parecida a la que Trotsky analizó en este texto. Sufrimos la crisis económica más profunda y duradera desde el crack de 1929, atravesada por el paro crónico, la desigualdad y la polarización social. Esta convulsión ha provocado la ruptura del equilibrio interno de la sociedad, con efectos de largo alcance en las relaciones entre las clases y en los procesos políticos: la deslegitimación de las instituciones parlamentarias; la decadencia de la derecha tradicional, la socialdemocracia y de las direcciones sindicales; el aumento de las tensiones interimperialistas, el resurgimiento del nacionalismo económico, el crecimiento de tendencias bonapartistas, racistas y semifascistas… Cualquier activista de la izquierda encontrará en este texto una orientación para enfrentar las tareas cotidianas del movimiento revolucionario.

Otro de los elementos destacados que contiene el programa es el rechazo hacia las presiones sectarias y ultraizquierdistas que aíslan a la vanguardia obrera del movimiento de masas, y de las tendencias oportunistas de esa “nueva izquierda” que, como consecuencia de la degeneración del estalinismo, califican el marxismo como una “pieza de museo” teórica incapaz de ofrecer soluciones “realistas” a los grandes problemas de la historia.

Trotsky defiende el marxismo revolucionario como método para entender la realidad y elaborar una estrategia que prepare la victoria frente al capitalismo. “No hay mayor grado de moralidad en una sociedad basada en la explotación que la revolución social. Son buenos todos los medios que aumentan la conciencia de clase de los trabajadores, su confianza en sus propias fuerzas y su disposición a sacrificarse en la lucha. Los únicos medios inaceptables son aquellos que inducen a los oprimidos a temer y a someterse a sus opresores, que aniquilan su voluntad de protesta y su capacidad de indignación y que sustituyen la voluntad de las masas por la de sus dirigentes, sus convicciones por la obediencia ciega y el análisis de la realidad por la demagogia y los amaños”.

Confiar sólo en nuestras propias fuerzas, defender cada consigna como un medio para hacer avanzar la conciencia política de los trabajadores, y la mayor flexibilidad organizativa y táctica para dar cabida a las capas más jóvenes, más inexpertas sí, pero también más explotadas y sin la carga de experiencias negativas de la generación más madura. Trotsky explica de forma dialéctica esta relación y cómo resolverla: “Son los jóvenes, libres de responsabilidades por el pasado, quienes se encargan de regenerar al movimiento. La Cuarta Internacional dedica especial atención a la joven generación proletaria. Toda su política se dirige a hacer que los jóvenes confíen en sus propias fuerzas y en el futuro. Tan solo el fresco entusiasmo y el espíritu de ofensiva de la juventud pueden garantizar los primeros éxitos en el combate; y sólo esos éxitos pueden volver a atraer a los mejores elementos de la generación madura al camino de la revolución. Así ha sido siempre y así será”.

La idea de construir la dirección revolucionaria de la clase obrera, el factor subjetivo, es el hilo conductor de El programa de transición: “Las habladurías que tratan de demostrar que las condiciones históricas para el socialismo no han ‘madurado’ aún, son producto de la ignorancia o la mala fe. Las condiciones objetivas para la revolución proletaria no sólo han ‘madurado’, han empezado a pudrirse. En el próximo período histórico, de no realizar la revolución socialista, toda la civilización humana se verá amenazada por una catástrofe. Es la hora del proletariado, es decir, ante todo de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la Humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria”.

El programa de transición de León Trotsky figura entre los clásicos del marxismo por lo que significó en el momento histórico en que fue elaborado, y por el valor teórico y práctico que sigue teniendo en la actualidad.

En noviembre de 2018 se cumple el centenario de la revolución alemana iniciada con el levantamiento de los marinos de Kiel y la formación de los Consejos de Obreros y Soldados. La trascendencia de estos acontecimientos está fuera de discusión, pues abrieron la vía para el derrocamiento del capitalismo en una de las naciones fundamentales de Europa a tan sólo un año del triunfo bolchevique en Rusia.

La Fundación Federico Engels publicó en 2014 el libro de Juan Ignacio Ramos, Bajo la bandera de la rebelión. Rosa Luxemburgo y la revolución alemana. Hemos entrevistado a su autor, que también es el secretario general de Izquierda Revolucionaria, para hablar sobre la significación y las lecciones de aquella revolución.

Marxismo Hoy.- ¿Qué aporta el estudio de la revolución alemana cien años después?

Juan Ignacio Ramos.- En primer lugar hay que señalar que para generaciones de activistas de la izquierda en el Estado español, la revolución alemana y la obra de Rosa Luxemburgo son mucho menos conocidas que la revolución rusa y el legado político y teórico de dirigentes bolcheviques como Lenin y Trotsky. Hay una gran escasez de materiales en castellano, y los libros señeros sobre esta cuestión, como la obra de Pierre Broué, permanecen descatalogados desde los años setenta.

Las lecciones de la revolución alemana son igual de importantes que las que transmite el triunfo bolchevique en octubre de 1917 o la revolución española que se extendió desde abril de 1931 hasta su derrota definitiva en abril de 1939.

Es evidente que las fuerzas motrices de los acontecimientos alemanes comparten un patrón común con la revolución rusa: la devastación de la guerra imperialista, los miles de muertos y mutilados o las privaciones de la retaguardia. Este panorama se vio agravado por la colaboración parlamentaria de los dirigentes del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) con la monarquía y el gobierno. Aunque paralizada temporalmente por la propaganda chovinista y la posición socialpatriota del SPD, la clase obrera alemana aprendió mucho en la escuela de la guerra.

La irrupción de los marineros de Kiel, a principios de noviembre de 1918, fue la señal para un movimiento revolucionario incendiario. Los obreros y los soldados insurrectos conquistaron ciudad tras ciudad, abrieron cárceles y liberaron a los prisioneros políticos, izaron la bandera roja en calles, fábricas y cuarteles y formaron los Consejos de Obreros y Soldados. El káiser fue barrido de la escena. La clase trabajadora demostró ser mucho más potente para acabar con el Imperio alemán que los obuses enemigos y, en cuestión de días, llevó a cabo las tareas de la llamada “revolución democrática”, proclamó la república y abrió el camino para la transformación socialista de Alemania.

Igual que en las jornadas revolucionarias de febrero de 1917 en Rusia, los trabajadores alemanes con su audacia y determinación abrieron una situación de doble poder y comenzaron a disputar a la burguesía el derecho a dirigir la sociedad.

MH.- ¿Por qué fracasó la experiencia consejista en Alemania?

JIR.- El poder encarnado por los Consejos de Obreros y Soldados no logró imponerse, a diferencia de lo que ocurrió en Rusia. Los factores que determinaron este desenlace son diversos, pero el más importante de todos fue la traición a la revolución de los dirigentes del principal partido obrero, el SPD.

Ebert, Scheidemann, Noske y otros jefes socialdemócratas que habían sostenido los créditos de guerra y la política del imperialismo alemán desde el 4 de agosto de 1914, sellaron una coalición con el Alto Mando del Ejército. Los socialpatriotas — tal y como confesaban en sus círculos íntimos— detestaban la revolución como al pecado y no vacilaron en coaligarse con los criminales que más tarde animarían la formación de las SA y las SS.

La burguesía había asimilado seriamente las lecciones de la revolución bolchevique y, sin dejarse intimidar por los acontecimientos, se concentró en evitar que lo ocurrido en Rusia se repitiera en Alemania. Para lograrlo utilizó dos caminos complementarios: por un lado, puso todos los medios para sabotear la revolución desde dentro, valiéndose del SPD y de la autoridad que todavía conservaba entre amplios sectores de las masas. El objetivo era claro: controlar los Consejos de Obreros y Soldados y someterlos en el tiempo más breve posible a la legalidad burguesa, valiéndose de las ilusiones democráticas de la población. Por otro, preparó meticulosamente una fuerza armada de absoluta confianza que pudiese ser lanzada contra los obreros revolucionarios y sus líderes.

Las fuerzas de la contrarrevolución —la dirección del SPD y los militares monárquicos—, apoyados y financiados generosamente por los grandes capitalistas, se enfrentaron a la resistencia feroz de los obreros de Berlín y de sus organizaciones combatientes. De entre ellas destacó, por derecho propio, la Liga Espartaquista (la tendencia marxista revolucionaria) dirigida por Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht y Leo Jogiches, que finalizando el mes de diciembre de 1918 se transformaría en el Partido Comunista de Alemania (KPD).

Enfrentados a un enemigo con medios muy considerables, la Liga Espartaquista trató de emular el ejemplo de los bolcheviques. Pero la heroicidad, el valor y el sacrificio de los trabajadores de Berlín no fueron suficientes. En el transcurso de aquellos acontecimientos, los espartaquistas no lograron crear un partido marxista de masas y muchos de sus cuadros estaban influidos por posiciones ultraizquierdistas. Desde noviembre, la Liga Espartaquista agrupó a una cantidad importante de soldados y jóvenes obreros entregados en cuerpo y alma a la causa, pero muchos de ellos sólo veían en la revolución el momento de la insurrección armada, sin entender todo el trabajo preparatorio necesario para ganar a la mayoría de la clase obrera mediante la agitación y la propaganda.

Las divergencias de criterio en las filas espartaquistas adquirieron mayor relieve precisamente durante el congreso de fundación del Partido Comunista, cuando Rosa Luxemburgo se quedó en minoría. Su defensa a favor de participar en las elecciones a la Asamblea Constituyente convocadas para el 19 de enero de 1919, fracasó ante una mayoría de delegados que se pronunciaron por el boicot activo. Las palabras de Rosa Luxemburgo en su discurso de clausura fueron claras: “En la fuerza tempestuosa que nos empuja hacia adelante, creo que no debemos abandonar la calma y la reflexión. Por ejemplo, el caso de Rusia no puede ser citado aquí como un argumento contra la participación en las elecciones, pues allí, cuando la Asamblea Constituyente fue disuelta, nuestros camaradas rusos tenían ya un gobierno encabezado por Trotsky y Lenin. Nosotros, en cambio, estamos aún en los Ebert-Scheidemann. El proletariado ruso tenía detrás de sí una larga historia de luchas revolucionarias, mientras que nosotros nos encontramos en el comienzo de la revolución…”.1

El frente único entre la burguesía, los militares y la socialdemocracia alemana no tuvo fácil la tarea. Enfrentados a una poderosa clase obrera, recurrieron a la violencia más extrema para aplastar a la vanguardia revolucionaria representada por la Liga Espartaquista, y asesinar a sus dirigentes más cualificados, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Su muerte el 15 de enero, a manos de las bandas monárquicas de extrema derecha agrupadas en los Freikorps y dirigidas por el socialdemócrata Gustav Noske, marcó la derrota del levantamiento obrero de Berlín en enero de 1919.

Después de lo ocurrido en la capital, los dirigentes socialpatriotas y los militares monárquicos desataron una guerra civil que se prolongó durante meses para liquidar definitivamente a los Consejos, masacrando a miles de comunistas y asesinando también al otro gran dirigente Leo Jogiches. Sobre estas bases, y no sobre una supuesta legalidad democrática, se levantó la república de Weimar que, al cabo de 14 años, entregaría el poder a Hitler.

MH.- En el texto se explica la enorme aportación de Rosa Luxemburgo al marxismo. ¿Qué relevancia sigue conservando su pensamiento en la lucha por el socialismo?

JIR.- Nuestro afán ha sido intentar establecer un hilo conductor entre las ideas de Rosa Luxemburgo y la revolución. Sus aportaciones han trascendido en el tiempo y sus obras se han convertido en clásicos del marxismo. Basta recordar Reforma o revolución o Huelga de masas, partido y sindicatos, textos realmente sobresalientes de la literatura socialista. Pero Rosa no sólo fue una teórica que denunció con energía el reformismo y libró una batalla contra la degeneración de la socialdemocracia alemana y la Segunda Internacional; fue ante todo una revolucionaria entregada a la tarea práctica de la emancipación de la clase obrera.

Su participación en los acontecimientos revolucionarios alemanes, rusos y polacos, en la formación del ala internacionalista de la socialdemocracia y su papel en los debates dentro del movimiento marxista internacional, han estado siempre sometidos a la manipulación de los estalinistas, que la atacaron por su internacionalismo responsabilizándola de la teoría de la revolución permanente, y también por sectores de la socialdemocracia y el anarquismo que intentaron convertir su pensamiento en una “denuncia democrática” del supuesto autoritarismo y dogmatismo de Lenin. El libro entra a fondo en todas las polémicas y los debates en los que Rosa participó, situándolos dentro del contexto histórico, y demostrando la enorme afinidad de su pensamiento con el de Lenin y Trotsky. Las discusiones y controversias en torno a la cuestión nacional, el centralismo democrático, la economía política o el imperialismo, eran parte de la riqueza de pensamiento que existía en el movimiento marxista, posteriormente envilecido por el estalinismo y su escuela de falsificación histórica. Rosa Luxemburgo evolucionó claramente hacia las posiciones del bolchevismo a partir de su propia experiencia en la revolución alemana, lo que quedó plasmado en sus últimos escritos.

Si la revolución socialista hubiese triunfado en Alemania, el destino de la humanidad podría haber sido muy diferente. La construcción del socialismo no habría tenido que vérselas en un país atrasado y aislado sino en una de las principales potencias industriales del continente y con el proletariado más fuerte y más organizado. Conocer esta experiencia, y aprender de sus lecciones, supone una obligación para todas y todos los revolucionaros. Como dejó escrito Rosa en su último artículo: “¡El orden reina en Berlín! ¡Estúpidos lacayos! Vuestro ‘orden’ está levantado sobre arena. Mañana, la revolución se alzará de nuevo y, para terror vuestro, anunciará con todas sus trompetas: ¡Fui, soy y seré!”2.

Notas

  1. Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht: La revolución alemana de 1918-1919, FUNDACIÓN FEDERICO ENGELS, p. 20.
  2. Rosa Luxemburgo, El orden reina en Berlín. Puede consultarse en el apéndice documental de Bajo la bandera de la rebelión. Rosa Luxemburgo y la revolución alemana.

En noviembre de 2015 Mauricio Macri logró una victoria pírrica en la segunda vuelta de las elecciones argentinas. El candidato de la oligarquía, la derecha golpista y neoliberal, y del imperialismo, quedó muy lejos del holgado triunfo que todas las encuestas prometían: venció con un 51,40% y 12.903.301 sufragios, frente al 48,60% y 12.198.441 papeletas, de Daniel Scioli, candidato kirchnerista. El resultado electoral puso de manifiesto la gran polarización social que ya entonces vivía el país.

Su triunfo fue celebrado con entusiasmo por las bolsas y toda la prensa de derechas, que no dejaron de alabar el “nuevo orden social” que prometía el flamante presidente. Macri se erigió como el mirlo blanco con el que la burguesía del continente y sus amos de Washington pretendían poner el RIP al gran movimiento de masas que en países como Venezuela, Bolivia, Ecuador y la propia Argentina, dio lugar a crisis revolucionarias y precipitó la llegada de gobiernos reformistas que, utilizando una retórica antiimperialista, se desviaron de la agenda ortodoxa neoliberal. Macri era la supuesta confirmación de que la derecha podría reconstruir su base social y tener éxito.

Por supuesto, su ascenso también reflejó el fracaso de ese supuesto modelo de reformismo latinoamericano. Es evidente que las políticas de Néstor Kirchner y Cristina Fernández supusieron en determinados aspectos un cambio respecto a los gobiernos privatizadores y reaccionarios anteriores. Pero los juicios a los responsables de los crímenes de la dictadura o las reformas de tipo asistencial que aprobaron con un apoyo social notable, no significaron un cambio en las estructuras capitalistas del país, afianzando un modelo dependiente de las exportaciones de materias primas que permitieron al capital financiero y la oligarquía tradicional acumular grandes beneficios. Argentina consolidó en aquellos años una enorme deuda externa en dólares, y abrió de par en par su tejido productivo a la precarización, los bajos salarios y el dominio de los grandes monopolios imperialistas en los sectores estratégicos de su economía.

El desencanto era patente en el último periodo de gobierno de Cristina, y la situación empeoró con el discurso derechista de su candidato, Scioli, que multiplicó sus guiños a los sectores empresariales y financieros, y no disimuló su ansia por copiar el modelo represivo de Macri cuando éste era gobernador de Buenos Aires. Los lazos con la burocracia sindical más corrupta, y sus orígenes menemistas de los que siempre se jactó, fueron otro obstáculo evidente para que un personaje como Scioli pudiera derrotar a la derecha. El descontento entre las capas medias, y la desilusión ante un candidato peronista que defendía el ajuste y la austeridad, dieron el triunfo al que pretendía pasar por representante del “cambio”.

Un presidente al servicio de la oligarquía y las multinacionales

No pasó mucho tiempo para que la careta demagógica de Macri cayera estrepitosamente. En los primeros meses se aprobaron 40 decretos, a cual más agresivo y derechista, una auténtica declaración de guerra contra los trabajadores, los pensionistas y la juventud. El “Gobierno del cambio” devaluó el peso, eliminó impuestos a la oligarquía tradicional, aprobó subidas en el recibo de la luz e incrementos del precio del transporte y puso encima de la mesa el despido de miles de empleados públicos. El carácter del nuevo Gobierno quedó claro también en el terreno de los derechos democráticos: nombró como cargos públicos a personajes ligados a la dictadura y liberó a torturadores que estaban encarcelados.

Pero el estrecho margen con el que Macri ganó las elecciones era un claro indicativo de que la clase obrera y los sectores más desfavorecidos no se iban a quedar de brazos cruzados. Los trabajadores públicos, los maestros, los pensionistas, las mujeres, los estudiantes, protagonizaron importantes movilizaciones desde el primer momento, destacando el gran conflicto con los jubilados por la reforma de las pensiones que acabó con una brutal represión policial ante el parlamento. En este ambiente de resistencia, la irrupción de la lucha de las mujeres contra la violencia machista, la justicia patriarcal y por el derecho al aborto, ha marcado un punto de inflexión.

La presión en la calle ha acabado por desbordar a unas direcciones sindicales que han mantenido, en general, una actitud conciliadora para asegurar una paz social rota en numerosas ocasiones por la presión desde abajo. Y así fue como nuevamente el martes 25 de septiembre, el empuje de las masas experimentó un gran paso adelante. Ese día Argentina vivió la cuarta huelga general desde que Macri llegó a la presidencia. Esta gran movilización tuvo su preludio el día anterior con la convocatoria de huelga por parte de las dos ramas de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), huelga general a la que se sumó la Confederación General del Trabajo (CGT) al día siguiente. El país quedó totalmente paralizado: transporte por carretera, ferroviario y aéreo, la administración pública, la sanidad y educación y una enorme lista de grandes y pequeñas empresas. Como la prensa capitalista tuvo que reconocer, fue una contundente demostración de fuerza de la clase obrera en defensa de unas condiciones de vida dignas frente al saqueo de la oligarquía, el FMI y las políticas del gobierno.

Macri se mueve sobre un gran polvorín social, y ahora que la economía argentina amenaza con hundirse puede estallar. La perspectiva de un nuevo Argentinazo como en 2001 está presente en la situación.

La economía argentina en barrena

El 14 de septiembre de 2018, eleconomista.es señalaba la siguiente idea: “Los países que han experimentado una caída de sus monedas de más del 40% en un año, generalmente han sufrido recesiones de más del 6% al año siguiente”.

Hoy la caída del peso argentino ha superado con creces esa cifra y la inflación consume los recursos de la economía del país. La financiación externa se ha cortado en seco y los costes del endeudamiento se han disparado, estancando la inversión. La pregunta no es si habrá recesión, sino cómo de profunda será; de hecho el propio gobierno estima que la economía retrocederá un 2,4% en 2018.

El pesimismo domina entre los analistas que intentan trazar una perspectiva de los acontecimientos argentinos. En un artículo publicado el 28 de septiembre en El País y titulado ‘Tocar fondo otra vez’, podíamos leer: “La única posibilidad real de salvación consiste en que tanto los propios argentinos como los inversores internacionales tengan fe y decidan que esta vez, a diferencia de las anteriores, las cosas saldrán bien”. Esta apelación a la providencia es toda una declaración de principios.

La frágil economía argentina, golpeada por distintos factores internos y externos (peso de la deuda y dependencia de la financiación externa por un lado, y subida de los tipos de interés en EEUU, hundimiento de la lira turca, etc., por otro), profundizó su crisis durante el mes de abril. El tipo de cambio del peso argentino se derrumbó y, para apoyar a la moneda nacional, el Banco Central de Argentina aumentó la tasa de interés del 27,25% hasta el 40%; tan sólo en una semana vendió casi el 10% de sus reservas en divisas extranjeras. De nada sirvieron estas medidas: el peso ha experimentado una devaluación del 53% en los últimos 12 meses. El 1 de agosto 1 dólar se compraba por 28 pesos pero, en octubre, la moneda estadounidense cotiza a 38,90 pesos (a principios de septiembre el dólar llegó a cotizar a 41,71 pesos), a pesar de que la tasa de interés supera ya el 73%, la más alta del mundo.

En el mes de mayo Macri recurrió al FMI para obtener un préstamo por valor de 50.000 millones de dólares a condición de que el Gobierno argentino llevara a cabo un duro plan de ajuste. Pero eso no ha impedido que la economía argentina siga su descenso al abismo.

La inflación ha alcanzado el 35% en los últimos 12 meses y las previsiones apuntan a que en diciembre se situará muy por encima del 40%. La fuga de capitales ha alcanzado los 16.676 millones de dólares el primer semestre de 2018, incrementándose un 117% respecto a 2017, año en que alcanzó los 22.148 millones de dólares. La perspectiva de un nuevo “corralito” cobra cada vez más fuerza.

Ante una situación cada vez más crítica, Macri negoció a la desesperada un nuevo acuerdo con el FMI ante el fracaso del primer plan, que se concretó finalmente el pasado 27 de septiembre. El FMI sumó otros 7.000 millones de dólares a los 50.000 millones iniciales y adelantó además los plazos de entrega a 2019. “De 6.000 millones previstos para 2018 se pasa a 13.400 millones. En 2019 se pasa de 11.400 millones a 22.800 millones” (El País, 27/9/18). A cambio, el Gobierno se ha comprometido a reducir a cero el déficit fiscal primario (antes del pago de intereses de la deuda) para el año próximo, y ofrece ante el altar del FMI nuevos y más profundos recortes que hundirán todavía más las ya de por si deterioradas condiciones de vida de la población argentina.

De hecho, el plan puesto en práctica por el nuevo director del Banco Central de Argentina (BCA), Guido Sandleris, que sustituye al dimitido Luis Caputo, quien abandonó su cargo el 25 de septiembre día de la última huelga general, implica una colosal sangría de recursos y la profundización de la recesión económica. Los especuladores financieros se frotan las manos, ya que el plan supondrá extraordinarias ganancias para ellos.

El mecanismo activado por el gobierno es el siguiente: con el fin de “convencer” a los bancos para que apuesten por el peso argentino, el BCA ha emitido bonos en pesos, a los que ha llamado “Leliq” (letras de liquidez), de vencimiento semanal, que solo pueden ser operados entre los bancos. Con estos bonos pretende retirar pesos de la circulación con el objetivo de mantener su valor frente al dólar. Por estas “letras”, el BCA está pagando un interés del 73,3% y los más optimistas auguran que estos intereses no bajarán del 60% por lo menos hasta diciembre. Este plan le cuesta hoy al BCA 23 millones de dólares diarios, una sangría de recursos que amenaza las reservas argentinas y aumenta el riesgo de que la economía entre en suspensión de pagos.

¡Abajo Macri, por un Gobierno obrero que acabe con los recortes y la austeridad!

Mientras todo esto ocurre en las cumbres financieras, y el saqueo se planifica con esmero, el nivel de vida de las masas argentinas se encuentra al borde del colapso. Según las estimaciones oficiales, 27 de cada cien argentinos viven en la pobreza, y en los últimos seis meses 800.000 personas engrosaron sus filas. La Universidad Católica Argentina estima que la pobreza alcanza al 33% y que uno de cada diez argentinos es indigente. El número de ciudadanos que no tiene acceso a agua corriente es de 3,2 millones, y el que carece de sistema de alcantarillado alcanza los 9,5 millones.

Argentina podría entrar en un plazo no muy lejano en una nueva crisis revolucionaria como la de 2001. Hay muchos factores objetivos que trabajan para un desenlace semejante. Por eso es fundamental que el factor subjetivo, es decir, la dirección revolucionaria, se prepare para los acontecimientos turbulentos que están por venir.

La confrontación con el Gobierno ha llegado a un momento decisivo, y en este punto es necesario impulsarla a un nivel superior con un programa revolucionario. La clase obrera argentina ha dado sobradas muestras de su voluntad de luchar hasta donde haga falta para enfrentarse al infierno que la política de Macri, los grandes capitalistas argentinos y el FMI.

Hay que preparar las condiciones en los centros de trabajo, en los barrios, escuelas y universidades, a partir de la acción de los sindicatos combativos y clasistas, las organizaciones de la izquierda anticapitalista y los movimientos sociales y populares, para la convocatoria de una huelga general indefinida con un objetivo central: ¡abajo este Gobierno de la oligarquía y el capital y sustituirlo por uno de la clase obrera!

Un objetivo así sólo puede alcanzarse ganando a la mayoría de la clase trabajadora a un programa socialista. Esta, sin duda alguna, es la tarea central que deberían tener las organizaciones de la izquierda que se reclama del marxismo y del trotskismo, empezando por el Frente de Izquierdas y de los Trabajadores (FIT). Una tarea que debe partir de una estrategia no sectaria para sumar a esta batalla a la base militante de las organizaciones de la izquierda peronista, que están girando hacia la confrontación con el Gobierno y buscan una salida socialista a la crisis.

Existe una oportunidad histórica para transformar radicalmente la situación en Argentina, asestando un golpe decisivo a la reacción. Después de la experiencia fallida de la revolución bolivariana y los fracasos de los gobiernos reformistas, hay que volver a insistir que frente a la colaboración de clases necesitamos llevar adelante el programa del socialismo internacionalista basándonos en el poder de los trabajadores. 

El capitalismo no sólo no puede dar a los trabajadores nuevas reformas sociales, ni siquiera pequeñas limosnas: se ve obligado a quitarle las que les dio antes. Toda Europa ha entrado en una época de contrarreformas económicas y políticas. Es precisamente por eso que los partidos reformistas democráticos se descomponen y pierden fuerza, uno tras otro, en toda Europa. (…) Los grandes fenómenos políticos tienen, siempre, profundas causas sociales.

León Trotsky, ¿Adónde va Francia? (9 de noviembre de 1934)

¿Cuál es la explicación del auge de las formaciones populistas, xenófobas y de extrema derecha? ¿Qué consecuencias tiene en la situación política mundial? ¿Qué programa y qué estrategia necesitamos para combatirlas? Millones de personas en el mundo se hacen estas preguntas impactadas tras el triunfo de Donald Trump en EEUU, la reciente victoria de Bolsonaro en Brasil y, sobre todo, por el contagio de esta onda expansiva a países decisivos de la Unión Europea, con la formación de gobiernos extremadamente nacionalistas y reaccionarios en Hungría, Polonia, Austria e Italia, y el avance de estas formaciones en Francia, Suecia, Dinamarca o Alemania.

Crisis económica, polarización y auge de la lucha de clases

Para comprender este proceso y su alcance es importante situarlo en el periodo histórico que abrió la gran recesión de 2008 y los profundos cambios sociales y políticos que se han derivado de ella. Es imposible disociar el crecimiento del populismo de derechas del nacionalismo económico. A diferencia de los periodos de expansión económica que pueden atenuar las contradicciones entre las diferentes potencias imperialistas, el estallido de la recesión provocó una escalada de los conflictos diplomáticos, económicos y militares, ayudando a germinar el chovinismo nacional. El hecho de que Trump haya recurrido a una política proteccionista y fomente la guerra comercial contra China, Alemania y sus competidores más directos en el mercado mundial, refuerza una tendencia de fondo que ya venía expresándose antes de que el republicano llegara a la Casa Blanca.

A su vez, la estrategia de la burguesía mundial aplicando una dura política de recortes y austeridad, dinamitó las bases del “estado del bienestar” y eliminó numerosas conquistas sociales que parecían consolidadas en los países capitalistas más desarrollados. Estas medidas provocaron un crecimiento exponencial del desempleo y del empobrecimiento entre amplias capas de la sociedad, trayendo consigo una enorme polarización social y un recrudecimiento de la lucha de clases. La credibilidad de las instituciones parlamentarias cayó en picado, igual que la de las formaciones políticas tradicionales, tanto de la derecha conservadora como de la socialdemocracia. En paralelo, y para contener el auge de la movilización social, las tendencias bonapartistas crecieron entre la clase dominante y se acentuó del perfil autoritario y represivo del Estado.

Amplios sectores de los trabajadores y la juventud respondieron a esta ofensiva en Europa con luchas de un calado histórico, protagonizaron enormes rebeliones sociales como la Primavera árabe, o grandes movimientos en América Latina que cristalizaron en la llamada revolución bolivariana y en el triunfo de gobiernos reformistas en Argentina, Ecuador o Bolivia.

Por poner el ejemplo de Grecia, la única explicación real de por qué toda la fuerza desplegada por los trabajadores no culminó en una victoria contra la troika, y en un derrocamiento del capitalismo, fue la cobardía y la brutal traición de Tsipras y de los dirigentes reformistas de Syriza. El triunfo de la clase obrera griega habría tenido consecuencias internacionales colosales, empezando por el Estado español, donde la irrupción de Podemos tras el 15-M era parte del mismo proceso de participación y de radicalización política de una parte decisiva de la juventud, los trabajadores y sectores de la pequeña burguesía muy golpeados por la crisis.

El surgimiento y avance de formaciones populistas extremadamente reaccionarias, y de otras organizaciones de ultraderecha, son un producto inevitable de la crisis general del capitalismo, de la polarización política y de las enormes tensiones entre las clases, pero ha sido alimentada por las políticas antiobreras de la socialdemocracia tradicional —fusionada en todas partes con el Estado burgués— y también por las vacilaciones y traiciones de organizaciones que, como Syriza, el PT o el PSUV en Venezuela, tuvieron en sus manos la posibilidad de culminar la transformación socialista de la sociedad y lo que hicieron fue apuntalar al sistema frustrando las grandes expectativas de cambio que existían entre la población.

Las capas medias y la extrema derecha

Cuando la clase obrera pone su sello en la situación política con métodos de lucha clasista —la huelga general, las ocupaciones de fábricas, las movilizaciones de masas…— las tendencias reaccionarias, sin dejar de manifestare, quedan en muchos casos contenidas. Pero este enorme potencial para transformar la sociedad necesita del factor subjetivo, de una dirección revolucionaria consecuente. La victoria de la revolución es una tarea estratégica. En periodos socialmente convulsos si la movilización de los trabajadores retrocede y sus organizaciones se pliegan a la colaboración de clases y la búsqueda de la paz social con la clase dominante, la reacción ideológica encuentra más espacio para expandirse. Como la experiencia histórica demuestra, las épocas de crisis aguda marcan la pérdida de la estabilidad interna de las capas medias, y su virulenta oscilación entre la izquierda y la derecha.

Las formaciones populistas y de ultraderecha no hacen más que aprovecharse de todos los prejuicios y planteamientos reaccionarios que anteriormente ha inoculado y normalizado la derecha “democrática”, con la connivencia y complicidad de la socialdemocracia. El racismo, la opresión nacional, la violencia contra la mujer está en la base de la ideología burguesa, de sus partidos y organizaciones tradicionales. Necesitan buscar un chivo expiatorio para desviar la atención de su responsabilidad en la crisis y, dependiendo de las circunstancias, ponen el foco y culpabilizan a la actitud intransigente de los obreros que no quieren “apretarse el cinturón”, a los inmigrantes y los refugiados que esquilman los escasos recursos de que dispone el país y disuelven la identidad nacional, a las nacionalidades oprimidas que pretenden romper la patria, o a las potencias que les hacen la competencia en el mercado mundial.

El populismo reaccionario y la ultraderecha, como ocurría en los años treinta con las formaciones fascistas, recurren a la demagogia para disfrazarse de una opción “antisistema” y conectar con la rabia, la frustración y la desmoralización de amplias capas de la población, actuando de forma mucho más decidida que la derecha tradicional. Trotsky lo señalaba así analizando la situación francesa en los años treinta: “(...) Es precisamente esta desilusión de la pequeña burguesía, su impaciencia, su desesperación, lo que explota el fascismo. Sus agitadores estigmatizan y maldicen a la democracia parlamentaria (…). Estos demagogos blanden el puño en dirección a los banqueros, los grandes comerciantes, los capitalistas. Esas palabras y gestos responden plenamente a los sentimientos de los pequeños propietarios, caídos en una situación sin salida. Los fascistas muestran audacia, salen a la calle, enfrentan a la policía, intentan barrer el parlamento por la fuerza. Esto impresiona al pequeño burgués sumido en la desesperación (…) La democracia no es más que una forma política. La pequeña burguesía no se preocupa por la cáscara de la nuez sino por su fruto. Busca salvarse de la miseria y la ruina. ¿Que la democracia se muestra impotente? ¡Al diablo con la democracia! Así razona o siente todo pequeñoburgués”1.

La respuesta a esta ofensiva por parte de las nuevas formaciones de la izquierda reformista es igual de impotente que el viejo discurso socialdemócrata. Para los dirigentes de Podemos, Syriza, Die Linke y muchos otros, la mejor forma de cerrar el paso a la reacción es confiar en el buen funcionamiento de la democracia y las instituciones parlamentarias. Pero es precisamente la incapacidad de la “democracia” capitalista para resolver la crisis, esa misma “democracia” que rescata a los grandes bancos y legisla los recortes y la austeridad contra la población, la que crea las condiciones objetivas para una vuelta al nacionalismo reaccionario.

Amenaza autoritaria en Brasil

La contundente victoria de Jair Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas, y la posibilidad de que se alce con el triunfo definitivo en la segunda, es una muestra de este fenómeno global, del giro a la derecha de amplios sectores de las clases medias y de capas atrasadas de los trabajadores, y de las tendencias al autoritarismo entre la clase dominante.

¿Cómo es posible que un defensor de la dictadura y la tortura sistemática, que un misógino enfermizo que se despacha públicamente con frases como “no te violo porque no te lo mereces”, que un elemento que agita un discurso contra los sectores sociales más oprimidos, alentando la violencia contra negros, mujeres y población LGTBI, haya obtenido casi 50 millones de votos y sea, según todas las encuestas, el favorito para la segunda vuelta?

Una parte muy importante del voto a Bolsonaro proviene de la descomposición del partido tradicional de la burguesía brasileña, el PSDB, que ha perdido el 85% de su electorado. El perfil mayoritario de sus votantes es población blanca y de clase media, muy frustrada con los diferentes gobiernos del PT y especialmente con la última etapa de Dilma Rousseff, golpeada por la dura crisis económica que atraviesa el país desde 2013, y que culpa de su situación a la corrupción, la descomposición social y el incremento de la inseguridad y violencia. También de trabajadores atrasados, muchos de ellos bajo la influencia de la Iglesia Evangélica, a los que este discurso del “orden” y “mano dura” les ofrece un horizonte de mejora. Para estos sectores el PT es visto como parte inseparable de un sistema que les ahoga.

No hay que olvidar que los grandes éxitos electorales del PT en el pasado (Lula ganó con más del 60% de votos en 2002) no sólo se dieron por el apoyo de la población trabajadora y más empobrecida. Tras años de dictadura y de gobiernos reaccionarios de la derecha, sectores de la pequeña burguesía, de la juventud universitaria y la intelectualidad, apostaron por una salida de izquierdas y marcharon junto al PT. Pero Lula utilizó toda su autoridad para contener el movimiento que lo había aupado y acabó enfrentándose a él. Gobernó en favor de la banca, de las multinacionales, de los terratenientes y de la derecha2. Se adaptó al sistema, en muchos casos aliándose con sectores violentos y derechistas del aparato del Estado para reproducir sus prácticas clientelares y corruptas.

Cuando en abril de 2017 la clase obrera brasileña dio la batalla con una huelga general masiva para responder a la contrarreforma laboral y del sistema de pensiones aprobadas por el gobierno golpista de Temer, tanto la dirección del PT como los dirigentes sindicales se opusieron a dar continuidad al movimiento, desperdiciando una oportunidad de oro. Es imposible entender el vuelco brusco a la derecha que se ha producido en Brasil, en términos electorales, sin considerar esta dinámica global. Otros factores, como el fracaso de la revolución bolivariana y el colapso social y económico que vive Venezuela, han favorecido la agitación reaccionaria de Bolsonaro.

Si Bolsonaro finalmente es investido presidente, su programa ultraliberal y autoritario chocará, tarde o temprano, con las tradiciones revolucionarias y los intereses objetivos de la clase obrera brasileña. Será una dura escuela de autoritarismo y vuelta a la barbarie, pero con alzas y bajas, flujos y reflujos, creará las condiciones para una nueva oleada de luchas más radicalizadas y con un contenido anticapitalista más definido. 

La extrema derecha al frente del gobierno italiano

Otro de los grandes avances del populismo de derechas se produjo en las pasadas elecciones italianas, que permitieron la formación del gobierno de coalición entre el Movimiento Cinco Estrellas (M5S) de Luigi di Maio, y la Liga de Matteo Salvini, probablemente el más reaccionario desde la caída de Mussolini.

Las causas que explican este resultado no son muy diferentes a las que están detrás de los éxitos de Bolsonaro o Donald Trump. En primer lugar la prolongada crisis económica y el hartazgo con el sistema político, reflejado en un desplome de los partidos tradicionales3; en segundo lugar el hundimiento de la izquierda reformista italiana, tanto política como sindical, a consecuencia de su estrategia de desmovilización y apoyo a las políticas de ajuste y recortes del Partido Democrático (PD). Estos factores han hecho posible que la demagogia reaccionaria tenga éxito. A diferencia de procesos políticos en países como Grecia, Portugal, Francia, Gran Bretaña o el Estado español, donde el malestar social se plasmó en la irrupción de organizaciones a la izquierda de la socialdemocracia (Syriza antes de su capitulación, Bloco de Esquerdas, Francia Insumisa, Corbyn o Podemos), el caso italiano ha mostrado una tendencia diferente.

El M5S es una formación populista que se presenta como una fuerza “ni de izquierda ni de derecha”. Sus resultados fueron grandes en el sur de Italia, precisamente en las zonas más castigadas por la crisis económica, alcanzando entre el 45% y el 55% de los votos en regiones como Campania, Sicilia, Cerdeña, Apulia, Calabria, Basilicata. Pero el M5S no es ninguna alternativa para resolver los graves problemas planteados a la clase obrera y la juventud italiana y lo está demostrando.

El éxito del M5S no puede ocultar que el protagonista indiscutible del nuevo gobierno es el dirigente de la Liga, y flamante ministro del Interior, Matteo Salvini. De firmes convicciones ultraderechistas y manifiestamente xenófobo, con su lema “Italia lo primero” alcanzó el 17,37% de los votos, los mejores resultados de su historia. En los últimos años la Liga ha reorientado su táctica, sustituyendo su discurso tradicional contra el “sur pobre y vago”, por otro dirigido a toda Italia y cuyo chivo expiatorio es ahora, sobre todo, el inmigrante. También ha defendido demagógicamente la salida del euro, para rascar votos entre la población más humilde y duramente golpeada por las políticas de austeridad. Pero su intención no es la de enfrentarse a las políticas capitalistas de la UE sino alimentar el nacionalismo italiano en beneficio de la oligarquía tradicional y la élite política.

En los primeros meses del gobierno, todos los aspectos “sociales” del  programa del M5S se han evaporado, incluyendo la promesa de derogar las contrarreformas laborales, de pensiones y educativa, mientras las medidas xenófobas y racistas planteadas por la Liga se han desplegado con audacia: desde los planes para la expulsión de 500.000 personas “sin papeles”, la apertura de centros de detención a fin de agilizar las deportaciones, el cierre de los puertos italianos para impedir la llegada de los inmigrantes rescatados en el Mediterráneo o el aumento de la represión y los efectivos policiales.

Se trata de una estrategia muy consciente para alimentar el enfrentamiento entre trabajadores nativos y foráneos, y mantener agrupada a su base electoral e incluso aumentarla. Los resultados de las elecciones municipales del verano apuntalan esta tendencia ascendente, especialmente en el caso de la Liga, que ha obtenido alcaldías históricas que estaban en manos del PD. Salvini es el político más popular, y de realizarse nuevas elecciones las encuestas señalan que la Liga superaría el 30%, 12 puntos más que en marzo. Mientras tanto, el PD y el principal sindicato obrero, la CGIL, en lugar de responder con la lucha y la movilización siguen alineándose con las políticas de austeridad dictadas por el FMI y alaban a “Europa”, con lo que sólo añaden más confusión y concitan el rechazo de amplios sectores de los trabajadores, de la juventud y de las capas medias empobrecidas.

Ésta es la cara más inmediata, y negativa, de la situación. Sin embargo, no es lo mismo utilizar un mensaje populista desde la oposición que en el gobierno. ¿Quién pagará el gigantesco agujero de 349.000 millones de euros en créditos incobrables que tiene la banca italiana? Con una economía profundamente enferma y una deuda pública que supera el 132% del PIB, esta coalición de gobierno ejecutará nuevos ataques y no sólo contra los inmigrantes, preparando un escenario político aún más convulso.

La ultraderecha alemana a la ofensiva

Las violentas manifestaciones en la ciudad de Chemnitz encabezadas por Alternativa por Alemania (AfD) y grupos neonazis, junto a la complicidad de la policía que no hizo nada para evitar la persecución y agresión contra inmigrantes y militantes antifascistas, han causado una enorme conmoción social agudizando la polarización política.

Envalentonada por su ascenso electoral4 y por la complicidad e impunidad de la que disfrutan por parte del aparato de Estado, la extrema derecha pretende imponer un clima de terror y hacerse dueña de las calles. Desde que en 2014 se fundara el movimiento racista y antimusulmán Pegida, sus acciones y agresiones se han multiplicado. Según estadísticas oficiales, se han producido más de mil atentados xenófobos y ultraderechistas al año desde 2015. La llegada al país de un millón y medio de refugiados, en un contexto de crisis económica, recortes sociales, aumento de la desigualdad y empobrecimiento, combinado con la incapacidad de la socialdemocracia (SPD) y el resto de la izquierda reformista (Die Linke) de ofrecer una alternativa real a los problemas cotidianos de millones de personas, ha permitido a estos nacionalistas reaccionarios amplificar su demagogia xenófoba ganando apoyo entre sectores de la pequeña burguesía y de capas atrasadas y empobrecidas de la clase obrera.

Igual que en otros países, la socialdemocracia ha sido la abanderada de contrarreformas sociales agresivas, como la Agenda 2010, y se ha coaligado con la CDU de Merkel para gobernar y defender con ella las políticas de austeridad. Por su parte, la dirección de Die Linke ha defraudado cuando se ha puesto al frente de ayuntamientos importantes, renunciando a romper con los recortes y pactando con la socialdemocracia medidas de ajuste contra la población.

Aufstehen, una “izquierda” reaccionaria

En este contexto, el pasado 4 de septiembre se presentó la plataforma Aufstehen (De pie), impulsada por el cofundador de Die Linke, Oskar Lafontaine, y la actual presidenta del grupo parlamentario, Sahra Wagenknecht. En la iniciativa participan también destacados miembros del SPD, de Los Verdes y diversos intelectuales.

Con un mensaje genérico acerca de la justicia social, de la necesidad de incrementar salarios, pensiones y dignificar los servicios públicos, un lenguaje aparentemente radical que critica la falta de “democracia real”, y apelando a quienes “se sienten abandonados” o “tienen la impresión de no ser escuchados por los partidos tradicionales”, Aufstehen esconde una posición completamente reaccionaria con relación a los inmigrantes, a la política de asilo y las deportaciones de refugiados, aspectos centrales de su proyecto político.

Lafontaine ha declarado sin rubor que para frenar el crecimiento de AfD es necesario reforzar los controles migratorios: “El Estado debe decidir a quién acoge. Es la base de su orden (…) A cualquiera que cruce la frontera ilegalmente se le debe ofrecer retornar voluntariamente. Si no lo acepta, sólo queda la deportación”. Por su parte, Wagenknecht ha criticado la “apertura incontrolada de fronteras”, la “cultura de la bienvenida sin límites” y ha señalado la necesidad de repensar el “derecho de hospitalidad” hacia determinados inmigrantes5. Por cierto, como si algo de esto fuera posible en la Alemania de Merkel. En el manifiesto fundacional de la plataforma se puede leer: “la política de asilo ha provocado una inseguridad adicional (…) Muchos ven en la inmigración sobre todo una mayor competición por los trabajos mal pagados”.

El ideario de esta plataforma es claro: competir electoralmente con la misma demagogia racista y xenófoba a la que recurre la extrema derecha, envolviéndola con el celofán de una supuesta defensa del “Estado del bienestar” para la población nacional. Un cálculo político que sólo avalará y fortalecerá a AfD y su discurso, y que por supuesto oculta la muerte y el éxodo de millones de personas a causa de las guerras imperialistas, y el saqueo de Oriente Medio, África o Latinoamérica por parte de las grandes potencias.

En lugar de combatir los prejuicios racistas, Aufstehen les da un barniz supuestamente progresista facilitando que penetren todavía más entre la clase obrera alemana. No sólo renuncian a unir a los trabajadores —independientemente de su origen nacional y de su raza— con un programa de clase, sino que alimentan el chovinismo nacionalista y la división entre los oprimidos. En realidad, con la  represión a los inmigrantes lo que se consigue es debilitar, ideológica y organizativamente, a la clase obrera en conjunto frente a su verdaderos enemigos, los capitalistas, facilitando la labor de acoso y derribo de la burguesía contra los derechos sociales y laborales que Aufstehen dice defender. Es la ausencia de derechos laborales, sindicales, políticos y sociales lo que permite al gran capital y a las patronales en todo el planeta imponer condiciones salariales de miseria. Defender plenos derechos para los inmigrantes es el único camino consecuente que tiene la clase obrera para recuperar sus derechos. El supuesto “realismo” de las tesis de Aufstehen sólo sirve para extender una alfombra roja a la extrema derecha. Es una completa capitulación ideológica ante la reacción, y muestra lo lejos que han llegado estos dirigentes en su degeneración política.

A pesar de todos estos movimientos, la verdadera respuesta al auge de la ultraderecha se está produciendo al margen de los que defienden estas aberrantes teorías. Centenares de miles, desde abajo y pese a todas las limitaciones de las direcciones de la izquierda política y sindical, se están organizando y movilizando contra los fascistas. Más de 70.000 personas salieron a las calles en mayo bajo lemas como “nunca más”, en alusión al nazismo. En Chemnitz hubo manifestaciones antifascistas de masas durante las jornadas de agosto y un gran concierto de solidaridad con 65.000 participantes. Merece especial mención la masiva movilización del 13 de octubre en Berlín que reunió a más de 250.000 personas contra la ultraderecha. Que Aufstehen se negara a convocar y no participara en esta demostración de fuerza de los sectores más combativos y conscientes de la sociedad desenmascara la demagogia de su máxima representante, Sahra Wagenknecht, cuando decía estar cansada “de dejar la calle en manos de Pegida y de la extrema derecha”.

Levantar un amplio movimiento antifascista con un programa revolucionario

El arma más poderosa de la clase obrera frente a la ofensiva de la burguesía y la extrema derecha es su unidad, y la de todos los oprimidos, por encima de las fronteras y por encima de diferencias nacionales, de raza o de religión. Frente al racismo y los ataques a la inmigración: ¡unidad e internacionalismo contra nuestros verdaderos enemigos! Ni los controles y cierre de fronteras, ni los muros y concertinas, ni las “devoluciones en caliente”, ni las leyes de extranjería, ni el endurecimiento de las políticas de asilo… van a terminar con las políticas de austeridad, con los recortes sociales ni los ataques a los derechos democráticos que estamos sufriendo.

El desmantelamiento del “Estado del bienestar”, la brutal devaluación salarial, la desigualdad social rampante… ya existían mucho antes de la crisis de los refugiados. Tampoco son los inmigrantes los responsables de la privatización de los servicios públicos, de los rescates a la banca y al capital financiero, mucho menos de las guerras imperialistas… es la burguesía internacional y la crisis de su sistema, basado en la obtención del máximo beneficio para una ínfima minoría social a costa de lo que sea, lo que está haciendo retroceder décadas el reloj de la historia.

Para la clase dominante, las formaciones populistas nacionalistas y de extrema derecha son una palanca importante para la defensa del sistema capitalista frente al movimiento obrero y la juventud. Como ocurrió en los años treinta, el Estado capitalista protege, financia y arma a estas organizaciones. Lo hacen de forma legal e ilegal. Pueden incrementar o limitar ese apoyo en función de las circunstancias, pero nunca van a prescindir de ellos. Por eso es completamente erróneo dejar la lucha contra la extrema derecha en manos del Estado capitalista, de sus instituciones, de su policía o su poder judicial. Los trabajadores y la juventud, nativos y extranjeros, debemos basarnos en nuestras propias fuerzas. Hay que impulsar un amplio movimiento en las calles y crear comités de autodefensa en cada centro de trabajo, barrio, escuela y universidad para responder con nuestra fuerza organizada a la violencia ultraderechista.

Frente a los llamamientos abstractos y vacíos que apelan a la “democracia”, los “valores europeos” y al “pacifismo”, hay que oponer un programa revolucionario de acción para combatir los planes de austeridad y los recortes sociales, que defienda la nacionalización, bajo control democrático, de la banca y de los grandes monopolios para que toda la riqueza que generamos con nuestro trabajo sea empleada para resolver las graves necesidades sociales que nos acucian, poner fin al desempleo de masas y asegurar una vida digna a todas y todos. Hay que renacionalizar todas las empresas y servicios públicos que han sido privatizados; incrementar drásticamente los salarios y las pensiones, acabar con la precariedad y rebajar la jornada laboral a 35 horas sin reducción salarial, y dignificar la sanidad y la educación públicas; hay que expropiar las viviendas en manos de los bancos, prohibir legalmente los desahucios y garantizar el acceso a una vivienda pública asequible. Por supuesto tenemos que derogar todas las leyes bonapartistas y reaccionarias que cercenan los derechos democráticos, y depurar la judicatura, la policía y el ejército de fascistas. En definitiva, debemos levantar un programa de acción que se base en la movilización de la población, y que ligue estas reivindicaciones fundamentales a la lucha contra el sistema, por la transformación socialista de la sociedad.

El avance de la extrema derecha pone sobre la mesa la urgencia de construir una organización de masas con un programa revolucionario. Una alternativa socialista es lo que hace falta para que la clase obrera, numéricamente mucho más potente que en el pasado, pueda desplegar toda su fuerza, situarse en el centro de la acción política, convertirse en el foco de referencia de todos los sectores que están sufriendo la crisis capitalista, aislar políticamente y aplastar físicamente al fascismo. ¡Ésta es la tarea en la que está empeñada Izquierda Revolucionaria y el CIT/CWI!

Notas

  1. León Trotsky, ¿Adónde va Francia?, Fundación Federico Engels, 2006, pp. 34-34.
  2. El PT llegó a gobernar con el apoyo del derechista Temer, el mismo que encabezó el golpe de Estado institucional que en 2016 sacó de la presidencia a Dilma Rousseff.
  3. El PD, que obtuvo el peor resultado de su historia, y Forza Italia, de Berlusconi, pasaron del 70,6% del voto en 2008 al 32% en 2018.
  4. AfD obtuvo un 12,6% de los votos en las elecciones de septiembre de 2017, convirtiéndose en la tercera fuerza parlamentaria, y en el principal grupo de oposición al gobierno de coalición CDU-SPD. Numerosas encuestas señalan que AfD podría superar al SPD si hoy hubiera elecciones, y que en el este de Alemania sería la fuerza más votada, con un 27%.
  5. Estas posiciones quedaron en clara minoría en el último congreso de Die Linke, celebrado en junio de 2018.

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