La dramática caída de Alepo en manos del ejército de Bashar al-Assad, la tercera semana de diciembre, abre una nueva fase en la guerra que el régimen de al-Assad y las diferentes potencias imperialistas juegan en terreno sirio. El acercamiento entre Turquía y Rusia (sin el que no se puede explicar la recuperación de Alepo por al-Assad), y la debilidad de Estados Unidos, se expresaban en la tregua impuesta por rusos y turcos el 29 de diciembre y en el anuncio de negociaciones en febrero, sin participación ninguna del imperialismo norteamericano.

La batalla de Alepo se recrudeció en febrero pasado, con la incorporación de todo el potencial bélico de la aviación rusa. Paso a paso, y utilizando cualquier medio (incluyendo el uso persistente de bombas de racimo, barriles-bomba, explosivos antibúnker y otras armas para aterrorizar a la población de los barrios controlados por los llamados rebeldes), el ejército del régimen ha retomado el control de toda la ciudad, que era considerada la capital económica de Siria (su área de influencia aportaba el 35% de la producción industrial nacional). De esta forma, los “rebeldes” pierden el control de su última gran ciudad, manteniendo como única capital de provincia la de la cercana Idlib.

Estos cuatro años de asedio a los barrios “rebeldes” del este de Alepo han supuesto una tragedia para su población. A otro nivel, también para la de los barrios del oeste, más a salvo de la artillería de los grupos armados (aun así, en el último mes y medio han muerto al menos 140 civiles en barrios gubernamentales). La destrucción de infraestructuras de todo tipo, incluyendo hospitales y escuelas; el bombardeo masivo de viviendas; la dificultad del avituallamiento y la especulación desmesurada; y por supuesto la brutal represión, tanto del régimen de al-Assad como de las diferentes milicias islamistas.

El papel de los ‘rebeldes’

Sólo en Alepo han muerto 15.000 niños. Son 50.000 en todo el país; 10.000 de ellos fueron asesinados por las bombas cuando estudiaban o jugaban en sus colegios, y con ellos murieron 500 docentes y se dañaron 5.000 escuelas; son datos de una red de profesores y activistas. El bombardeo indiscriminado de hospitales y escuelas es un buen indicativo del carácter del régimen de al-Assad. Él, y la débil burguesía y pequeña burguesía detrás de él, están dispuestos a todo para mantenerse en el poder; al igual que también lo están Rusia e Irán para utilizarle e imponer sus intereses en la zona. Pero el carácter de la “oposición armada” no es muy diferente al de estos regímenes reaccionarios. Aunque con menos recursos, son culpables de crímenes similares: destrucción de hospitales del oeste de Alepo, represalias sectarias (especialmente contra chiíes y kurdos)… Incluso han reprimido con bala las manifestaciones de civiles en distintos barrios controlados por ellos, asesinando al menos a 44 personas. Estas personas exigían poder salir, ya que grupos islamistas se lo habían prohibido, apostando francotiradores en las salidas. Entre 130.000 y 250.000 civiles estuvieron sitiados, sin poder salir de sus barrios por el miedo a las represalias de las tropas o, como la propia ONU documentó, a los disparos de los grupos “rebeldes”.

Finalmente, el régimen sirio ha hecho valer toda la superioridad militar sobre los grupos oponentes, corruptos y enfrentados entre sí. Si el aspecto militar ha sido el determinante, es debido a que, pese a la enorme impopularidad de al-Assad, los “rebeldes”, por su carácter completamente sectario, han provocado una enorme frustración en las masas más oprimidas, que lucharon esperanzadas durante el levantamiento popular de 2011.

En Alepo han estado operando unas 40 bandas armadas, que incluyen a entre cien y 1.500 hombres cada una. Muchas de ellas, como indica Jesús Núñez, del Instituto de Estudios de Conflictos, son “grupos de criminales que se disfrazan con una capa ideológica”. La mayoría de estos grupos se coordinan a través de dos grandes grupos, ambos de ideología islamista: el Frente de la Conquista (vinculado a Al-Qaeda) y La Conquista de Alepo. Los barrios que han controlado son prisiones sin puertas físicas, sometidos a riguroso control social, y donde impera la represión a las mujeres, los gays y cualquier minoría, o la ejecución de supuestos adúlteros; un niño de doce años, Abdulá Issa, fue decapitado por “espía”, por uno de los grupos que ha recibido financiación y armas del imperialismo norteamericano. Amnistía Internacional denuncia la utilización de sistemas de tortura similares a los del Estado de al-Assad, por parte de grupos de la “oposición”.

Hipocresía imperialista

Los intereses imperialistas de Rusia son convenientemente denunciados por el grueso de la prensa burguesa europea; sin embargo, esconden conscientemente quién es la mano negra detrás de toda esa estructura de mercenarios criminales que se disfrazan de “oposición”. Son los gobiernos de Estados Unidos, Turquía, Qatar, y los de la Unión Europea, los que han dado financiación, armamento y cobertura diplomática y propagandística a la reacción islamista y al sectarismo que propagan. Sus llantos forzados por las víctimas de Alepo y toda Siria son absolutamente cínicos, una burla cruel; su preocupación por ellas se puede medir por cómo tratan a los cientos de miles que intentan llegar hasta Europa, o simplemente a los que intentan sobrevivir en algunos de los campos de refugiados en Turquía o Líbano, cuyos recursos se agotan sin que las potencias imperialistas muevan un dedo para cumplir con sus demagógicas promesas de financiación.

Es nauseabunda su propaganda. El imperialismo norteamericano no sólo ha nutrido las raíces del Estado Islámico, sino que sigue regando abundantemente los grupos vinculados a Al-Qaeda (supuesto máximo enemigo del gobierno norteamericano, hasta hace poco), y a otros grupos que compiten en sectarismo con ellos. Una vez derrotada la revolución iniciada en 2011 con la imposición de la violencia sectaria a las masas, y la creación de múltiples líneas divisorias entre los oprimidos, las diferentes potencias imperialistas luchan por dominar la zona. La división del país en líneas sectarias, el sufrimiento de la población, el horror yihadista… todo es aceptable si a través de ello toman o recuperan el control de todo Oriente Medio…

En esa lucha descarnada, las posiciones de Rusia han dado un enorme paso adelante, lo cual le viene muy bien a la oligarquía de Putin en un contexto de crisis económica y descontento social. Su apoyo militar directo a al-Assad ha sido decisivo para arrinconar a sus oponentes a zonas rurales inconexas (fundamentalmente, la provincia de Idlib y el desértico sur) y controlar todos los centros urbanos e industriales. Esto convierte a al-Assad, más que nunca, en un títere de Moscú. También sale fortalecido el gobierno iraní, que controla ya Iraq en gran medida y mantiene 40 grupos armados chiíes (no menos sectarios y criminales que los islamistas suníes) en Siria.

La nueva ‘amistad’ Erdogan-Putin

Todo parece indicar que la caída de Alepo ha sido precipitada por la nueva política del gobierno turco en relación a Siria. El ejército turco es el más poderoso de la región, pero los tanques turcos en territorio sirio, a pocas decenas de kilómetros de Alepo, no han dado un solo paso. De hecho, continúan a la ofensiva contra la ciudad de al-Bab y toda la zona, a muy poca distancia de Alepo, enfrentándose a islamistas y kurdos. Erdogan ha sacrificado Alepo, es su obsequio al imperialismo ruso para demostrar su amistad.

El cambio de alianzas protagonizado por Erdogan, enfriando relaciones con Estados Unidos (a quien llegó a acusar de estar detrás del golpe de Estado fracasado de julio), y acercándose a Rusia, ha modificado todo el panorama en Oriente Próximo y Medio. Para Erdogan, al-Assad ya no es el principal enemigo, o, mejor dicho, la principal excusa para la intervención imperialista en Siria. Ese honor le corresponde a las fuerzas kurdas. Controlar de facto el norte de Siria no sólo es una forma de condicionar todo el mapa de la región a su favor, sino también la manera de impedir el surgimiento de cualquier entidad kurdo-siria que pueda ser un referente para los kurdos turcos.

Por otro lado, el Estado Islámico (EI), edificado sobre las cloacas de los servicios secretos turcos, estadounidenses, británicos…, tiene su propia agenda, y ésta no siempre coincide con la de Erdogan. En estos momentos, blandir el espantajo del integrismo del EI es la forma más útil para lavar la cara de una intervención imperialista turca en toda regla, borrando de paso el recuerdo de los ingentes beneficios por contrabando de los que se lucró la camarilla en el poder en Ankara. Los amigos de ayer hoy son enemigos… aunque mañana podrían volver a ser amigos, si fuera conveniente. De hecho, para Turquía el gran error de los yihadistas es no haber sido capaces de derrotar militarmente a los kurdos, el gran enemigo; quizás pasado mañana vuelvan a buscar auxilio en el Estado Islámico para parar los pies a los peshmergas (milicianos del Kurdistán). Si Erdogan intenta desalojar al EI de Mosul, en el norte de Iraq, y de al-Bab y otras poblaciones sirias, es para evitar que caiga en manos de los kurdos.

De momento, el Estado Islámico ha situado como blanco a Turquía. En el pasado éste fue utilizado por el servicio secreto turco para aterrorizar a la población y criminalizar a los kurdos; pero la masacre en la discoteca de clase alta Club Reina, en Estambul, en plena celebración del Año Nuevo (con 39 muertos), es un cruel aviso, como también lo fue el reciente asesinato del embajador ruso en Ankara, así como el salvaje asesinato de dos soldados turcos, quemados vivos el 23 de diciembre. Una oleada de matanzas indiscriminadas en Turquía es inevitable, desestabilizando aún más el país.

Paso al frente del imperialismo ruso; repliegue de Estados Unidos

Los términos del acuerdo con Rusia se demuestran sobre el terreno. El Ejército turco se cuida mucho de enfrentarse a las tropas de al-Assad, y mucho menos a las rusas, centrándose en intentar controlar el norte de Siria (e Iraq). Por su parte, Putin consigue mantener en el poder de su títere al-Assad, que si bien no puede soñar con controlar toda Siria, sí domina lo que él mismo llama “la Siria útil”: las principales ciudades y sus comunicaciones. Con al-Assad apuntalado, no peligran las bases militares rusas en Siria: la naval de Tartus (única rusa en el Mediterráneo) y la aérea de Latakia. Pero no sólo eso. Por primera vez, el imperialismo ruso se enfrenta con éxito a la superpotencia estadounidense, interviniendo masivamente con fuerzas de tierra, mar y aire en un país a mil kilómetros de distancia… y la influencia de Putin ha llegado para quedarse, creando un nuevo factor de conflicto y distorsión en el avispero de Oriente Próximo. De hecho, la incapacidad de al-Assad por retomar el control de toda Siria le hace más dependiente de Rusia e Irán, cuyos bombarderos y soldados de infantería o paramilitares (respectivamente) han jugado un papel clave, y lo seguirán jugando, en el control de la zona.

En este obsceno juego de intereses, el que pierde posiciones es el imperialismo estadounidense. Su control sobre el terreno es cada vez más precario. De hecho, la descarada intervención de Rusia, Irán y Turquía, con soldados, paramilitares, tanques y aviones en el tablero sirio, difícilmente podría ocurrir si Estados Unidos siguiera siendo la superpotencia que fue. Obama reconoció el fracaso de su política en la zona, el 17 de diciembre. Los imperialistas norteamericanos, paralizados ante los imprevisibles cambios en la zona que conllevará la llegada de Trump a la Casa Blanca, ven con incredulidad los avances de Putin, que es capaz de reunirse con iraníes y turcos, para llegar rápidamente a acuerdos, y de conseguir una tregua a partir del 30 de diciembre entre los actores principales (es decir, entre los ejércitos títeres de cada uno de esos tres países), anunciando además para febrero reuniones de negociación. Hasta ahora, las treguas y negociaciones auspiciadas por Estados Unidos han fracasado ante la dificultad de imponer sus intereses sobre el terreno. No obstante, la administración Trump no va a permitir sin lucha el debilitamiento de su influencia en una zona de interés geoestratégico mundial.

Para conseguir esta tregua, Turquía ha tenido que disciplinar a sus peones. Siete grupos “rebeldes”, representando a 60.000 hombres armados, han firmado. Es la base para unificar todos esos grupos y garantizar así de una forma más eficaz la obediencia a Erdogan. De la tregua han sido excluidos las kurdo-árabes Fuerzas Democráticas Sirias (el gran enemigo de Turquía), el Estado Islámico y el Frente de la Conquista (al-Qaeda en Siria). Esto permite a Turquía combatir a los yihadistas y kurdos en el norte, y al Ejército de al-Assad llevar la guerra al bastión “rebelde” de Idlib, controlado por el Frente de la Conquista. Pero otro de los grupos islamistas, Ahrar al-Sham (Movimiento de los Hombres Libres del Levante) que cuenta con entre 10 y 15.000 mercenarios, no ha aceptado la tregua en protesta por la exclusión de al-Qaeda. Turquía está sometiendo a una enorme presión a este grupo (que también obedece a los intereses saudíes), aprovechando que depende de su frontera para el abastecimiento, y todo apunta a que el grupo se resquebraje en dos, integrándose la mayoría en el Frente de la Conquista y un sector en el Ejército Libre Sirio, férreamente controlado por Erdogan.

El drama de Alepo, de Siria, de toda la región, sólo empezará a vislumbrar un fin con la intervención independiente del pueblo sirio, de los trabajadores y campesinos, por encima de diferencias étnicas o religiosas, y sin el abrazo envenenado de ninguna potencia. La bandera de libertad que se levantó en 2011 por el movimiento de masas en Siria, y en todo el mundo árabe, debe ser retomada y acompañada necesariamente de un programa revolucionario, nacionalizando los medios de producción para ponerlos bajo gestión democrática de los trabajadores, rompiendo con el capitalismo. Ésta es la única vía para terminar con la opresión y la barbarie a la que condena el capitalismo a millones de seres humanos.